Un castillo en el aire, por Alberto ARTILES

En tiempos de tinieblas es fácil quedarse embelesado ante el primer haz de luz que parpadee. Una esperanza sin fundamento ni estadística aunque, sin embargo, sea necesaria y sostenga con firmeza un proyecto sin la solidez de la historia reciente. Por más que se evoque, en su fallido intento por hacer olvidar, de nuevo a las antípodas como argumento rancio de su campaña de captación.

Acaso alimenta la creencia un puñado de futbolistas reincidentes y con afinidad a la camiseta, acaso también lo evoque un pasado que terminó entre reproches y descapitalizado por divergencias solo en el estilo y las formas. El sustituto tampoco es garante suficiente. Sergio Lobera se erige como el redentor cuando en sus alforjas lleva tan solo un manual brillante, buenas intenciones y varias experiencias anecdóticas en el fútbol cavernícola. Su fuerza está en un discurso propagandístico edulcorado y el magnetismo que genera en sus inicios un cambio, para bien o para mal. Es la expectación que siempre genera lo desconocido.

Ni siquiera los nuevos, a los que se le presupone galones y maneras, algunos más que a otros, son aval suficiente para intentar el doble salto mortal prometido. Contrastados en otras batallas, casi todos faltos de nombre en el fútbol patrio, a ellos se les atribuye la presión de conseguir un imposible hasta no hace mucho tiempo. Sin margen para el error, ni la excusa para el siempre estadístico fracaso.

Metabolizado ya el propósito por todos, no se sabrá si causará el efecto deseado hasta que se descorche el campeonato en Santander. Quizás tampoco entonces. Para ello tan solo quedan días, apenas medio mes. Sin embargo la pirotecnia ya ha generado el efecto deseado. Artificial y cegadora, sin pilares numéricos, ya se ha generado la perspectiva optimista de cada pretemporada. Pero en la presente, sin embargo, es obligada por la mercadotecnia que requería la evolución natural de un club que no puede seguir viviendo de rentas pasadas para subsistir. Por finales perdidas que se sigan lamentando y tardes de glorias en blanco y negro que se recuerden.

La expresión ‘castillos en el aire’ fue generalizada siglos atrás por los descreídos que la acuñaron para rebatir a los devotos y burlar sus sacrificios en su firme intento de heredar el reino de los cielos. A los aficionados de Las Palmas ahora solo les queda creer, sin evidencias, con sacrificios. Y rezar. Pero al menos, en tiempos de tinieblas, mantienen la ilusión y fidelidad tomando sin más un escudo como dogma y por promesa, la gloria.

por Alberto Artiles

periodista del periódico Canarias7











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