He vuelto a caer. Lo reconozco. No soy demasiado viejo, pero ya me he llevado la suficiente cantidad de palos para saber que es muy peligroso ilusionarse con Las Palmas. Yo, no aprendo, y vuelvo a picar.
El gusanillo del equipo amarillo me mordió siendo un chiquillo. Vecino de las Alcaravaneras, era normal que, tarde o temprano, acabase yendo al Estadio. Por aquella época, con el equipo en Segunda B, si eras un niño y te acercabas a las puertas del Insular una vez empezado el partido, te dejaban entrar gratis. Si no, ya se las ingeniaba uno para colarse. Luego me tocó mi primer abono en un rasca y gana de ‘La Provincia’. Vamos, que estaba predestinado a echar las tardes en la Naciente.
El caso es que mis primeros chascos me los llevé en aquellas liguillas de ascenso. Desde bien pronto aprendí que para ser aficionado de este equipo tienes que tener el lomo curtido. Me río yo los que dicen que los ‘colchoneros’ sufren. Los que somos de la UD sabemos lo que es vivir en el alambre.
Los de mi generación crecimos oyendo las batallitas de que hubo una época en la que le peleábamos la Liga al Real Madrid. A nosotros nos ha tocado tragar con fallidas promociones de ascenso a Primera, leyes concursales, tardes de fútbol infame y descensos varios. Eso sí, nada peor que aquella mano al cuello que nos echó el Tenerife para que descendiéramos a Segunda hace casi diez años.
Pero bueno, a pesar de todos esos palos, uno siempre encontraba motivos para recuperar la ilusión. Recuerdos de tardes y mañanas de Liga, de gloriosas noches de Copa que ponen la piel de gallina.
Reconozco que este verano andaba con la moral por los suelos. No me daba buena espina el proyecto de esta temporada. La experiencia le hace a uno desconfiado. Aún así, repetí el inexplicable salto de fe de todos los años y fui a ver las primeras jornadas en el Gran Canaria.
Esta vez pasó algo distinto. Algo que no pasaba desde que el equipo se mudó a Siete Palmas. Y no me refiero a las victorias —al fin y al cabo, una buena racha la puede tener cualquiera— hablo de sensaciones. De la gente ilusionada en las gradas. De comunión con el equipo. De aficionados saliendo del Estadio con una sonrisa de oreja a oreja porque, no sé cuantos años después, este equipo juega al fútbol y, encima, con gente de la casa.
No estoy tan loco como para plantearme el ascenso, pero he recuperado la fe en el equipo amarillo. No sé lo que pasará este año. Puede que se sufra, o se puede estar más tranquilo. Lo importante es que este equipo está consiguiendo que la gente se vuelva a enganchar a Las Palmas. Eso, el volver a enamorar a la afición, es el primer paso para volver a soñar.
Ramiro Aldunate, periodista de MARCA.com
Este artículo se modificó el 23/09/2010 11:58 11:58