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Medio kilo de café

José Jiménez

Hace unos días, durante el peregrinaje obligado hacia el Estadio de Gran Canaria, me sorprendía con las palabras del presidente de la Confederación Canaria de Empresarios. Iba yo tranquilo, entre semáforos, guaguas y demás fauna urbana hacia Siete Palmas oyendo la rueda de prensa que el presidente de la UD Las Palmas, Miguel Ángel Rodríguez, y el señor Sebastián Grisaleña daban en los prolegómenos de ese partido crucial contra el Cartagena que terminaría por clarificar el futuro deportivo de la casa. Y no dejó de sorprenderme el alegato del jefe de los patronos del Archipiélago a favor de esta UD nuestra. Que no se me malinterprete. No dudo del apoyo de don Sebastián y suscribo al ciento por ciento el argumentario que, hábilmente diseñado por el club, está poniendo los cimientos de la futura Ciudad Deportiva. También me deja con cierta perplejidad el anuncio de la Asociación de Empresarios de Siete Palmas de su total apoyo a la conversión del páramo en una rutilante instalación factoría en la que se curtan los futuros Silvas, Valerones, y Jonathanes Viera. ¿Dónde hay que firmar?

Pero no va por ahí la cosa. Nos dejó este principio de temporada destellos de espejismo clasificatorio y fútbol de esos que llaman de categoría. Y oiga. Mire usted que la hinchada, apaleada hasta el desaliento a base de años de penurias, insultos al noble deporte del balompié y otras hierbas, se lo creyó y cumplió hasta que la realidad se impuso a la ficción. Y ahí quedaron entradas más o menos importantes como la del Granada o Betis. Uno, que fue de los cuatro mil y pico que vieron bajo aquel sol de junio de 2006 como Marcos Márquez nos hacía un siete con el Leganés en lo que terminaría como la peor clasificación de este equipo en toda su historia, gusta de pulular por las inmediaciones del campo antes de cada partido y de comer con la parienta en alguno de los restaurantes de la zona. Y fíjense que durante aquel breve idilio con los primeros mástiles de la Grada Sur costaba encontrar una mesa para comer en la zona. “¿Tiene usted reserva?”. “No tengo mesa; es que hay mucha gente para ver el partido”. Agosto para el hostelero incrédulo.

Y de ahí el título de este articulillo impertinente. Uno se pone a hacer cálculos y ve que esto del fútbol donde menos deja dinero es en la mayoría de los clubes que se juegan el prestigio a base de patadas. Pongámonos en el hipotético caso de una temporada en Primera División. Vamos a imaginar que pasamos, incluso, algunas eliminatorias de Copa del Rey. Digamos que jugamos en casa 21 partidos y que metemos una media de 20.000 amarillos en cada compromiso. Son cifras modestas, porque un ascenso desataría una locura en la isla. Pues si multiplicamos esos 21 partidos por 20.000 cristianos y cristianas, el resultante cifraría el número de espectadores en 420.000. Si cada uno se toma un café y damos por bueno que, después de la implantación del dichoso euro, cada tacita humeante deja 1,20 euricos en caja, la cosa sale a medio kilo en cafés. Exactamente 504.000 euros en café. Unos 90 millones de los de antes. En cafés oiga. No me quiero ni imaginar lo que podría pasar si se jugara en Europa. No habría tanto café en la isla.

Y que les quiero decir con esto. Que sí, que está muy bien que Grisaleña apoye la Ciudad Deportiva; que es fantástico que los empresarios de Siete Palmas suscriban como suya la Ciudad Deportiva (imagínense lo que supondría para el comercio tener a 500 chavales entrenando por ahí todos los días y a sus padres esperándolos); que es necesario que el Cabildo de Gran Canaria dé el paso y se inicie el proyecto que sentará las bases de una UD fuerte; que es genial que se pida un esfuerzo… Pero, ¿cuántos de estos empresarios patrocina a la UD?

Un partido de la UD es una fuente de negocio indudable para la zona. Invertir en la UD, para los empresarios del lugar, es invertir en clientes que, con un equipo potente salen contentos del fútbol y consumen. Lo lógico sería que estos empresarios, por pura lógica del lucro egoísta, sustento y base de este sistema económico, contribuyeran con un poquito para que cada semana subieran 32.000 clientes enfervorecidos a gastar como posesos. Una vaquita de 300 euros, por lo menos. Pero no. Lo más fácil es esperar a que el Cabildo ponga la pasta y, por si las moscas, ir pidiendo un par de sacos de café.

Por José Jiménez