OPINIÓN | Así contestó un compañero de redacción ante mi desespero otro sábado más mientras veía a la UD. “Macho, es que la segunda está muy igualada. No entiendo por qué te desquicias tanto”, decía. En su sentir, parecía no comprender el nivel de exigencia que se le obliga a tener al equipo, a su juego, a la figura del entrenador y a los jugadores que se ponen su camiseta.
Tuve que explicarle pues algunos motivos de peso para que no dudase de la razón de otro enfado más. Para que pudiera comprender por qué es imposible mostrarse impasible con cada punto que se deja en la cuneta la UD. Para que pensara como el aficionado que sólo ha podido degustar 10 goles en su estadio. Para que se sentara por un segundo en una fría butaca del Estadio de Gran Canaria y pensara en que ha visto a su equipo ganar 4 veces en 12 partidos esta temporada.
No parecía convencido. Necesitaba más. Le mostré los números del año pasado, el último feliz en Gran Canaria. Dos puntos por encima en las misma fecha y la nada despreciable cifra de 9 tantos más en la cesta. Acudí en mi empeño en que me entendiese a la clasificación de este año. A los escudos del Lugo, del Eibar y del Recreativo, todos por encima del de la UD. Tres equipos con una idea de juego sobre el césped. Tres equipos con menos presupuesto y (con todos los respetos) menor entidad social que los amarillos.
Escéptico, tuve que dar un paso más. Acudí a los nombres de la plantilla, a la supuesta calidad de la que muchos creen la ‘mejor plantilla de Segunda’. Le conté que es la octava temporada seguida de un club estancado en la Segunda División. Fracasada en mil proyectos y que lleva 12 años sin brillar en Primera. Le hablé sobre el hastío que produce la mediocridad. Ese lugar del que la Unión Deportiva Las Palmas no logar desanclarse. Entonces empezó a entender mi nerviosismo.
Es un pálpito que se nota en todo aquel que sigue al equipo amarillo. Un sentimiento propiciado por lo lejano que a día de hoy se atisba el objetivo innegociable de esta temporada: el ascenso a Primera División. Por puntos y sobre todo por sensaciones. No obstante, la UDLP se encuentra ante la oportunidad de su última década. Con un plantel envidiado y una Segunda División irregular, la obligación se acrecienta. Y es que la UD necesita ascender imperiosamente. Por descontado, por su futuro como empresa; pero sobre todo por la perpetuidad de su mejor bien: la afición. Es esta razón final la que exige una depuración de responsabilidades, una explicación y un golpe de realidad que agarre de las solapas a todos los implicados en la causa amarilla.
Acabé la conversación con orgullo mezclado con desazón, mostrando la clasificación histórica de la Primera División. Las 31 temporadas en la élite. Entonces pareció comprenderme. Las vio casi tan lejanas como yo. Entendió por tanto, con más claridad el por qué de la urgencia.
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