OPINIÓN | El vestuario de la Unión Deportiva Las Palmas ha sobrevivido a múltiples historias, algunas exageradas, otras no tanto. También muchas que no se han contado creando un aura celestial en ese cubículo sagrado. Ha pasado el tiempo de aquellos baños en el jacuzzi, de visitas eclesiásticas, de directivos en paños menores celebrando algún que otro éxito, de hacer el indio con un vídeo viral o incluso, conspiraciones judeo-masónicas para colocar o derrocar entrenadores. Me imagino el vestuario local del Estadio de Gran Canaria algo así como el Club Bilderberg, dominado por profesionales del poder futbolístico, capaces de instaurar guerras y crear con ingenio las hipotecas subprime, o manejar a su antojo el precio del barril del petróleo bajo el manto de Soria y el cabreo general del ecologista Paulino Rivero.
Sergio Lobera es de la escuela de Guardiola, pero me lo imagino como Mourinho tras perder con el Barcelona. «Mourinho cogió una lata de Red Bull y la arrojó contra la pared. Al estrellarse, el recipiente se partió y liberó el líquido gaseoso con un efecto de lluvia. Bañados con esta bebida energética con sabor a frutos del bosque, azúcar y cafeína, algunos jugadores se quedaron perplejos. Otros lo observaron con indiferencia». Eso escribió un magnífico novelista que responde al nombre de Diego Torres y escribe en una reconocida cabecera nacional venida a menos. Por imaginar, y dar rienda suelta a la literatura de tan magno momento, me pongo literato: Nauzet Alemán, colérico como de costumbre, niega la mano amable de Lobera que, como buen estratega, intuía el desdén tras cuarenta y cinco minutos de ejercicios en la banda. Intercambian impresiones de forma acalorada. Ambos hacen impactar contra el suelo con rabia, consumidos por la ira, latas de Powerade inundando el vestuario de una lluvia azulada del líquido repleto de colorantes, carbohidratos y sodio. En definitiva, un pringue. Algunos tras presenciar la escena, confundidos, ponían en duda su procedencia mientras trataban de entender que las gotas fueran azules y no cristalinas. Un avispado que pasaba por allí daba en el clavo: todo se explicaba por el termo, que había elegido el día oportuno para ser purgado, produciéndose una reacción química que solo los obtusos sabrían interpretar.
Dicen que el realismo mágico murió hace unos días en Macondo. Más que cien días de soledad, el entorno y la propia Unión Deportiva Las Palmas está contagiado por una histeria general que se explica tras trece años fuera de la élite, de un camino no precisamente de rosas con amago de liquidaciones, frustraciones y más suspiros que alegrías. El aficionado siente que le dan calabazas cada año que no se asciende, que va a morir soltero y sin la rubia de ojos verdes que tanto deseó en cada noche que regresa de vacío tras menear sus caderas en el Bravia. El sábado pasado todo salió mal. Pero quedan seis finales y ahí es dónde hay que poner el foco. En el colectivo, no en problemas personales y privados que poco importarán si la dicha es buena. Toca remar, como siempre, tratando de superar los obstáculos y poniendo la mejor de las voluntades. La entidad está por encima de dramas de carácter rosa. Está por encima de la relación entre Nauzet Alemán y Sergio Lobera. Ellos no se juegan el ascenso, se lo juega la Unión Deportiva Las Palmas. La única manera de liberar esta histeria prolongada e intercambiarla por el éxtasis de un regreso a Primera es con el espíritu con el que se fundó el club. Unión. Y menos tonterías.
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Este artículo se modificó el 28/04/2014 18:09 18:09