CONTRACRÓNICA | Ver jugar a Valerón es asistir a un acontecimiento único sobre cualquier terreno de juego del país. Lo saben y se lo reconocen todos aquellos aficionados que le ovacionan en cada estadio al que acude y lo disfrutan, en pequeñas dosis, los fieles de la Unión Deportiva Las Palmas. En noches como la de este jueves en el Estadio de Gran Canaria hay que recordar las palabras de Andrés Iniesta sobre el mago de Arguineguín. «Pagaría una entrada por ver jugar a Valerón«, repite siempre el manchego. No es para menos. Tras casi dos décadas regalando su magia a los amantes del deporte rey, con cuarenta años, ante la Real Sociedad ha dado una nueva obra maestra a sus seguidores.
Se dice que la Copa del Rey es un torneo menor para los intereses de los equipos de la Primera División que buscan dar minutos en esta competición a aquellos futbolistas menor habituales en Liga. Cumpliendo esa máxima y apoyado en las bajas por lesión, Quique Setién alineó un once de circunstancias para hacer frente a un conjunto donostiarra que, pese a jugar también con varios suplentes, presentaba un once de bastantes garantías. Entre esos jugadores elegidos por el entrenador cántabro se encontraba el protagonista de la noche en Siete Palmas: Juan Carlos Valerón.
El dorsal 21 de la Unión Deportiva Las Palmas ha adoptado un rol secundario en cuanto a sus apariciones sobre el terreno de juego en los últimos meses. Su figura toma mayor protagonismo en lo simbólico y trascendental que es en el vestuario que por sus minutos sobre el verde. Sin embargo, cada vez que cuenta con momentos para mostrarse, recuerda a todos aquellos de memoria frágil que el talento nunca se pierde. En Copa se le presentaba una nueva oportunidad y no la desaprovechó.
Jugó el partido completo ante la Real Sociedad en la ida de la eliminatoria copera y cuajó una actuación brillante, de esas que se recuerdan por lo bonito y estético de su fútbol. Sus giros y movimientos sobre el césped fueron tan elegantes como siempre pero en esta ocasión añadió el ingrediente de la eficacia a sus intervenciones. Cada acción suya mejoraba la jugada, producía algo mejor para el ataque o, simplemente, era un regalo para que el delantero encarase la portería. Prueba de ello fue su majestuoso envío al hueco para que Willian José probase a Oier, pero el brasileño no tuvo el brilló del grancanario para igualdad la calidad de la jugada.
Combinó en la medular, fue peligroso en tres cuartos e incluso estuvo solidario en la presión. Juan Carlos Valerón dio un recital digno de mención para un futbolista que con cuarenta años regala grandes actuaciones como si fuese un joven chaval irreverente con necesidad de demostrar cosas. Una oda a su fútbol, un argumento para reclamar un mayor papel en la que puede ser su última campaña vestido de corto, desgraciadamente para los que aman su juego.
Este artículo se modificó el 04/12/2015 22:50 22:50