Carta a ninguna parte
Publicado: Mar Ene 22, 2019 10:36 pm
Querido M. A. R.:
me veo en la obligación de contarle la historia de un niño que cada vez es menos niño, y de un aficionado de la UD las Palmas que cada vez es menos aficionado.
Te voy a poner en situación, se trata de un niño que nació en Gran Canaria, casi por casualidad, y que vivió allí durante unos pocos años hasta que con 4 años su familia emigró a la península. A pesar de no ser ninguno de sus padres ni ninguno de sus hermanos de allí, ese niño de 6 años se empeñó en que él era de Las Palmas, y que quería la camiseta de su ídolo, Guayre.
Los Reyes Magos, tan listos ellos, le hicieron llegar esa camiseta, con el dorsal que llevaba Guayre, el número 30. Tanto le gustó el regalo que no dudó en llevarla a todos lados con orgullo, incluso le llegaron a conocer como Guayre cuando aún era un niño.
El niño fue dejando de ser niño, y seguía vibrando con el equipo, siguiendo los partidos como podía, por Internet, por la radio, por la TV Canaria. Siempre nervioso cuando jugaba el equipo, ni pudo ver los minutos finales tras aquel gol de Nauzet Alemán en Anoeta. El niño, que aún era un niño, quería a su equipo y se ilusionaba con el como si no hubiese nada más. En segunda B, con victoria contra el Ourense. En segunda B, con victoria con gol de Nau de falta al Fuenlabrada. Con Hietanen, con Fredy, con Viyuela, con Losada, con Carlos Sánchez Aguiar, con Alejandro, con Dani López. El niño era de su equipo, el niño tenía un sentimiento y eso no se pagaba ni se cambiaba por nada. No le propongas ningún otro plan, porque si juega Las Palmas tiene que estar en casa, siguiéndolo por la radio, por el ordenador o yendo a campos como Las Gaunas, a ver el golazo de Jarni, o a llevarse decepciones y decepciones en El Alcoraz y en Los Pajaritos.
Poco a poco se fue haciendo mayor. Se siguió ilusionando con David González, con Momo, Chrisantus, con Thievy, con Viera, con Vitolo, con la vuelta de su ídolo. No subía nunca el equipo a Primera, pero a pesar de que era su gran sueño verlo compitiendo contra los mejores equipos de España (como no veía desde que lo vio ganar 2-0 al Deportivo en el Insular o que perdió 7-0 en el Bernabéu), eso era lo de menos, el sentía a su equipo como suyo, como un sentimiento, como algo que no se podía contar ni transmitir, y con eso le bastaba.
Y el equipo ascendió. Y el niño dejó de ser niño. Y el sentimiento se apagó.
Siguió viendo los partidos de su equipo, siguió disfrutando con Viera, con Boateng, con Livaja, con William José, con Roque, con Setién (ay Setién...), con ver a su equipo competir al Madrid, al Barcelona, con verlo entre los grandes. Pero no volvió a vibrar. El equipo cada vez más fue pasando a un segundo plano. Seguía viéndolo día tras día, pero ya no era lo mismo, no sufría, no le emocionaba, no sentía.
Hasta que ese sentimiento, como conté un poco más arriba, se apagó. Perdón, me equivoqué, lo apagaron.
Alejando a la afición, alejando a sus seguidores, alejando todos esos sentimientos de pertenencia, de cariño y de amor por un club que era mucho más que un club.
Y hoy ya nada es lo mismo. Ni siquiera un ascenso a Primera, ni volver a vivir el sueño lo sería. Me atrevo a decir que ni jugar en competiciones europeas recuperaría ese sentimiento.
Hoy ese club ya no es de ese niño, que aún siendo mayor, sigue soñando como un niño deseando que algún día, por la razón que sea, vuelva a vibrar y vuelva a tener ese sentimiento tan difícil de explicar y contar.
Un saludo muy afectuoso de parte de ese niño para M. A. R., con esta carta a ninguna parte y hacia todas partes, deseando que todos los niños, adultos y aficionados a la UD Las Palmas cuenten lo que han sentido y vienen sintiendo de aquí a unos años. A ver si así, por alguna extraña razón, alguien se decide a devolvernos lo que siempre ha sido nuestro.
me veo en la obligación de contarle la historia de un niño que cada vez es menos niño, y de un aficionado de la UD las Palmas que cada vez es menos aficionado.
Te voy a poner en situación, se trata de un niño que nació en Gran Canaria, casi por casualidad, y que vivió allí durante unos pocos años hasta que con 4 años su familia emigró a la península. A pesar de no ser ninguno de sus padres ni ninguno de sus hermanos de allí, ese niño de 6 años se empeñó en que él era de Las Palmas, y que quería la camiseta de su ídolo, Guayre.
Los Reyes Magos, tan listos ellos, le hicieron llegar esa camiseta, con el dorsal que llevaba Guayre, el número 30. Tanto le gustó el regalo que no dudó en llevarla a todos lados con orgullo, incluso le llegaron a conocer como Guayre cuando aún era un niño.
El niño fue dejando de ser niño, y seguía vibrando con el equipo, siguiendo los partidos como podía, por Internet, por la radio, por la TV Canaria. Siempre nervioso cuando jugaba el equipo, ni pudo ver los minutos finales tras aquel gol de Nauzet Alemán en Anoeta. El niño, que aún era un niño, quería a su equipo y se ilusionaba con el como si no hubiese nada más. En segunda B, con victoria contra el Ourense. En segunda B, con victoria con gol de Nau de falta al Fuenlabrada. Con Hietanen, con Fredy, con Viyuela, con Losada, con Carlos Sánchez Aguiar, con Alejandro, con Dani López. El niño era de su equipo, el niño tenía un sentimiento y eso no se pagaba ni se cambiaba por nada. No le propongas ningún otro plan, porque si juega Las Palmas tiene que estar en casa, siguiéndolo por la radio, por el ordenador o yendo a campos como Las Gaunas, a ver el golazo de Jarni, o a llevarse decepciones y decepciones en El Alcoraz y en Los Pajaritos.
Poco a poco se fue haciendo mayor. Se siguió ilusionando con David González, con Momo, Chrisantus, con Thievy, con Viera, con Vitolo, con la vuelta de su ídolo. No subía nunca el equipo a Primera, pero a pesar de que era su gran sueño verlo compitiendo contra los mejores equipos de España (como no veía desde que lo vio ganar 2-0 al Deportivo en el Insular o que perdió 7-0 en el Bernabéu), eso era lo de menos, el sentía a su equipo como suyo, como un sentimiento, como algo que no se podía contar ni transmitir, y con eso le bastaba.
Y el equipo ascendió. Y el niño dejó de ser niño. Y el sentimiento se apagó.
Siguió viendo los partidos de su equipo, siguió disfrutando con Viera, con Boateng, con Livaja, con William José, con Roque, con Setién (ay Setién...), con ver a su equipo competir al Madrid, al Barcelona, con verlo entre los grandes. Pero no volvió a vibrar. El equipo cada vez más fue pasando a un segundo plano. Seguía viéndolo día tras día, pero ya no era lo mismo, no sufría, no le emocionaba, no sentía.
Hasta que ese sentimiento, como conté un poco más arriba, se apagó. Perdón, me equivoqué, lo apagaron.
Alejando a la afición, alejando a sus seguidores, alejando todos esos sentimientos de pertenencia, de cariño y de amor por un club que era mucho más que un club.
Y hoy ya nada es lo mismo. Ni siquiera un ascenso a Primera, ni volver a vivir el sueño lo sería. Me atrevo a decir que ni jugar en competiciones europeas recuperaría ese sentimiento.
Hoy ese club ya no es de ese niño, que aún siendo mayor, sigue soñando como un niño deseando que algún día, por la razón que sea, vuelva a vibrar y vuelva a tener ese sentimiento tan difícil de explicar y contar.
Un saludo muy afectuoso de parte de ese niño para M. A. R., con esta carta a ninguna parte y hacia todas partes, deseando que todos los niños, adultos y aficionados a la UD Las Palmas cuenten lo que han sentido y vienen sintiendo de aquí a unos años. A ver si así, por alguna extraña razón, alguien se decide a devolvernos lo que siempre ha sido nuestro.