Que preciosidad de fotos, qué maravilla, rincones encantadores, sabor añejo, vetusto. Sorprendente el tremendo palmeral que había en el Parque San Telmo, los solares de León Y Castillo, la inexistencia de la calle Luis Doreste Silva y menos aun de la Avenida Marítima.
Impresionante el Barranco Guiniguada, en un dia de temporal, la quietud de Bravo Murillo: que casualidad que esta misma mañana caminaba por esta misma vía en la que casi hay que circular con mascarilla a causa de la terrorífica "humasera" y ver esa foto me instala en la impotencia de comprobar un progreso equivocado, maligno, pernicioso.
Qué extraña sensación observar la Calle Mayor de Triana de finales del siglo XIX, vacía, pensativa, a la espera de futuras hordas de salvajes depredadores. La incólume Playa de la Laja, al lado de un imponente y retador acantilado con esa especie de corredor que terminaba en pequeño tunel antes de alcanzar el camino hacia el sur. Las señoras, humildes en su vestimenta, y los caballeros, casi todos tocados con su correspondiente sombrero, o cachucha en su caso, incluidos muchos jovencitos.
Sensual el Puerto de la Cruz, con casitas muy bonitas y una vegetación exuberante de jardines de naranjos y grupos frondosos de plataneras, dominador de todo el maravilloso Valle de La Orotava que cautivó a Humboldt, con el Padre Teide en lo más alto, grandioso, vigilante,de epopeya.
Qué desastroso resultó el depravado, antihigénico, vulgar y atropellado desarrollismo paleto e ignorante de los sesenta y setenta, época crucial en unas islas que destruyó de manera perversa un jardín emblemático, una naturaleza casi salvaje pero ordenada en su concepto. Se hizo todo al revés, demostrado queda,en una mutilación catastrófica.
Sólo nos queda la imagen como recuerdo imperecedero, como en un sueño, que,desafortunadamente, acaba en pesadilla terrorífica. La que vivimos ahora.
