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La selección y mi elección
En estos días en los que el fútbol de clubes se encuentra en ‘stand by’ hasta la conclusión del Mundial siempre anduve con una duda existencial ¿Por qué no me vuelvo tan loco por la selección como me ocurre con la UD? Veo las banderas rojigualdas y videos, escucho el himno y soy incapaz de sentir lo que siente el macho Camacho. Mis pelos no se ponen como escarpias como a él, y como a muchos españoles. No digo casi todos, porque tengo muchos amigos a los que el fútbol, ni frío, ni calor.
Preocupado fui a un curandero españolista. Me habló del furor por la patria, por los colores de la bandera. Me relató la gloria pasada del Imperio de Felipe II y de su padre Carlos, intentando insuflarme espíritu, pero nada oye. Así que cuando me marché de su despacho me indicó que quizá mi respuesta la encontraría en una animadversión subconsciente.
Así que me acerqué a un curandero independentista canario.
- ¿Por qué no se me pone la piel de gallina escucho corear el ‘lolololo lolololo’? ¿Por qué me atrae más La Marsellesa? ¿Por qué no creo que todo el mundo confabule contra los españoles? Le pregunté
- Porque nos llevan oprimiendo cinco siglos, y tu yo-interior se rebela ante esas manifestaciones. Como Francia es el enemigo histórico español junto a la pérfida albión, tus neuronas lo toman como algo bueno. Me respondió.
Debe ser una cuestión política, pensé. Una cuestión de relación Canarias-Estado, de feeling, como diría Guardiola. Pero entonces, ¿por qué la selección de Basket si levanta mis bajas pasiones? No puede ser sólo política, prefiero que España gane a que pierda, como prefiero el agua con gas, al agua sin gas. Ni lo de la selección de baloncesto será por culpa de Pedro Barthe y de los arbitrajes pro-Yugoslavia.
Andaba en penumbra hasta que leí una entrada del blog de Enric González, y creo que encontré mi respuesta. Nunca fui, ni seré un patriota español al uso. Me une a mis paisanos más la forma de ver la vida, la guasa y la alegría, que el amor irracional a una bandera o a unas notas musicales que no me dicen gran cosa. Me di cuenta que los éxitos de la selección no me “sulibellan” porque sus fracasos no me frustran. Y no hay mejor victoria que la que viene desde el sufrimiento. Y comprendí, que al igual que a los amigos y a la familia, los clubes los eliges y la selecciones te tocan.
“La Roja” se te asigna cuando naces, algo que a la mayoría le encanta. Pero en cuestión de Mundiales y Eurocopas, mi opción es disfrutar y apoyar a aquellas que me llegue su fútbol, su discurso, su trayectoria. Fútbol en ausencia de filias y fobias. El pasado Mundial iba con una, en éste con otras. Me llegan las más humildes o las tapadas, porque me siento reflejada en ellas. Sin importarme sus banderas, y su cercanía física. En cuánto más exóticas y más ofensivas, mejor.
Sin embargo a Las Palmas la elige uno (o ella te elige a ti). A la UD, se le ama sufriendo durante todo el año. Lo siento, pero “la amarilla” no me deja hueco en el ropero a otros colores.