JUGUETES: Para unos niños, explotación; para los nuestros, diversión .
A los empleados de la factoría de juguetes Mou Yip el capataz les contrató en las aldeas rurales del oeste de China y desde marzo les mantiene encerrados en este viejo y decrépito edificio de la ciudad sureña de Dongguan.
Para que los regalos lleguen a tiempo, y los sueños de los niños de Occidente se hagan realidad, se trabaja siete días a la semana, 14 horas al día, hasta que el cuerpo aguanta. Se duerme y se come en la factoría y las visitas al servicio durante la jornada laboral están limitadas a dos por turno.
Los juguetes van tomando forma según pasan de un sector a otro de la línea de producción hasta que, al llegar al final, ellos mismos se declaran listos para emprender el largo viaje que los llevará a los hogares de Europa o EEUU. «Hola, soy la Cerdita Peppa», repiten una tras otra las muñecas rosadas antes de partir en cajas de ocho unidades.
Da lo mismo qué juguete pida este año su hijo -¿un coche teledirigido? ¿una muñeca? ¿el último videojuego?-, las posibilidades de que lleve estampado el sello de Made in China son de más del 90%. Las factorías chinas empezaron a construir los juguetes de Occidente a principios de los 80 y, poco a poco, se han ido comiendo el mercado hasta monopolizarlo por completo.Un millón de trabajadores malpagados y casi siempre explotados, muchos de ellos menores, se encargan de mantener en pie uno de los mayores y más lucrativos negocios.
Las sirenas anuncian antes del amanecer el inicio de la jornada de trabajo en las dos mayores ciudades jugueteras del mundo, Shantou y Dongguan, en la provincia de Guangdong. Ambas quedan dentro de los límites de Juguetelandia, donde decenas de kilómetros cuadrados de parques industriales concentran más de 3.000 factorías, la trastienda de un mundo de imaginación y diversión que aquí no lo es.
Las hay de todos los tamaños y condición, desde pequeños y míseros talleres a inmensas plantas industriales de hasta 4.000 trabajadores, capaces de producir millones de unidades al mes.A la cola se encuentran fábricas que han sido convertidas en cárceles laborales, con sus ventanales enrejados, y las puertas cerradas con candados y con guardianes que vigilan más a los empleados que el perímetro de la fábrica. El nombre de las empresas no está identificado en la entrada y los edificios están registrados como inmuebles vacíos. Los empleados no pueden salir de los edificios durantes meses y los inspectores no pueden -o a menudo no quieren- entrar.
Dan Mei Yun trabaja en una fábrica en Dongguan, desde hace seis meses. Llegó procedente de la provincia de Henan con sólo 16 años y el sueño de poder enviar algo de dinero a sus padres en el campo, donde millones de personas tratan de subirse al tren del progreso que está transformando China.
«Estoy desesperada porque con el dinero que me dan, sólo tengo para vivir. Me hacen pagar por la comida y el alojamiento. No puedo mandar nada a casa», dice la adolescente bajando la cabeza mientras sujeta en la mano un Teletubbie de peluche que repite su nombre y camina impulsado a pilas. El sueldo de Mei Yun 49 euros al mes, 10 céntimos por cada hora extra.
El Gobierno chino asegura que el salario medio en las fábricas chinas del juguete está en los 600 yuanes, cerca de 55 euros al mes. La realidad es que ni siquiera las duras condiciones laborales que fija la ley -el sueldo mínimo está establecido en 40 euros- se cumplen. En muchas fábricas de Shantou y Dongguan los trabajadores son obligados a memorizar un formulario con las 50 respuestas que deben dar a los inspectores laborales o los empresarios occidentales que se interesen por su situación.«¿Has visto alguna vez a un menor trabajando? Respuesta: No», dice una parte del escrito distribuido en Shantou. «¿Si cometes un error durante el trabajo, se te penaliza? Respuesta: No. La dirección y el capataz nos enseñan a hacerlo mejor con paciencia», se lee en otra.
Los testimonios de los trabajadores dan una visión muy diferente y describen la aplicación de un sistema de castigos que puede llegar a reducir los sueldos a la mitad, con multas económicas por simples despistes o errores en la producción, aunque la causa no esté en los empleados. Las fábricas de juguetes chinas son, por encima de todo, un mundo de contradicciones: niños fabricando juguetes para que se diviertan otros niños o productos destinados a la diversión que condenan a miles de personas a trabajar en condiciones de esclavitud.
Prácticamente todas las grandes empresas del sector, desde Disney a Hasbro o las grandes productoras de Hollywood, que han entrado en los últimos años en el mercado con la comercialización de los protagonistas de sus películas animadas, han desembarcado en China para abaratar costes.
Las decenas de miles de Barbies que inundan las tiendas con su oferta de glamour y lujo salen de dos plantas chinas que la empresa Mattel tiene en el sur del país y que mantienen una plantilla de 8.000 empleados. El accesorio de la «Barbie ejecutiva», un mini ordenador portátil de plástico, se vende por cerca de 50 euros en las tiendas, el sueldo de un mes de las jóvenes que trabajan en el sector.
Pero aunque algunas compañías mantienen controles sobre las fábricas y cuidan de que no se abuse de los trabajadores, la mayoría sólo tienen en cuenta una cosa: el precio del producto.
La obsesión por arañar unos céntimos a cada unidad, de estirar un poco el margen, es lo que ha llevado al pequeño Bo (no es su nombre real) hasta Juguetes Mou Yip. El más joven de los empleados de la fábrica apenas aparenta 11 años. Su cometido es rellenar los juguetes con un sustitutivo del algodón, uno a uno, siempre a mano, durante 14 horas seguidas. Detrás de él se levanta una gran montaña de osos de peluche listos para ser enviados a los supermercados de la multinacional Wal-Mart, la mayor cadena comercial del mundo con más de 5.000 tiendas repartidas en decenas de países.
La empresa estadounidense, cuyo lema es «precios siembre bajos, siempre», tiene contratada en Mou Yip la producción de dos de sus juguetes para los próximos dos años: cuatro millones de muñecos que serán vendidos a 4,97 dólares la unidad, casi tres veces más del precio de fábrica.
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