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La burbuja
Juan García Luján
Me cautivaron sus impresionantes sus ojos verdes. Yo estaba sentado en la mesa del fondo, acababa de meter la cuchara en la taza del cortado. Cuando la vi acercarse con el refresco y el sándwich mixto no me lo podía creer. “¿Puedo sentarme en esta mesa?” Le respondí con voz nerviosa: “Sí, por supuesto”. Ella se justificó: “Es que no me gusta comer en la barra.” Sentí un calor que me subía por todo el cuerpo, moví con fuerza la cuchara dentro de la taza. Por un momento olvidé que nunca echo azúcar al cortado.
“¿Sabes qué es la burbuja?” No sabía qué responderle. Me entraron ganas de decirle que no me interesaba comprar ninguna vivienda. Pensé que era una nueva estrategia de las inmobiliarias, en lugar de cerrar sus puertas habían decidido mandar a mujeres guapas para ofrecer pisos a hombres con cara de soltero. Pero no me dio tiempo a decirle que esos bellos ojos estaban mirando a un vulgar ciudadano hipotecado, a uno de tantos miles que escucha las noticias sobre la subida del euríbor con el mismo interés que los agricultores miran al cielo cada mañana para ver qué tiempo hace. Ella misma respondió a su pregunta: “la burbuja es la gran oportunidad para salir de la crisis. En menos de un mes puedes ganar 8000 euros. ¿No te interesa?”. “ ¿En qué consiste?”, le pregunté mientras pensaba que no me importaría meterme con ella en una burbuja un tiempito, aunque no ganase 8000 euros. Ella sonrió y comenzó a explicarme con una voz suave: “La burbuja es una comunidad que formamos gente solidaria, que queremos ayudarnos en estos tiempos de crisis. Todas las semanas realizamos dos reuniones. Para entrar pones una cantidad de dinero, que se puede adaptar a tu circunstancia. Luego tienes que buscar a otras personas de tu confianza para que entren en la burbuja, cada vez que traes a alguien ganas dinero. Mucha gente está saliendo de la crisis gracias a la burbuja”. La verdad es que si la historia me la llega a contar otra persona quizá me hubiera sonado a timo. Pero los ojos de aquella muchacha, su sonrisa seductora, su tono de voz… Si a eso añadimos que llevaba un año sin comerme un rosco… Le di mi teléfono, quedó en llamarme al día siguiente. Pedí un préstamo personal a una empresa de créditos rápidos. Fui a la primera reunión con 1500 euros y se los entregué a ella. Ahí empezó mi historia en la burbuja.
Han pasado seis meses desde aquel encuentro en la cafetería. No sé cuánto dinero he ganado porque tengo diez cuentas corrientes diferentes, pero más de doscientos mil euros seguro. Ella llevaba tres meses en este tema cuando me conoció, así que supongo que ha ganado mucho más. Tampoco queremos calcular cuántos arruinados se han quedado en el camino para que a nosotros nos vaya tan bien. Estamos entre los diez mejores promotores de burbujas del país. Ya no tenemos que convencer a nadie, ni dejar nuestros teléfonos. Nosotros nos dedicamos a conseguir los pisos donde se hacen las reuniones, también reclutamos gente que sale a buscar nuevas víctimas. Todos tienen que respetar una regla sagrada: no saben nuestros nombres, no nos conocen, no nos hemos visto nunca. Nuestro papel consiste en enseñar a la gente a cazar burbujitas, los adoctrinamos, deben aprender una idea central: la burbuja es una comunidad de gente solidaria en tiempos de crisis, si la burbuja crece, la solidaridad aumenta y las personas más necesitadas se benefician. La burbuja no tiene por qué dejar de crecer porque siempre hay gente en la que confiar. La gente entra y sale con libertad. Es un discurso sencillo, fácil de vender. Nos gusta ver la evolución del personal. Al final para ellos el mundo se divide en dos: los que están dentro de la burbuja y los que están fuera. Los que están dentro son los solidarios, inteligentes, alternativos… Los que están fuera son tontos, explotados, desconfiados… En todos los lugares la gente reacciona igual. La muchacha de los ojos verdes y yo hemos cumplido nuestro sueño, somos dos amantes que viajamos por el mundo creando burbujas y viviendo como ricachones. Ayer el periódico sacó una noticia sobre la creación de las burbujas en la ciudad donde llevábamos veinte días. Decían que la policía estaba investigando el asunto. El susto nos duró 24 horas, el tiempo exacto que tardamos en volver a montarnos en un avión para contar el cuento de la burbuja en otro lugar. Cada vez que hacemos el amor pienso en la primera vez que miré sus ojos verdes en aquella cafetería y sueño con no salir nunca de esta burbuja de pasión en la que estamos metidos.
