La rica, la sirvienta y la cacerola
Cuando una foto desnuda la lucha de clases
La derecha piensa que el poder le pertenece por decreto natural. La democracia es un gran invento que se convierte en un problema cuando no se vota en la dirección adecuada. Mientras los resultados de las elecciones colocan en el poder a los de siempre, es decir a la derecha (sea en su versión conservadora, sea en su versión progre) la democracia es maravillosa y el mundo parece seguir el curso natural de los acontecimientos. Cuando ese bipartidismo servil con los intereses de una minoría acomodada y esa línea continua se rompen, empiezan los problemas, comienzan los ladridos. Ejemplos tenemos muchos: España en 1936, Chile en 1973, Nicaragua en los años ochenta... La izquierda transformadora puede y debe presentarse a las elecciones, (además pone de manifiesto cierto aura de pluralidad) pero no puede cometer la osadía de ganarlas. Cuando algunos tildamos a las democracias parlamentarias occidentales de democracias burguesas se nos tacha alegremente de dinosaurios leninistas que viven fuera de la realidad, pero la realidad es tozuda y lo ocurrido en Venezuela pone de manifiesto lo que ocurriría aquí si alguna vez ese bipartidismo servil con la elite se viera derrotado en las urnas. Aquí la derecha no es más demócrata ni más civilizada, lo que ocurre es que todavía no ha perdido. Basta echar un vistazo histórico y repasar las medidas de choque que perpetraron cuando vieron peligrar su posición hegemónica, desde el General De Gaulle con sus paracaidistas listos para arrasar el mayo francés (estaban esperando la orden si la cosa se prolongaba), hasta el golpe de los coroneles en Grecia, pasando por la estrategia de la tensión en Italia con abierto terrorismo de estado vía la red Gladio. Por supuesto el caso más paradigmático y sangrante es el del Frente Popular y la República Española. La derecha no puede perder y si lo hace organiza un golpe de estado que desemboca en una cruenta guerra civil y una represión posterior que a fecha de hoy aún paraliza a las masas y les recuerda que «no se metan en política», que las cuestiones de estado y trascendentes, son coto privado para las huestes iletradas: los trabajadores y trabajadoras no pueden llevar las riendas de un país, no están capacitados, carecen de la formación necesaria. Nos corresponde a nosotros, los hijos ilustres del capitalismo, gestionar la sociedad con nuestro ejército de empresarios, banqueros y otros tecnócratas.
Por eso escuece tanto la victoria de Maduro en Venezuela. La derecha no puede tolerar que un simple conductor de autobús —como se encargan de recordarnos día y noche los grandes medios de desinformación— gane unas elecciones. Un currito, un paria, un burro. ¿Pero si no llegó en la vida a más que a conductor de autobuses metropolitanos, cómo va a ser capaz de llevar un país entero? En realidad se llama lucha de clases. Maduro es como Lorenzo (Robert Deniro) en Una historia del bronx: el obrero es el auténtico tipo duro.
Lo ocurrido en Venezuela es una muestra más de lo que ocurre cuando la derecha pierde, si pierden por goleada tienen poco que rascar, pero no pueden tolerar una victoria tan pírrica (pero victoria al fin y al cabo) de las clases populares. No pueden soportar acariciar las mieles del poder con la yema de los dedos y ver cómo se les escapa por apenas 300.000 votos. Es muy significativo que al margen de las sedes del PSUV se haya atacado e incendiado ambulatorios. Los Centros de Diagnóstico Integral son un símbolo de la integración latinoamericana, gestionados por médicos cubanos (el petróleo no se regala, se cambia por atención sanitaria para los más desfavorecidos entre otras muchas cosas) representan como ningún otro elemento la victoria del proceso bolivariano, sanidad gratuita para los que siempre estuvieron privados de lo que —antes de la llegada de Chávez— era un privilegio de clase para unos pocos. El rico no soporta que el pobre reciba una atención sanitaria gratuita y de calidad: aquí en España nos privatizan los hospitales, allí les pegan fuego. En realidad es la misma lógica excluyente, sólo es que allí la lucha de clases está más agudizada.
Todos conocemos el nombre y apellidos (Martin Richard) del niño que murió en los atentados de Boston, pero ninguno seríamos capaz de decir el nombre de cualquiera de los ocho muertos que las hordas fascistas de Capriles han asesinado con el beneplácito del Partido Popular y la comunidad mediática internacional (ojo al término) entre otros. Porque no se trata de, como de forma rastrera nos han vendido los medios occidentales, «enfrentamientos», ha sido un linchamiento brutal contra los pobres o contra todo aquél que lo pareciera. Ojo con las señoras del servicio, los mecánicos y los conserjes, gritaba la burguesía venezolana. Lo más sangrante es que mientras hasta ocho trabajadores morían a manos de la derecha caprillista, bufones cortesanos como el impresentable de Buenafuente alentaban desde su Twitter a salir a la calle a impugnar unos resultados que todos los observadores internacionales dieron por buenos. Todos no, el eurodiputado del PP Agustín Díaz de Mera fue el único que sembró dudas, pero este hombre sigue creyendo que tras los atentados del 11 de Marzo se encuentra la autoría de ETA, todo un referente. Pero Buenafuente y el resto de mercenarios de la información no muerden la mano que les da de comer y nunca olvidan quién les paga. Ojalá estos muertos pesasen sobre tu conciencia, pero sencillamente careces de ella, bufón lameculos.
Hoy me ha llegado esta foto por Facebook. A veces (sólo a veces) una imagen vale más que mil palabras y esta imagen dice mucho. Se trata de una venezolana rica que, incapaz de dignarse a agarrar por sí misma una cacerola, obliga a su sirvienta a dar cacerolazos para protestar contra la victoria de Maduro. La cacerolada siempre fue un método y símbolo de lucha de la clase media. Empezó en Chile contra el gobierno popular de Allende, luego fueron los rentistas argentinos que perdieron sus ahorros en el corralito. Estos días es practicada por la derecha venezolana. Por desgracia la clase media es hegemónica y somos tan idiotas que hemos importado un método y un símbolo de lucha que siempre fue ajeno a la clase trabajadora, que siempre protestó y peleó de verdad, no dando estúpidos cucharazos a sartenes. No ensucia las manos, no requiere esfuerzo físico y su grito es agudo, fino. La rica de la foto (bolso caro, pendientes y vestido y unas uñas trabajadas que podrían romperse) además le agarra del brazo como diciendo 'no dejes de golpear'. Esa y no otra es la base del capitalismo: el chantaje que el propietario del medio de producción hace al que carece del mismo: o tocas la cacerola o no comes. La sirvienta (su uniforme servil nos lo recuerda) golpea la cacerola, tiene que comer. Así es la burguesía, incapaz de trabajar en sus fábricas, de cuidar de sus mayores, de servir su mesa, de fregar sus platos, de cocinar su comida. Hasta para protestar nos necesitan. Obviamente a la chica no se le ve muy entusiasmada. Que no os engañe su gesto gris y parado: en realidad sonríe por dentro porque sabe que los suyos han ganado. Cuando una foto desnuda la lucha de clases. Por mucho que le joda a la señora del bolso, en Venezuelan gobiernan los nuestros. Y así seguirá siendo.
José Ponce, Ender Bastardo, Henry Rangel, Keller Guevara, Luis García, Rey Sánchez, Johan Hernández y Rosiris Reyes. Los nombres y apellidos de los ocho asesinados por las hordas derechistas. Siempre en la memoria. Ni olvido ni perdón.
Ricardo Romero Laullón