El triunfo de la voluntad
Francisco J. Chavanel
Miguel Ángel Ramírez y Juan José Cobo Plana, cada uno en su labor, han logrado algo así como un aterrizaje en la luna cuando la nave ardía por los cuatro costados. Hace un año y medio nadie daba un euro por la UD Las Palmas. Los aficionados eran fantasmas errando en sus recuerdos de otras épocas; el volumen de las deudas, originadas por la alegría feliz de unos directivos inconscientes que confundieron el fútbol con sus empresas, frenaba cualquier decisión ilusionante; un fichaje estrella era algo parecido a una imposible…, todo iba cuesta abajo, olía a quiebra y a desaparición.
Es necesario recordarlo ahora. Para que la vorágine de júbilo y de exaltación de los colores no sepulte lo que se dijo en tantas esquinas entonces. Hubo un político que ante la “segura” voladura de la entidad pactó con el Universidad un cambio de nombre y su sustitución; hubo, quien por eso mismo, dejó que su muerte se enlenteciera, para que la afición se percatase de que el muerto ya no tenía solución, de que era necesario retirarle la respiración asistida. Los empresarios que un día eligió Mauricio acompañaban en su sepelio al club. “Será una quiebra más”, dijeron… “No pudimos hacer más, y el juez certificará el óbito de modo que los 13.000 millones de la deuda se evaporarán, como si nunca hubieran existido”.
Hasta que apareció la Ley Concursal y Cobo Plana. El día en que ese hombre valiente declaró que era imposible que la UD Las Palmas desapareciese, habida cuenta de la fortaleza económica de sus accionistas, hubo crujir y vendetta. “Pero, ¿quién es éste que osa poner condiciones a nuestras fortunas?”, se oyó en los despachos de los jefes de los jueces. El día que dijo que estábamos en el preludio del juicio más importante de la historia, con 50 imputados y 300 testigos, más de uno no echó gota. Y con Cobo Plana apareció Miguel Ángel Ramírez. Mientras Cobo hacía de poli malo, Ramírez negociaba con los empresarios para conducirlos como ovejitas por vías transitables. Las iras se las llevó el juez, que en varios momentos fue atacado en su crédito, engañado por políticos oportunistas, zarandeado por empresarios que se negaban a pasar por caja. El devenir de los acontecimientos ha demostrado que la combinación Cobo/Ramírez ha sido letal para los que se abonaron a la crucifixión amarilla, y vital para los creyentes en resurrecciones.
Cobo Plana cayó en el rush final, abatido por las incomprensiones, los sepulcros blanqueados, ese tipo de prensa que exige limpieza cuando su casa huele a pesebre… Ya fue tarde, la tarea estaba hecha… Hubo empresarios que se hicieron los remolones, que encomendaron su alma al diablo de una frustración colectiva. “Al fin y al cabo quién quiere a este equipo de jornaleros”, dictaron en sus almuerzos del H10. Sí, ha resultado una sorpresa. Ramírez y Cobo no sólo eran un equipo, también lo tenían en el vestuario. Jugadores malos de narices lucharon como jabatos, se creyeron los colores, y subieron la autoestima de una ciudad y una isla que no daba un duro por ellos. Me descubro.
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