Fútbol, Política e Historia
Publicado: Vie Dic 15, 2006 2:27 am
Ya se que en este foro está prohibido hablar de política si no está relacionada con el fútbol, pero este post está directamente vinculado con el mundo del fútbol. De todas maneras hay que recordar que el fútbol como hecho social es política y que el fútbol y la política siempre han caminado juntos, unas veces para bien, otras para mal... pero la realidad es esa y hay que conocer la historia para aprender lo que ha influenciado el fútbol en sociedades pasadas y como sigue influenciando el "deporte rey" en nuestras vidas. Espero que no se les haga un poco largo. ¡Buena lectura!
La pelota como bandera
En el verano de 1916, en plena guerra mundial, un capitán inglés se lanzó al asalto pateando una pelota. El capitán Nevill saltó del parapeto que lo protegía, y corriendo tras la pelota encabezó el asalto contra las trincheras alemanas. Su regimiento, que vacilaba, lo siguió. El capitán murió de un cañonazo, pero Inglaterra conquistó aquella tierra de nadie y pudo celebrar la batalla como la primera victoria del fútbol inglés en el frente de guerra.
Muchos años después, ya en los fines del siglo, el dueño del club Milan ganó las elecciones italianas con una consigna, Forza Italia!, que provenía de las tribunas de los estadios. Silvio Berlusconi prometió que salvaría a Italia como había salvado al Milan, el superequipo campeón de todo, y los electores olvidaron que algunas de sus empresas estaban a la orilla de la ruina.
El fútbol y la patria están siempre atados; y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad. La escuadra italiana ganó los mundiales del '34 y del '38 en nombre de la patria y de Mussolini, y sus jugadores empezaban y terminaban cada partido vivando a Italia y saludando al público con la palma de la mano extendida.
También para los nazis, el fútbol era una cuestión de Estado. Un monumento recuerda, en Ucrania, a los jugadores del Dínamo de Kiev de 1942. En plena ocupación alemana, ellos cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler en el estadio local. Le habían advertido:
-Si ganan mueren.
Entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos. Los once fueron fusilados con las camisetas puestas, en lo alto de un barranco, cuando terminó el partido.
Fútbol y patria, fútbol y pueblo
En 1934, mientras Bolivia y Paraguay se aniquilaban mutuamente en la guerra del Chaco, disputando un desierto pedazo de mapa, la Cruz Roja paraguaya formó un equipo de fútbol, que jugó en varias ciudades de Argentina y Uruguay y juntó bastante dinero para atender a los heridos de ambos bandos en el campo de batalla.
Tres años después, durante la guerra de España, dos equipos peregrinos fueron símbolos de la resistencia democrática. Mientras el general Franco, del brazo de Hitler y Mussolini, bombardeaba a la república española, una selección vasca recorría Europa y el club Barcelona disputaba partidos en Estados Unidos y en México. El gobierno vasco envió al equipo Euzkadi a Francia y a otros países con la misión de hacer propaganda y recaudar fondos para la defensa. Simultáneamente, el club Barcelona se embarcó hacia América. Corría el año 1937, y ya el presidente del club Barcelona había caído bajo las balas franquistas. Ambos equipos encarnaron, en los campos de fútbol y también fuera de ellos, a la democracia acosada.
Sólo cuatro jugadores catalanes regresaron a España durante la guerra. De los vascos, apenas uno. Cuando la República fue vencida, la FIFA declaró en rebeldía a los jugadores exiliados, y los amenazó con la inhabilitación definitiva, pero unos cuantos consiguieron incorporarse al fútbol latinoamericano. Con varios vascos se formó, en México, el club España, que resultó imbatible en sus primeros tiempos. El delantero del equipo Euzkadi, Isidro Lángara, debutó en el fútbol argentino en 1939. En el primer partido metió cuatro goles. Fue en el club San Lorenzo, donde también brilló Angel Zubieta, que había jugado en la línea media de Euzkadi. Después, en México, Lángara encabezó la tabla de goleadores de 1945 en el campeonato local.
El club modelo de la España de Franco, el Real Madrid, reinó en el mundo entre 1956 y 1960. Este equipo deslumbrante ganó al hilo cuatro copas de la Liga española, cinco copas de Europa y una intercontinental. El Real Madrid andaba por todas partes y siempre dejaba a la gente con la boca abierta. La dictadura de Franco había encontrado una insuperable embajada ambulante. Los goles que la radio transmitía eran clarinadas de triunfo más eficaces que el himno Cara al sol. En 1959, uno de los jefes del régimen, José Solís, pronunció un discurso de gratitud ante los jugadores, "porque gente que antes nos odiaba, ahora nos comprende gracias a vosotros". Como el Cid Campeador, el Real Madrid reunía la virtudes de la Raza, aunque su famosa línea de ataque se parecía más bien a la Legión Extranjera. En ella brillaba un francés, Kopa, dos argentinos, Di Stéfano y Rial, el uruguayo Santamaría y el húngaro Puskas.
A Ferenk Puskas lo llamaban Cañoncito Pum, por las virtudes demoledoras de su pierna izquierda, que también sabía ser un guante. Otros húngaros, Ladislao Kubala, Zoltan Czibor y Sandor Kocsis, se lucían en el club Barcelona en esos años. En 1954 se colocó la primera piedra del Camp Nou, el gran estadio que nació de Kubala: el gentío que iba a verlo jugar, pases al milímetro, remates mortíferos, no cabía en el estadio anterior. Czibor, mientras tanto, sacaba chispas de los zapatos. El otro húngaro del Barcelona, Kocsis, era un gran cabeceador. Cabeza de oro, lo llamaban, y un mar de pañuelos celebraba sus goles. Dicen que Kocsis fue la mejor cabeza de Europa, después de Churchill.
En 1950, Kubala había integrado un equipo húngaro en el exilio, lo que le valió una suspensión de dos años, decretada por la FIFA. Después, la FIFA sancionó con más de un año de suspensión a Puskas, Czibor, Kocsis y otros húngaros que habían jugado en otro equipo en el exilio desde fines de 1956, cuando la invasión soviética aplastó la resurrección popular.
En 1958, en plena guerra de la independencia, Argelia formó una selección de fútbol que por primera vez vistió los colores patrios. Integraban su plantel Makhloufi, Ben Tifour y otros argelinos que jugaban profesionalmente en el fútbol francés.
Bloqueada por la potencia colonial, Argelia sólo consiguió jugar con Marruecos, país que por semejante pecado fue desafiliado de la FIFA durante algunos años, y además disputó unos pocos partidos sin trascendencia, organizados por los sindicatos deportivos de ciertos países árabes y del este de Europa. La FIFA cerró todas las puertas a la selección argelina y el fútbol francés castigó a esos jugadores decretando su muerte civil. Presos por contrato, ellos nunca más podrían volver a la actividad profesional.
Pero después Argelia conquistó la independencia, el fútbol francés no tuvo más remedio que volver a llamar a los jugadores que sus tribunas añoraban.
Dínamo de Kiev
Extraido de : Gotas de humor para un baño de sangre
Corre 1942, las tropas nazis han invadido la URSS y ocupan Kiev, capital ucraniana. Josif Kordik, dueño de la Panadería Nº 3, almuerza en un restaurante cuando divisa en la vereda del frente a Nikolai Trusevich, arquero del popular Dínamo. La guerra ha obligado a disolver el equipo y sus jugadores se han dispersado. El gigante Trusevich -hambriento y muerto de frío- recién ha salido de un campo de prisioneros y deambula sin saber dónde dormir.
La reacción natural del hincha habría sido pedirle un autógrafo al ídolo. Kordik no sólo hace eso: le ofrece trabajo como barrendero. Colaboracionista alemán, ve pronto una oportunidad única. Gracias a Trusevich recluta en su fábrica a una docena de las mayores estrellas del balompié local. "Me escondía en la casa de mi suegra. Nikolai me contó la idea y lo ayudé a encontrar al resto de los muchachos", relata el wing Makar Goncharenko. Los desesperados cracks reciben comida y techo cuando el país está en ruinas.
Camino al matadero Hasta aquí podría ser una historia ejemplar. Pero Kordik no es un tipo misericordioso y aprovecha su poder para crear un equipo personal que entrena en el patio de la panadería. Simpatizantes comunistas, los jugadores deciden que su camiseta sea de un color rojo furioso. Así nace el FC Start, una verdadera selección de Kiev que sin saberlo camina al matadero. "No tenemos armas, pero venceremos en la cancha a los fascistas bajo los colores de nuestra bandera", proclama el arquero Trusevich antes del primer partido oficial, que juegan con botas de trabajo y overoles recortados.
Los nazis usaron al fútbol como instrumento de propaganda. Quisieron organizar el abortado Mundial de 1942 y dos semanas antes de la caída de Berlín aún se jugaban partidos de copa. Un equipo de la anexada Austria, el Rapid de Viena, figura como campeón de la temporada 1941 del balompié alemán. En cada país ocupado se organizaron torneos para brindar a la población una falsa sensación de normalidad. Eso sucedió en Ucrania. En la extraña liga creada en 1942 participaron seis cuadros. Cuatro representaban a ejércitos del Eje. El quinto era el Rukh, formado por colaboracionistas locales; el sexto, el FC Start, que en el primer partido aplastó por 7 a 2 a sus compatriotas.
Kordik los había obligado a participar pese al evidente riesgo. La caridad de sus compatriotas les permitió comprar calcetines y pantalones cortos para los siguientes encuentros. Sin querer, el Start se había convertido en símbolo de la resistencia y en un buen negocio. Jugando en un pequeño y atiborrado estadio siguió goleando sin piedad a sus rivales. El 6 de agosto se coronó campeón invicto humillando por 5 a 1 al Flakelf, el invencible seleccionado de la Luftwaffe. "Pese al marcador, ambos equipos fueron parejos", informó una escueta nota de prensa nazi.
Al día siguiente los alemanes tapizaron Kiev con carteles que anunciaban una innecesaria revancha, que se jugaría dos días después. Ese caluroso domingo 9 de agosto, el Estadio Zenit estaba repleto. En la tribuna, oficiales nazis; en las galerías, el pueblo ucraniano custodiado por soldados y mastines. El árbitro advirtió al Start que debía saludar a sus rivales con un sonoro "Heil, Hitler". En vez de ello, en la cancha los ucranianos se golpearon el pecho y gritaron a la usanza comunista.
El primer tiempo fue un festival de patadas que el réferi no quiso ver. Trusevich permaneció varios minutos inconsciente luego de ser golpeado en la cabeza y, sin arquero, los germanos abrieron la cuenta. Pese al robo, los de rojo se fueron al descanso venciendo por tres a uno, con dos tantos del goleador Ivan Kuzmenko. Las graderías hervían y el comandante de ocupación Eberhardt era insultado por un verdadero coro popular.
En el entretiempo, un oficial nazi entró al camarín del Start. "Deben comprender las consecuencias de sus actos", les advirtió. Sin embargo el orgullo fue más fuerte y los rojos vencieron por 5 a 3. El árbitro suspendió el partido luego de que Aleksei Klimenko, defensa ucraniano, gambeteó a medio equipo rival, llegó hasta la línea de gol y en vez de anotar volvió caminando con el balón al círculo central. La multitud enloqueció e incluso soldados húngaros y rumanos, aliados alemanes, participaron de revueltas en las afueras del estadio.
Extrañamente, el fin de semana siguiente el FC Start volvió a jugar y goleó por 8 a 0 al Rukh. Pero dos días después nueve de sus jugadores fueron detenidos por la Gestapo y acusados de sedición. El volante Nikolai Korotkykh fue ejecutado en el acto: su propia hermana lo había denunciado como espía ruso. Tras semanas de torturas el resto fue enviado al tenebroso campo de concentración de Siretz. Luego de un ataque de partisanos ucranianos se ordenaron fusilamientos selectivos como amedrentamiento. Kuzmenko, Klimenko y el arquero Trusevich fueron ejecutados. Este último murió con su camiseta puesta gritando "¡el deporte rojo nunca morirá!". Sus cuerpos fueron lanzados a un barranco.
Sólo cuatro miembros del FC Start sobrevivieron hasta la liberación rusa. Lo que vino fue absurdo. Autoridades estalinistas los acusaron de traición por confraternizar con el enemigo y sólo salvaron la vida jurando guardar silencio para siempre. Pero su leyenda crecía en Ucrania y en los años 60 salió a la luz. La adornada historia oficial establecía que luego de la victoria contra los nazis los once jugadores del equipo, aún uniformados, habían sido fusilados en un risco con los puños en alto. Esa versión fue recogida por el uruguayo Eduardo Galeano en su relato "La Pelota como Bandera".
Tras la caída de la URSS se conoció la verdad. Makar Goncharenko era el único miembro del FC Start que aún vivía y por fin pudo hablar. Poco antes de fallecer en 1996 conversó con el periodista inglés Andy Dougan, autor del libro "Dínamo: Defendiendo el honor de Kiev" (recientemente publicado en español). El viejo lateral tenía la película muy clara y no se creía un héroe: "Mis amigos no murieron porque fueran grandes jugadores, murieron como tantos otros porque dos regímenes totalitarios se enfrentaron. Estábamos condenados a ser víctimas de una masacre a gran escala".
En Ucrania, los jugadores del FC Start hoy son héroes patrios y su ejemplo de coraje se enseña en los colegios. En el estadio Zenit una placa reza "A los jugadores que murieron con la frente en alto ante el invasor nazi". Y quienes conservan una entrada del partido más triste de la historia tienen asegurado de por vida el pase gratis para alentar al
Cuando HITLER mato el Futbol. Mundial de Italia, 1934
El mejor jugador del denominado Wunderteam (equipo maravilloso), Matthias Sindelar, alias "el Mozart del fútbol", deslumbró en el ´34 y falleció trágicamente en 1939, ya que con Austria anexada por Alemania, él se negaba a representar a una nación liderada por el genocida de Adolf Hitler. Por ese motivo lo marcaron como opositor, le impidieron jugar, trabajar y cruzar las fronteras, quedando olvidado y sin trabajo, además fue perseguido y se ofreció una recompensa a quién lo delatara.
Lo denunció uno de sus compañeros de equipo del Wunderteam y el 22 de enero él y su esposa italiana Camila, se suicidaron inhalando gas de la cocina ante la posibilidad de terminar en un campo de concentración. En el club en el que jugaba se recibieron mas de quince mil telegramas de pésame, y por ese mismo motivo el correo estuvo atascado por seis días, a su funeral asistieron cuarenta mil personas que enfrentaron la amenazadora presencia de tropas nazis para asistir al funeral. La calle donde él vivía, pasó de llamarce Laaerberg a Sindelarstrasse.
En el 2000, la Federación de Historia y Estadísticas del Fútbol lo nombró como el jugador austriaco mas importante de todos los tiempos.
Aguante, fútbol y resistencia
Una historia alternativa del deporte más popular del mundo
Camilo Rueda Navarro
Revista Viento del Sur
El "deporte de masas" tiene una historia alternativa poco conocida y muchas veces omitida, que muestra su carácter popular, su vinculación a formas organizativas de la clase obrera, y su carácter de espacio de resistencia y rebeldía.
ORÍGEN Y MASIFICACIÓN
Se dice que el fútbol, como muchas otras cosas, tiene sus orígenes en la China antigua. También hay indicios de la práctica de un violento deporte practicado con una bola en las civilizaciones precolombinas, principalmente mayas y aztecas. Pero el fútbol moderno, como lo conocemos hoy en día, tiene su origen en Inglaterra. Este deporte se popularizó a lo largo del siglo XIX, ligado al crecimiento de la clase obrera inglesa y escocesa. En esos años, la práctica del fútbol estuvo articulada a la lucha obrera por la disminución de la duración de la jornada laboral (en esas épocas de 14 o 16 horas) y a las demandas de tiempo libre, deporte y recreación de los asalariados.
En ese momento, el fútbol se conviertió en patrimonio popular, y las clases de élite migraron a la práctica de otros deportes como el rugby y el polo. Los trabajadores mercantiles de la gran flota inglesa lo empiezan a llevar por todo el mundo, a los dominios del gran imperio británico de finales del siglo XIX. Tiene particular arraigo en el cono sur y en los puertos de Latinoamérica, como Montevideo, Uruguay, donde es creado en 1887 el club Peñarol.
Migrantes europeos, huyendo de sus países por razones políticas o por su crítico estado de pobreza, buscan una nueva vida en los países suramericanos. De esta forma, grandes colonias italianas y españolas traen consigo la práctica del fútbol al "nuevo mundo". El club Boca Juniors, de Buenos Aires, fue fundado por habitantes del barrio de la Boca, lugar donde queda el puerto de la ciudad y donde tienen su hogar numerosos migrantes que recién arribaban al país argentino. Los colores del club (azul y oro) fueron adoptados de la bandera de un barco sueco que llegó al puerto en el momento en que se formaba el nuevo equipo, en 1905. A los hinchas de Boca se les conoce como "los xeneizes", adjetivo para referirse en Italia a los nacidos en Génova, pues un alto número de migrantes provenientes de esta ciudad italiana habitaban en el barrio de la Boca y jugaban en éste equipo, o eran simpatizantes de él. Así mismo, sus rivales los empiezan a llamar "los bosteros", pues por estas época
s el tránsito era a caballo, y las personas más humildes se ocupaban recogiendo la "bosta" o excrementos de los animales, y como en Boca tenían asiento trabajadores y migrantes desocupados, se les adjudica este calificativo.
A su vez, trabajadores ferroviarios fundan múltiples equipos de fútbol, muchas veces adjuntos a sindicatos obreros. Tal es el caso de "Ferrocarril Oeste", equipo fundado por los trabajadores del transporte en tren, símbolo del advenimiento del capitalismo industrial. Así mismo, Argentinos Juniors nació llamándose "Mártires de Chicago" por los obreros caídos el primero de mayo, así como un primero de mayo fue el día escogido para fundar el club "Chacarita Juniors" conformado por obreros anarquistas, en la biblioteca de un comité socialista argentino. En estos años, y siguiendo el ideario asociativo de socialistas y anarquistas, los obreros fundaban por doquier clubes sociales y deportivos, que son los antecedentes de los equipos de la actualidad.
EL FÚTBOL COMO EXPRESIÓN POLÍTICA Y SOCIAL
A mediados del siglo XX, los hinchas del Racing Club de Argentina, reunidos en la barra "La Guardia Imperial", eran en su mayoría obreros del barrio de Avellaneda, en Buenos Aires, donde tiene su hogar el equipo albiceleste. El movimiento peronista tuvo su lugar de mayor arraigo y fortaleza en el barrio Avellaneda, donde habitaba la masa obrera seguidora del caudillo. Por esta razón, el estadio de Racing lleva el nombre de "Juan Domingo Perón".
En España, el club catalán Barcelona, más conocido como el "Barça", siempre representó y simbolizó a la República española, en oposición al monárquico, franquista y aristocrático, Real Madrid, (que ha llegado a ser uno de los equipos más racistas del mundo: cuando el jugador colombiano Freddy Rincón fue contratado por el Real, los hinchas lo silbaban y hacían pintas en el estadio que decían: "negro salvaje, vuelve a la selva").
Mientras que en el Barcelona fue tal el grado de identificación con la República, que una vez iniciada la guerra civil española (en 1936), el equipo emprendió una gira internacional recaudando fondos para la resistencia republicana y la lucha contra el franquismo. Luego de la guerra, el Barça encarnó la oposición al unanimismo católico de la dictadura y al centralismo madrilista.
Durante las décadas de 1960 y 1970, en el cono sur, las nacientes "barras bravas" se convierten en una auténtica manifestación social en contra del autoritarismo de las dictaduras en Argentina, Chile y Uruguay. Estos espacios, integrados mayoritariamente por jóvenes, se convierten durante estos años en espacios de resistencia, donde se entonan cánticos rebeldes, y se extienden banderas que en ocasiones denunciaban la violación de los derechos humanos o exigían el fin de la dictadura.
Desde la modernidad, los pueblos son representados en el contexto mundial por Estados nacionales. Pero hoy en día, uno de los principales símbolos de representación es la selección nacional de fútbol. Por esa razón, en años recientes se ha conformado la selección nacional de Palestina (donde juega el delantero de Santa Fe, Alejandro Naif) que, a causa del bloqueo y la ocupación israelí sobre sus territorios, se ha conformado con jugadores de países del exterior, a base de palestinos migrantes, como los que viven en Chile y Argentina, que pese a estar "latinoamericanizados", mantienen la cultura árabe, y sobre todo, la nacionalidad y tradición palestina, y por ello, defienden sus colores en una cancha de fútbol. La selección de Palestina, cuyo pueblo ha existido por muchos años sin su propio Estado, ha sido reconocida internacionalmente en primer lugar por la FIFA, (antes de que lo haya hecho la ONU), ganando su estatus internacional como nación.
En 1999, durante la agresión militar de Estados Unidos y la OTAN contra la desaparecida Yugoslavia, decenas de jugadores de ese país, que militaban en equipos de Europa, emprendieron un movimiento en contra de la guerra y la agresión. Cuando anotaban goles, festejaban mostrando avisos en sus camisetas que decían "OTAN asesinos"; "abajo la OTAN"; o "fuera tropas de Yugoslavia", entre otros. Este movimiento tuvo una gran repercusión internacional, que causó que la FIFA decretara como infracción la muestra de avisos en las camisetas, sancionando a los jugadores que lo hicieran, en un abierto atentando contra la libertad de expresión.
El fútbol ha sido una de las muestras de la idiosincrasia de los pueblos, reflejando características nacionales como el pragmatismo inglés, la recia actitud alemana, la alegría brasilera, la "garra charrúa" de los uruguayos, o la "fuerza guaraní" de los paraguayos, entre otros muchos casos de verdadera representación social. Pero trascendiendo el espacio nacional, el fútbol también ha reflejado las contradicciones sociales y las diferencias en el seno de las sociedades. Por ejemplo, el Boca representó los migrantes pobres y trabajadores que llegaban a Buenos Aires y se instalaban cerca del puerto, en el barrio de la Boca. Su rival tradicional, el River Plate, tiene sus instalaciones en un prestigioso barrio de la ciudad, y cuenta con un lujoso estadio donde juega la selección nacional. A River se les apoda "los millonarios", haciendo alusión a sus grandes recursos económicos y a las costosas transferencias de jugadores que han hecho en la historia.
En el caso colombiano, el equipo "Los Millonarios", como su homónimo argentino, encarna valores como el triunfalismo, la tradición y el prestigio. El equipo que ha sido llamado el "ballet azul", se le reconoce por la contabilidad mercantilista de sus "trece estrellas" obtenidas. Mientras su histórico rival de ciudad, Santa Fe, ha representado "la garra" y la fuerza del pueblo, el sacrificio, la humildad, la nobleza, y la capacidad de entrega frente a la adversidad. Santa Fe, que fue el primer campeón del fútbol colombiano sin ser favorito, se convirtió en un equipo grande a punta de sacrificio, y en los últimos años, enfrentó a los "narco-dreamteams" de Gacha, Escobar y los Rodríguez.
En un país donde echó raíces el dogmatismo político y la intolerancia, mecánicamente se relacionó el azul del uniforme de Millonarios con el conservatismo. Por el contrario, en una de las banderas de las barras de Santa Fe encontramos al caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán, figura recordada por esta hinchada, y al que se le recuerda como "del pueblo", es decir, santafereño.
FÚTBOL Y CAPITALISMO
Luego de su popularización y éxito en muchos países del mundo, el fútbol es rápidamente mercantilizado e incorporado por el capitalismo. Las grandes empresas empiezan a ver en él una jugosa fuente de ganancias. Así, y con el beneplácito y complicidad de la Federación Internacional de Fútbol Asociado, FIFA, el fútbol pasa a ser un negocio redondo. En él, el jugador pasa a convertirse en una mercancía, y ahora no defenderá su camiseta, sino que será un "mercenario del deporte", que servirá a la causa del mejor postor. El dios dinero pasará a dominar por completo el fútbol.
En la era del predominio del capital financiero, en el fútbol pasan a un segundo plano el barrio, el puerto, el sindicato, la ciudad, la región y la nación, otrora estandartes del futbolista. El fútbol será concebido ahora como un "espectáculo de masas", propio para el lucro individual, donde llegarán con sus garras las empresas multinacionales como Coca-cola, Mastercard, LG, o Cerveza Águila. Y la FIFA será la gran empresa multinacional del fútbol, administrando la rentabilidad de todo el negocio.
Y más aún, el fútbol será el complemento perfecto al orden social existente, con el castigo respectivo a los desobedientes. Han existido casos como el mundial Argentina '78, que fue apoyado por los militares para limpiar ante el mundo la mala imagen de la dictadura. Y en muchos otros casos, el fútbol será manipulado por gobiernos para legitimar sus acciones, y para distraer a la gente de los problemas sociales.
MARADONA, EL REBELDE DEL FÚTBOL
Diego Armando Maradona, como muchos de los futbolistas profesionales, tiene un origen humilde. Nació en el paupérrimo barrio de "Villa Fiorito" en Buenos Aires, donde vivía en un rancho con su familia. Allí aprendió a jugar fútbol en los potreros y calles, y pronto se convirtió en figura del fútbol.
Después de jugar en Boca Juniors, Maradona va en 1986 al mundial con la selección argentina. En México '86 "caen las tropas de su majestad": la selección inglesa. Justo después de la guerra de Malvinas, Maradona hace lo que no pudieron los militares argentinos: derrotar a Inglaterra liderando el "ejército" de Bilardo, representante de la nación argentina, dolida por la derrota de 1982. Con dos genialidades de Maradona: la célebre "mano de dios", y un gol de antología, calificado como el mejor de los mundiales, Argentina deja por fuera del mundial a los ingleses, y luego, derrotando 3-2 a Alemania, se corona campeón.
Al año siguiente, en 1987, Maradona va al club italiano Nápoles, en Italia. Allí, como en muchas partes del mundo, el país está dividido en dos: el norte industrializado, rico y próspero, y el sur, agrario, atrasado y pobre. Cuando el Nápoles, equipo de la principal ciudad del sur, jugaba en el norte, era recibido con carteles que decían "Bienvenidos a Italia". Con Maradona "cayó el norte de la Italia rica". El astro argentino logró hacer grande a un equipo chico. Con sus goles consiguió que el Nápoles fuera campeón de Italia, derrotando a los tradicionales Lazio, Inter y demás equipos del norte. (Maradona es aborrecido por los seguidores del Milán, un equipo que tiene como hinchas a jóvenes "cabezasrapadas" simpatizantes del fascismo, y como propietario a Silvio Berlusconi, el dueño de los principales medios de comunicación y de media Italia, y para completar, desde hace unos años, primer ministro). Pero el Nápoles, ahora con Maradona, fue y derrotó al equipo que los había o
fendido. Y luego, derrotando a los grandes equipos del continente, logró que el Nápoles fuera campeón de Europa.
Pero Maradona también jugó fuera de las canchas. Fue el primer promotor del movimiento sindical del fútbol. En Argentina logró la consolidación de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA), sindicato de los jugadores de ése país. Y con otras figuras del fútbol, ha promovido la creación de una asociación internacional de futbolistas que defienda sus intereses. Desde el mundial de 1986, Maradona se opuso a los partidos bajo el sol inclemente de mediodía, pues la FIFA programaba los encuentros para que coincidieran con el horario estelar de la noche en Europa, para comercializarlos en TV. Así mismo, exigió la fiscalización de los recursos de la FIFA, que recibe una millonaria suma por el fútbol, sin beneficio alguno para los que generan esta ganancia.
Maradona ha sido crítico de los militares, del papa, de la FIFA, de los medios… y de todos los poderosos. Y admirador del Che, amigo de Fidel, enamorado de Cuba. Nos afirma que "tipos como Videla hacen que el nombre de Argentina esté sucio afuera; en cambio, el del Che nos tendría que hacer sentir orgullosos". Por estas razones, Maradona fue blanco en varias oportunidades de persecución y montajes. Y más aún, fue la antítesis de Pelé, el que dio el paso de ser un gran jugador y figura ejemplar para todos los futbolistas, a ser el consentido de la FIFA y símbolo de Masterd Card. (Todo un símbolo comercial). Pelé negro, Maradona blanco. Pelé diestro, Maradona zurdo. Pelé brasilero, Maradona argentino. Pelé sonriendo con la FIFA, Maradona criticando a la FIFA. Pelé entregado al capital, promoviendo "la tarjeta mundial", Maradona rebelde, promoviendo el movimiento sindical…
TIEMPO DE ADICCIÓN
El capitalismo convierte todo lo que se encuentra en su camino en mercancía, y el fútbol no podía ser la excepción. Hoy en día, los equipos son auténticas empresas, y los jugadores no son más que mercancías, que en muchos casos se venden al mejor postor. Sin embargo, el fútbol sigue siendo auténticamente popular, pues son pocos los jugadores famosos que tienen un origen de élite. Es más, los mejores jugadores siguen saliendo de las capas pobres de la población (como Carlos Tévez o Ronaldinho). Y pese a los millones que manejan las multinacionales que rondan al fútbol, no lo pueden comprar. Tampoco valen de nada los millones que invierte por ejemplo el poderoso Real Madrid en las grandes estrellas del fútbol, pues cuando sale a la cancha, pierde con cualquier equipo. Todo, porque el fútbol sigue siendo del pueblo: de la gente de los barrios, de los puertos humildes como Tumaco, y de los separadores de las avenidas, donde se suele ver a la hora del almuerzo a los célebres rusos, (obreros de la construcción), jugando con un balón.
Recuperar el futbol
por Osvaldo Bayer
publicado en la Revista Lote número 13 http://www.revistalote.com.ar/
"¿Cómo hacer para terminar con la perversión del más hermoso juego colectivo de los humanos? ¿Cómo hacer que lo bello quede bello por sí mismo sin que pueda venderse? En el principio fue la nobleza del desinterés, el afán de jugar por el juego mismo. Volver entonces a las fuentes, a la utopía."
¿Para qué vamos a intentar más explicaciones sociológicas? Las botellas de 2,25 litros de Coca Cola lo dicen todo: "Viví fútbol, soñá fútbol, tomá Coca Cola". El dedo de Sensini ocupó más espacio que la ola de depredación en las escuelas bonaerenses. Un signo más que singular de violencia en la decadencia. No es ya la Biblia y el calefón, es el calefón en el altar y nada más. Pero no es un tema sólo argentino: en el primer mundo, Alemania, por ejemplo, el fútbol tuvo diez veces más espacio en los medios que el problema de la desocupación. Una desocupación de millones de desocupados, para hablar con propiedad. En Europa hay más desocupados que todos los espectadores juntos que concurrieron a las canchas del mundial de fútbol. Para qué hacer una sesuda interpretación sociológica o preocuparse por las posibles consecuencias en la sensibilidad humana: viví fútbol, soñá fútbol, tomá Coca Cola. Y decí siempre sí y sí y sí. Re-re-reelección.
Y sin embargo. Fútbol es juego. Jugar. Maravilloso. Pero le ha pasado como al hogareño entretenimiento de los naipes. De pronto, asomó el dinero y se estropeó todo. Havelange, millonario truhán amigo de dictadores de picana y capucha tomó a su cargo la prostitución del esférico; Samaranch, funcionario del tristemente célebre Francisco Franco –fusilador fascista de las más hermosas criaturas humanas de un pueblo– negocia los juegos olímpicos. El negocio es perfecto. Negocio con inmoralidad política. Soñá fútbol y tomá Coca Cola.
En la transmisión televisiva del match Escocia-Noruega, los locutores televisivos informaban entusiasmados que el seleccionado escocés cambia las camisetas en cada nuevo partido. De manera que los hinchas, incentivados, para no perderse una sola camiseta, compran y compran, y así el treinta por ciento del presupuesto de la selección es sostenido con la venta de camisetas. (¿Cómo era aquello antes de "la camiseta es sagrada", o "los colores no se venden"?). Pero eso no es nada, tal vez peor es la jeringonza estúpida de radios y televisoras sobre lo que dijo el muñeco y lo que no dijo el piojo. Estupidización. La mejor arma para capar la protesta, someter al rebelde, tapar el lodo de las villas miserias, negar la humillación del viejo jubilado. Viví fútbol y si no te alcanza para comprar Coca Cola, soñá fútbol.
Pero no han podido quitarle belleza al fútbol como concepción. Lo han prostituido, sí, y con él nos hemos prostituidos todos. Hoy, Miguel Angel estaría pintando para Coca Cola y su representante sería Havelange. Pero los cuadros de Miguel Angel pintados antes estarán siempre en toda su belleza; a esos sí que es imposible de prostituir. En un librillo que escribí titulado "Fútbol Argentino", que prologó el querido amigo Osvaldo Soriano, hice esta definición del juego de los once: "Todo fue una leyenda, un magnífico cuento de magos, volatineros, malabaristas y hasta clowns. De titiriteros de gran proscenio. Un teatro inigualable para niños y grandes, y para niños grandes.
"Un encuentro humano con alegrías y lágrimas, con ruidos y espantos. El circo de la gente pobre, la misa de campaña de los solitarios que quieren sentirse acompañados por una vez. Pero también el circo de los ricos y aprovechados, de los eufóricos y de los aburridos. Es la humanidad en el pequeñísimo cosmos de un cuadrilátero verde. El juego, tan humano como la risa, el llanto, el amor. Jugar, ver fútbol es también jugarlo.
"Un juego capitalista porque se requiere rendimiento, afán de ganar, de ser superior. Un juego socialista porque necesita el esfuerzo de todo el equipo, de la ayuda mutua para obtener el triunfo, que es una vida mejor. El gol es de todos cuando todos trabajamos para él. El sueño, la esperanza, el gol. El gol es la felicidad.
"Pero también es el miedo. El miedo del arquero ante el penal, el fracaso, la derrota. Lo imprevisto. Todo demasiado humano. La vida.
"Dijeron del fútbol que es la banalidad más hermosa del mundo. O también que es un escapismo que trabaja con nuestras fuerzas y debilidades. En fin.
Al entrenador alemán Sepp Herberger le pidieron que definiera el fútbol. Luego de mucho cavilar respondió: "La pelota es redonda".
¿Un humorista ? ¿Un sabio ? ¿Un posmoderno? ¿Un resignado? ¿Un socrático? ¿O meramente un superficial?
"Sócrates y Discépolo hubieran contestado: "La vida es una pelota".
"Bien, de acuerdo. Pero por lo menos pateémosla con alegría y hacia adelante".
A esto lo escribí hace una década como base del filme que se llamó "Fútbol Argentino". Hoy, ante el tristísimo y obsceno espectáculo del mundial de Francia, agregaría las armas que tenemos que ejercitar para recobrar la dignidad del fútbol, para que el fútbol nos ayude a ser más humanos y nos acompañe a emprender por fin el camino al paraíso.
¿Cómo hacer para terminar con la perversión del más hermoso juego colectivo de los humanos? ¿Cómo hacer que lo bello quede bello por sí mismo sin que pueda venderse? En el principio fue la nobleza del desinterés, el afán de jugar por el juego mismo. Volver entonces a las fuentes, a la utopía. Lo amateur, el deporte por el cuerpo y por la belleza y no por el interés del dinero. Regresar las olimpíadas de antes donde quedaba descalificado quien representaba a una empresa o recogía el billete en su cuenta bancaria, y donde no había calificación por nacionalidad. Si no hace muchas décadas se pudo llevar a cabo este concepto, ¿por qué no se puede regresar a él ? Poner la denominada "profesión" del deportista en el mismo plano que la droga. El que recibe dinero debe pasar al plano del desprecio ciudadano como quien se droga para obtener mayores resultados.
Todo tiene que comenzar con el ejemplo que se convierta en ejemplo: el boicot a concurrir a todo espectáculo deportivo en el cual los intervinientes tengan alguna marca comercial en la camiseta. Promover entre la juventud el amateurismo. Los docentes tienen que ser la columna del nuevo edificio que eleve a la nobleza al juego por el juego mismo. Antes todo deportista, entre ellos los futbolistas, tenían el oficio o la profesión del resto de la población y el juego era como el recreo para después del trabajo o para los sábados a la tarde y los domingos. ¿Que todo es una utopía ? Pues sí, y déjesenos seguir soñando. Pero es utopía basada en un pasado que existió y que también fue muy bello como espectáculo.
Claro, para eso hay que insuflarle desde chico al ser humano que el deporte no se hace para ganar si no para gozar. Un torneo deportivo no tiene que terminar con un millón de dólares para los vencedores sino con una copa para escanciar el sorbo de vino de la solidaridad y la concordia. Vencer no significa vencer sino regocijarnos todos en el abrazo de los noventa minutos de la amistad bordada por los goles.
¿Pasos? Espacios verdes para que los niños y los jóvenes puedan ser todos protagonistas en el césped y no vayan a los estadios a matarse a palos o agredirse como bestias acorraladas por el egoísmo y la violencia.
Enseñar a despreciar a quienes se drogan con la pelota televisiva. Al vencedor, la corona de rosas y no los dólares para que termine drogado o borracho frente a sus propias hijas.
Entonces, basta de psicologismos y maldiciones sociológicas. El fútbol es demasiado hermoso como para que todo se centre en la eterna discusión de si Pasarella debe recibir o no el porcentaje de Coca Cola cuando en las conferencias de prensa se ponga el cartel de la bebida. No sigamos en eso y no hagamos víctimas a nuestros hijos y nietos arrimándolos al televisor en vez de abrirles la puerta para que correteen bajo el sol o la lluvia. Que las organizaciones comunales inicien campeonatos donde todos se sientan protagonistas y le hagan un corte de manga a las barras bravas y a los Havelange y Grondona.
No es tan utópico pensar que el asco va a ir ganando adeptos y la pantalla se va a convertir en aquello que llamábamos baldíos para hacer "picados" y los campeonatos mundiales de fútbol de mil millones de dólares financiados por los más poderosos massmedia de la historia se transformarán en juegos florales donde saldrán campeones los jamaiquinos y nigerianos por la belleza de sus movimientos.
Será el momento en que podamos repudiar a aquél Pasarella a quien se lo vio sonreír una sola vez: cuando levantó la copa mundial mirando al dictador Videla como asegurándole que la habían ganado juntos. O al actual entrenador alemán Berti Vogts que fue jugador en el mundial de los comandantes de la desaparición y que declaró que él se había sentido muy bien en Buenos Aires porque todo era muy tranquilo y sin signos de violencia, a pesar de todos los informes de los organismos internacionales de derechos humanos. Y también al señor entrenador Griguol, quien fue a rendir su homenaje al desaparecedor Viola, en su entierro, mostrando todo su necio corazón totalitario.(Yo hincha de Rosario Central cúanto me alegré cuando salimos campeones con Griguol, pero, después de haber hecho su camino de alcahuete póstumo del sanguinario desaparecedor, ya ni siquiera siento un ápice de nostalgia por aquellos momentos felices.)
Ni el dinero, ni el vasallaje a los intereses políticos tienen que ensombrecer a un deporte tan querido. Tratemos de purificarlo cada uno en el lugar donde se sienta responsable ante la sociedad por la grandeza del alma y la belleza de las formas.
Agnósticos y creyentes, proletarios y bacanes
Osvaldo Bayer
Texto publicado en el libro Fútbol Argentino, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1990
En las dos primeras décadas del siglo, en apenas una generación, el fútbol se había acriollado definitivamente, igual que los hijos de los inmigrantes europeos. En cada barrio nacían uno o dos clubes. Se los llamaba ahora Club Social y Deportivo, que en buen porteño significaba "milonga y fútbol".
Los anarquistas y socialistas estaban alarmados. En vez de ir a las asambleas o a los pic-nics ideológicos, los trabajadores concurrían a ver fútbol los domingos a la tarde y a bailar tango los sábados a la noche.
El diario anarquista La Protesta escribía en 1917 contra la "perniciosa idiotización a través del pateo reiterado de un objeto redondo". Comparaban, por sus efectos, al fútbol con la religión, sintetizando su crítica en el lema: "misa y pelota: la peor droga para los pueblos".
Pero pronto debieron actualizarse y ya en la fundación de clubes de barriadas populares aparecieron socialistas y anarquistas. Por ejemplo, el Club "Mártires de Chicago", en La Paternal, llamado así en homenaje a los obreros ahorcados en Estados Unidos por luchar en pos de la jornada de ocho horas de trabajo. Fue el núcleo que años después pasó a ser el club Argentino Juniors, un nombre menos comprometedor. También en el club "El Porvenir", como el nombre lo muestra, estuvo la mano de los utopistas. Y el mismo Chacarita Juniors nació en una biblioteca libertaria precisamente un primero de mayo, la fiesta de los trabajadores, en 1906.
Por último, los viejos luchadores -ante el entusiasmo de sus propios adherentes ideológicos frente al nuevo juego- resolvieron cambiar de actitud y llegar a una nueva conciencia: practicar el fútbol, sí, porque es un juego comunitario donde se ejercita la comunicación y el esfuerzo común; pero no el fútbol como espectáculo, que fanatiza irracionalmente a las masas.
El fútbol siguió creciendo. Los tablones de las tribunas se iban superponiendo para dar cabida a más espectadores. Pero así como los argentinos jugaban cada vez mejor en el verde, así comenzaba a complicarse la organización fuera de la cancha. Los dirigentes juegan sus propios partidos y empiezan los cismas, las sospechas de árbitros comprados; los intereses creados van ocupando el lugar de lo que poco antes había nacido como deporte por el deporte mismo. El fútbol se capitaliza. A los jugadores -amateurs hasta es momento- se los retiene en los clubes por dinero, y los clubes que tienen dinero atraen a los mejores de los clubes pobres. Aparecen ya, a comienzo de los veinte, las categorías de clubes grandes y clubes chicos.
Pero, mezquindades aparte, el fútbol gana fronteras; primero hacia el interior, con los rosarinos, quienes quieren hacer en Rosario la capital del fútbol y juegan partidazos con los porteños. Luego, cruza el Río de la Plata y el duelo argentinos-uruguayos da origen a una rivalidad donde ya se habla de virilidad y debilidades, de "padres" e "hijos". Pero pese al antagonismo hay un término que los hermana y los hace inconfundibles: "fútbol rioplatense". Es la palabra mágica que evita la enemistad. Fútbol rioplatense: una manera distinta de jugar que va a dar que hablar al mundo.
En 1919 llega Boca. Primer puesto y una hinchada de oro que ya empieza a ser el jugador número 12. Nacía un mito y una realidad que tuvo su origen en un banco de la plaza Solís, del barrio genovés, cuatro años después que River. Sus modestos fundadores anduvieron de baldío en baldío, hasta lograr una canchita detrás de las carboneras Wilson, en la isla Demarchi. Desalojados de allí fueron a refugiarse a Wilde. Por último, luego de deambular de nuevo por la Boca fueron a parar, en 1923, a Brandsen y Del Crucero, el anticipo de la "bombonera". Azul y oro, la camiseta, y con los jugadores cuyos nombres pasan a ser historia: Tesorieri, Calomino, Canaveri y Garassino, quien jugó en los once puestos. 1920 une a los que serán eternos rivales. Campeones Boca y River, River y Boca. Uno de la Asociación; el otro de la Amateur. Los espectadores van a ver, más que a sus equipos, a sus ídolos.
Uno de ellos es Pedro Calomino, a quien los hinchas boquenses le gritan en dialecto xeneixe: "¡dáguele Calumín, dáguele!". Pero Calomino no se deja influenciar: se planta en la cancha, indiferente a las tribunas ansiosas de sus fantasías. Y cuando le pasan la redonda arranca por la punta, parece que frenara pero sigue dejando rivales que corren engañados para otro lado, cuando se caen. Y si un defensor se le pega, le hace "la bicicleta".
El otro ídolo es Américo Tesorieri: "Mérico", para la hinchada. Lo quieren ver saltar. Y Mérico les da el gusto: fino, flexible, plástico, es un elegante felino que complementa las curvas de la pelota con movimientos de ballet. Es un clásico, un arquero con música de Mozart.
Pero los riverplatenses también pueden presentar a su crack. Arquero, además. Es Carlos Isola, apodado "el hombre de goma" por su extraordinaria agilidad. Con increíble golpe de vista no ataja los goles, los adivina. Es más bien un artista de circo, trapecista y malabarista a la vez.
¿Quién de los dos, Tesorieri o Isola iban a representar a la Argentina en el Campeonato Sudamericano de 1921, en Buenos Aires?. Tesorieri, el de Boca, es el preferido. Y lo demuestra: el arco, invicto en todo el torneo. El final no podía ser de otro modo: Argentina y Uruguay. Y el gol de oro del uno a cero lo conseguirá Julio Libonatti, el rosarino. Un gol que enloquece a los 25.000 espectadores. Sí, 25.000 espectadores que consagran al fútbol como al espectáculo del pueblo.
Como no hay alambradas, el público invade la cancha en la pitada final, carga a sus hombros al héroe de Rosario y grita: "¡al Colón, al Colón!". Así es llevado el héroe desde el estadio de Sportivo Barracas hacia el centro. Pero a mitad de camino hay algunos a quienes el Colón les parece insuficiente y gritan: "¡A la Rosada, a Plaza de Mayo!". Y allá va la muchedumbre con el gladiador triunfante en hombros, a quien quieren consagrar César.
Pero Julio Libonatti no actuará ni de tenor ni en el escenario del Colón ni jamás traspasará el umbral de la Rosada. Lo comprarían los italianos para que juegue en el Torino. Así se iniciaba el éxodo de los mejores, un desangre colonial que todavía hoy -y más que nunca- sufre el fútbol criollo.
Huracán se llama el equipo que viene de un barrio proletario, Nueva Pompeya. La insignia es un globito, el globo de Jorge Newbery, el gentleman del aire que nunca volvió de su último viaje. El nuevo club se fundó en la vereda, y se escribía Huracán sin H. Poco conocimiento de la gramática pero mucho de la gambeta. En 1921 y 1922 se coronaron campeones de la Asociación Argentina. Tenían un crack indiscutible: Guillermo Stábile. Lo llamaban "el filtrador" porque venía desde atrás, en el ataque, y estaba adelante siempre para definir cuando la pelota llegaba al área. Más tarde, Stábile sería uno de los primeros que ejercería una nueva profesión: la de entrenador de fútbol.
En esa delantera de Huracán campeón también se hallaba otro artillero: Cesáreo Onzari, el del famoso gol olímpico. Será en 1924. Los uruguayos habían consagrado al fútbol rioplatense como "el mejor del mundo" al salir campeones de las Olimpíadas de París. Cuando regresaron, los argentinos los desafiaron y vencieron a los campeones mundiales por 2 a 1, con gol desde el córner de Onzari. Pocos días antes, en Inglaterra, se habían aceptado los goles por tiro de esquina directo. Uno de los goles más hermosos: habría que cobrarlos dobles por la belleza de la curva que hace el balón.
En 1922 otro nombre se consagra. Viene de Avellaneda. Se llama con orgullo Independiente. El nombre libertario contiene mucha protesta. Lo eligieron los cadetes y empleados argentinos de una gran tienda inglesa que no les permitía integrar el equipo de la casa. El nombre que adoptan y el rojo de la camiseta los hace peligroso para algunos. El club nació de una mesa de café del centro, en Hipólito Yrigoyen y Perú. Pero un terreno barato los llevó a Avellaneda, muy cerca de Racing. Y empezó la rivalidad y la identificación con la barriada proletaria. En 1926, el equipo rojo hace realidad el sueño de todos los futbolistas y de los hinchas. ¡Campeones invictos!. ¡No perdieron ningún partido!. Vengaban así el recuerdo del primer match oficial de 1907, cuando perdieron 21 a 1 contra Atlanta.
En el cuadro invicto estaban figuras que fueron directamente al paraíso: aquellos cinco mosqueteros de la delantera: Canaveri, Lalín, Ravaschino, Seoane y Orsi. Nacen los diablos rojos. Sus diabluras en el área levantan las tribunas populares, que los sabe de su misma extracción barrial. El "negro" Seoane los deja parados a todos los adversarios, y "Mumo" Orsi es quien rompe los piolines de las vallas adversarias.
Hasta hay payadores criollos que le cantan al campeón:
Ha de gritar el que pueda
siguiendo nuestra corriente
hurras al Independiente
del pueblo de Avellaneda.
Pero los rojos no hacen olvidar al Boca de 1925, proclamado campeón de honor por la Asociación. Ese año ha jugado en Europa; la gira inolvidable. Los europeos querían ver el fútbol rioplatense que habían puesto de moda los uruguayos. Y Boca no defraudó: 19 partidos jugados, 15 ganados y sólo tres perdidos.
Aunque lo mejor del fútbol argentino anda de viaje por Europa, los hinchas no tienen de qué quejarse, principalmente los de la Academia, que poseen una pareja derecha que no sólo se engolosina con sus malabarismos sino que también mete goles: Natalio Perinetti y Pedro Ochoa. Aquel cantor del Abasto, que ha llegado al centro, le dedica al lucido gambeteador Ochoa un tangazo: "Ochoíta, el crack de la afición".
1927 será el año de la unión del dividido fútbol y el triunfo del seleccionado argentino en el Sudamericano de Lima en toda la línea: 7 goles a Bolivia, 5 a Perú y tres nada menos que a Uruguay. Las puertas estaban así abiertas para ganar el Campeonato Olímpico de Amsterdam en 1928. Los argentinos se sentían fuertes y habían borrado sus complejos con los uruguayos. El seleccionado vuelve desde Lima en tren y el pueblo se concentra en Retiro. La alegría no tiene límites y el presidente Alvear olvida un poco los ademanes aristocráticos y se abraza con los Bidoglio, Recanatini, Carricaberry y Zumelzú, autores de la hazaña.
Pero ya los santos vienen marchando. Llevaban camiseta azul-grana y eran de Almagro. Campeones absolutos en la Asociación, unificada, donde ahora juegan todos contra todos. Nacieron como los "Forzosos de Almagro", atrás de la capilla de San Antonio, y pasaron a llamarse San Lorenzo, en homenaje al cura Lorenzo Massa, incansable alentador de los muchachos. Actualmente algunos hinchas menos devotos sostienen que el nombre del club se debe al combate de San Lorenzo.
De cualquier manera, agnósticos y creyentes olvidaban sus diferencias cuando los azulgranas meten un gol. Y todos están contestes en llamarlos "los santos", aunque los incorregibles enemigos de barrio cambien el calificativo por el de "los cuervos".
De "los santos" pasaron a ser "los gauchos de Boedo" y también "el ciclón" por aquella delantera que los llevó a la cumbre en el 27: Carricaberry, Acosta, Maglio, Sarrasqueta y Foresto.
Su rival de siempre, Huracán, le quitó el campeonato de 1928, pero al año siguiente el campeón vino de La Plata, de ahí "El expreso". Gimnasia y Esgrima. Origen de alcurnia. Caballeros de la alta sociedad platense que querían ejercitase en deportes viriles. Entre ellos encontramos a Olazábal, Perdriel, Alconada, Huergo, Uzal, Uriburu y un nombre para no olvidar; Ramón L. Falcón, el posterior jefe de policía, autor de la masacre de obreros de Plaza Lorea, el 1º de mayo de 1909.
Los señores juegan al fútbol con los marinos ingleses en el puerto próximo. Pero los años pasan y los apellidos ilustres son reemplazados por más populares y ya en las tribunas se mezclan los estudiantes platenses con los hombres emigrados de las pampas cercanas. El campeón alista a dos figuras que cumplirán una brillante trayectoria: el back Delovo y el delantero Francisco Varallo.
El fútbol y el cine se han convertido en las diversiones preferidas del porteño. Los cines se van abriendo en los barrios, y los clubes han salido definitivamente del potrero. Los tablones ya van siendo mal mirados por los clubes más ricos que van siendo tentados por el cemento. Independiente inaugura su estadio con capacidad para cien mil espectadores.
Pero no sólo al cine y al fútbol van los argentinos. En 1927, al igual que en todas las ciudades del mundo, el pueblo se vuelca a las calles para protestar por el asesinato de dos obreros; Sacco y Vanzetti, que son condenados a la silla eléctrica por la justicia norteamericana.
El Futbol a Sol y Sombra
tomado de la web http://www.punksunidos.com.ar
Aquí hay algunos fragmentos del libro de Eduardo Galeano.
El Futbol - A sol y sombra
1) El hincha
2) El fanático
3) El gol
4) El entrenador
5) El mundial del 78
6) Pele
El hincha
Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.
Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.
Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.
Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quein sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.
Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hncha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.
El fanático
El fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca, y a la deriva navegan los restos del naufragio en estas aguas hirvientes, siempre alborotadas por la furia sin tregua.
El fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación o el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar.
En estado de epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola existencia del hincha del otro club constituye una provocación inadmisible. El Bien no es violento, pero el Mal lo obliga. El enemigo, siempre culpable, merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no puede distraerse, porque el enemigo acecha por todas partes. También está dentro del espectador callado, que en cualquier momento puede llegar a opinar que el rival está jugando correctamente, y entonces tendrá su merecido.
El gol
El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna.
Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos.
El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol, aunque sea un golecito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire.
El entrenador
Antes existía el entrenador, y nadie le prestaba mayor atención. El entrenador murió, calladito la boca, cuando el juego dejó de ser juego y el fútbol profesional necesitó una tecnocracia del orden. Entonces nació el director técnico, con la misión de evitar la improvisación, controlar la libertad y elevar al máximo el rendimiento de los jugadores, obligados a convertirse en disciplinados atletas.
El entrenador decía:
Vamos a jugar.
El técnico dice:
Vamos a trabajar.
Ahora se habla en números. El viaje desde la osadía hacia el miedo, historia del fútbol en el siglo veinte, es un tránsito desde el 2-3-5 hacia el 5-4-1. pasando por el 4-3-3 y el 4-4-2. Cualquier profano es capaz de traducir eso, con un poco de ayuda, pero después, no hay quien pueda. A partir de allí, el director técnico desarrolla fórmulas misteriosas como la sagrada concepción de Jesús, y con ellas elabora esquemas tácticos más indescifrables que la Santísima Trinidad.
Del viejo pizarrón a las pantallas electrónicas; ahora las jugadas magistrales se dibujan en una computadora y se enseñan en video. Esas perfecciones rara vez se ven, después, en los partidos que la televisión transmite. Más bien la televisión se complace exhibiendo la crispación en el rostro del técnico, y lo muestra mordiéndose los puños o gritando orientaciones que darían vuelta al partido si alguien puedira entenderlas.
Los periodistas lo acribillan en la conferencia de prensa, cuando el encuentro termina. El técnico jamás cuenta el secreto de sus victorias, aunque formula admirables explicaciones de sus derrotas:
Las instrucciones eran claras, pero no fueron escuchadas, dice, cuando el equipo pierde por goleada ante un cuadrito de morondanga. O ratifica la confianza en sí mismo, hablando en tercera persona más o menos así: «Los reveses sufridos no empañan la conquista de una claridad conceptual que el técnico ha caracterizado como una síntesis de muchos sacrificios necesarios para llegar a la eficacia».
La maquinaria del espectáculo tritura todo, todo dura poco, y el director técnico es tan desechable como cualquier otro producto de la sociedad de consumo. Hoy el público le grita:
¡No te mueras nunca!
Y el Domingo que viene lo invita a morirse.
El cree que el futbol es una ciencia y la cancha un laboratorio, pero los dirigentes y la hinchada no sólo le exigen la genialida de Einstein y la sutileza de Freud, sino también la capacidad milagrera de la Virgen de Lourdes y el aguante de Gandhi.
El Mundial del 78
En Alemania moría el popular escarabajo de la Volkswagen, el Inglaterra nacía el primer bebé de probeta, en Italia se legalizaba el aborto. Sucumbían las primeras víctimas del sida, una maldición que todavía no se llamaba así. Las Brigadas Rojas asesinaban a Aldo Moro, los Estados Unidos se comprometían a devolver a Panamá el canal usurpado a principios de siglo. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas. En Nicaragua tambaleaba la dinastía de Somoza, en Irán tambaleaba la dinastía del Sha, los militares de Guatemala ametrallaban una multitud de campesinos en el pueblo de Panzós. Domitila Barrios y otras cuatro mujeres de las minas de estaño iniciaban una huelga de hambre contra la dictadura militar de Bolivia, al rato toda Bolivia estaba en huelga de hambre, la dictadura caía. La dictadura militar argentina, en cambio, gozaba de buena salud, y para probarlo organizaba el undécimo Campeonato Mundial de Fútbol.
Participaron diez países europeos, cuatro americanos, Irán y Túnez. EL Papa de Roma envió su bendición. Al son de una marcha militar, el general Videla condecoró a Havelange en la ceremonia de la inauguración, en el estadio Monumental de Buenos Aires. A unos pasos de allí, estaba en pleno funcionamiento el Auschwitz argentino, el centro de tormento y exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada. Y algunos kilómetros más allá, los aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar.
«Por fin el mundo puede ver la verdadera imagen de la Argentina», celebró el presidente de la FIFA ante las cámaras de la televisión. Henry Kissinger, invitado especial, anunció:
—Este país tiene un gran futuro a todo nivel.
Y el capitán del equipo alemán, Berti Vogts, que dio la patada inicial, declaró unos días después:
—Argentina es un país donde reina el orden. Yo no he visto a ningún preso político.
Los dueños de casa vencieron algunos partidos, pero perdieron ante Italia y empataron con Brasil. Para llegar a la final contra Holanda, debían ahogar a Perú bajo una lluvia de goles. Argentina obtuvo con creces el resultado que necesitaba, pero la goleada, 6 a 0, llenó de dudas a lo malpensados, y a los bienpensados también. Los peruanos fueron apedreados al regresar a Lima.
La final entre Argentina y Holanda se definió por alargue. Ganaron los argentinos 3 a 1, y en cierta medida la victoria fue posible gracias al patriotismo del palo que salvó al arco argentino en el último minuto del tiempo reglamentario. Ese palo, que detuvo un pelotazo de Rensenbrink, nunca fue objeto de honores militares, por esas cosas de la ingratitud humana. De todos modos, más decisivos que el palo resultaron los goles de Mario Kempes, un potro imparable que se lució galopando, con la pelambre al viento, sobre el césped nevado de papelitos.
A la hora de recibir los trofeos, los jugadores holandeses se negaron a saludar a los jefes de la dictadura argentina. El tercer puesto fue para Brasil. El cuarto, para Italia.
Kempes fue el mejor jugador de la Copa y también el goleador, con seis tantos. Detrás figuraron el peruano Cubillas y el holandés Rensenbrink, con cinco goles cada uno.
Maradona Diego Armando y la Mano de Dios
Pelé
Cien canciones lo nombran. A los diecisiete años fue campeón del mundo y rey del fútbol. No había cumplido veinte cuando el gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos. Después de su gol número mil, siguió sumando. Jugó más de mil trescientos partidos, en ochenta países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirtió casi mil trescientos goles. Una vez, detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verlo jugar.
Verlo jugar, bien valía una tregua y mucho más. Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales, como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera. Cuando ejecutaba un tiro libre, los rivales que formaban la barrera querían ponerse al revés, de cara a la meta, para no perderse el golazo.
Había nacido en casa pobre, en un pueblito remoto, y llegó a las cumbres del poder y la fortuna, donde los negros tienen prohibida la entrada. Fuera de las canchas, nunca regaló un minuto de su tiempo y jamás una moneda se le cayó del bolsillo. Pero quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe
La pelota como bandera
En el verano de 1916, en plena guerra mundial, un capitán inglés se lanzó al asalto pateando una pelota. El capitán Nevill saltó del parapeto que lo protegía, y corriendo tras la pelota encabezó el asalto contra las trincheras alemanas. Su regimiento, que vacilaba, lo siguió. El capitán murió de un cañonazo, pero Inglaterra conquistó aquella tierra de nadie y pudo celebrar la batalla como la primera victoria del fútbol inglés en el frente de guerra.
Muchos años después, ya en los fines del siglo, el dueño del club Milan ganó las elecciones italianas con una consigna, Forza Italia!, que provenía de las tribunas de los estadios. Silvio Berlusconi prometió que salvaría a Italia como había salvado al Milan, el superequipo campeón de todo, y los electores olvidaron que algunas de sus empresas estaban a la orilla de la ruina.
El fútbol y la patria están siempre atados; y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad. La escuadra italiana ganó los mundiales del '34 y del '38 en nombre de la patria y de Mussolini, y sus jugadores empezaban y terminaban cada partido vivando a Italia y saludando al público con la palma de la mano extendida.
También para los nazis, el fútbol era una cuestión de Estado. Un monumento recuerda, en Ucrania, a los jugadores del Dínamo de Kiev de 1942. En plena ocupación alemana, ellos cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler en el estadio local. Le habían advertido:
-Si ganan mueren.
Entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos. Los once fueron fusilados con las camisetas puestas, en lo alto de un barranco, cuando terminó el partido.
Fútbol y patria, fútbol y pueblo
En 1934, mientras Bolivia y Paraguay se aniquilaban mutuamente en la guerra del Chaco, disputando un desierto pedazo de mapa, la Cruz Roja paraguaya formó un equipo de fútbol, que jugó en varias ciudades de Argentina y Uruguay y juntó bastante dinero para atender a los heridos de ambos bandos en el campo de batalla.
Tres años después, durante la guerra de España, dos equipos peregrinos fueron símbolos de la resistencia democrática. Mientras el general Franco, del brazo de Hitler y Mussolini, bombardeaba a la república española, una selección vasca recorría Europa y el club Barcelona disputaba partidos en Estados Unidos y en México. El gobierno vasco envió al equipo Euzkadi a Francia y a otros países con la misión de hacer propaganda y recaudar fondos para la defensa. Simultáneamente, el club Barcelona se embarcó hacia América. Corría el año 1937, y ya el presidente del club Barcelona había caído bajo las balas franquistas. Ambos equipos encarnaron, en los campos de fútbol y también fuera de ellos, a la democracia acosada.
Sólo cuatro jugadores catalanes regresaron a España durante la guerra. De los vascos, apenas uno. Cuando la República fue vencida, la FIFA declaró en rebeldía a los jugadores exiliados, y los amenazó con la inhabilitación definitiva, pero unos cuantos consiguieron incorporarse al fútbol latinoamericano. Con varios vascos se formó, en México, el club España, que resultó imbatible en sus primeros tiempos. El delantero del equipo Euzkadi, Isidro Lángara, debutó en el fútbol argentino en 1939. En el primer partido metió cuatro goles. Fue en el club San Lorenzo, donde también brilló Angel Zubieta, que había jugado en la línea media de Euzkadi. Después, en México, Lángara encabezó la tabla de goleadores de 1945 en el campeonato local.
El club modelo de la España de Franco, el Real Madrid, reinó en el mundo entre 1956 y 1960. Este equipo deslumbrante ganó al hilo cuatro copas de la Liga española, cinco copas de Europa y una intercontinental. El Real Madrid andaba por todas partes y siempre dejaba a la gente con la boca abierta. La dictadura de Franco había encontrado una insuperable embajada ambulante. Los goles que la radio transmitía eran clarinadas de triunfo más eficaces que el himno Cara al sol. En 1959, uno de los jefes del régimen, José Solís, pronunció un discurso de gratitud ante los jugadores, "porque gente que antes nos odiaba, ahora nos comprende gracias a vosotros". Como el Cid Campeador, el Real Madrid reunía la virtudes de la Raza, aunque su famosa línea de ataque se parecía más bien a la Legión Extranjera. En ella brillaba un francés, Kopa, dos argentinos, Di Stéfano y Rial, el uruguayo Santamaría y el húngaro Puskas.
A Ferenk Puskas lo llamaban Cañoncito Pum, por las virtudes demoledoras de su pierna izquierda, que también sabía ser un guante. Otros húngaros, Ladislao Kubala, Zoltan Czibor y Sandor Kocsis, se lucían en el club Barcelona en esos años. En 1954 se colocó la primera piedra del Camp Nou, el gran estadio que nació de Kubala: el gentío que iba a verlo jugar, pases al milímetro, remates mortíferos, no cabía en el estadio anterior. Czibor, mientras tanto, sacaba chispas de los zapatos. El otro húngaro del Barcelona, Kocsis, era un gran cabeceador. Cabeza de oro, lo llamaban, y un mar de pañuelos celebraba sus goles. Dicen que Kocsis fue la mejor cabeza de Europa, después de Churchill.
En 1950, Kubala había integrado un equipo húngaro en el exilio, lo que le valió una suspensión de dos años, decretada por la FIFA. Después, la FIFA sancionó con más de un año de suspensión a Puskas, Czibor, Kocsis y otros húngaros que habían jugado en otro equipo en el exilio desde fines de 1956, cuando la invasión soviética aplastó la resurrección popular.
En 1958, en plena guerra de la independencia, Argelia formó una selección de fútbol que por primera vez vistió los colores patrios. Integraban su plantel Makhloufi, Ben Tifour y otros argelinos que jugaban profesionalmente en el fútbol francés.
Bloqueada por la potencia colonial, Argelia sólo consiguió jugar con Marruecos, país que por semejante pecado fue desafiliado de la FIFA durante algunos años, y además disputó unos pocos partidos sin trascendencia, organizados por los sindicatos deportivos de ciertos países árabes y del este de Europa. La FIFA cerró todas las puertas a la selección argelina y el fútbol francés castigó a esos jugadores decretando su muerte civil. Presos por contrato, ellos nunca más podrían volver a la actividad profesional.
Pero después Argelia conquistó la independencia, el fútbol francés no tuvo más remedio que volver a llamar a los jugadores que sus tribunas añoraban.
Dínamo de Kiev
Extraido de : Gotas de humor para un baño de sangre
Corre 1942, las tropas nazis han invadido la URSS y ocupan Kiev, capital ucraniana. Josif Kordik, dueño de la Panadería Nº 3, almuerza en un restaurante cuando divisa en la vereda del frente a Nikolai Trusevich, arquero del popular Dínamo. La guerra ha obligado a disolver el equipo y sus jugadores se han dispersado. El gigante Trusevich -hambriento y muerto de frío- recién ha salido de un campo de prisioneros y deambula sin saber dónde dormir.
La reacción natural del hincha habría sido pedirle un autógrafo al ídolo. Kordik no sólo hace eso: le ofrece trabajo como barrendero. Colaboracionista alemán, ve pronto una oportunidad única. Gracias a Trusevich recluta en su fábrica a una docena de las mayores estrellas del balompié local. "Me escondía en la casa de mi suegra. Nikolai me contó la idea y lo ayudé a encontrar al resto de los muchachos", relata el wing Makar Goncharenko. Los desesperados cracks reciben comida y techo cuando el país está en ruinas.
Camino al matadero Hasta aquí podría ser una historia ejemplar. Pero Kordik no es un tipo misericordioso y aprovecha su poder para crear un equipo personal que entrena en el patio de la panadería. Simpatizantes comunistas, los jugadores deciden que su camiseta sea de un color rojo furioso. Así nace el FC Start, una verdadera selección de Kiev que sin saberlo camina al matadero. "No tenemos armas, pero venceremos en la cancha a los fascistas bajo los colores de nuestra bandera", proclama el arquero Trusevich antes del primer partido oficial, que juegan con botas de trabajo y overoles recortados.
Los nazis usaron al fútbol como instrumento de propaganda. Quisieron organizar el abortado Mundial de 1942 y dos semanas antes de la caída de Berlín aún se jugaban partidos de copa. Un equipo de la anexada Austria, el Rapid de Viena, figura como campeón de la temporada 1941 del balompié alemán. En cada país ocupado se organizaron torneos para brindar a la población una falsa sensación de normalidad. Eso sucedió en Ucrania. En la extraña liga creada en 1942 participaron seis cuadros. Cuatro representaban a ejércitos del Eje. El quinto era el Rukh, formado por colaboracionistas locales; el sexto, el FC Start, que en el primer partido aplastó por 7 a 2 a sus compatriotas.
Kordik los había obligado a participar pese al evidente riesgo. La caridad de sus compatriotas les permitió comprar calcetines y pantalones cortos para los siguientes encuentros. Sin querer, el Start se había convertido en símbolo de la resistencia y en un buen negocio. Jugando en un pequeño y atiborrado estadio siguió goleando sin piedad a sus rivales. El 6 de agosto se coronó campeón invicto humillando por 5 a 1 al Flakelf, el invencible seleccionado de la Luftwaffe. "Pese al marcador, ambos equipos fueron parejos", informó una escueta nota de prensa nazi.
Al día siguiente los alemanes tapizaron Kiev con carteles que anunciaban una innecesaria revancha, que se jugaría dos días después. Ese caluroso domingo 9 de agosto, el Estadio Zenit estaba repleto. En la tribuna, oficiales nazis; en las galerías, el pueblo ucraniano custodiado por soldados y mastines. El árbitro advirtió al Start que debía saludar a sus rivales con un sonoro "Heil, Hitler". En vez de ello, en la cancha los ucranianos se golpearon el pecho y gritaron a la usanza comunista.
El primer tiempo fue un festival de patadas que el réferi no quiso ver. Trusevich permaneció varios minutos inconsciente luego de ser golpeado en la cabeza y, sin arquero, los germanos abrieron la cuenta. Pese al robo, los de rojo se fueron al descanso venciendo por tres a uno, con dos tantos del goleador Ivan Kuzmenko. Las graderías hervían y el comandante de ocupación Eberhardt era insultado por un verdadero coro popular.
En el entretiempo, un oficial nazi entró al camarín del Start. "Deben comprender las consecuencias de sus actos", les advirtió. Sin embargo el orgullo fue más fuerte y los rojos vencieron por 5 a 3. El árbitro suspendió el partido luego de que Aleksei Klimenko, defensa ucraniano, gambeteó a medio equipo rival, llegó hasta la línea de gol y en vez de anotar volvió caminando con el balón al círculo central. La multitud enloqueció e incluso soldados húngaros y rumanos, aliados alemanes, participaron de revueltas en las afueras del estadio.
Extrañamente, el fin de semana siguiente el FC Start volvió a jugar y goleó por 8 a 0 al Rukh. Pero dos días después nueve de sus jugadores fueron detenidos por la Gestapo y acusados de sedición. El volante Nikolai Korotkykh fue ejecutado en el acto: su propia hermana lo había denunciado como espía ruso. Tras semanas de torturas el resto fue enviado al tenebroso campo de concentración de Siretz. Luego de un ataque de partisanos ucranianos se ordenaron fusilamientos selectivos como amedrentamiento. Kuzmenko, Klimenko y el arquero Trusevich fueron ejecutados. Este último murió con su camiseta puesta gritando "¡el deporte rojo nunca morirá!". Sus cuerpos fueron lanzados a un barranco.
Sólo cuatro miembros del FC Start sobrevivieron hasta la liberación rusa. Lo que vino fue absurdo. Autoridades estalinistas los acusaron de traición por confraternizar con el enemigo y sólo salvaron la vida jurando guardar silencio para siempre. Pero su leyenda crecía en Ucrania y en los años 60 salió a la luz. La adornada historia oficial establecía que luego de la victoria contra los nazis los once jugadores del equipo, aún uniformados, habían sido fusilados en un risco con los puños en alto. Esa versión fue recogida por el uruguayo Eduardo Galeano en su relato "La Pelota como Bandera".
Tras la caída de la URSS se conoció la verdad. Makar Goncharenko era el único miembro del FC Start que aún vivía y por fin pudo hablar. Poco antes de fallecer en 1996 conversó con el periodista inglés Andy Dougan, autor del libro "Dínamo: Defendiendo el honor de Kiev" (recientemente publicado en español). El viejo lateral tenía la película muy clara y no se creía un héroe: "Mis amigos no murieron porque fueran grandes jugadores, murieron como tantos otros porque dos regímenes totalitarios se enfrentaron. Estábamos condenados a ser víctimas de una masacre a gran escala".
En Ucrania, los jugadores del FC Start hoy son héroes patrios y su ejemplo de coraje se enseña en los colegios. En el estadio Zenit una placa reza "A los jugadores que murieron con la frente en alto ante el invasor nazi". Y quienes conservan una entrada del partido más triste de la historia tienen asegurado de por vida el pase gratis para alentar al
Cuando HITLER mato el Futbol. Mundial de Italia, 1934
El mejor jugador del denominado Wunderteam (equipo maravilloso), Matthias Sindelar, alias "el Mozart del fútbol", deslumbró en el ´34 y falleció trágicamente en 1939, ya que con Austria anexada por Alemania, él se negaba a representar a una nación liderada por el genocida de Adolf Hitler. Por ese motivo lo marcaron como opositor, le impidieron jugar, trabajar y cruzar las fronteras, quedando olvidado y sin trabajo, además fue perseguido y se ofreció una recompensa a quién lo delatara.
Lo denunció uno de sus compañeros de equipo del Wunderteam y el 22 de enero él y su esposa italiana Camila, se suicidaron inhalando gas de la cocina ante la posibilidad de terminar en un campo de concentración. En el club en el que jugaba se recibieron mas de quince mil telegramas de pésame, y por ese mismo motivo el correo estuvo atascado por seis días, a su funeral asistieron cuarenta mil personas que enfrentaron la amenazadora presencia de tropas nazis para asistir al funeral. La calle donde él vivía, pasó de llamarce Laaerberg a Sindelarstrasse.
En el 2000, la Federación de Historia y Estadísticas del Fútbol lo nombró como el jugador austriaco mas importante de todos los tiempos.
Aguante, fútbol y resistencia
Una historia alternativa del deporte más popular del mundo
Camilo Rueda Navarro
Revista Viento del Sur
El "deporte de masas" tiene una historia alternativa poco conocida y muchas veces omitida, que muestra su carácter popular, su vinculación a formas organizativas de la clase obrera, y su carácter de espacio de resistencia y rebeldía.
ORÍGEN Y MASIFICACIÓN
Se dice que el fútbol, como muchas otras cosas, tiene sus orígenes en la China antigua. También hay indicios de la práctica de un violento deporte practicado con una bola en las civilizaciones precolombinas, principalmente mayas y aztecas. Pero el fútbol moderno, como lo conocemos hoy en día, tiene su origen en Inglaterra. Este deporte se popularizó a lo largo del siglo XIX, ligado al crecimiento de la clase obrera inglesa y escocesa. En esos años, la práctica del fútbol estuvo articulada a la lucha obrera por la disminución de la duración de la jornada laboral (en esas épocas de 14 o 16 horas) y a las demandas de tiempo libre, deporte y recreación de los asalariados.
En ese momento, el fútbol se conviertió en patrimonio popular, y las clases de élite migraron a la práctica de otros deportes como el rugby y el polo. Los trabajadores mercantiles de la gran flota inglesa lo empiezan a llevar por todo el mundo, a los dominios del gran imperio británico de finales del siglo XIX. Tiene particular arraigo en el cono sur y en los puertos de Latinoamérica, como Montevideo, Uruguay, donde es creado en 1887 el club Peñarol.
Migrantes europeos, huyendo de sus países por razones políticas o por su crítico estado de pobreza, buscan una nueva vida en los países suramericanos. De esta forma, grandes colonias italianas y españolas traen consigo la práctica del fútbol al "nuevo mundo". El club Boca Juniors, de Buenos Aires, fue fundado por habitantes del barrio de la Boca, lugar donde queda el puerto de la ciudad y donde tienen su hogar numerosos migrantes que recién arribaban al país argentino. Los colores del club (azul y oro) fueron adoptados de la bandera de un barco sueco que llegó al puerto en el momento en que se formaba el nuevo equipo, en 1905. A los hinchas de Boca se les conoce como "los xeneizes", adjetivo para referirse en Italia a los nacidos en Génova, pues un alto número de migrantes provenientes de esta ciudad italiana habitaban en el barrio de la Boca y jugaban en éste equipo, o eran simpatizantes de él. Así mismo, sus rivales los empiezan a llamar "los bosteros", pues por estas época
s el tránsito era a caballo, y las personas más humildes se ocupaban recogiendo la "bosta" o excrementos de los animales, y como en Boca tenían asiento trabajadores y migrantes desocupados, se les adjudica este calificativo.
A su vez, trabajadores ferroviarios fundan múltiples equipos de fútbol, muchas veces adjuntos a sindicatos obreros. Tal es el caso de "Ferrocarril Oeste", equipo fundado por los trabajadores del transporte en tren, símbolo del advenimiento del capitalismo industrial. Así mismo, Argentinos Juniors nació llamándose "Mártires de Chicago" por los obreros caídos el primero de mayo, así como un primero de mayo fue el día escogido para fundar el club "Chacarita Juniors" conformado por obreros anarquistas, en la biblioteca de un comité socialista argentino. En estos años, y siguiendo el ideario asociativo de socialistas y anarquistas, los obreros fundaban por doquier clubes sociales y deportivos, que son los antecedentes de los equipos de la actualidad.
EL FÚTBOL COMO EXPRESIÓN POLÍTICA Y SOCIAL
A mediados del siglo XX, los hinchas del Racing Club de Argentina, reunidos en la barra "La Guardia Imperial", eran en su mayoría obreros del barrio de Avellaneda, en Buenos Aires, donde tiene su hogar el equipo albiceleste. El movimiento peronista tuvo su lugar de mayor arraigo y fortaleza en el barrio Avellaneda, donde habitaba la masa obrera seguidora del caudillo. Por esta razón, el estadio de Racing lleva el nombre de "Juan Domingo Perón".
En España, el club catalán Barcelona, más conocido como el "Barça", siempre representó y simbolizó a la República española, en oposición al monárquico, franquista y aristocrático, Real Madrid, (que ha llegado a ser uno de los equipos más racistas del mundo: cuando el jugador colombiano Freddy Rincón fue contratado por el Real, los hinchas lo silbaban y hacían pintas en el estadio que decían: "negro salvaje, vuelve a la selva").
Mientras que en el Barcelona fue tal el grado de identificación con la República, que una vez iniciada la guerra civil española (en 1936), el equipo emprendió una gira internacional recaudando fondos para la resistencia republicana y la lucha contra el franquismo. Luego de la guerra, el Barça encarnó la oposición al unanimismo católico de la dictadura y al centralismo madrilista.
Durante las décadas de 1960 y 1970, en el cono sur, las nacientes "barras bravas" se convierten en una auténtica manifestación social en contra del autoritarismo de las dictaduras en Argentina, Chile y Uruguay. Estos espacios, integrados mayoritariamente por jóvenes, se convierten durante estos años en espacios de resistencia, donde se entonan cánticos rebeldes, y se extienden banderas que en ocasiones denunciaban la violación de los derechos humanos o exigían el fin de la dictadura.
Desde la modernidad, los pueblos son representados en el contexto mundial por Estados nacionales. Pero hoy en día, uno de los principales símbolos de representación es la selección nacional de fútbol. Por esa razón, en años recientes se ha conformado la selección nacional de Palestina (donde juega el delantero de Santa Fe, Alejandro Naif) que, a causa del bloqueo y la ocupación israelí sobre sus territorios, se ha conformado con jugadores de países del exterior, a base de palestinos migrantes, como los que viven en Chile y Argentina, que pese a estar "latinoamericanizados", mantienen la cultura árabe, y sobre todo, la nacionalidad y tradición palestina, y por ello, defienden sus colores en una cancha de fútbol. La selección de Palestina, cuyo pueblo ha existido por muchos años sin su propio Estado, ha sido reconocida internacionalmente en primer lugar por la FIFA, (antes de que lo haya hecho la ONU), ganando su estatus internacional como nación.
En 1999, durante la agresión militar de Estados Unidos y la OTAN contra la desaparecida Yugoslavia, decenas de jugadores de ese país, que militaban en equipos de Europa, emprendieron un movimiento en contra de la guerra y la agresión. Cuando anotaban goles, festejaban mostrando avisos en sus camisetas que decían "OTAN asesinos"; "abajo la OTAN"; o "fuera tropas de Yugoslavia", entre otros. Este movimiento tuvo una gran repercusión internacional, que causó que la FIFA decretara como infracción la muestra de avisos en las camisetas, sancionando a los jugadores que lo hicieran, en un abierto atentando contra la libertad de expresión.
El fútbol ha sido una de las muestras de la idiosincrasia de los pueblos, reflejando características nacionales como el pragmatismo inglés, la recia actitud alemana, la alegría brasilera, la "garra charrúa" de los uruguayos, o la "fuerza guaraní" de los paraguayos, entre otros muchos casos de verdadera representación social. Pero trascendiendo el espacio nacional, el fútbol también ha reflejado las contradicciones sociales y las diferencias en el seno de las sociedades. Por ejemplo, el Boca representó los migrantes pobres y trabajadores que llegaban a Buenos Aires y se instalaban cerca del puerto, en el barrio de la Boca. Su rival tradicional, el River Plate, tiene sus instalaciones en un prestigioso barrio de la ciudad, y cuenta con un lujoso estadio donde juega la selección nacional. A River se les apoda "los millonarios", haciendo alusión a sus grandes recursos económicos y a las costosas transferencias de jugadores que han hecho en la historia.
En el caso colombiano, el equipo "Los Millonarios", como su homónimo argentino, encarna valores como el triunfalismo, la tradición y el prestigio. El equipo que ha sido llamado el "ballet azul", se le reconoce por la contabilidad mercantilista de sus "trece estrellas" obtenidas. Mientras su histórico rival de ciudad, Santa Fe, ha representado "la garra" y la fuerza del pueblo, el sacrificio, la humildad, la nobleza, y la capacidad de entrega frente a la adversidad. Santa Fe, que fue el primer campeón del fútbol colombiano sin ser favorito, se convirtió en un equipo grande a punta de sacrificio, y en los últimos años, enfrentó a los "narco-dreamteams" de Gacha, Escobar y los Rodríguez.
En un país donde echó raíces el dogmatismo político y la intolerancia, mecánicamente se relacionó el azul del uniforme de Millonarios con el conservatismo. Por el contrario, en una de las banderas de las barras de Santa Fe encontramos al caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán, figura recordada por esta hinchada, y al que se le recuerda como "del pueblo", es decir, santafereño.
FÚTBOL Y CAPITALISMO
Luego de su popularización y éxito en muchos países del mundo, el fútbol es rápidamente mercantilizado e incorporado por el capitalismo. Las grandes empresas empiezan a ver en él una jugosa fuente de ganancias. Así, y con el beneplácito y complicidad de la Federación Internacional de Fútbol Asociado, FIFA, el fútbol pasa a ser un negocio redondo. En él, el jugador pasa a convertirse en una mercancía, y ahora no defenderá su camiseta, sino que será un "mercenario del deporte", que servirá a la causa del mejor postor. El dios dinero pasará a dominar por completo el fútbol.
En la era del predominio del capital financiero, en el fútbol pasan a un segundo plano el barrio, el puerto, el sindicato, la ciudad, la región y la nación, otrora estandartes del futbolista. El fútbol será concebido ahora como un "espectáculo de masas", propio para el lucro individual, donde llegarán con sus garras las empresas multinacionales como Coca-cola, Mastercard, LG, o Cerveza Águila. Y la FIFA será la gran empresa multinacional del fútbol, administrando la rentabilidad de todo el negocio.
Y más aún, el fútbol será el complemento perfecto al orden social existente, con el castigo respectivo a los desobedientes. Han existido casos como el mundial Argentina '78, que fue apoyado por los militares para limpiar ante el mundo la mala imagen de la dictadura. Y en muchos otros casos, el fútbol será manipulado por gobiernos para legitimar sus acciones, y para distraer a la gente de los problemas sociales.
MARADONA, EL REBELDE DEL FÚTBOL
Diego Armando Maradona, como muchos de los futbolistas profesionales, tiene un origen humilde. Nació en el paupérrimo barrio de "Villa Fiorito" en Buenos Aires, donde vivía en un rancho con su familia. Allí aprendió a jugar fútbol en los potreros y calles, y pronto se convirtió en figura del fútbol.
Después de jugar en Boca Juniors, Maradona va en 1986 al mundial con la selección argentina. En México '86 "caen las tropas de su majestad": la selección inglesa. Justo después de la guerra de Malvinas, Maradona hace lo que no pudieron los militares argentinos: derrotar a Inglaterra liderando el "ejército" de Bilardo, representante de la nación argentina, dolida por la derrota de 1982. Con dos genialidades de Maradona: la célebre "mano de dios", y un gol de antología, calificado como el mejor de los mundiales, Argentina deja por fuera del mundial a los ingleses, y luego, derrotando 3-2 a Alemania, se corona campeón.
Al año siguiente, en 1987, Maradona va al club italiano Nápoles, en Italia. Allí, como en muchas partes del mundo, el país está dividido en dos: el norte industrializado, rico y próspero, y el sur, agrario, atrasado y pobre. Cuando el Nápoles, equipo de la principal ciudad del sur, jugaba en el norte, era recibido con carteles que decían "Bienvenidos a Italia". Con Maradona "cayó el norte de la Italia rica". El astro argentino logró hacer grande a un equipo chico. Con sus goles consiguió que el Nápoles fuera campeón de Italia, derrotando a los tradicionales Lazio, Inter y demás equipos del norte. (Maradona es aborrecido por los seguidores del Milán, un equipo que tiene como hinchas a jóvenes "cabezasrapadas" simpatizantes del fascismo, y como propietario a Silvio Berlusconi, el dueño de los principales medios de comunicación y de media Italia, y para completar, desde hace unos años, primer ministro). Pero el Nápoles, ahora con Maradona, fue y derrotó al equipo que los había o
fendido. Y luego, derrotando a los grandes equipos del continente, logró que el Nápoles fuera campeón de Europa.
Pero Maradona también jugó fuera de las canchas. Fue el primer promotor del movimiento sindical del fútbol. En Argentina logró la consolidación de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA), sindicato de los jugadores de ése país. Y con otras figuras del fútbol, ha promovido la creación de una asociación internacional de futbolistas que defienda sus intereses. Desde el mundial de 1986, Maradona se opuso a los partidos bajo el sol inclemente de mediodía, pues la FIFA programaba los encuentros para que coincidieran con el horario estelar de la noche en Europa, para comercializarlos en TV. Así mismo, exigió la fiscalización de los recursos de la FIFA, que recibe una millonaria suma por el fútbol, sin beneficio alguno para los que generan esta ganancia.
Maradona ha sido crítico de los militares, del papa, de la FIFA, de los medios… y de todos los poderosos. Y admirador del Che, amigo de Fidel, enamorado de Cuba. Nos afirma que "tipos como Videla hacen que el nombre de Argentina esté sucio afuera; en cambio, el del Che nos tendría que hacer sentir orgullosos". Por estas razones, Maradona fue blanco en varias oportunidades de persecución y montajes. Y más aún, fue la antítesis de Pelé, el que dio el paso de ser un gran jugador y figura ejemplar para todos los futbolistas, a ser el consentido de la FIFA y símbolo de Masterd Card. (Todo un símbolo comercial). Pelé negro, Maradona blanco. Pelé diestro, Maradona zurdo. Pelé brasilero, Maradona argentino. Pelé sonriendo con la FIFA, Maradona criticando a la FIFA. Pelé entregado al capital, promoviendo "la tarjeta mundial", Maradona rebelde, promoviendo el movimiento sindical…
TIEMPO DE ADICCIÓN
El capitalismo convierte todo lo que se encuentra en su camino en mercancía, y el fútbol no podía ser la excepción. Hoy en día, los equipos son auténticas empresas, y los jugadores no son más que mercancías, que en muchos casos se venden al mejor postor. Sin embargo, el fútbol sigue siendo auténticamente popular, pues son pocos los jugadores famosos que tienen un origen de élite. Es más, los mejores jugadores siguen saliendo de las capas pobres de la población (como Carlos Tévez o Ronaldinho). Y pese a los millones que manejan las multinacionales que rondan al fútbol, no lo pueden comprar. Tampoco valen de nada los millones que invierte por ejemplo el poderoso Real Madrid en las grandes estrellas del fútbol, pues cuando sale a la cancha, pierde con cualquier equipo. Todo, porque el fútbol sigue siendo del pueblo: de la gente de los barrios, de los puertos humildes como Tumaco, y de los separadores de las avenidas, donde se suele ver a la hora del almuerzo a los célebres rusos, (obreros de la construcción), jugando con un balón.
Recuperar el futbol
por Osvaldo Bayer
publicado en la Revista Lote número 13 http://www.revistalote.com.ar/
"¿Cómo hacer para terminar con la perversión del más hermoso juego colectivo de los humanos? ¿Cómo hacer que lo bello quede bello por sí mismo sin que pueda venderse? En el principio fue la nobleza del desinterés, el afán de jugar por el juego mismo. Volver entonces a las fuentes, a la utopía."
¿Para qué vamos a intentar más explicaciones sociológicas? Las botellas de 2,25 litros de Coca Cola lo dicen todo: "Viví fútbol, soñá fútbol, tomá Coca Cola". El dedo de Sensini ocupó más espacio que la ola de depredación en las escuelas bonaerenses. Un signo más que singular de violencia en la decadencia. No es ya la Biblia y el calefón, es el calefón en el altar y nada más. Pero no es un tema sólo argentino: en el primer mundo, Alemania, por ejemplo, el fútbol tuvo diez veces más espacio en los medios que el problema de la desocupación. Una desocupación de millones de desocupados, para hablar con propiedad. En Europa hay más desocupados que todos los espectadores juntos que concurrieron a las canchas del mundial de fútbol. Para qué hacer una sesuda interpretación sociológica o preocuparse por las posibles consecuencias en la sensibilidad humana: viví fútbol, soñá fútbol, tomá Coca Cola. Y decí siempre sí y sí y sí. Re-re-reelección.
Y sin embargo. Fútbol es juego. Jugar. Maravilloso. Pero le ha pasado como al hogareño entretenimiento de los naipes. De pronto, asomó el dinero y se estropeó todo. Havelange, millonario truhán amigo de dictadores de picana y capucha tomó a su cargo la prostitución del esférico; Samaranch, funcionario del tristemente célebre Francisco Franco –fusilador fascista de las más hermosas criaturas humanas de un pueblo– negocia los juegos olímpicos. El negocio es perfecto. Negocio con inmoralidad política. Soñá fútbol y tomá Coca Cola.
En la transmisión televisiva del match Escocia-Noruega, los locutores televisivos informaban entusiasmados que el seleccionado escocés cambia las camisetas en cada nuevo partido. De manera que los hinchas, incentivados, para no perderse una sola camiseta, compran y compran, y así el treinta por ciento del presupuesto de la selección es sostenido con la venta de camisetas. (¿Cómo era aquello antes de "la camiseta es sagrada", o "los colores no se venden"?). Pero eso no es nada, tal vez peor es la jeringonza estúpida de radios y televisoras sobre lo que dijo el muñeco y lo que no dijo el piojo. Estupidización. La mejor arma para capar la protesta, someter al rebelde, tapar el lodo de las villas miserias, negar la humillación del viejo jubilado. Viví fútbol y si no te alcanza para comprar Coca Cola, soñá fútbol.
Pero no han podido quitarle belleza al fútbol como concepción. Lo han prostituido, sí, y con él nos hemos prostituidos todos. Hoy, Miguel Angel estaría pintando para Coca Cola y su representante sería Havelange. Pero los cuadros de Miguel Angel pintados antes estarán siempre en toda su belleza; a esos sí que es imposible de prostituir. En un librillo que escribí titulado "Fútbol Argentino", que prologó el querido amigo Osvaldo Soriano, hice esta definición del juego de los once: "Todo fue una leyenda, un magnífico cuento de magos, volatineros, malabaristas y hasta clowns. De titiriteros de gran proscenio. Un teatro inigualable para niños y grandes, y para niños grandes.
"Un encuentro humano con alegrías y lágrimas, con ruidos y espantos. El circo de la gente pobre, la misa de campaña de los solitarios que quieren sentirse acompañados por una vez. Pero también el circo de los ricos y aprovechados, de los eufóricos y de los aburridos. Es la humanidad en el pequeñísimo cosmos de un cuadrilátero verde. El juego, tan humano como la risa, el llanto, el amor. Jugar, ver fútbol es también jugarlo.
"Un juego capitalista porque se requiere rendimiento, afán de ganar, de ser superior. Un juego socialista porque necesita el esfuerzo de todo el equipo, de la ayuda mutua para obtener el triunfo, que es una vida mejor. El gol es de todos cuando todos trabajamos para él. El sueño, la esperanza, el gol. El gol es la felicidad.
"Pero también es el miedo. El miedo del arquero ante el penal, el fracaso, la derrota. Lo imprevisto. Todo demasiado humano. La vida.
"Dijeron del fútbol que es la banalidad más hermosa del mundo. O también que es un escapismo que trabaja con nuestras fuerzas y debilidades. En fin.
Al entrenador alemán Sepp Herberger le pidieron que definiera el fútbol. Luego de mucho cavilar respondió: "La pelota es redonda".
¿Un humorista ? ¿Un sabio ? ¿Un posmoderno? ¿Un resignado? ¿Un socrático? ¿O meramente un superficial?
"Sócrates y Discépolo hubieran contestado: "La vida es una pelota".
"Bien, de acuerdo. Pero por lo menos pateémosla con alegría y hacia adelante".
A esto lo escribí hace una década como base del filme que se llamó "Fútbol Argentino". Hoy, ante el tristísimo y obsceno espectáculo del mundial de Francia, agregaría las armas que tenemos que ejercitar para recobrar la dignidad del fútbol, para que el fútbol nos ayude a ser más humanos y nos acompañe a emprender por fin el camino al paraíso.
¿Cómo hacer para terminar con la perversión del más hermoso juego colectivo de los humanos? ¿Cómo hacer que lo bello quede bello por sí mismo sin que pueda venderse? En el principio fue la nobleza del desinterés, el afán de jugar por el juego mismo. Volver entonces a las fuentes, a la utopía. Lo amateur, el deporte por el cuerpo y por la belleza y no por el interés del dinero. Regresar las olimpíadas de antes donde quedaba descalificado quien representaba a una empresa o recogía el billete en su cuenta bancaria, y donde no había calificación por nacionalidad. Si no hace muchas décadas se pudo llevar a cabo este concepto, ¿por qué no se puede regresar a él ? Poner la denominada "profesión" del deportista en el mismo plano que la droga. El que recibe dinero debe pasar al plano del desprecio ciudadano como quien se droga para obtener mayores resultados.
Todo tiene que comenzar con el ejemplo que se convierta en ejemplo: el boicot a concurrir a todo espectáculo deportivo en el cual los intervinientes tengan alguna marca comercial en la camiseta. Promover entre la juventud el amateurismo. Los docentes tienen que ser la columna del nuevo edificio que eleve a la nobleza al juego por el juego mismo. Antes todo deportista, entre ellos los futbolistas, tenían el oficio o la profesión del resto de la población y el juego era como el recreo para después del trabajo o para los sábados a la tarde y los domingos. ¿Que todo es una utopía ? Pues sí, y déjesenos seguir soñando. Pero es utopía basada en un pasado que existió y que también fue muy bello como espectáculo.
Claro, para eso hay que insuflarle desde chico al ser humano que el deporte no se hace para ganar si no para gozar. Un torneo deportivo no tiene que terminar con un millón de dólares para los vencedores sino con una copa para escanciar el sorbo de vino de la solidaridad y la concordia. Vencer no significa vencer sino regocijarnos todos en el abrazo de los noventa minutos de la amistad bordada por los goles.
¿Pasos? Espacios verdes para que los niños y los jóvenes puedan ser todos protagonistas en el césped y no vayan a los estadios a matarse a palos o agredirse como bestias acorraladas por el egoísmo y la violencia.
Enseñar a despreciar a quienes se drogan con la pelota televisiva. Al vencedor, la corona de rosas y no los dólares para que termine drogado o borracho frente a sus propias hijas.
Entonces, basta de psicologismos y maldiciones sociológicas. El fútbol es demasiado hermoso como para que todo se centre en la eterna discusión de si Pasarella debe recibir o no el porcentaje de Coca Cola cuando en las conferencias de prensa se ponga el cartel de la bebida. No sigamos en eso y no hagamos víctimas a nuestros hijos y nietos arrimándolos al televisor en vez de abrirles la puerta para que correteen bajo el sol o la lluvia. Que las organizaciones comunales inicien campeonatos donde todos se sientan protagonistas y le hagan un corte de manga a las barras bravas y a los Havelange y Grondona.
No es tan utópico pensar que el asco va a ir ganando adeptos y la pantalla se va a convertir en aquello que llamábamos baldíos para hacer "picados" y los campeonatos mundiales de fútbol de mil millones de dólares financiados por los más poderosos massmedia de la historia se transformarán en juegos florales donde saldrán campeones los jamaiquinos y nigerianos por la belleza de sus movimientos.
Será el momento en que podamos repudiar a aquél Pasarella a quien se lo vio sonreír una sola vez: cuando levantó la copa mundial mirando al dictador Videla como asegurándole que la habían ganado juntos. O al actual entrenador alemán Berti Vogts que fue jugador en el mundial de los comandantes de la desaparición y que declaró que él se había sentido muy bien en Buenos Aires porque todo era muy tranquilo y sin signos de violencia, a pesar de todos los informes de los organismos internacionales de derechos humanos. Y también al señor entrenador Griguol, quien fue a rendir su homenaje al desaparecedor Viola, en su entierro, mostrando todo su necio corazón totalitario.(Yo hincha de Rosario Central cúanto me alegré cuando salimos campeones con Griguol, pero, después de haber hecho su camino de alcahuete póstumo del sanguinario desaparecedor, ya ni siquiera siento un ápice de nostalgia por aquellos momentos felices.)
Ni el dinero, ni el vasallaje a los intereses políticos tienen que ensombrecer a un deporte tan querido. Tratemos de purificarlo cada uno en el lugar donde se sienta responsable ante la sociedad por la grandeza del alma y la belleza de las formas.
Agnósticos y creyentes, proletarios y bacanes
Osvaldo Bayer
Texto publicado en el libro Fútbol Argentino, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1990
En las dos primeras décadas del siglo, en apenas una generación, el fútbol se había acriollado definitivamente, igual que los hijos de los inmigrantes europeos. En cada barrio nacían uno o dos clubes. Se los llamaba ahora Club Social y Deportivo, que en buen porteño significaba "milonga y fútbol".
Los anarquistas y socialistas estaban alarmados. En vez de ir a las asambleas o a los pic-nics ideológicos, los trabajadores concurrían a ver fútbol los domingos a la tarde y a bailar tango los sábados a la noche.
El diario anarquista La Protesta escribía en 1917 contra la "perniciosa idiotización a través del pateo reiterado de un objeto redondo". Comparaban, por sus efectos, al fútbol con la religión, sintetizando su crítica en el lema: "misa y pelota: la peor droga para los pueblos".
Pero pronto debieron actualizarse y ya en la fundación de clubes de barriadas populares aparecieron socialistas y anarquistas. Por ejemplo, el Club "Mártires de Chicago", en La Paternal, llamado así en homenaje a los obreros ahorcados en Estados Unidos por luchar en pos de la jornada de ocho horas de trabajo. Fue el núcleo que años después pasó a ser el club Argentino Juniors, un nombre menos comprometedor. También en el club "El Porvenir", como el nombre lo muestra, estuvo la mano de los utopistas. Y el mismo Chacarita Juniors nació en una biblioteca libertaria precisamente un primero de mayo, la fiesta de los trabajadores, en 1906.
Por último, los viejos luchadores -ante el entusiasmo de sus propios adherentes ideológicos frente al nuevo juego- resolvieron cambiar de actitud y llegar a una nueva conciencia: practicar el fútbol, sí, porque es un juego comunitario donde se ejercita la comunicación y el esfuerzo común; pero no el fútbol como espectáculo, que fanatiza irracionalmente a las masas.
El fútbol siguió creciendo. Los tablones de las tribunas se iban superponiendo para dar cabida a más espectadores. Pero así como los argentinos jugaban cada vez mejor en el verde, así comenzaba a complicarse la organización fuera de la cancha. Los dirigentes juegan sus propios partidos y empiezan los cismas, las sospechas de árbitros comprados; los intereses creados van ocupando el lugar de lo que poco antes había nacido como deporte por el deporte mismo. El fútbol se capitaliza. A los jugadores -amateurs hasta es momento- se los retiene en los clubes por dinero, y los clubes que tienen dinero atraen a los mejores de los clubes pobres. Aparecen ya, a comienzo de los veinte, las categorías de clubes grandes y clubes chicos.
Pero, mezquindades aparte, el fútbol gana fronteras; primero hacia el interior, con los rosarinos, quienes quieren hacer en Rosario la capital del fútbol y juegan partidazos con los porteños. Luego, cruza el Río de la Plata y el duelo argentinos-uruguayos da origen a una rivalidad donde ya se habla de virilidad y debilidades, de "padres" e "hijos". Pero pese al antagonismo hay un término que los hermana y los hace inconfundibles: "fútbol rioplatense". Es la palabra mágica que evita la enemistad. Fútbol rioplatense: una manera distinta de jugar que va a dar que hablar al mundo.
En 1919 llega Boca. Primer puesto y una hinchada de oro que ya empieza a ser el jugador número 12. Nacía un mito y una realidad que tuvo su origen en un banco de la plaza Solís, del barrio genovés, cuatro años después que River. Sus modestos fundadores anduvieron de baldío en baldío, hasta lograr una canchita detrás de las carboneras Wilson, en la isla Demarchi. Desalojados de allí fueron a refugiarse a Wilde. Por último, luego de deambular de nuevo por la Boca fueron a parar, en 1923, a Brandsen y Del Crucero, el anticipo de la "bombonera". Azul y oro, la camiseta, y con los jugadores cuyos nombres pasan a ser historia: Tesorieri, Calomino, Canaveri y Garassino, quien jugó en los once puestos. 1920 une a los que serán eternos rivales. Campeones Boca y River, River y Boca. Uno de la Asociación; el otro de la Amateur. Los espectadores van a ver, más que a sus equipos, a sus ídolos.
Uno de ellos es Pedro Calomino, a quien los hinchas boquenses le gritan en dialecto xeneixe: "¡dáguele Calumín, dáguele!". Pero Calomino no se deja influenciar: se planta en la cancha, indiferente a las tribunas ansiosas de sus fantasías. Y cuando le pasan la redonda arranca por la punta, parece que frenara pero sigue dejando rivales que corren engañados para otro lado, cuando se caen. Y si un defensor se le pega, le hace "la bicicleta".
El otro ídolo es Américo Tesorieri: "Mérico", para la hinchada. Lo quieren ver saltar. Y Mérico les da el gusto: fino, flexible, plástico, es un elegante felino que complementa las curvas de la pelota con movimientos de ballet. Es un clásico, un arquero con música de Mozart.
Pero los riverplatenses también pueden presentar a su crack. Arquero, además. Es Carlos Isola, apodado "el hombre de goma" por su extraordinaria agilidad. Con increíble golpe de vista no ataja los goles, los adivina. Es más bien un artista de circo, trapecista y malabarista a la vez.
¿Quién de los dos, Tesorieri o Isola iban a representar a la Argentina en el Campeonato Sudamericano de 1921, en Buenos Aires?. Tesorieri, el de Boca, es el preferido. Y lo demuestra: el arco, invicto en todo el torneo. El final no podía ser de otro modo: Argentina y Uruguay. Y el gol de oro del uno a cero lo conseguirá Julio Libonatti, el rosarino. Un gol que enloquece a los 25.000 espectadores. Sí, 25.000 espectadores que consagran al fútbol como al espectáculo del pueblo.
Como no hay alambradas, el público invade la cancha en la pitada final, carga a sus hombros al héroe de Rosario y grita: "¡al Colón, al Colón!". Así es llevado el héroe desde el estadio de Sportivo Barracas hacia el centro. Pero a mitad de camino hay algunos a quienes el Colón les parece insuficiente y gritan: "¡A la Rosada, a Plaza de Mayo!". Y allá va la muchedumbre con el gladiador triunfante en hombros, a quien quieren consagrar César.
Pero Julio Libonatti no actuará ni de tenor ni en el escenario del Colón ni jamás traspasará el umbral de la Rosada. Lo comprarían los italianos para que juegue en el Torino. Así se iniciaba el éxodo de los mejores, un desangre colonial que todavía hoy -y más que nunca- sufre el fútbol criollo.
Huracán se llama el equipo que viene de un barrio proletario, Nueva Pompeya. La insignia es un globito, el globo de Jorge Newbery, el gentleman del aire que nunca volvió de su último viaje. El nuevo club se fundó en la vereda, y se escribía Huracán sin H. Poco conocimiento de la gramática pero mucho de la gambeta. En 1921 y 1922 se coronaron campeones de la Asociación Argentina. Tenían un crack indiscutible: Guillermo Stábile. Lo llamaban "el filtrador" porque venía desde atrás, en el ataque, y estaba adelante siempre para definir cuando la pelota llegaba al área. Más tarde, Stábile sería uno de los primeros que ejercería una nueva profesión: la de entrenador de fútbol.
En esa delantera de Huracán campeón también se hallaba otro artillero: Cesáreo Onzari, el del famoso gol olímpico. Será en 1924. Los uruguayos habían consagrado al fútbol rioplatense como "el mejor del mundo" al salir campeones de las Olimpíadas de París. Cuando regresaron, los argentinos los desafiaron y vencieron a los campeones mundiales por 2 a 1, con gol desde el córner de Onzari. Pocos días antes, en Inglaterra, se habían aceptado los goles por tiro de esquina directo. Uno de los goles más hermosos: habría que cobrarlos dobles por la belleza de la curva que hace el balón.
En 1922 otro nombre se consagra. Viene de Avellaneda. Se llama con orgullo Independiente. El nombre libertario contiene mucha protesta. Lo eligieron los cadetes y empleados argentinos de una gran tienda inglesa que no les permitía integrar el equipo de la casa. El nombre que adoptan y el rojo de la camiseta los hace peligroso para algunos. El club nació de una mesa de café del centro, en Hipólito Yrigoyen y Perú. Pero un terreno barato los llevó a Avellaneda, muy cerca de Racing. Y empezó la rivalidad y la identificación con la barriada proletaria. En 1926, el equipo rojo hace realidad el sueño de todos los futbolistas y de los hinchas. ¡Campeones invictos!. ¡No perdieron ningún partido!. Vengaban así el recuerdo del primer match oficial de 1907, cuando perdieron 21 a 1 contra Atlanta.
En el cuadro invicto estaban figuras que fueron directamente al paraíso: aquellos cinco mosqueteros de la delantera: Canaveri, Lalín, Ravaschino, Seoane y Orsi. Nacen los diablos rojos. Sus diabluras en el área levantan las tribunas populares, que los sabe de su misma extracción barrial. El "negro" Seoane los deja parados a todos los adversarios, y "Mumo" Orsi es quien rompe los piolines de las vallas adversarias.
Hasta hay payadores criollos que le cantan al campeón:
Ha de gritar el que pueda
siguiendo nuestra corriente
hurras al Independiente
del pueblo de Avellaneda.
Pero los rojos no hacen olvidar al Boca de 1925, proclamado campeón de honor por la Asociación. Ese año ha jugado en Europa; la gira inolvidable. Los europeos querían ver el fútbol rioplatense que habían puesto de moda los uruguayos. Y Boca no defraudó: 19 partidos jugados, 15 ganados y sólo tres perdidos.
Aunque lo mejor del fútbol argentino anda de viaje por Europa, los hinchas no tienen de qué quejarse, principalmente los de la Academia, que poseen una pareja derecha que no sólo se engolosina con sus malabarismos sino que también mete goles: Natalio Perinetti y Pedro Ochoa. Aquel cantor del Abasto, que ha llegado al centro, le dedica al lucido gambeteador Ochoa un tangazo: "Ochoíta, el crack de la afición".
1927 será el año de la unión del dividido fútbol y el triunfo del seleccionado argentino en el Sudamericano de Lima en toda la línea: 7 goles a Bolivia, 5 a Perú y tres nada menos que a Uruguay. Las puertas estaban así abiertas para ganar el Campeonato Olímpico de Amsterdam en 1928. Los argentinos se sentían fuertes y habían borrado sus complejos con los uruguayos. El seleccionado vuelve desde Lima en tren y el pueblo se concentra en Retiro. La alegría no tiene límites y el presidente Alvear olvida un poco los ademanes aristocráticos y se abraza con los Bidoglio, Recanatini, Carricaberry y Zumelzú, autores de la hazaña.
Pero ya los santos vienen marchando. Llevaban camiseta azul-grana y eran de Almagro. Campeones absolutos en la Asociación, unificada, donde ahora juegan todos contra todos. Nacieron como los "Forzosos de Almagro", atrás de la capilla de San Antonio, y pasaron a llamarse San Lorenzo, en homenaje al cura Lorenzo Massa, incansable alentador de los muchachos. Actualmente algunos hinchas menos devotos sostienen que el nombre del club se debe al combate de San Lorenzo.
De cualquier manera, agnósticos y creyentes olvidaban sus diferencias cuando los azulgranas meten un gol. Y todos están contestes en llamarlos "los santos", aunque los incorregibles enemigos de barrio cambien el calificativo por el de "los cuervos".
De "los santos" pasaron a ser "los gauchos de Boedo" y también "el ciclón" por aquella delantera que los llevó a la cumbre en el 27: Carricaberry, Acosta, Maglio, Sarrasqueta y Foresto.
Su rival de siempre, Huracán, le quitó el campeonato de 1928, pero al año siguiente el campeón vino de La Plata, de ahí "El expreso". Gimnasia y Esgrima. Origen de alcurnia. Caballeros de la alta sociedad platense que querían ejercitase en deportes viriles. Entre ellos encontramos a Olazábal, Perdriel, Alconada, Huergo, Uzal, Uriburu y un nombre para no olvidar; Ramón L. Falcón, el posterior jefe de policía, autor de la masacre de obreros de Plaza Lorea, el 1º de mayo de 1909.
Los señores juegan al fútbol con los marinos ingleses en el puerto próximo. Pero los años pasan y los apellidos ilustres son reemplazados por más populares y ya en las tribunas se mezclan los estudiantes platenses con los hombres emigrados de las pampas cercanas. El campeón alista a dos figuras que cumplirán una brillante trayectoria: el back Delovo y el delantero Francisco Varallo.
El fútbol y el cine se han convertido en las diversiones preferidas del porteño. Los cines se van abriendo en los barrios, y los clubes han salido definitivamente del potrero. Los tablones ya van siendo mal mirados por los clubes más ricos que van siendo tentados por el cemento. Independiente inaugura su estadio con capacidad para cien mil espectadores.
Pero no sólo al cine y al fútbol van los argentinos. En 1927, al igual que en todas las ciudades del mundo, el pueblo se vuelca a las calles para protestar por el asesinato de dos obreros; Sacco y Vanzetti, que son condenados a la silla eléctrica por la justicia norteamericana.
El Futbol a Sol y Sombra
tomado de la web http://www.punksunidos.com.ar
Aquí hay algunos fragmentos del libro de Eduardo Galeano.
El Futbol - A sol y sombra
1) El hincha
2) El fanático
3) El gol
4) El entrenador
5) El mundial del 78
6) Pele
El hincha
Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.
Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.
Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.
Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quein sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.
Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hncha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.
El fanático
El fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca, y a la deriva navegan los restos del naufragio en estas aguas hirvientes, siempre alborotadas por la furia sin tregua.
El fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación o el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar.
En estado de epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola existencia del hincha del otro club constituye una provocación inadmisible. El Bien no es violento, pero el Mal lo obliga. El enemigo, siempre culpable, merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no puede distraerse, porque el enemigo acecha por todas partes. También está dentro del espectador callado, que en cualquier momento puede llegar a opinar que el rival está jugando correctamente, y entonces tendrá su merecido.
El gol
El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna.
Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos.
El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol, aunque sea un golecito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire.
El entrenador
Antes existía el entrenador, y nadie le prestaba mayor atención. El entrenador murió, calladito la boca, cuando el juego dejó de ser juego y el fútbol profesional necesitó una tecnocracia del orden. Entonces nació el director técnico, con la misión de evitar la improvisación, controlar la libertad y elevar al máximo el rendimiento de los jugadores, obligados a convertirse en disciplinados atletas.
El entrenador decía:
Vamos a jugar.
El técnico dice:
Vamos a trabajar.
Ahora se habla en números. El viaje desde la osadía hacia el miedo, historia del fútbol en el siglo veinte, es un tránsito desde el 2-3-5 hacia el 5-4-1. pasando por el 4-3-3 y el 4-4-2. Cualquier profano es capaz de traducir eso, con un poco de ayuda, pero después, no hay quien pueda. A partir de allí, el director técnico desarrolla fórmulas misteriosas como la sagrada concepción de Jesús, y con ellas elabora esquemas tácticos más indescifrables que la Santísima Trinidad.
Del viejo pizarrón a las pantallas electrónicas; ahora las jugadas magistrales se dibujan en una computadora y se enseñan en video. Esas perfecciones rara vez se ven, después, en los partidos que la televisión transmite. Más bien la televisión se complace exhibiendo la crispación en el rostro del técnico, y lo muestra mordiéndose los puños o gritando orientaciones que darían vuelta al partido si alguien puedira entenderlas.
Los periodistas lo acribillan en la conferencia de prensa, cuando el encuentro termina. El técnico jamás cuenta el secreto de sus victorias, aunque formula admirables explicaciones de sus derrotas:
Las instrucciones eran claras, pero no fueron escuchadas, dice, cuando el equipo pierde por goleada ante un cuadrito de morondanga. O ratifica la confianza en sí mismo, hablando en tercera persona más o menos así: «Los reveses sufridos no empañan la conquista de una claridad conceptual que el técnico ha caracterizado como una síntesis de muchos sacrificios necesarios para llegar a la eficacia».
La maquinaria del espectáculo tritura todo, todo dura poco, y el director técnico es tan desechable como cualquier otro producto de la sociedad de consumo. Hoy el público le grita:
¡No te mueras nunca!
Y el Domingo que viene lo invita a morirse.
El cree que el futbol es una ciencia y la cancha un laboratorio, pero los dirigentes y la hinchada no sólo le exigen la genialida de Einstein y la sutileza de Freud, sino también la capacidad milagrera de la Virgen de Lourdes y el aguante de Gandhi.
El Mundial del 78
En Alemania moría el popular escarabajo de la Volkswagen, el Inglaterra nacía el primer bebé de probeta, en Italia se legalizaba el aborto. Sucumbían las primeras víctimas del sida, una maldición que todavía no se llamaba así. Las Brigadas Rojas asesinaban a Aldo Moro, los Estados Unidos se comprometían a devolver a Panamá el canal usurpado a principios de siglo. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas. En Nicaragua tambaleaba la dinastía de Somoza, en Irán tambaleaba la dinastía del Sha, los militares de Guatemala ametrallaban una multitud de campesinos en el pueblo de Panzós. Domitila Barrios y otras cuatro mujeres de las minas de estaño iniciaban una huelga de hambre contra la dictadura militar de Bolivia, al rato toda Bolivia estaba en huelga de hambre, la dictadura caía. La dictadura militar argentina, en cambio, gozaba de buena salud, y para probarlo organizaba el undécimo Campeonato Mundial de Fútbol.
Participaron diez países europeos, cuatro americanos, Irán y Túnez. EL Papa de Roma envió su bendición. Al son de una marcha militar, el general Videla condecoró a Havelange en la ceremonia de la inauguración, en el estadio Monumental de Buenos Aires. A unos pasos de allí, estaba en pleno funcionamiento el Auschwitz argentino, el centro de tormento y exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada. Y algunos kilómetros más allá, los aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar.
«Por fin el mundo puede ver la verdadera imagen de la Argentina», celebró el presidente de la FIFA ante las cámaras de la televisión. Henry Kissinger, invitado especial, anunció:
—Este país tiene un gran futuro a todo nivel.
Y el capitán del equipo alemán, Berti Vogts, que dio la patada inicial, declaró unos días después:
—Argentina es un país donde reina el orden. Yo no he visto a ningún preso político.
Los dueños de casa vencieron algunos partidos, pero perdieron ante Italia y empataron con Brasil. Para llegar a la final contra Holanda, debían ahogar a Perú bajo una lluvia de goles. Argentina obtuvo con creces el resultado que necesitaba, pero la goleada, 6 a 0, llenó de dudas a lo malpensados, y a los bienpensados también. Los peruanos fueron apedreados al regresar a Lima.
La final entre Argentina y Holanda se definió por alargue. Ganaron los argentinos 3 a 1, y en cierta medida la victoria fue posible gracias al patriotismo del palo que salvó al arco argentino en el último minuto del tiempo reglamentario. Ese palo, que detuvo un pelotazo de Rensenbrink, nunca fue objeto de honores militares, por esas cosas de la ingratitud humana. De todos modos, más decisivos que el palo resultaron los goles de Mario Kempes, un potro imparable que se lució galopando, con la pelambre al viento, sobre el césped nevado de papelitos.
A la hora de recibir los trofeos, los jugadores holandeses se negaron a saludar a los jefes de la dictadura argentina. El tercer puesto fue para Brasil. El cuarto, para Italia.
Kempes fue el mejor jugador de la Copa y también el goleador, con seis tantos. Detrás figuraron el peruano Cubillas y el holandés Rensenbrink, con cinco goles cada uno.
Maradona Diego Armando y la Mano de Dios
Pelé
Cien canciones lo nombran. A los diecisiete años fue campeón del mundo y rey del fútbol. No había cumplido veinte cuando el gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos. Después de su gol número mil, siguió sumando. Jugó más de mil trescientos partidos, en ochenta países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirtió casi mil trescientos goles. Una vez, detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verlo jugar.
Verlo jugar, bien valía una tregua y mucho más. Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales, como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera. Cuando ejecutaba un tiro libre, los rivales que formaban la barrera querían ponerse al revés, de cara a la meta, para no perderse el golazo.
Había nacido en casa pobre, en un pueblito remoto, y llegó a las cumbres del poder y la fortuna, donde los negros tienen prohibida la entrada. Fuera de las canchas, nunca regaló un minuto de su tiempo y jamás una moneda se le cayó del bolsillo. Pero quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe