Allá, donde mi memoria alcanza, entre los primeros recuerdos futbolísticos de mi niñez, toma cuerpo de manera incuestionable una Figura, un Símbolo, un Nombre ...... Germán Dévora Ceballos, "EL MAESTRO". Nunca un sobrenombre fué más acertado ...
Recuerdo el murmullo que suponía, en la abigarrada grada, la recepción del balón por parte del fino interior. Despertaba admiración la sola mención de su nombre: ¡Germán! ... Por aquél entonces, los futbolistas no tenían apellidos (ní falta que les hacía). Modas posteriores traerían la filiación completa.
De aquellos años, maravillosos, con el Insular hasta la bandera (nunca mejor dicho; recuérdense las 18 banderas de los Clubes de Primera, colocadas por orden clasificatorio en lo más alto de la Grada Naciente) me quedan decenas de olores, sabores, voces, sensaciones...
En este sentido, Germán, siempre Germán, representaba el Arquetipo de Héroe, el Guía de la Victoria, el Capitán (trás la ausencia de los inolvidables Guedes y Tonono) que los mandaba. Era su fútbol, su Catedra, un auténtico compendio de ilustración técnica. La esencia del balompié canario en sus botas. Sus gestos, perfectos, hipnotizaban al balón, y al contrario, dándole al juego la orientación deseada: ¡Que cambios de orientación! ¡que pases en profundidad! ¡que dominio de las superficies de contacto, ora con interior, ora con exterior! ¡que elegancia! ¡Que maravilla!...
Adoptando una posición central en el terreno de juego, mandando, templando, cabeza erguida, visión periférica perfecta del espacio, balón pegado al pié, pero, listo para ser desplazado a 40 metros o en corto, Germán acudía a posiciones más adelantadas cuando la ocasión lo requería. Y aquí, su repertorio, se enriquecía aún más. Gran regateador -por habilidad, no por desborde- el Maestro, poseía un arma letal: la Finta o regate sín balón, mediante engaño corporal.
He visto a pocos -contados- jugadores dominadores de esta suerte, pero con la apostura, elegancia y solvencia de Germán... a ninguno. No era raro, observar entusiasmado, como su marcador, driblado por un 'amago' o por un simple movimiento de cintura, quedara sentado en el suelo.
Y, que decir de sus remates: Dotado de una potencia descomunal de golpeo, poseía la virtud de saber, en todo momento, acomodar su cuerpo de la mejor manera para disparar. Resabios del juego playero, sín duda. Disparos, que en mis primeros años en el estadio, jamás ví, pues yo era chiquitillo y tanta era la seguridad del público en la efectividad del "Maestro" que se levantaban de sus asientos para cantar el gol, nada más verlo atacar el balón en la frontal del área. Segundos de sudor frio, respiración contenida ... y la locura, frenesí de alegria, entusiasmo a raudales ... el equipillo comenzaba a hilvanar su fútbol hipnótico, a tejer su telaraña mágica, de tiralíneas, juego raso, preciso, lento en retaguardia y veloz, al instante.........
¡Trae pa'ca el Ron de Arucas y otro pejín! ¡Que tiempos! ¡Que FUTBOL!
EL MAESTRO (I)
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germanista1964
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