Un Paseo por el Sur
Publicado: Jue Abr 08, 2010 7:09 pm
Hace unos dias, charlando con unos amigos sobre la actualidad de nuestra zona turística, me comentó alguno de ellos la mejor manera de conocer de primera mano el auténtico estado del pulmón económico de Gran Canaria y de Canarias. Un buen paseo, dejar el coche a un lado y adentrarse en recovecos, pasillos, sótanos y lugares olvidados o que no están muy a la vista, tanto de dia como de noche. Así lo hice, y el resultado, amigos mios, es terrorífico. Me centraré en unos pocos detalles. Comenzamos el itinerario por la zona del Campo Internacional una tarde cualquiera, entre Ocean Park, lo que fue en su dia un parque acuático y que hoy es un estercolero fantasmagórico y abandonado, y lo que asimismo fue un dia un centro comercial de indudable calidad: Faro2, un recinto en la actualidad triste y vacío. La excursión empieza de manera inquietante, porque tras cruzar la antigua carretera general del sur, la GC-500, flanqueada por hermosos jardines de césped impoluto, exquisito e inmaculado, junto a un parque con un lago, bancos y un carril bici, llegamos a las inmediaciones del centro comercial antes nombrado. Por aquí ya empiezan las sorpresas: aceras inexistentes o simplemente asfaltadas en el año de maricastaña y viales pavimentados hace treinta años y que no se han vuelto a tocar. La consecuencia, calles más próximas a un empedrado, por donde circular a un 4x4 ya le costaría sin dejarse algún amortiguador. Lo siguiente a la vista son unos supuestos jardines, con matos resecos, árboles sin podar, picón y basura, mucha basura: botellas de Arehucas y vodka barato de Cocal esparcidas en un radio bastante amplio, bolsas de plástico, envases de Macdonalds, vasos de cartón, folletos de todo tipo requemados por el sol, hojas de periódicos amarillentas y algún otro envase dudoso.
Con Faro2 al fondo, llegamos a él después de sortear tanta inmundicia. Pasamos por delante de un restaurante chino con dos mesas ocupadas de una treinta o cuarenta, por supuesto a una hora que suele ser punta para cenar: las 20:00 h. La siguiente parada es la farmacia, a punto de cerrar por ese dia. Tras adquirir unas pastillas de menta, departo brevemente con el farmacéutico, que ya no dispone de empleado alguno. Poco que decir. Siguiendo la travesía observo un cuidado pero fantasmal recinto: locales vacíos, tiendas cerradas y ningún turista o residente: nadie, pero nadie, igual que en el camino desandado, en donde tampoco me cruzé con nadie, ni turistas, ni residentes, ni siquiera un niño jugando con una pelota. La nada más absoluta.
La caminata continúa y me dirijo a Meloneras. La opción es el camino que bordea el barranco de Maspalomas, aun con charcos, restos de las lluvia pasadas. No existe pavimento, el alquitrán está levantado por muchas zonas pero esta vez ya me cruzo con algún turista que viene de la playa. La llegada al Palmeral, al Oasis, vienen precedida del paso por una zona muy bonita y recientemente reformada al lado de un parking en donde individuos sospechosos esperan dentro de los vehículos algún encuentro furtivo, con miradas lascivas y algún guiño del ojo. Continúo. La zona sur del Palmeral es un estercolero, huele mal y los mosquitos son aviones F-18 en plan kamikaze. Hay que salir pitando de allí. Y llegamos al paseo, delante del hotel Costa Meloneras. Esto es otro mundo, otro planeta. Pavimento en perfecto estado de revista, preciosos jardines, movimiento de personas, muchas elegantemente vestidas, papeleras, bancos, limpieza y multitud de terrazas con mobiliario de gran calidad, tiendas, restaurantes, cafés e incluso animación con clowns que hacen las delicias de los peques. Suena música nada estridente y la sensación es placentera, que se complementa con una puesta de sol tonificante y espléndida. Maravilloso epílogo a este paseo con tantos altibajos.
Llega la noche y la dirección elegida es el centro del ocio y la marcha nocturna del sur por antonomasia: Plaza, Kasbah y Metro. No son necesarios más que unos breves segundos para que empieze la tortura del acoso, la inseguridad, la suciedad y los malos olores. Paso junto a unos individuos de tez morena, tal vez marroquíes, que me ofrecen, discretamente algunas sustancias. Hay de todo, como en un selecto supermercado: hachís, marihuana, cocaína, éxtasis y tripis. Tras rechazar la propuesta oteo a una chicas de color en el horizonte, que se me acercan ofrecindo propuestas de lo más variopinto. Gritan, gesticulan y casi toquetean, pero una enérgica reacción las termina por alejar. No corren la misma suerte unos jóvenes en la acera de enfrente, descamisados y calzando chanclas de baratillo a las 2:00 am, que en el encanto de su ebriedad, sucumben ante los supuestos encantos de las negras panteras. Me imagino lo peor. La visita a los diferentes centros de ocio resulta penosa y descorazonadora. Locales casi vacíos con ¿música? atronadora, decibelios atómicos y acoso de tiketeros. Jóvenes borrachos, chicos y chicas, pocos, ataviados con atuendo playero otra vez. La noche no es nada cálida, pero será una moda, pienso. El hedor es insoportable y regreso al coche en busca de nuevas sensaciones. Por el camino, baches y más baches, en un camino que parece bombardeado en una guerra reciente.
Calles vacías, papeleras rebosadas y alguna calle sin iluminación nos acompañan hasta llegar a nuestro próximo destino: el centro comercial Yumbo, otro centro de ocio nocturno, esta vez orientado hacia el público homosexual, y que tiene fama de tener muy buen ambiente todo el año. Después de estacionar en el parking principal me adentro a la aventura. Aparentemente las instalaciones están en un estado, digamos, correctas, sin muchos alardes. Pero el centro es feo, antiguo y dispone de pasillos incomprensibles. Al lado de toda una Oficina de Turismo observo a unos jovencitos sentados, esperando, mientras algún cincuentón nórdico se acerca a uno de ellos. Es un chapero, rubio, aniñado y de aspecto extranjero, quizás del este, el que termina por finalizar la transacción. El joven no aparentaba mayoría de edad, pero nunca se sabe. Camino horrorizado hacia una esquina en donde, subiendo unas escaleras, hay unos cuantos pubs, con penosa música estridente -otra vez- que suenan a Beyoncé, Madonna o Rihanna. Pues tampoco hay mucha gente y paso por delante de una discoteca, se ve el interior desde una cristalera, vacía, aunque uno de sus porteros, muy amablemente me comenta que se llena a las tres y media o cuatro de la mañana, eso si, no sé de qué, pienso para mi. Desisto, por hoy es suficiente, aunque en el camino al coche me surjen nuevas ofertas de todas las edades. Por supuesto, a todos los rechazo con una leve sonrisa.
Al dia siguiente me dirijo directamente, alarmado, a la playa de Maspalomas, tras una llamada informativa. En la excursión del dia anterior pasé muy cerca, pero no llegué hasta la arena, a la orilla. ¿Pero qué ven mis ojos? ¿Dónde está la Playa? ¿Dónde la arena rubia? Me adentro como buenamente puedo, sorteando toneladas de piedras de todos los tamaños intentando llegar hasta la punta, por lo menos. Me sorprende comprobar que nadie se adentra en el mar para darse un baño porque el sol nos recibe en toda su plenitud. Imposible, me dice un hamaquero, la fuerza de las olas estrellan las piedras contra el cuerpo, haciendo mucho daño. Algunos visitantes toman sol en lo alto de las dunas, que todavía sobreviven, mientras toman fotos del desastre con cara de pocos amigos. Los chiringuitos que antes estaban alejados de la orilla se encuentran ahora en la misma orilla, y te puedes tomar una refrescante cerveza, nunca mejor dicho, con los pies en remojo. Por lo visto la Demarcación de Costas no prevé ninguna intervención, porque esto es un espacio intocable. Ante tanto desastre urbanístico en la costa, esta premisa suena a chiste. El camino de vuelta transcurre por la trasera de los chiringuitos y del puesto de la Cruz Roja. He visto más basura, calles sin asfaltar, aceras desvencijadas, suciedad, vomitonas, malos olores, escaleras rotas, farolas inservibles, edificios en ruina, lumpen y miseria, como en la antigua sede de Viajes Insular o la emblemática Viuda de Franco.
Para mi es suficiente. El estado de la playa me ha dejado en shock. Ahora mismo dudo mucho que Maspalomas-Costa Canaria, nombre original de la urbanización, resucite, porque está casi muerta, en coma. Todavía quedan visitantes, pero supongo que cada vez, paulatinamente, lentamente, el número irá decreciendo. El ejemplo lo tenemos cerca y todavía fresquito con el ejemplo de Las Palmas de GC, núcleo turístico en los años sesenta que murió a manos de un incipiente sur. El desvío de turistas tumbó turisticamente a la ciudad. Ahora por el sur la jugada se repite: el desvío es hacia Meloneras y alguna otra zona o instalación puntual. Insuficiente para seguir siendo pulmón.
No será mala idea disponer de un plan b, con las maletas preparadas, y nada me complacería más que equivocarme.
Con Faro2 al fondo, llegamos a él después de sortear tanta inmundicia. Pasamos por delante de un restaurante chino con dos mesas ocupadas de una treinta o cuarenta, por supuesto a una hora que suele ser punta para cenar: las 20:00 h. La siguiente parada es la farmacia, a punto de cerrar por ese dia. Tras adquirir unas pastillas de menta, departo brevemente con el farmacéutico, que ya no dispone de empleado alguno. Poco que decir. Siguiendo la travesía observo un cuidado pero fantasmal recinto: locales vacíos, tiendas cerradas y ningún turista o residente: nadie, pero nadie, igual que en el camino desandado, en donde tampoco me cruzé con nadie, ni turistas, ni residentes, ni siquiera un niño jugando con una pelota. La nada más absoluta.
La caminata continúa y me dirijo a Meloneras. La opción es el camino que bordea el barranco de Maspalomas, aun con charcos, restos de las lluvia pasadas. No existe pavimento, el alquitrán está levantado por muchas zonas pero esta vez ya me cruzo con algún turista que viene de la playa. La llegada al Palmeral, al Oasis, vienen precedida del paso por una zona muy bonita y recientemente reformada al lado de un parking en donde individuos sospechosos esperan dentro de los vehículos algún encuentro furtivo, con miradas lascivas y algún guiño del ojo. Continúo. La zona sur del Palmeral es un estercolero, huele mal y los mosquitos son aviones F-18 en plan kamikaze. Hay que salir pitando de allí. Y llegamos al paseo, delante del hotel Costa Meloneras. Esto es otro mundo, otro planeta. Pavimento en perfecto estado de revista, preciosos jardines, movimiento de personas, muchas elegantemente vestidas, papeleras, bancos, limpieza y multitud de terrazas con mobiliario de gran calidad, tiendas, restaurantes, cafés e incluso animación con clowns que hacen las delicias de los peques. Suena música nada estridente y la sensación es placentera, que se complementa con una puesta de sol tonificante y espléndida. Maravilloso epílogo a este paseo con tantos altibajos.
Llega la noche y la dirección elegida es el centro del ocio y la marcha nocturna del sur por antonomasia: Plaza, Kasbah y Metro. No son necesarios más que unos breves segundos para que empieze la tortura del acoso, la inseguridad, la suciedad y los malos olores. Paso junto a unos individuos de tez morena, tal vez marroquíes, que me ofrecen, discretamente algunas sustancias. Hay de todo, como en un selecto supermercado: hachís, marihuana, cocaína, éxtasis y tripis. Tras rechazar la propuesta oteo a una chicas de color en el horizonte, que se me acercan ofrecindo propuestas de lo más variopinto. Gritan, gesticulan y casi toquetean, pero una enérgica reacción las termina por alejar. No corren la misma suerte unos jóvenes en la acera de enfrente, descamisados y calzando chanclas de baratillo a las 2:00 am, que en el encanto de su ebriedad, sucumben ante los supuestos encantos de las negras panteras. Me imagino lo peor. La visita a los diferentes centros de ocio resulta penosa y descorazonadora. Locales casi vacíos con ¿música? atronadora, decibelios atómicos y acoso de tiketeros. Jóvenes borrachos, chicos y chicas, pocos, ataviados con atuendo playero otra vez. La noche no es nada cálida, pero será una moda, pienso. El hedor es insoportable y regreso al coche en busca de nuevas sensaciones. Por el camino, baches y más baches, en un camino que parece bombardeado en una guerra reciente.
Calles vacías, papeleras rebosadas y alguna calle sin iluminación nos acompañan hasta llegar a nuestro próximo destino: el centro comercial Yumbo, otro centro de ocio nocturno, esta vez orientado hacia el público homosexual, y que tiene fama de tener muy buen ambiente todo el año. Después de estacionar en el parking principal me adentro a la aventura. Aparentemente las instalaciones están en un estado, digamos, correctas, sin muchos alardes. Pero el centro es feo, antiguo y dispone de pasillos incomprensibles. Al lado de toda una Oficina de Turismo observo a unos jovencitos sentados, esperando, mientras algún cincuentón nórdico se acerca a uno de ellos. Es un chapero, rubio, aniñado y de aspecto extranjero, quizás del este, el que termina por finalizar la transacción. El joven no aparentaba mayoría de edad, pero nunca se sabe. Camino horrorizado hacia una esquina en donde, subiendo unas escaleras, hay unos cuantos pubs, con penosa música estridente -otra vez- que suenan a Beyoncé, Madonna o Rihanna. Pues tampoco hay mucha gente y paso por delante de una discoteca, se ve el interior desde una cristalera, vacía, aunque uno de sus porteros, muy amablemente me comenta que se llena a las tres y media o cuatro de la mañana, eso si, no sé de qué, pienso para mi. Desisto, por hoy es suficiente, aunque en el camino al coche me surjen nuevas ofertas de todas las edades. Por supuesto, a todos los rechazo con una leve sonrisa.
Al dia siguiente me dirijo directamente, alarmado, a la playa de Maspalomas, tras una llamada informativa. En la excursión del dia anterior pasé muy cerca, pero no llegué hasta la arena, a la orilla. ¿Pero qué ven mis ojos? ¿Dónde está la Playa? ¿Dónde la arena rubia? Me adentro como buenamente puedo, sorteando toneladas de piedras de todos los tamaños intentando llegar hasta la punta, por lo menos. Me sorprende comprobar que nadie se adentra en el mar para darse un baño porque el sol nos recibe en toda su plenitud. Imposible, me dice un hamaquero, la fuerza de las olas estrellan las piedras contra el cuerpo, haciendo mucho daño. Algunos visitantes toman sol en lo alto de las dunas, que todavía sobreviven, mientras toman fotos del desastre con cara de pocos amigos. Los chiringuitos que antes estaban alejados de la orilla se encuentran ahora en la misma orilla, y te puedes tomar una refrescante cerveza, nunca mejor dicho, con los pies en remojo. Por lo visto la Demarcación de Costas no prevé ninguna intervención, porque esto es un espacio intocable. Ante tanto desastre urbanístico en la costa, esta premisa suena a chiste. El camino de vuelta transcurre por la trasera de los chiringuitos y del puesto de la Cruz Roja. He visto más basura, calles sin asfaltar, aceras desvencijadas, suciedad, vomitonas, malos olores, escaleras rotas, farolas inservibles, edificios en ruina, lumpen y miseria, como en la antigua sede de Viajes Insular o la emblemática Viuda de Franco.
Para mi es suficiente. El estado de la playa me ha dejado en shock. Ahora mismo dudo mucho que Maspalomas-Costa Canaria, nombre original de la urbanización, resucite, porque está casi muerta, en coma. Todavía quedan visitantes, pero supongo que cada vez, paulatinamente, lentamente, el número irá decreciendo. El ejemplo lo tenemos cerca y todavía fresquito con el ejemplo de Las Palmas de GC, núcleo turístico en los años sesenta que murió a manos de un incipiente sur. El desvío de turistas tumbó turisticamente a la ciudad. Ahora por el sur la jugada se repite: el desvío es hacia Meloneras y alguna otra zona o instalación puntual. Insuficiente para seguir siendo pulmón.
No será mala idea disponer de un plan b, con las maletas preparadas, y nada me complacería más que equivocarme.