Pacuco Rosales rememora el ascenso de Elche
Publicado: Mié Jun 22, 2011 1:43 am
Amigos foreros, leyendo la edición digital del C7 he encontrado esta entrevista que se le hace a Pacuco Rosales por aquel ascenso ante el Elche en el Martínez Valero. Sinceramente creo que ha sido uno de los mejores que ha pasado por nuestro banquillo, bien es cierto que tenía un muy buen equipo, pero lejos de todo ello, me quedo con un momento de la entrevista, cuando le dice a los jugadores que si pierden, el se va a la calle y surge ese grito por parte de los jugadores.....
Gando colapsado, casi tres horas para llegar del aeropuerto a la capital, 120.000 personas, según los datos oficiales, de celebración en Las Canteras, Gran Canaria vestida de fiesta, entregada a un éxtasis infinito que, quince años después, todavía se recuerda con emociones singulares.
Tal día como hoy, en 1996, la UD se imponía 1-4 al Elche y lograba el ascenso a Segunda División. Atrás quedaban cuatro años desérticos en Segunda División B que amenazaron, incluso, la existencia de la entidad. Aquel equipo, con Pacuco Rosales al frente, devolvió a la Isla el orgullo perdido y restituyó en el mapa nacional el valor de un escudo.
«No lo digo yo. Se lo he oído a muchos. Recientemente al mismísimo Paquito, que luego subiría a Primera. Como aquel ascenso, ninguno. Fue tal el ambiente que vivimos que aún se me pone la piel de gallina cuando veo fotos o imágenes de aquel partido», admite Pacuco Rosales, desde entonces en los altares de la sociedad y bendecido de por vida.
Pacuco se instaló en la eternidad. Aquello fue más que una victoria. Constituyó una ofrenda impagable. Y así le va a Pacuco: le paran por la calle, le han hecho mil homenajes sociales, es un rostro que evoca felicidad. «Me paran por la calle, cuando pesco en Melenara, en cualquier estadio... Es difícil que pase un día sin que alguien me hable del ascenso del 96. Tanto afecto recibido, tanto agradecimiento, alguno con lágrimas, lo llevo en el corazón», añade.
No fue un proyecto al uso el que inició en el verano de 1995 Pacuco, con Juan Manuel Rodríguez como auxiliar en el banquillo. Había estado a punto de fichar alguna vez anterior por la UD y cuando Ángel Luis Padrón le llamó un lunes a las ocho de la mañana, el día después de que el Mensajero perdiera la oportunidad de militar en Segunda, pensó que era una broma: «Me estaba afeitando y cuando Padrón me comentó la posibilidad, lo primero que hice fue mandarlo a paseo. No me lo creía y hasta me molestaba pensar que era otro ofrecimiento de mentira. Pero, tras la reacción inicial, me calmé y nos tiramos doce horas negociando con mi agente de entonces, José Luis Tamargo, que posteriormente se haría famoso por llevar a David Villa».
Para Pacuco «era un reto» obrar el milagro de sacar a la UD de las cloacas: «Parecía imposible salir de la Segunda B después de proyectos anteriores que no lo lograron. No me metieron la presión de entrada, pero sabía que estaba en un club con la misión de subir. Todo lo demás no valía».
Valora, también, la palabra que respetó el presidente Adrián Déniz: «Lo conocí camino del Cabildo, cuando me tocó reunirme con los consejeros para firmar mi contrato. Me vio caminando, me invitó a subirme a su coche y me dijo que juntos nos íbamos a meter en un yumbo y que, tal y como partíamos, también aterrizaríamos juntos. Cumplió como un señor».
Heredó un equipo poco fiable y lo convirtió en una máquina de jugar y de ganar. «Insistí en dos contrataciones esenciales, con la aprobación de la comisión deportiva en la que estaban el Padrón y Pepe de la Rosa: Ángel Rodríguez, que se lo quitamos al Córdoba, y Eloy. El rendimiento que dieron resultó, sencillamente, excepcional. Ángel fue nuestro líder y Eloy hizo 19 goles».
Desde el inicio de la temporada, la UD fue como un tiro. «Éramos una familia y eso se notaba. Cuando un jugador pagaba una multa, siempre cifrada en 12.000 pesetas, pagaba un desayuno. ¿Saben quien era el que más comía? Valerón. Llegamos a estar a catorce puntos del segundo y, con bastantes meses de antelación, sabíamos que estaríamos entre los cuatro primeros».
Pero antes de iniciarse la fase decisiva, en la que la UD quedó emparejada en un grupo con el Nástic, Elche y Cultural Leonesa, hubo acontecimientos que pudieron reventar la gesta: «Hubo presiones para que me destituyeran y una reunión con García Remón por si perdía el primer encuentro de la liguilla. Sabía que no me iban a perdonar un mínimo error. Aquí rompo una lanza por Rafael León, que me apoyó muchísimo, como Adrián Déniz, al contrario que otros directivos. Recuerdo que antes de comenzar el encuentro en Tarragona le dije a los futbolistas que si caíamos, me ponían en la calle. La reacción fue tremenda. Manolo López los reunió en privado, tras pedirme permiso, y se conjuraron con aquel grito ‘Por Gran Canaria’. Ganamos y fue el primer paso para el ascenso».
En los seis partidos decisivos, la UD ofreció números impolutos: cinco victorias y un empate, con quince goles y uno en contra. Dieciséis puntos, el doble que el Elche, que acabó segundo.
«Lloré mil veces en el viaje de regreso. Mi madre, que en paz descanse y a la que llevo siempre presente, estaba sentada en el sitio del chófer cuando nos subimos a la guagua tras aterrizar. Aquello es imposible olvidarlo. El vuelo a Gran Canaria fue un disparate. El comandante pidiendo que nos sentáramos, las azafatas impotentes porque los jugadores la estaban liando...». Pacuco casi ni puede seguir: «Acabé aquella noche en La Isleta, mi barrio. No sé ni cómo me llevaron».
Gando colapsado, casi tres horas para llegar del aeropuerto a la capital, 120.000 personas, según los datos oficiales, de celebración en Las Canteras, Gran Canaria vestida de fiesta, entregada a un éxtasis infinito que, quince años después, todavía se recuerda con emociones singulares.
Tal día como hoy, en 1996, la UD se imponía 1-4 al Elche y lograba el ascenso a Segunda División. Atrás quedaban cuatro años desérticos en Segunda División B que amenazaron, incluso, la existencia de la entidad. Aquel equipo, con Pacuco Rosales al frente, devolvió a la Isla el orgullo perdido y restituyó en el mapa nacional el valor de un escudo.
«No lo digo yo. Se lo he oído a muchos. Recientemente al mismísimo Paquito, que luego subiría a Primera. Como aquel ascenso, ninguno. Fue tal el ambiente que vivimos que aún se me pone la piel de gallina cuando veo fotos o imágenes de aquel partido», admite Pacuco Rosales, desde entonces en los altares de la sociedad y bendecido de por vida.
Pacuco se instaló en la eternidad. Aquello fue más que una victoria. Constituyó una ofrenda impagable. Y así le va a Pacuco: le paran por la calle, le han hecho mil homenajes sociales, es un rostro que evoca felicidad. «Me paran por la calle, cuando pesco en Melenara, en cualquier estadio... Es difícil que pase un día sin que alguien me hable del ascenso del 96. Tanto afecto recibido, tanto agradecimiento, alguno con lágrimas, lo llevo en el corazón», añade.
No fue un proyecto al uso el que inició en el verano de 1995 Pacuco, con Juan Manuel Rodríguez como auxiliar en el banquillo. Había estado a punto de fichar alguna vez anterior por la UD y cuando Ángel Luis Padrón le llamó un lunes a las ocho de la mañana, el día después de que el Mensajero perdiera la oportunidad de militar en Segunda, pensó que era una broma: «Me estaba afeitando y cuando Padrón me comentó la posibilidad, lo primero que hice fue mandarlo a paseo. No me lo creía y hasta me molestaba pensar que era otro ofrecimiento de mentira. Pero, tras la reacción inicial, me calmé y nos tiramos doce horas negociando con mi agente de entonces, José Luis Tamargo, que posteriormente se haría famoso por llevar a David Villa».
Para Pacuco «era un reto» obrar el milagro de sacar a la UD de las cloacas: «Parecía imposible salir de la Segunda B después de proyectos anteriores que no lo lograron. No me metieron la presión de entrada, pero sabía que estaba en un club con la misión de subir. Todo lo demás no valía».
Valora, también, la palabra que respetó el presidente Adrián Déniz: «Lo conocí camino del Cabildo, cuando me tocó reunirme con los consejeros para firmar mi contrato. Me vio caminando, me invitó a subirme a su coche y me dijo que juntos nos íbamos a meter en un yumbo y que, tal y como partíamos, también aterrizaríamos juntos. Cumplió como un señor».
Heredó un equipo poco fiable y lo convirtió en una máquina de jugar y de ganar. «Insistí en dos contrataciones esenciales, con la aprobación de la comisión deportiva en la que estaban el Padrón y Pepe de la Rosa: Ángel Rodríguez, que se lo quitamos al Córdoba, y Eloy. El rendimiento que dieron resultó, sencillamente, excepcional. Ángel fue nuestro líder y Eloy hizo 19 goles».
Desde el inicio de la temporada, la UD fue como un tiro. «Éramos una familia y eso se notaba. Cuando un jugador pagaba una multa, siempre cifrada en 12.000 pesetas, pagaba un desayuno. ¿Saben quien era el que más comía? Valerón. Llegamos a estar a catorce puntos del segundo y, con bastantes meses de antelación, sabíamos que estaríamos entre los cuatro primeros».
Pero antes de iniciarse la fase decisiva, en la que la UD quedó emparejada en un grupo con el Nástic, Elche y Cultural Leonesa, hubo acontecimientos que pudieron reventar la gesta: «Hubo presiones para que me destituyeran y una reunión con García Remón por si perdía el primer encuentro de la liguilla. Sabía que no me iban a perdonar un mínimo error. Aquí rompo una lanza por Rafael León, que me apoyó muchísimo, como Adrián Déniz, al contrario que otros directivos. Recuerdo que antes de comenzar el encuentro en Tarragona le dije a los futbolistas que si caíamos, me ponían en la calle. La reacción fue tremenda. Manolo López los reunió en privado, tras pedirme permiso, y se conjuraron con aquel grito ‘Por Gran Canaria’. Ganamos y fue el primer paso para el ascenso».
En los seis partidos decisivos, la UD ofreció números impolutos: cinco victorias y un empate, con quince goles y uno en contra. Dieciséis puntos, el doble que el Elche, que acabó segundo.
«Lloré mil veces en el viaje de regreso. Mi madre, que en paz descanse y a la que llevo siempre presente, estaba sentada en el sitio del chófer cuando nos subimos a la guagua tras aterrizar. Aquello es imposible olvidarlo. El vuelo a Gran Canaria fue un disparate. El comandante pidiendo que nos sentáramos, las azafatas impotentes porque los jugadores la estaban liando...». Pacuco casi ni puede seguir: «Acabé aquella noche en La Isleta, mi barrio. No sé ni cómo me llevaron».