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Diablura, impotencia y desamparo

Jonathan Viera, en su despedida del Gran Canaria / Samuel Sánchez

Ni siquiera el llamamiento del entrenador para que la afición rindiese tributo a la penúltima joya forjada en casa que tiene que emigrar para triunfar surtió efecto. El ridículo ante el Huesca estaba muy presente, tanto como la escasez de incentivos de un final de curso torcido para el club. Seis mil fieles fueron capaces de acercarse al recinto de Siete Palmas que presentaba un aspecto desangelado. Solo interrumpía el silencio los cánticos del sector más pasional de la grada, que, lejos de centrarse en Viera, focalizaban sus iras en el eterno rival, en Pablo Sicilia y, finalmente, en pedir que quien vista de amarillo sienta los colores.

El partido comenzaba con un detalle tan simbólico como absurdo para el protagonista. Estrenó el ’21’ la capitanía, a pesar de que tanto David García como González formaban parte del once inicial. El brazalete, más que motivarle, le incomodó tanto que hasta tuvo que despojarse de él en más de una ocasión. Falta de costumbre, es de suponer, aunque al menos tendrá una foto para el recuerdo. En su nuevo rol, Viera salió a cargar de voltios la ofensiva amarilla. Sus combinaciones con ‘el Moco’ serán añoradas en la isla. Y sus asistencias. No quiso despedirse sin deleitar a los suyos con una última obra de arte. Su pase de cuchara en el gol de Momo es señal del desparpajo que le llevará a jugar la Champions. Nada menos.

Juan Manuel Rodríguez consuela a Jonathan, que no tuvo el tributo deseado por la derrota / Canarias7

Junto a la de sus diez compañeros, la llama de Jonathan se fue apagando. Siempre quiso agradar, como es habitual en él, y pudo haber dejado el mejor de los sabores de boca si no se precipita en dos disparos a puerta al primer toque que bien podría haber controlado. Pero manda su genética, su genio. Y con el empate del Cartagena los ánimos del respetable comenzaron a caldearse. Los que esperaban que el cartelón del cuarto árbitro marcase el ’21’ para que Viera tuviese al menos una ovación se vieron frustrados. Seguramente también el entrenador, quien lo tendría en su agenda, pero ante las lesiones de David García y Momo se vio sin alternativa. Viera tendría que ver cómo su equipo languidecía sobre el césped, impotente, encajando una nueva derrota que le impide salir con una sonrisa.

Llegó entonces el más gélido de los cuadros. El pitido final fue presenciado por no más de un millar de enojados sufridores. Lejos de homenajear a la estrella saliente, tocaba demostrar (con razón) la repugnancia por la indolencia de muchos. Viera centró los flashes. Pero saludó al colegiado, a los rivales y se fundió en un par de abrazos con sus compañeros de vestuario. Posó solícito para quien le pidió una foto. Poco más. Ni tributos, homenajes, ni siquiera un simple cántico. Una noche aciaga para él, un partido que no estuvo a la altura de sus quilates como futbolista. Un adiós difícil de endulzar.

Este artículo se modificó el 12/05/2012 11:21 11:21