Cada mañana bien temprano, de lunes a sábado, en el restaurante Miras de Lebor, una pedanía de Totana, se reúnen los artífices del milagro de La Hoya Lorca. Es un ritual, sobre las ocho y media Luis Jiménez, el presidente, el Niño del Campo, el vicepresidente, Manolo Molina, el director deportivo y otros directivos se ven las caras. Toman café, o más bien almuerzan, ya que todos ellos se han despertado antes de las seis para acudir a sus respectivos negocios. Técnicamente es la reunión del consejo de administración del mejor equipo de Segunda B, aunque en verdad es una reunión de amigos que hace años soñaron con tener un club de fútbol. En cada encuentro se ha ido forjando una filosofía ejemplarizante que va camino de cambiar el fútbol de Segunda B, deficitario por naturaleza. Trabajo y fútbol es la fórmula en la que se basa el éxito de La Hoya Lorca.
Y es que en este club desde el presidente hasta el utillero son unos currantes.
La filosofía del Brócoli Mecánico es innovadora en un mundo tan estereotipado como el del fútbol, pero puede marcar una tendencia para el futuro. Sobre todo porque La Hoya no paga sueldos millonarios, pero cumple con sus pagos como un reloj suizo. No tiene grandes estrellas en la plantilla, pero los jugadores se sienten protegidos, recompensados por su esfuerzo. Las premisas para vestir la camiseta de un equipo que nació en las catacumbas del fútbol regional y que se asoma al fútbol profesional son la honestidad, la responsabilidad y el trabajo. Por eso en el aparcamiento del Artés Carrasco no hay cochazos. Y no existe el glamour que rodea a los equipos de fútbol actuales, donde la gomina y las prendas de marca son artículos de primera necesidad. En la pedanía de Lorca ver a La Hoya liderando al Grupo IV es ver cumplido un sueño que se forja cada día con cada minuto de trabajo, en el campo, detrás de una barra de un bar, conduciendo un camión o envasando brócoli, calabacín, pimiento o lechuga.

El mayor ejemplo de lo que puede pasar en Segunda B en un futuro inmediato y quizás también en Segunda es Juan José Prior, uno de los capitanes y una pieza insustituible en el 'once' de José Miguel Campos, que, además de dejarse la piel cada día en los entrenamientos y cada fin de semana en el terreno de juego, trabaja por las tardes envasando brócoli para poder atender a sus necesidades económicas y pagar la hipoteca de su piso de Barcelona. Y unas reformas que quiere acometer. Nacido en Esplugues de Llobregat hace 32 años, se ha empapado de la filosofía de La Hoya en los últimos dos años y medio: «Cuando ves a los directivos que tienen sus empresas, que tienen cubiertas las espaldas económicamente recoger balones en los entrenamientos, acabar de trabajar a las once de la noche y levantarse a las cinco de la mañana o vender lotería de Navidad en la puerta de un restaurante para ayudar al equipo, entiendes de qué va esto. No me arrepiento de haber venido aquí, quiero darlo todo», asegura. Prior sabe hasta dónde puede llegar en el trabajo: «Si supiera que afecta a mi rendimiento me lo dejaría. Pero cuido al máximo mi alimentación y las horas de descanso».
Manolo Molina, el director deportivo, está en pie a las seis de la mañana para atender su negocio dedicado al sector ganadero. Molina es de esos jefes que se remanga y se mancha de barro si es preciso para sacar adelante el trabajo, aunque seis o siete horas más tarde esté negociando con un representante. Eso sí, cada día, sobre las once y media, aparece por el entrenamiento para controlar la marcha de un equipo construido desde la mesura.
Como Jesús Avellaneda Moya, que además de directivo y propietario del Buffet Moya, es la estrella del 'bingo-gol', un juego que ameniza el descanso de los partidos que La Hoya juega como local y que también sirve como fuente de financiación. Se ha convertido en un clásico. Igual que sus premios: una caja de brócoli, de lechuga, de otros productos de la tierra como el calabacín y la berenjena y hasta de un jamón. Moya, además, da de comer cada día a los jugadores del equipo que residen en la pedanía. Igual que Santi, un «español de pura cepa», según él, propietario del Hostal Marín, que también cuida a los integrantes de una plantilla que representa al 'club de los currantes', donde a nadie se le caen los anillos por trabajar de sol a sol.
http://www.laverdad.es/murcia/v/2014030 ... 20232.html