De casi todos es conocido que el editorialista del panfleto ultrachicharrero no está en sus cabales desde hace años. Hace ya mucho tiempo que se le fue el baifo, entró en una espiral de locura y perversión, y allí vive, desde hace lustros, sumido en una enajenación mental permanente. Es decir, está como una cabra, pero al no ser un demente peligroso fisicamente, pues no se tiene en cuenta su ingreso en una institución psiquiátrica, aunque tenga que vegetar como un zombi descerebrado escupiendo diariamente vomitajos pestilentes en un carrusel de sinrazón nunca antes visto en lugar alguno del planeta.
Coincido con el amigo Paco Pomares en que, si el pobre Leoncio levantara la cabeza, se llevaba con él al cochambroso editorialista paranoico, pero no para dejarlo cerca, sino para darle una patada astronómica que lo mandara al limbo del olvido. Pero coincido asimismo en la evidencia absoluta de que ese ser abyecto, miserable, abominable y descaradamente idiota, haya conseguido construir una especie de silencio contenido, una salvaguarda numantina que un viejo deleznable y putrefacto como ese, no merece, ni de lejos, ni siquiera por la elevadísima edad que lo resguarda de ofrecerle un zapatazo en su nauseabunda caradura. Allí ni le rechistan, por algo será, y aquí, la empanada mental de los grancanarios imposibilita cualquier atisbo de lógica reacción ante las chifladuras del senil mentecato.
Algo que sería deseable y hasta obligatorio, en tanto en cuanto el manejo de semejante panfleto bochornoso, implica, miren ustedes, un poderoso artilugio que de no ser desactivado a tiempo, puede hacer saltar por los aires, si no lo ha hecho ya, el sueño de vivir en una potente plataforma de libertad, cultura y desarrollo inteligente, algo digno que legar a nuestros hijos, tras tantos años de miseria y abandono. Hasta que aparece este soplagaitas pendenciero, obtuso y perdedor, se pone sus isla por montera, y, en su estado de confusión permanente, arremete contra todo lo que huela a grancanario utilizando para ello todas las artimañas endemoniadas que sólo un pervertido como él puede conocer.
El no va más se lo inventa en su mente calenturienta, cuando, en una nueva vuelta de tuerca, emprende la cruzada más mastodóntica, paleta y alucinante que nadie pueda imaginar: en el empeño de honrar su desastroso libro de estilo, repugnante, obsoleto y maloliente, no contento con llamar ratas, ladrones, mentirosos y mil cosas más a los nativos de GRAN CANARIA ( en mayúscula, que más le molesta aun), se inventa el esperpento del siglo, del milenio, con el intento, trasnochado, patético, imposible y ridículo de instar, a través de su panfleto y con la connivencia de la espartana burrocracia reinstalada en los sótanos del hedor, a cualquier mercachifle insurrecto henchido de animadversión hacia GRAN CANARIA o no, para desterrar GRAN del nombre primoroso, mayestático, puro y omnipotente que la hermosa Isla de Gran Canaria ostenta con honor y responsabilidad desde tiempos inmemoriales, casi desde el mismo año en que aconteció al mundo, para horror de la especie, ese sinvergÜenza usurero, pendenciero y macarra.
La responsabilidad de parar en seco semejante latrocinio es política, sin ninguna duda. En un estado de derecho los mecanismos se contemplan con meridiana claridad y los límites están convenientemente establecidos. No me vale que está como un cencerro o que es más viejo que la catedral de Notredame.
Aunque eso si, para reirse un rato, basta con imaginar el dia de su triste despedida. Volarán las botellas de cava. Va por ti, viejo belcebú.
