DEPORTIVO
Siete años después el «meigallo» del Dépor-Milan sigue vivo
La memoria blanquiazul jamás olvidará el día en el que el Dépor pasó a la historia de la Champions marcando cuatro goles al todopoderoso Campeón de Europa.
Lucía Mariño | Redacción Digital | 6/4/2011 | Actualizada a las 18:20 h
Siete de abril. La memoria no falla. Hoy es el día D; el séptimo aniversario y parece que fue ayer... Hace siete años ya, pero el recuerdo no ha muerto, y nunca lo hará. No hace falta que aparezca señalado en el calendario, porque el 7 de abril ocurrió algo que jamás se podrá olvidar.
Era miércoles, Semana Santa, y el sol brillaba en A Coruña, al igual que hoy. Pero la gente no estaba pensando en la playa, ni en las vacaciones, ni en las procesiones. En la ciudad atlántica se respiraba fútbol, y nada más.
El Dépor, que tantas penas y glorias nos había dado en los últimos años, se jugaba un imposible, un más difícil todavía, contra el Milan, el todopoderoso Milan de Gattuso, Cafu y Maldini. De Nesta y Kaká, de Seedorf y de Shevchenko. Una escuadra rossonera temible y victoriosa, la vigente Campeona de Europa.
Riazor recibía a los italianos en el partido de vuelta de los cuartos de final de la Champions. Tras el 4-1 de la ida, la comunidad internacional daba a los gallegos por vencidos, pero en la tierra de Hércules todo pintaba distinto. Y así fue.
Lágrimas, muchas lágrimas -incluso miles- cayeron aquel día, y nadie se avergonzó. Europa no creía, pero A Coruña, sí. Era el día D, el día en el que los blanquiazules pasaron a la historia de la Liga de Campeones. Ya habían ganado en Old Trafford, en Highbury y en Delle Alpi, contra el Bayern o el Paris Saint-Germain, pero nada igualable a aquel bonito miércoles de abril.
La afición llenó el estadio, las entradas se pagaron caras, todo el mundo esperaba que pasase. Meigas, conxuros, ajos, y rezos, pero sobre todo fe, y también algo de pasión. Pasión por unos colores que engalanaron el campo, y que animaron a los once elegidos a lograr la gesta.
Pandiani fue el primero. El uruguayo, apenas cuatro minutos después de que sonara el pitido inicial, ajustó el balón al palo y batió a Dida. El segundo se hizo esperar, pero llegó de la mano de Valerón, como no podía ser de otro modo. El genio canario anotó de cabeza para avivar la ilusión de la grada, que sabía que era posible.
El estallido llegó al borde del descanso. Luque, con su zurda, mandó el esférico a la escuadra, y al Dépor a semifinales.
A partir de ahí la locura, aunque también sufrimiento. Emoción y muchísimos nervios en la segunda parte, incluso después de que Fran anotase el 4-0, el corazón de las más de 30.000 almas que ese día poblaban Riazor, y de muchas otras que tuvieron que disfrutarlo en la distancia, latía a ritmo taquicárdico, hasta que el suizo Urs Meier pitó el final.
Y llegaron los gritos y los lloros, las sonrisas, los abrazos y los aplausos. El Dépor estaba en semifinales, en semifinales de la Champions.
Siete años después, el recuerdo sigue vivo.
