Bueno, a estas alturas de la película carece de sentido una discusión que no se sostiene desde ningún punto de vista. Un repaso a la Historia sería suficiente, porque las miradas progresistas o antediluvianas derechosas aquí no pintan nada, como tampoco los ninguneos metropolitanos del decadente centralismo guillotinador.
Hablar de los guanches, primitivos habitantes de Nivaria, o de canarios, aborígenes asentados en la primigenia isla de Tamarán, más tarde Gran Canaria, tratamiento conseguido con justicia y honor por la nobleza guerrera de su pueblo, sus maravillas naturales y la aplastante unanimidad en la opinión de foráneos que quedaron ensimismados por la belleza sublima del auténtico paraíso terrenal, sus microclimas extraordinarios y la proliferación de canes fornidos de extraño pedigrí, es un ejercicio de romanticismo, pero como tal, debe ser extraido del sueño irreal que lo representa.
Los primitivos de todas las islas fueron aniquilados por las fuerzas opresoras españolas, en un claro ejemplo de exterminio reprobable que todavía está falto de redención, y con la ayuda, miserable y torticera del catolicismo enfermizo que la época inquisidora disponía, siempre en el nombre de un dios inexistente, perverso, denigrante y enfermizo.
La historia, como tal, ahí terminó. Los guanches tinerfeños jamás otorgaron ningun tipo de ayuda, básicamente porque desconocían los mecanismos de navegación a distancia. Se guisaron y se comieron lo suyo, y para de contar.
La otra historia empieza con las disputa que empezaron a generar los nuevos habitantes, descendientes de andaluces, extremeños, castellano, portugueses y otras calañas. Eso si, lo peor y más rastrero de cada casa, y siempre comandados por el miserable de turno, un militar ignorante, repulsivo, salvaje y psicópata. Cosas de la Corona de Castilla y sus reyezuelos abominables, tan habitual en ese período.
A partir de ahi, y de generación en generación, se ha transmitido un odio profundo que caló mucho mas en la antigua Nivaria que en el resto de islas. Ni Ombrios, Maxorata, Lancelot o Tamarán recogieron el desafio jamás, ni por asomo, el odio y el rencor que , desde un primer momento la Nivaría hizo suya.
La perversión decadente tomaría cuerpo con el paso de los años y así hasta nuestros dias. Por motivos que se harían en exceso prolijos para redactarlos aquí, Gran Canaria tomó el mando social, cultural, económico y cultural. El bueno de Humbolt apreció el Puerto de la Cruz y el Valle de la Orotava, pero erró de manera brutal al identificar aquel paisaje como algo extraordinario. La exquisitez se hallaba en Tamarán, aunque para él aquello era suficiente.
Y de esta forma, sin pasar por alto la división provincial de 1927, clave en la posterior grandeur de Gran Canaria gracias a los prohombres maravillosos que nos precedieron y hoy ya extinguidos no sólo ellos, sino su descendencia bastarda y miserable que se vendieron a los hijos de satanás por una miseria, llegamos a estos tiempos de canallas, maleantes de la politica y tiranos de baja calaña. Con ellos, unidos y armados hasta los dientes, sus correligionarios, todos los chicharreros malnacidos, ignorantes de su propia cultura y sedientos de una venganza que solamente su enfermedad psicótica, incubada desde hace cientos de años trastorna, y en un demencial tiovivo de rabia y desenfreno intentan dinamitar a un pueblo noble, este si, e independiente, que siempre tuvo su norte en el progreso y la vanguardia, el comercio, la generosidad y la negociación.
Por eso esos dos pueblos, tan diferentes en todo, incluso en su habla, no están unidos, no son hermanos y no son semejantes. No lo pueden ser, porque proceden de la enfermedad, el odio, la rabia y la decadencia, unos, los torticeros, los miserables de cuerpo y espíritu.
Los otros, los aborígenes de Tamarán disponen de miras elevadas, honor, coherencia y manifiesta diligencia en el quehacer económico, que al final, supone motor de progreso y bienestar.
Los salvajes tinerfeños son fieles a sus catacumbas: hombres, niños, jovenes y mujeres que ni servirían para con sus cabezas, hacer un caldo decente y nutritivo. Antes al contrario, aquel que ingiriera el brevaje resultante, moriría envenenado de discordia, resquemor y putrefacción.
Supongo que queda bien explicado la imposible conexión con un pueblo desnortado, asilvestrado, pandémico y descerebrado. NO vendría mal una autoaniquilación; por burros, quizás llegue ese dia. Mientras tanto las milongas, las pondremos en cuarentena, simplemente por sana profilaxis.
