¿Qué edades tienes?
Ángela Becerra
No tenemos una edad, tenemos dos: la física y la mental.
A pesar de que ambas siempre nos acompañan, viven autónomas y pueden ser bien distintas la una de la otra; todos conocemos niños adultos y ancianos adolescentes, cincuentones juguetones y veinteañeros trascendentes. Uno puede tener a la vez 18 y 30, 50 y 20.
La edad física, por su propia visibilidad, siempre concreta y limita. Apostamos por la tersura o la arruga, dependiendo del estado de nuestra propia piel: los jóvenes con los jóvenes, los jubilados con los ídems...
La edad mental, por su naturaleza invisible, en ocasiones amplía esa capacidad de conexión; el joven vibra con el viejo rockero, el adolescente venera al anciano profesor, el niño se alza con sus mayores. Se admira el contenido, no el contenedor.
Eso sólo ocurre cuando desde una mayor edad existe un deseo de aproximación a los jóvenes, con una sincera actitud de entender y conectar. Cuando sucede, se inicia un respeto mutuo (insisto, mutuo), porque se lima el desprecio pasota o la autoridad soberbia.
El distanciamiento entre adultos y jóvenes, padres e hijos, instituciones e instituidos, demasiadas veces se produce porque ambos convierten su edad física en su barrera mental.
Y las barreras mentales sólo se superan cuando todos (insisto, todos) usan la pértiga cerebral que los eleva hasta el saber respetarse, oírse y discernir. A ras de suelo hay demasiada polvareda.
EL POST DE COLUMNISTAS, ARTÍCULOS DE OPINIÓN
- Amarilla
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PALESTINA
Rosa Regàs
Una vez más en la Historia asistimos a una injusticia flagrante, según la cual un país entero ha sido convertido en esclavo. Palestina, como una serie de países, ha vivido la colonización. Igual que Argelia, Laos, la India, Cuba o el Congo, pero en lugar de serle concedida la independencia ha sido entregada a una comunidad israelí en nombre de un supuesto mensaje de Yavé hace miles de años, del mismo modo que Sevilla o Granada podrían darse de nuevo a los árabes en nombre de una Guerra Santa inspirada por Alà. Y esta situación goza de absoluta legalidad.
Admitamos que también los israelíes tienen derecho a un Estado y que hay que encontrar una solución buena para todos. Aún así, ¿cómo se puede tener a un pueblo sometido al hambre y al terror con la connivencia de la Unión Europea y el silencio culpable de todos los países del mundo? Recordemos por ejemplo el muro que divide familias y territorios palestinos siempre en beneficio de los israelíes, o la anulación de las ayudas por parte de la Unión Europeas simplemente porque no ganaron las elecciones los que ella quería, o la entronización actual del perdedor de las mismas. Es más, se consideran terroristas a los que luchan por sus derechos y contra lo que ellos ven como invasor, y en cambio a nadie se le ha ocurrido pensar que los israelíes practican otro terrorismo infinitamente más cruel, el terrorismo de Estado. Un país riquísimo, que goza de la ayuda de los poderosos Estados Unidos y ahora ¡ay! de nuestra Unión Europea que nos ha decepcionado una vez más..
Nada podemos hacer contra ello como no sea protestar, estar informados e informar a los nuestros de que no es legal ni racional ni siquiera moral lo que el pueblo israelí está haciendo con los pobladores del territorio que hoy habitan. No sólo tergiversan la verdad y niegan la vida cultural y política que tenía el pueblo palestino, siempre sometido al poder británico pero existente y real, sino que consideran meros animales a los palestinos, cazándolos a voluntad con el pretexto de que así defienden su seguridad. Y la seguridad, la vida, la dignidad de los palestinos ¿quién la defiende? Nadie. El mundo ha trastocado los más elementales valores y ni siquiera pestañean los grandes de la tierra cuando asisten a una de las grandes injusticias de la Historia moderna. Pero como dijo Ismail, un palestino que conocí hace años, es precisamente la Historia la que nos favorece. Ellos tienen armas, dinero y el apoyo de la comunidad internacional, pero nosotros tenemos la razón. Y tal vez haya justicia alguna vez en el mundo, entonces será el momento en que podremos vivir en paz, sin el terror constante de sus armas mortíferas, sin tener que sacrificar a nuestros hijos para sobrevivir, sin que tengamos que ver como nadie nos defiende, nadie nos ayuda.
No seamos nosotros como la Unión Europea, tengamos lo ojos abiertos y defendamos a un pueblo torturado, masacrado, vilipendiado solo en beneficio de una política del oriente Medio que hasta hoy no ha dado el menor resultado.
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La cosa
JUAN JOSÉ MILLÁS
Rajoy lucha contra un enemigo informe, blando, gelatinoso, escurridizo, hipócrita, que ocasionalmente adopta las maneras de Esperanza Aguirre, de Juan Costa, de Gabriel Elorriaga, de Ángel Acebes, de Zaplana, de San Gil, de Astarloa, de Rouco, incluso de Aznar. El adversario de Rajoy es La Cosa, es decir, un ente cuya naturaleza proteica le permite cambiar de forma, de rostro, de apellido. Puede incluso desaparecer durante días, como Moby Dick, aquella bestia perteneciente al orden metafísico y a la que el capitán Acab perseguía inútilmente por el océano, cuando se hallaba en el interior de sí mismo.
El problema de Rajoy, como el del enfermo de depresión, que un día cree que tiene un tumor en la cabeza y otro en el estómago, no pertenece al orden orgánico. Y del mismo modo que el hipocondríaco pide de rodillas al médico un diagnóstico, incluso el peor de los posibles, para poner rostro a su enfermedad, el líder del PP acabará implorando la presencia de un adversario real, con nombre y apellidos, con cuerpo, con DNI, con sexo, con domicilio fiscal y dirección de correo electrónico. Él mismo le facilitará los avales, le dará el suyo si es preciso, con tal de que cese esta batalla contra un monstruo sin catalogar que un lunes aparece por babor y otro por estribor. Pero nadie puede escapar a su destino y el suyo, el de ese Mariano Rajoy cada vez más consumido, más triste, más oscuro, es el de morir abrazado a esa bestia sin órganos, sin forma, sin nombre, como el capitán Acab moría amarrado a la ballena blanca que habitaba en las profundidades de su conciencia. Después de todo, La Cosa forma parte de él, la creó él, la alimentó él, la vistió él. La Cosa presidía las manifestaciones convocadas por él y asustaba a los españoles en su nombre. Por eso conmueve tanto el modo en que ahora es devorado por ella.
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El acceso a la educación, clave de la igualdad
ÁLVARO MARCHESI
Desde hace varias décadas, los psicólogos cognitivos han estudiado el razonamiento humano y han encontrado determinados errores en los que caen, sin darse cuenta, un significativo número de personas. En algunos casos, en el origen de estos sesgos operan factores ideológicos; en otros son de tipo afectivo y en el resto, simplemente se produce un razonamiento que se salta la secuencia lógica esperada. Uno de los experimentos reportados para comprobar estos sesgos se refiera a la inferencia general desde los casos particulares: si hay un fumador empedernido, por ejemplo, que vive hasta los 90 años, la conclusión "lógica" es poner en cuestión la afirmación de que el tabaco es dañino para la salud. Cuando se formulan relaciones entre determinadas variables comprobadas de forma empírica, no es extraño que algunos interlocutores las pongan en duda y ejemplifiquen su oposición con algún caso concreto conocido.
Esta reflexión me vino a la mente al leer el artículo Las lecciones de los pobres del admirado escritor Mario Vargas Llosa (EL PAÍS, 1 de junio). En él, a partir de cuatro casos ejemplares de personas que desde la pobreza han llegado a la cima empresarial, se concluye que cualquier persona puede llegar adonde se proponga con sus solas fuerzas siempre que se profundice en la libertad de mercado y en el espíritu empresarial, y se creen condiciones de libertad y de competencia. ¿Será cierto que los supuestos individuales pueden conducir a reglas generales o existe un sesgo en semejante razonamiento?
Repasemos brevemente la situación social y educativa de Iberoamérica. Según las estimaciones de la CEPAL, la región muestra la mayor desigualdad del mundo, con enormes diferencias entre los sectores de más altos y de menores ingresos. Los pobres se sitúan en torno al 40% de la población y el número de personas que se considera que viven en situación de pobreza extrema se aproxima a los 100 millones de personas. Una cifra que podría incrementarse en 10 millones si se mantiene el incremento del precio de los alimentos.
Esta dramática situación afecta directamente a las condiciones educativas de la población. El porcentaje de personas analfabetas se sitúa en torno a los 30 millones de personas. Además, cerca de 110 millones de personas no han terminado su educación primaria. Estudios recientes señalan que el porcentaje de alumnos que completan la educación secundaria es cinco veces superior entre aquellos que se encuentran entre el 20% más rico de la población que entre aquellos situados entre el 20% de la población con menores ingresos familiares. Mientras que el 23% de los primeros terminan la educación superior, sólo el 1% de los más pobres lo consiguen. El promedio de escolarización en el 20% de la población con mayores ingresos es de 11,4 años mientras que en el 20% inferior es de 3,1 años.
¿Podemos pensar que la alimentación, la vivienda, la salud y el nivel cultural de la familia nada tiene que ver con las posibilidades futuras de los jóvenes? ¿Es posible considerar que el nivel educativo alcanzado y, por tanto, las posibilidades de acceso a una educación de similar calidad, apenas condiciona las opciones profesionales y laborales de los alumnos y que con el refuerzo al libre mercado y a la competencia se puede garantizar la igualdad de las personas ante su destino? Sin duda, existen ejemplos dignos de admiración, como los expuestos en el artículo aquí comentado, en los que se manifiesta la fuerza arrolladora del ser humano para sobreponerse a sus condiciones negativas y para equipararse con los triunfadores de la sociedad que tuvieron durante sus años escolares todo a su favor. Pero de esa situación de excepcionalidad no puede en modo alguno concluirse que las condiciones de partida no limitan de forma brutal los itinerarios vitales de las personas a lo largo de su vida.
¿Qué hacer en esta nueva hipótesis interpretativa? Apostar sin duda de forma decidida para que las condiciones iniciales de toda la población, sobre todo de las nuevas generaciones, sean lo más equitativas posibles y para que todos los niños y jóvenes tengan acceso a una educación básica de calidad que les permita abrirse camino en la vida con mayores garantías de promoción social y de éxito. Entonces sí se podrá exigir esfuerzo y dedicación, innovación y creatividad, superación de los obstáculos y perseverancia. Entonces, y sólo entonces, no habrá cuatro casos envidiables, sino miles de ellos que demandarán el reconocimiento histórico de aquella sociedad y de aquellos gestores públicos que lo hicieron posible.
- Amarilla
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Rencor de clase
JUAN JOSÉ MILLÁS
En la Universidad Autónoma de Barcelona han conseguido que unas ratas amnésicas recuperen la memoria a base de estimulación eléctrica. El método de trabajo es muy curioso, pero lo que más me interesa saber a mí es de qué se han acordado las ratas, porque recordar por recordar no es absolutamente recomendable. Depende de lo que te venga a la memoria. No es lo mismo recordar tus primeros pasos que tus primeras caídas, por ejemplo. En cuanto a las ratas, sería deseable que no recordaran nuestras caras porque no hacemos con ellas más que implantarles tumores o arrancarles la memoria para luego quitarles los tumores y devolverles la memoria. Tienen que estar hartas de nosotros. Lo curioso es que es uno de los animales más odiados por la humanidad, cuando debería ser al contrario: deberían ser ellas quienes nos odiaran a nosotros.
Así las cosas, a dos páginas de donde venía la noticia de las ratas, leí que un cerdo había volado en primera clase en la compañía US Airways, porque según su dueña se trataba de un "animal terapéutico". El bicho pesaba 130 kilos, pero la dueña llevaba una receta del médico. Ahora hay médicos que recetan cerdos en lugar de Valium para los nervios. Si te presentas en un mostrador de facturación con un cerdo de 130 kilos, no te admiten a menos que lleves una receta del especialista. En EE.UU. está prohibido entrar con un frasco de aspirinas, pero puedes llevar un cerdo si de él depende tu equilibrio nervioso y todo eso.
Con todo, lo más emocionante es que voló en primera. Yo volé una vez en primera por equivocación y llegué nuevo al destino porque pude estirar las piernas y dar una cabezada. Una compañía aérea norteamericana dice en su publicidad que si vuelas en la clase preferente llegarás sin tortícolis, lo que es tanto como garantizártela en turista.
El cerdo me ha hecho recordar con odio la clase turista del mismo modo que los estímulos eléctricos han devuelto la memoria a las ratas amnésicas. Pero en mi caso, el recuerdo ha puesto en marcha el rencor de clase (de clase turista). Por eso decía que a ver qué recuerdan las ratas, no vayamos a tener un disgusto.
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'Una foto sin fotógrafos'
El presidente del Fútbol Club Barcelona, Joan Laporta, volvió a recurrir ayer a una práctica que no por habitual y extendida es menos reprobable: el uso oportunista de la información. El club distribuyó ayer una fotografía en la que aparece Laporta junto a Pep Guardiola momentos después de que este firmara el contrato como nuevo entrenador del Barça. En lo que supone un ataque a la libertad de información, ningún redactor, fotógrafo o cámara de TV fue convocado a ese acto, que se celebró en la intimidad del despacho del presidente, pese a su interés público. Más tarde la foto fue enviada a los medios con el presumible fin de tapar otra noticia: la validación de las firmas de la moción de censura contra Laporta.
Entendemos que el fútbol de élite es, por encima de todo, un espectáculo de masas y que las reglas del negocio no pueden ser ajenas a esa realidad. El Barça, como cualquier otro club, se debe a sus socios y a sus aficionados. Y la forma de comunicarse con ellos es mediante una relación correcta con todos los medios. Administrar las noticias y las comparecencias de jugadores y técnicos según los apuros de la directiva es una táctica poco presentable. Como lo es --y así lo ha denunciado el Col.legi de Periodistes-- que los políticos se nieguen a responder preguntas en sus comparecencias.
Lo decimos desde un medio contrario a la presentación de la moción de censura contra Laporta, recurso solo admisible en el caso de grave crisis social, que no es este pese a los recientes fracasos deportivos. Ni el presidente ni Guardiola pueden estar escondidos en una burbuja de silencio y administrar a su conveniencia actos como el de ayer, que son de interés de socios y aficionados.
El presidente del Fútbol Club Barcelona, Joan Laporta, volvió a recurrir ayer a una práctica que no por habitual y extendida es menos reprobable: el uso oportunista de la información. El club distribuyó ayer una fotografía en la que aparece Laporta junto a Pep Guardiola momentos después de que este firmara el contrato como nuevo entrenador del Barça. En lo que supone un ataque a la libertad de información, ningún redactor, fotógrafo o cámara de TV fue convocado a ese acto, que se celebró en la intimidad del despacho del presidente, pese a su interés público. Más tarde la foto fue enviada a los medios con el presumible fin de tapar otra noticia: la validación de las firmas de la moción de censura contra Laporta.
Entendemos que el fútbol de élite es, por encima de todo, un espectáculo de masas y que las reglas del negocio no pueden ser ajenas a esa realidad. El Barça, como cualquier otro club, se debe a sus socios y a sus aficionados. Y la forma de comunicarse con ellos es mediante una relación correcta con todos los medios. Administrar las noticias y las comparecencias de jugadores y técnicos según los apuros de la directiva es una táctica poco presentable. Como lo es --y así lo ha denunciado el Col.legi de Periodistes-- que los políticos se nieguen a responder preguntas en sus comparecencias.
Lo decimos desde un medio contrario a la presentación de la moción de censura contra Laporta, recurso solo admisible en el caso de grave crisis social, que no es este pese a los recientes fracasos deportivos. Ni el presidente ni Guardiola pueden estar escondidos en una burbuja de silencio y administrar a su conveniencia actos como el de ayer, que son de interés de socios y aficionados.
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Un narrador en la intimidad
Roberto Bolaño
Mi cocina literaria es, a menudo, una pieza vacía en donde ni siquiera hay ventanas. A mí me gustaría, por supuesto, que hubiera algo, una lámpara, algunos libros, un ligero aroma de valentía, pero la verdad es que no hay nada. A veces, sin embargo, cuando soy víctima de irrefrenables ataques de optimismo (que finalizan, por otra parte, en alergias espantosas) mi cocina literaria se transforma en un castillo medieval (con cocina) o en un departamento en Nueva York (con cocina y vistas de privilegio) o en una ruca en los faldeos cordilleranos (sin cocina, pero con una fogata). Metido en estos trances generalmente hago lo que hace toda la gente: pierdo el equilibrio y pienso que soy inmortal. No quiero decir inmortal literariamente hablando, pues esto sólo lo puede pensar un imbécil y a tanto no llego, sino literalmente inmortal, como los perros y los niños y los buenos ciudadanos que aún no se han enfermado. Por suerte, o por desgracia, todo ataque de optimismo tiene un principio y un final. Si no tuviera final, el ataque de optimismo se convertiría en vocación política. O en mensaje religioso. Y de ahí a sepultar libros (prefiero no decir "quemarlos" porque sería exagerar) hay un solo paso. Lo cierto es que, al menos en mi caso, los ataques de optimismo se acaban, y con ellos se acaba la cocina literaria, se desvanece en el aire la cocina literaria, y sólo quedo yo, convaleciente, y un ligerísimo aroma de ollas sucias, platos mal rebañados, salsas podridas. La cocina literaria, me digo a veces, es una cuestión de gusto, es decir es un campo en donde la memoria y la ética (o la moral, si se me permite usar esta palabra) juegan un juego cuyas reglas desconozco. El talento y la excelencia contemplan, absortas, el juego, pero no participan. La audacia y el valor sí participan, pero sólo en momentos puntuales, lo que equivale a decir que no participan en exceso. El sufrimiento participa, el dolor participa, la muerte participa, pero con la condición de que jueguen riéndose. Digamos, como un detalle inexcusable de cortesía. Mucho más importante que la cocina literaria es la biblioteca literaria (valga la redundancia). Una biblioteca es mucho más cómoda que una cocina. Una biblioteca se asemeja a una iglesia mientras que una cocina cada día se asemeja más a una morgue. Leer, lo dijo Gil de Biedma, es más natural que escribir. Yo añadiría, pese a la redundancia, que también es mucho más sano, digan lo que digan los oftalmólogos. De hecho, la literatura es una larga lucha de redundancia en redundancia, hasta la redundancia final. Si tuviera que escoger una cocina literaria para instalarme allí durante una semana, escogería la de una escritora, con la salvedad de que esa escritora no fuera chilena. Viviría muy a gusto en la cocina de Silvina Ocampo, en la de Alejandra Pizarnik, en la de la novelista y poeta mexicana Carmen Boullosa, en la de Simone de Beauvoir. Entre otras razones, porque son cocinas que están más limpias. Algunas noches sueño con mi cocina literaria. Es enorme, como tres estadios de fútbol, con techos abovedados y mesas interminables en donde se amontonan todos los seres vivos de la tierra, los extinguidos y los que dentro de no mucho se extinguirán, iluminada de forma heterodoxa, en algunas zonas con reflectores antiaéreos y en otras con teas, y por supuesto no faltan zonas oscuras en donde solamente se vislumbran sombras anhelantes o amenazantes, y grandes pantallas en las cuales se observan, con el rabillo del ojo, películas mudas o exposiciones de fotos, y en el sueño, o en la pesadilla, yo me paseo por mi cocina literaria y a veces enciendo un fogón y me preparo un huevo frito, incluso a veces una tostada. Y después me despierto con una enorme sensación de cansancio. No sé lo que se debe hacer en una cocina literaria, pero sí sé lo que no se debe hacer. No se debe plagiar. El plagiario merece que lo cuelguen en la plaza pública. Esto lo dijo Swift, y Swift, como todos sabemos, tenía más razón que un santo. Así que este punto queda claro: no se debe plagiar, a menos que desees que te cuelguen de la plaza pública. Aunque a los plagiarios, hoy en día, no los cuelgan. Por el contrario, reciben becas, premios, cargos públicos, y, en el mejor de los casos, se convierten en best-sellers y líderes de opinión. Qué término más extraño y feo: líder de opinión. Supongo que significará lo mismo que pastor de rebaño, o guía espiritual de los esclavos, o poeta nacional, o padre de la patria, o madre de la patria, o tío político de la patria. En mi cocina literaria ideal vive un guerrero, al que algunas voces (voces sin cuerpo ni sombra) llaman escritor. Este guerrero está siempre luchando. Sabe que al final, haga lo que haga, será derrotado. Sin embargo recorre la cocina literaria, que es de cemento, y se enfrenta a su oponente sin dar ni pedir cuartel.
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Navegando entre libros
José Luis Sampedro
¿Habéis navegado alguna vez en un velero a lo largo de la costa, movidos por una suave brisa que susurra en las velas, y viendo a poca distancia cómo van apareciendo y quedando atrás los detalles del litoral? Estáis viendo una playa con un círculo de casitas, blancas y rojas, al pie de un monte, pero dobláis un promontorio y el mundo cambia: es ahora un alto acantilado a pico sobre el mar con orilla de espumas embravecidas. Y más allá es un puerto, grúas alargadas al cielo, inmensos buques cargando... La vida se desliza ante nosotros.
Pues bien, ésa misma experiencia, pero mucho más rica, más llena de sorpresas, la vivo yo en las grandes librerías. Entro en una y me rodean los muros tapizados de estanterías llenas de libros y, aunque ellos no se mueven, mi lento paso va dejando atrás el universo de las matemáticas y el de la zoología, mientras se me ofrecen, en generosa variedad, los estantes de novelas extranjeras, títulos algunos que conozco, otros tan prometedores y sugestivos que me gustaría desembarcar en ellos, incluso al pasar acaricio un volumen, lo abro al azar, casi voy a caer... ¡pero es tan largo mi viaje, hay tantos horizontes alrededor que continúo! Ahora navego con cuidado, he de sortear islotes que se alzan en mi mar: mesas cubiertas de libros con portadas, fotos de autores, diseños atrayentes... No puedo remediarlo, cargo un libro en mi esquife y sigo, pues ahí veo relatos de viajes, fotos exóticas, mapas reveladores, cargo con otro: un bello recorrido por el Afganistán, sus montañas nevadas al fondo, sus caravanas en el desierto, las más preciosas sedas sobre el áspero lomo de camellos ¡me quedo con él, me quedo con él! Así podré viajar cuando quiera a donde nunca podría ir sin este libro, porque unos salvajes ya han destruido sus bellezas...
Esa navegación en la librería, en mi carabela de los descubrimientos, y esa conquista fácil de otros mundos, de otras vidas, que nunca conocería sin el libro es la fuerza, la magia, la salvadora vivencia de la lectura. Desde que, en mi infancia, Salgari me llevó a vivir entre los bucaneros del Caribe, hasta ahora en que puedo asomarme a las mitocondrias y su discutido misterio en las células, mientras yo no pierda los ojos ni la razón, la lectura llenará mis deseos, provocará otros y me descubrirá lo que no sospecho dando a mi limitada vida física perspectivas innumerables.
¡Desdichados los que se privan de estas navegaciones insustituibles, indispensables, enriquecedoras! ¡Abramos sus ojos a la lectura!
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El 'dream'
MANUEL RIVAS
No hay en el mundo ninguna feria del libro como la de Madrid. Hay algunas otras muy especiales, sí. Estuve hace poco en La Habana y la feria, al amparo de árboles como catedrales, parecía una isla dentro de la isla. Una isla donde saludar a Libertad. Una isla-atelier que bullía y cantaba. Creo que toda la infancia de Cuba estaba allí. Plantabas un libro y salían 10 niños por las ramas. El régimen cubano puede estancarse en la ilusión del "arte del embalsamamiento". La revolución de la revolución, si es que se pretende, no puede quedar en el humor valiente y surrealista del cómico Mente Pollo en Cubavisión, que por unas horas logra el milagro de que triunfe el Partido de la Risa.
Pero un país así no merece un acoso imperial como el recrudecido por Bush y que pretende prolongar ese otro madero llamado McCain. Barack Obama es también hoy una esperanza para el pueblo cubano, para la gente común, del interior, la diáspora y el exilio. En su programa figura la ley DREAM (un acróstico que significa "sueño") para garantizar en su país la atención sanitaria y el auxilio a los más desfavorecidos. Me gusta este hombre en el que destacan las orejas, que tiene cara de escuchar y de creer en la potencia genésica de las palabras.
Nos hemos acostumbrado a denostar los discursos, cuando el lenguaje es la parte más sustancial de un político. En eso no se diferencia de la poesía ni de la expresión científica. Cuando Ramón y Cajal decidió adentrarse en el estudio del cerebro humano, no dijo para la ocasión: "¡A ver cómo anda el tarro!". Escribió: "Sentía yo entonces vivísima curiosidad por la enigmática organización del órgano del alma". Formulado así el propósito, las neuronas se le mostraron en toda su elegancia. Después de la experiencia sádica de Helms-Burton, ¿por qué no una disposición soñadora para Cuba?
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La radio triste
JUAN JOSÉ MILLÁS
Hay un cuento de Cheever, La radio triste, en el que una mujer se hunde en una depresión porque su aparato de radio, debido a una rareza técnica, comienza a captar todas las conversaciones de las casas vecinas. Lo que entristece a esta mujer es la comprobación de que las vidas que le rodean son tan estériles como la suya. Uno necesita creer que hay grietas en la realidad por las que se accede a formas de vida superiores. Los norteamericanos, por ejemplo, acaban de condenar al actor inglés Hugh Grant porque ese chico constituía para ellos una de esas salidas. No le perdonan que se comporte como todos después de haberle ascendido a los altares. Cada sociedad crea sus santos. En Estados Unidos, los chicos de COU pueden ir al instituto con pistola, pero no deben practicar el sexo dentro del coche porque eso desprestigia mucho, qué le vamos a hacer.
La vida es dura. Yo tengo en casa un teléfono inalámbrico y cuando lo utilizo desde la cocina se llena el auricular de conversaciones ajenas. Y, entonces, me pasa lo mismo que a la mujer de La radio triste, que me hundo en profundas depresiones, porque no escucho nada de interés. Todo el mundo tiene un cuñado al que han de operar de una hernia o un hijo que se ha dejado suspender la EGB para fastidiar las vacaciones familiares. Ni siquiera en las conversaciones amorosas hay morbo, porque el lenguaje del amor está tan codificado como el de la tristeza y por más que orientes la antena no consigues escuchar nada que tú mismo no hayas dicho cien veces.
Así que el cuento de Cheever fue en realidad una premonición, porque su radio triste está por todas partes. Hoy puedes comprar por cuatro duros un receptor del tamaño de un garbanzo y escuchar lo que se dice en cien metros a la redonda. Lo malo es que todo el mundo dice lo mismo y eso desazona mucho. Y si te niegas a comprar el receptor, da lo mismo, porque la prensa te servirá en primera página los estertores de Hugh Grant, que jadea como cualquiera de nosotros. De manera que no hay salvación: te puedes deprimir, pero sin hacerte ilusiones: tu depresión no será más elevada, ni más profunda que la mía. La vida es dura.
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Mi lucha
Espido Freire
En estos días de crisis la realidad se retrasa respecto al reloj y el absurdo, el miedo, se hace más evidente. Se palpa, las vacaciones a plazos, los insultos en los periódicos, el estreno del último Indiana Jones, las salvajadas del Jackass, los anuncios de coches, los famosos que amenazan con matar, los Simpsons que ríen y los palestinos que lloran, el régimen de Biomanán y la Eurocopa, todo mezclado, ni siquiera sangre, ni siquiera sexo, sólo violencia soterrada, aburrimiento evidente, una satisfacción sosa y sensual en ver, en imaginar lo que no se ve, la apatía de sofá y mirar y sentir que todo se ha visto ya. Aburrimiento, mentiras y dinero.
Leer entre líneas conduce a la ceguera; al menos, aún conservamos la capacidad para no ver cuando hay demasiado por ver, no pensar cuando son muchas las ideas que tratan de inculcarnos; si escucháramos realmente todo lo que nos dicen, si nuestra mente consciente ordenara y reflexionara sobre las imágenes (la única que vemos en todos los canales), las ideologías (la única idea) o el mundo (ese mundo único, por el que tan agradecidos deberíamos estar, más allá hay monstruos, espectros descarnados) nos volveríamos locos, autómatas, muñecos en manos de otros muñecos.
Yo, aún así, soy feliz. Abro mi escuela literaria en Madrid, el verano se presenta dedicado a los cursos que por fin impartiré en ella, casi mi casa, todo mi método; enseñaré a escribir, a leer, a enfrentarse a la retórica y la dialéctica. Mi manera de enfrentarme a imágenes, ideología, al mundo.
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El tendón flexor
JUAN JOSÉ MILLÁS
¿Se han preguntado ustedes, dice el locutor de radio, por qué los pájaros duermen de pie? Son las ocho de la mañana y me acabo de levantar. Estoy pelando una naranja mientras en el microondas da vueltas una taza de agua, para el té. Me he despertado algo confuso, sin ganas de sacar adelante el día. La pregunta del locutor me distrae de problemas existenciales más duros. ¿Por qué los pájaros duermen de pie? ¿Por qué no duermen acostaditos, boca arriba, tapándose con una hoja? Ya puestos, ¿por qué no van a la oficina?, ¿por qué los pájaros no tienen yernos o nueras?, ¿por qué no domicilian sus recibos en el banco?, ¿por qué no solicitan una hipoteca para hacer el nido?
La bandeja del microondas ha parado de girar. Saco la taza e introduzco en ella un sobrecito de té verde. Tomo té verde porque el médico me ha dicho que es antioxidante y anticancerígeno, al menos, tomado en cantidades industriales, o sea, ingiriendo 200 infusiones al día. Como resulta imposible meterse 200 tazas diarias de cualquier líquido en un cuerpo tan limitado como el nuestro, en las farmacias venden unas cápsulas de té muy concentrado. Pero se me olvida comprarlas. ¿Por qué, insiste el locutor, los pájaros duermen de pie?
Para resolver la cuestión, llega a la radio un catedrático que explica a la audiencia que las aves tienen en las patas un tendón flexor que funciona al modo del freno de mano en los automóviles. La sujeción de este tendón flexor es de tal naturaleza que se ha dado el caso de muchos pájaros que, habiendo muerto mientras dormían, continuaban al día siguiente perfectamente cogidos a la rama. La imagen del pájaro muerto sujeto a la rama me perseguirá durante las horas siguientes, quizá durante el resto de mi vida. Veo el cadáver del animal sujeto al cable del teléfono, como si no pasara nada. El viento despeina de vez en cuando sus plumas. Alguna, al haberse extinguido las funciones vitales, se cae y vuela hasta el suelo. Quizá se cuela por la ventana de una casa abierta. Tal vez un niño la coge y juega con ella sin saber que es la pluma de un difunto...
Pasan los días y el pájaro continúa perdiendo plumas hasta quedarse calvo. Pero ahí sigue, cogido al cable del tendido eléctrico (¿o se trataba del tendido telefónico?). La naranja que acabo de pelar sabe mal. A medicina. Me viene a la cabeza una imagen de infancia, en la cocina de mi casa. Mi madre se está comiendo una naranja de la que dice que sabe a medicina. Lo mismo que digo yo ahora. ¿Qué edad tendría entonces mi madre? ¿Qué edad tendría yo? El pájaro muerto es una metáfora de los hombres muertos que continúan yendo de acá para allá con sus maletines negros. El otro día, mientras estaba trabajando, llamaron a la puerta. Bajé a abrir (escribo en la buhardilla) y era un señor con un maletín negro. Preguntó por una persona que no era yo y se quedó desconcertado. Luego se fue y yo regresé a la buhardilla, pero ya no pude trabajar. La imagen del hombre del maletín me había turbado. Me recordaba al personaje de un cuento de Phil K. Dick. El cuento se titulaba Servicio técnico. Un tipo con maletín negro se presentaba en casa de alguien para arreglar un aparato que aún no había sido inventado. Venía del futuro y se había extraviado de algún modo. El hombre del maletín negro que llamó a mi puerta no venía del futuro, pero quizá estaba muerto y se mantenía en pie gracias a una especie de tendón flexor que tenemos los seres humanos en la cabeza.
El té es tá muy caliente y me quema la punta de la lengua. Sabía que iba a ocurrir esto, quizá lo busqué. Ahora no me sabrán a nada la fruta ni los cereales ni la rebanada de pan tostado con aceite de oliva. Un desayuno, por cierto, que implica un grado de sumisión sorprendente a la dieta mediterránea. Por un momento, imagino que tiro el té por la pila y me preparo un café cargado, de los de hace unos años. Y me lo subo a la buhardilla. Ni frutas ni cereales ni aceite de oliva. Se acabaron los anticancerígenos y los antioxidantes y las melatoninas. El ejercicio de rebelión imaginario me hace bien, me levanta el ánimo, que está por los suelos.
Ahora estoy sentado frente al ordenador. Lo suyo sería escribir sobre la actualidad, una actualidad que casi no cabe en sus costuras, una actualidad que revienta por los tipos de interés, por la inflación, por el precio del crudo. Pero la imagen del pájaro muerto y calvo sujeto a la rama (¿o era al tendido eléctrico?) gracias al tendón flexor continúa persiguiéndome. Escribe sobre él, me digo, escribe sobre él porque será el modo más eficaz de escribir sobre ti, que es lo que estás deseando.
- Amarilla
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Don de libros
MARUJA TORRES
Algunos libros –aquellos que nos importan– acreditan una obstinada inclinación a defender el espacio físico que ocupan, como si el vasto territorio al que tienen acceso en nuestro interior sólo se les abriera partiendo de una balda concreta de nuestras estanterías, de un rincón fijo en la mesilla de noche. Hay libros que, como algunos vinos, detestan viajar, y otros que, como los tragos que tomamos en los aviones –sin que nos perturbe que nos los sirvan en vasos de plástico–, apenas alcanzan relevancia más que por su conexión con el tiempo del viaje. Cuántas veces he intentado salir de casa con, por ejemplo, un volumen de poemas para usarlo como compañía entre dos ciudades, atraída por el doble regalo de su peso ligero y su inmensa fecundidad, y cuántas veces el muy tozudo se ha escondido, camuflado, caído detrás de otros libros más vistosos en apariencia… Bueno, me he dicho al final, me llevaré este otro; más me vale empezar a leer en el aeropuerto la historia de la fundación de Londres, al fin y al cabo Yeats siempre me pone triste.
Así pues, los libros que no quieren viajar se las arreglan para desaparecer de mi vista. Lo mismo hacen esas ediciones enanas, generalmente tan lujosas como minúsculas, con que algunos amigos me obsequian, ignorantes de que detesto el formato mini en cualquiera de sus manifestaciones no humanas, y muy especialmente en el arte.
Ocurre también un fenómeno hermoso de transfiguración, de acomodo. Los mismos libros que, en lo que podríamos llamar mi domicilio básico, se niegan a cambiar de refugio, en otras geografías por las que debo transitar, o incluso recalar temporalmente, se apresuran a manifestarse, a acudir en mi ayuda cuando más los necesito. Como si quisieran recordarme que su poder de curación o de revulsivo me alcanzará dondequiera que vaya, cualquiera que sea el hemisferio en el que me encuentre, se entregan –sus otros yo, sus copias– con una generosidad similar. Cierto, cada lugar impone sus lecturas: de política, de historia y también de narrativa y poesía locales. Pero los libros que una vez me poseyeron se las arreglan para reaparecer en los momentos más adecuados. Se diría que, desde el hogar central, estos volúmenes sobre los que he ido construyendo mis laberintos secretos, esas historias y palabras de las que no puedo prescindir porque con ellas moldeé mis sentimientos, manejan sus reencarnaciones exteriores con suma habilidad. Más que heraldos destinados a recordarme su importancia, se trata de amigos que se congratulan de poder ayudarme.
Vivir lejos y en otra cultura me proporciona, además, el placer de volver a acercarme a los libros leídos, esta vez en su idioma original. Soy muy mala para el aspecto oral de las lenguas, pero soy buena leyendo literatura en inglés y francés. Por eso recuperar las historias que antaño leí traducidas no es que las haga parecer nuevas, sino que me impulsan a sentirme primeriza al realizar el descubrimiento. A estas alturas existen suficientes ediciones de bolsillo de las grandes obras de la literatura como para hundirse y chapotear en la fiesta que ofrece la repesca de los antiguos títulos, de los viejos amigos.
Y luego están los libros no leídos que uno necesita transitoria pero violentamente, como si se tratara de esos mejunjes de autoayuda que a mí nunca me sirvieron para nada. El libro que contiene la oración pertinente de estímulo o consuelo. En una cierta ocasión en que me ahogaba de amores, Doris Lessing me tiró de las mechas desde una estantería con Love, again, que no es su mejor novela, pero que contiene una frase apta para detener las tormentas: “Un corazón roto es una cosa, y ya has pasado por eso. Pero una vida rota es otra, y puedes elegir decir no”.
Lo más sorprendente es, no obstante, reconquistar las historias que ya llevo dentro, que ocupen otro lugar en el espacio; vestidas con nuevos ropajes, pero siempre las mismas. Porque los caprichos de los libros son sagrados, y las libertades que se toman con nosotros hay que respetarlas con espíritu agradecido.
- Amarilla
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Impresionante fotografía. E impresionante relato, como siempre, de Juan José Millás. Una vida que se termina de las peores maneras que podría alguien imaginar.BIOGRAFÍA DE UNA MANO
Juan José Millás
A veces, un detalle, un gesto, retratan mejor que nada la magnitud de algo que nos sobrepasa. Algo como el terremoto de China, con decenas de miles de víctimas.
Esa mano, que se aferra a un bolígrafo como a un clavo ardiendo, se aferró en un tiempo remoto al tirante del sujetador o del camisón de una mujer, mientras la boca del recién nacido buscaba a ciegas un pezón. Más tarde, cuando su dueño braceaba satisfecho en el interior de la cuna, aleteó delante de sus ojos como un pájaron inexperto. Con ese pájaro exploró cada uno de los rincones de su ser, incluidas las remotas ingles, la boca húmeda, los misteriosos oídos. Esa mano llevó consuelo al sexo, pan a la boca, caricias al novio o a la novia. Abrió grifos, puertas, encendió luces, reparó heridas, dibujó adioses en el aire, batió huevos, cosió dobladillos, apagó fuegos, aplicó cremas. Tal vez pegó. Esa mano escribió dictados y anotó números de teléfono. Por ella pasaron monedas y billetes, telegramas y cartas. Arrojó piedras, abrochó botones, sus dedos calcularon la profundidad de una arruga en la ropa, quizá en el cuerpo. Conoció el tacto del agua y de la tierra, el peso de un libro y el de una taza de café. Sabía cosas que la cabeza de su dueño ignoraba, como el número de teléfono de mamá o la disposición de las letras en el teclado del ordenador. Esa mano con incrustaciones de cal, de yeso, de polvo de ladrillo, y que posee escaras semejantes a las del mármol, fue hallada por el fotógrafo entre los escombros de un colegio de la ciudad de Mianzhu, en China, tras un terremoto de 7,8 grados de intensidad. Un notable alto, un notable de muerte, que dejó a la mitad el último capítulo de una historia sentimental conmovedora.