Particularmente, a mí me encantan los columnistas de El País: Juan José Millás, Maruja Torres y Rosa Montero. De vez en cuando, surfeando en Internet me gusta detenerme a leer a estos periodistas, aunque me gustaría dedicarles más tiempo del que les dedico. Por eso me parece buena idea este post, para todo aquel que quiera compartir una columnita...
Por otra parte, hay gente que escribe especialmente bien en este foro, y sé de buena tinta que, si quieren...pueden marcarse ellos mismos sus propios artículos de opinión y deleitarnos con sus dotes periodísticas. Eso sí, siempre desde el respeto, que no dudo de que así sea. No quiero citar a ninguno porque no quiero que nadie se sienta comprometido a tener que escribir de vez en cuando en este post, pero yo sé de uno que SE TIENE que sentir aludido...

Voy dejando este relato de Millás, que como ya dije, me parece uno de los grandes. Creo que es una persona con enorme capacidad de ponerse en los zapatos del otro, y eso, hoy en día, no es nada fácil.
JUAN JOSÉ MILLÁS
No sé, no sé
Un amigo ha practicado en los tabiques de su casa discretos agujeros que le permiten ver lo que sucede en todas las habitaciones cuando no hay nadie dentro. Hasta ahora no ha ocurrido nada, pero él está convencido de que tarde o temprano sucederá algo que cambiará su vida. De pequeños, cuando nos asomábamos a un agujero, veíamos a una mujer en el trance de vestirse o desnudarse. Pero yo creo que estaba dentro de nuestra cabeza, pues siempre era la misma. No es que ahora no tengamos mujeres sin ropa en la bóveda craneal, pero hemos perdido la capacidad de proyectarlas al otro lado de los tabiques. En cualquier caso, la visión que espera mi amigo es de distinta naturaleza. Algo de orden místico, me parece.
El otro día, después de haber comido juntos, estábamos tomando un café en su casa cuando se levantó para acercarse al pequeño orificio que comunica con su dormitorio. Se trataba de una escena tan habitual que no le presté atención hasta que advertí que se entretenía más de lo acostumbrado. Qué pasa, le pregunté. Nada, respondió con el ojo pegado a la pared, ahora voy. Lo cierto es que tardó en regresar a la zona del tresillo. Y cuando se sentó tenía una expresión extraña. Al preguntarle si había visto algo, cambió de conversación. Luego fingió acordarse de un asunto urgente y me invitó a que me marchara sin muchas sutilezas. Al salir, hice intención de mirar por el agujero, lo que no suele molestarle, pero me empujó sin contemplaciones hacia la puerta de la calle. Estuve toda la tarde dándole vueltas al asunto. Luego cogí la taladradora e hice orificios en las paredes de mi casa. Llevo un par de días corriendo de uno a otro sin que suceda nada anormal en las habitaciones vacías. Pero cuando me siento a ver la tele, tengo la impresión de que alguien me observa desde el dormitorio. No sé si he hecho bien.