EL POST DE COLUMNISTAS, ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Todo lo que no tenga que ver con la Unión Deportiva Las Palmas en esta sección. Recordamos que existe una sección de OFF-TOPIC de Deportes para hablar de cualquier modalidad deportiva; y un OFF-TOPIC de Política
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Amarilla
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Los mejores
ALMUDENA GRANDES



Escribo esta columna sin saber quién ha ganado la Eurocopa. La escribo, aunque sé que casi nadie la verá. Si hemos ganado, porque todo el mundo comprará el periódico para leer una sola sección. Si hemos perdido, porque nadie tendrá ganas ni de acercarse al quiosco. Lo sé, y, sin embargo, quiero escribir esta columna y no otra, por más que me sobren temas sobre los que opinar con ironía -esa patética mascletà del Gobierno valenciano que obliga a los docentes a impartir Educación para la Ciudadanía en inglés, desmintiendo esa simpatía que el PP aún no ha tenido tiempo de estrenar- o con amargura, como la trinchera en la que me recluye un poco más cada día la globalización de unas políticas tan injustas que no permiten otra opción que la resistencia numantina, siempre triste, siempre solitaria y estéril casi siempre.

Precisamente por eso, porque mi corazón maltrecho y perplejo no contaba ya con estas alegrías, quiero dejar constancia del entusiasmo que me han inspirado las hazañas de unos chicos muy jóvenes, muy morenos y bastante bajos respecto a la media del fútbol continental, por los que nadie, yo incluida, daba un céntimo hace muy poco tiempo. Y quiero darles las gracias por saber jugar, por saber ganar, por saber ganar jugando tan bien y, sobre todo, por haber roto el maleficio del mal menor, donde tantas veces, tantas selecciones vestidas de rojo han aguantado a duras penas un empate a cero para perder por la mínima en el tiempo añadido.

Los españoles jóvenes, morenos y bajitos siempre han sido los únicos capaces de asombrar al mundo. Yo siempre he estado orgullosa de esa clase de españoles. Por eso recuerdo a Albert Camus cuando dijo que España le había enseñado que los buenos no ganan siempre. Y por eso, porque sé que han sido los mejores, he querido escribir esta columna sin saber quién ha ganado la Eurocopa.
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Pudimos
EDITORIAL EL PAÍS


La selección española, brillante vencedora de la Eurocopa, está, por fin, entre las más grandes


La selección española de fútbol se lo debía a la afición, a sí misma, a todo un país que durante dos semanas ha seguido como en estruendoso trance la progresión de un once que ha derrochado sabiduría, juego, voracidad de victoria, pero sobre todo convicción de que ésta era la buena; de que ni octavos, ni cuartos, ni penaltis, ni el sursum corda disfrazado de acorazado teutón, podía impedir que un domingo de calor en Viena, al cabo de 90 minutos de muy digna pelea -con nervio pero no nerviosa- contra un rival blindado de victorias, España se proclamara campeona de Europa de fútbol.

¿Fue bueno el partido? Sí, pero ¿es eso hoy tan importante? Fue como tenía que ser; una disputa ardua contra los chicos más desarrollados de su colegio, los que ganaban a los españoles en estatura, tríceps, capacidad pulmonar y levantamiento de pesas. Pero a lo que había que ganar era a fútbol, ese deporte trenzado de intuición e idea, que inventaron los ingleses para que lo elevaran a la filigrana brasileños y argentinos, y a su máxima rentabilidad profesional, los italianos; pero hoy, también, los españoles.

Un equipo, capitaneado por el formidable Iker Casillas, repleto de jugadores de clase, empezando por el sabio Xavi, inconmensurable ayer, aunque todos merecen ser citados; una selección que ha jugado con ansia de ganar, pero que deja la furia, el sambenito de otros tiempos, al Duque de Alba; que dibuja en el campo las veredas de la victoria con la misma inteligencia con que lo hacía en la caseta y el banquillo un veterano ex futbolista, que por la edad podría ser ya hasta posentrenador, Luis Aragonés, que mantuvo su decisión de dejar a Raúl en casa, y la calma frente a la polémica que ello desató.

Su personalidad estoica, medio huraña, acabó siendo decisiva en el triunfo europeo. Desde que se decidió por un patrón de juego, hace año y medio, no ha perdido ni un partido, y cierra esta fase final con tantas victorias, seis, como encuentros disputados, y con 12 goles a favor, cuatro de ellos de Villa, máximo goleador del torneo, por sólo tres en contra: todo un récord.

España ha experimentado un progreso extraordinario en casi todos los deportes, atletismo, baloncesto, tenis, golf, ciclismo; pero faltaba el fútbol. España demostró ayer que el jugador inglés Gary Lineker se equivocaba cuando decía que el fútbol era un deporte de 11 contra 11 y en el que al final siempre ganan los alemanes.
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El cordón
JUAN JOSÉ MILLÁS


El cordón umbilical es la frontera entre el cuerpo de la madre y el del niño. Al cortarlo, el pequeño es arrojado a una realidad hostil, como cuando los peces salieron del agua, en la prehistoria, obligados a respirar en un medio que no era el suyo con un par de globos rudimentarios alojados dentro del pecho y denominados pulmones. En algunas culturas se conserva, momificado, ese cordón, en homenaje al continente al que estuvimos unidos antes de convertirnos en un territorio autónomo, en una isla. La mayoría de la gente sobrevive con mejor o peor fortuna a ese corte que convierte al cuerpo materno en otro respecto al nuestro, pero lo primero que hacemos al nacer es explorar sus accidentes, del mismo modo que más tarde, en el colegio, estudiamos los cabos y los golfos y las penínsulas. Las manos, los pies, los ojos, la nariz, las piernas, los tobillos, la caja pectoral, todo eso, no somos nosotros, sino el terreno en el que habrá de transcurrir nuestra vida. Antes del cuerpo no existíamos; después, probablemente, tampoco, y sin embargo él no somos nosotros, al menos no exactamente. El cuerpo, en fin, es la primera patria.
Por eso hay tanta gente nacionalista de sí misma. Del mismo modo que hay gente orgullosa de haber nacido en Nueva York o en Cuenca, convirtiendo ese suceso casual en algo trascendente, hay personas que consideran que sus cinco dedos y sus 32 pestañas tienen unas esencias tan deseables que todo el mundo intentará arrebatárselas a la menor oportunidad. Escuchen ustedes hablar a algunos escritores pagados de sí mismos, a algunas actrices, a muchos idiotas anónimos. Hablan de sí como un patriota de su lugar de nacimiento, e insultan a todos los que les rodean porque una de las características del patriota es la paranoia: si alguien no les persigue, no son nadie.
A esta gente le vendría bien conservar el cordón umbilical, para asomarse a él de vez en cuando, como a un caleidoscopio, y ver que viene del mismo sitio que aquellos a quienes ofende. A través de ese túnel del tiempo, uno podría comprobar que al final todos estamos emparentados. Pero la herida representada por el ombligo parece que resulta excesiva. No todos se acostumbran a llevarla como lo que es: como una cicatriz evocadora de una pérdida necesaria. Por eso la tapan con palabras mayúsculas como Patria, Dios, Religión, Honor, Orgullo¼
Me pregunto qué pensará el médico cuando arroja el cordón umbilical a la basura. La pérdida de ese trozo de carne en apariencia inútil nos vuelve locos cuando somos adultos. Si el médico supiera que el resto de la vida no hacemos otra cosa que sustituir ese tubo, quizá lo tratara con más delicadeza. No estaría mal que lo conserváramos para saber a quién permanecimos unidos antes de nacer y de quién estamos separados una vez lanzados al vacío. Para no ser tan patriotas.
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Grasa
ROSA MONTERO


Mi asistenta, Julia, lleva cinco años trabajando con contrato indefinido en una empresa de limpieza. Ahora la han despedido, a ella y otras más, alegando la crisis. Argumentan que han perdido clientes y pretenden pagarle 20 días por año, en vez de los 45 a los que tiene derecho. El abogado laboralista dice que muchas empresas están utilizando la excusa de la crisis para abaratar su mano de obra. Y eso que Julia tenía un contrato miserable, porque los limpiadores de jornada parcial son los más machacados de los currantes y sufren una suerte de esclavitud faraónica por la cual terminan haciendo horas extras a cuatro euros. Pero ya se sabe que siempre se puede abusar un poco más, que los contratos zarrapastrosos pero indefinidos pueden trocarse en inestables contratos vampíricos, y que la explotación laboral es insondable.

El caso es que todo el mundo habla de crisis, desde los despedidores a los despedidos. Todo el mundo menos los socialistas, a los que la palabra parece producir cierto repeluco. Y aunque últimamente el Gobierno no ha tenido más remedio que asumir la cuestión, lo cierto es que suelta al respecto unas cosas rarísimas. "Entrar en conceptos como crisis pertenece al ámbito académico. No sé cuál es el interés en eso", decía Zapatero en la magnífica entrevista que le hizo EL PAÍS el pasado domingo. Guau, a qué altura tan olímpica vuela el presidente sobre la vida. Y hace diez días, el ministro Miguel Sebastián dijo en El Mundo que las crisis son buenas si el país aprovecha "para perder grasa, para modernizarse, para ganar productividad y competitividad"; y todo esto suena a reducción de plantillas, contratos basura y semanas de 60 horas por cuatro perras. O sea, lo de mi asistenta. Mi Julia no es más que una fastidiosa puñetería académica, simple grasilla que sobra del sistema.
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La mejor noticia
Montserrat Domínguez


En Rumanía quieren implantar una Ley de Buenas Noticias que obligue a los periodistas a contar algo bueno por cada crimen, suceso, crisis o desastre que narren. Es como si nos condenaran a ser felices: como si cada día estuviéramos obligados a cuadrar el balance de cosas buenas y cosas malas que nos pasan. Se parte de la base de que a los periodistas nos fascina la maldad del mundo, mientras que ustedes, lectores, sólo quieren leer bondades. ¡Já!

Créanme: lo mejor que le puede pasar a un periodista es contar, por ejemplo, que somos...¡campeones de Europa! Y cuando la selección española de fútbol llega hasta donde ha llegado, y de la manera en que lo ha hecho, es como tocar el cielo con las manos. No hay que matizar, ni buscar voces discrepantes, ni indagar en los ángulos oscuros, ni siquiera dar voz a los derrotados. Si al menos España hubiera jugado mal, hubiera ganado de chiripa, o si hubiera sufrido hasta el último minuto, cabría un leve matiz crítico. Pero cuando España gana así a Alemania, la única competición posible entre los periodistas es encontrar el mejor adjetivo, el titular más ingenioso, el enfoque más original. Se agotan los sinónimos de "gloria", "triunfo" o "victoria". Ustedes disfrutan leyendo sobre lo que ya vieron, y nosotros describiendo la emoción compartida.

Las buenas noticias son noticia porque son extraordinarias. ¿Acaso nos sabría igual este triunfo si todos los años ganáramos la Eurocopa? No más leyes, gracias: nos conformamos con contar lo que pasa.
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Manzanas emponzoñadas
JUAN JOSÉ MILLÁS


Recuerdo muy bien a Rajoy cuando lo del Prestige. Se pasaba la noche y el día a pie de obra, para que no se quemaran ni Aznar ni Rato ni Acebes. Decía muchas tonterías, como la de los hilillos de plastilina, pero no se movía del lugar de los hechos y daba la cara cuando era menester para que se la partieran. Se la partieron varias veces, pero sobrevivió al modo en que sobreviven los opositores: pálido, sudoroso, delgado, con la mirada un poco extraviada y el traje gris marengo lleno de brillos. Aznar le nombró sucesor por aquella entrega, aunque también porque Rato no le había dado la razón de manera incesante. Aznar necesita que le des la razón porque cada uno desea aquello de lo que más carece. Rajoy pasó luego cuatro años en la oposición diciendo las tonterías que Aznar que- enfrentarse a todos los poderes mediáticos que mientras había sido obediente le habían apoyado. Tuvo que dar la espalda a la Conferencia Episcopal. Tuvo que decir digo donde antes había dicho Diego. Cada día llegaba a casa con siete u ocho puñales clavados en la espalda. Pero el hombre no se rindió como no se había rendido cuando el Prestige ni cuando le ordenaron hacer a Rodríguez Zapatero la oposición más indigna que recuerdan los anales (qué rayos querrá decir anales). Y ahí lo tenemos, hecho un pincel, estrenando ejecutiva y secretaria general y discurso. Ahora, por fin, es él. Lleva tantos años siendo otro que quizá se haya olvidado de cómo era, pero ser uno mismo es como montar en bicicleta, no se olvida nunca. Rajoy es Rajoy, de lo que nos felicitamos y le felicitamos. La travesía ha sido espantosa, horrible, más de una vez habrá estado a punto de arrojar la toalla, pero ahora tiene la oportunidad de ser él, lo que ignoramos si es un chollo, pues no lo conocemos.

DE LO QUE SÍ ESTAMOS SEGUROS es de que este hombre ha hecho un ejercicio de responsabilidad que la historia le reconocerá algún día. Si tras perder las últimas elecciones (para él, oposiciones) se hubiera ido a casa, que era lo que le pedía el cuerpo (y lo que por lo visto estuvo a punto de hacer), el PP se habría roto en mil pedazos, no quedaría de él ni la dentadura de Fraga ni la melena de Aznar. Es un ejercicio de responsabilidad que le honra, pero que puede confundirle. Dicho de otro modo: Rajoy no tiene ninguna posibilidad de ganar unas elecciones (ha perdido todas a las que se ha presentado). Tiene madera de opositor, no de candidato. Si se presentara a las de 2012, volvería a morder el polvo. Deberá, pues, en estos cuatro años escasos que quedan de legislatura, buscar un sucesor y pasarle los trastos. Los contribuyentes tenemos garantizado el espectáculo. A Esperanza Aguirre se le ha puesto de súbito una cara de madrastra de Blancanieves que da miedo ver (hasta ahora tenía cara de hermanastra). El espejo le ha dicho que hay alguien más bella que ella. Le enviará todos los días una manzana emponzoñada a Gallardón, que las ve venir. Entre tanto, los españoles nos hemos librado de sofiamas patrióticas huecas (pura redundancia), quizá nos libremos también de la presencia de Aznar en los medios. ¿Quién iba a decirnos que Rajoy acabaría cayéndonos bien?
Última edición por Amarilla el Mar Jul 01, 2008 10:24 am, editado 1 vez en total.
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LA RADIO FANTASMA
JUAN JOSÉ MILLÁS.


Se me estropeó uno de los auriculares -el derecho- del transistor que utilizo para pasear por el parque. Casi hubiera preferido que se me estropearan los dos, por respeto a la simetría. Durante varios días escuché la radio por una sola oreja -la izquierda-, a la espera de que sucediera algo que cerrara el círculo. Y sucedió, pero no en la forma en que yo lo había previsto, pues en vez de averiarse también el auricular izquierdo, se estropeó la parte izquierda del cuerpo de mi perro, que sufrió una especie de hemiplejia. Llevé al animal al veterinario temiéndome lo peor, pero la cosa no era grave. Se le había metido por la oreja una espiga que produjo daños allí donde reside el sentido del equilibrio. Una pequeña intervención, antibióticos, antiinflamatorios y en cuatros días -me dijeron- como nuevo.

Llegué a casa pensando que si la hemiplejia del perro tenía arreglo, quizá la de los auriculares de la radio también. Me puse, pues a manipular el aparato, deshice un nudo que había en el cable, y de cuya existencia no me había dado cuenta, y comenzó a funcionar. Las cosas se habían estropeado simétricamente y se arreglaban simétricamente también. Había un orden en el mundo, había un equilibrio que quizá no percibamos, pero que se manifiesta en peripecias de la vida cotidiana como la que acabo de describir. Basta permanecer un poco atento para darse cuenta.

Al día siguiente salí a pasear sin el perro, que se encontraba convaleciente. Como si esa ausencia precisara de otra que cerrara el círculo, se me olvidó coger la radio. Lo curioso es que no me di cuenta hasta la mitad del paseo. Y no me di cuenta porque, pese a no llevarla, la escuchaba, como todos los días. Se trataba de una radio fantasma, desde luego, pero daba las noticias y emitía las tertulias con la misma eficacia que la real. De hecho, hasta el momento de advertir que no llevaba radio, me sentí perfectamente informado. Lo curioso con todo, es que en ese mismo instante me di cuenta también de que durante todo el paseo había estado tirando de mí un perro fantasma idéntico al mío. De hecho, había paseado de acuerdo a su ritmo y a sus hábitos. Una vez más, se cerraba el círculo. Todo es muy raro.
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Silva, el campeón de la Macaronesia
MARTÍN ALONSO.

La figura, casi imperial, de Cristiano Ronaldo hizo sombra al resto de futbolistas al inicio de la Eurocopa'08. El extremo de Funchal (Madeira) se presentó en el torneo de Austria y Suiza tras firmar una temporada brutal: campeón de la Premier League y la Liga de Campeones con el Manchester United y autor de 42 goles en 48 partidos oficiales. Tanto mérito sobre un terreno de juego, más una buena campaña de márketing, le pueden convertir este verano en el protagonista principal del traspaso más caro de la historia de un jugador -si se concreta su venta al Real Madrid por 100 millones de euros-. Pero más allá de sus regates, su velocidad, su potencia, su tupé o su cara bonita, la pelota puso este verano las cosas en su sitio: Cristiano Ronaldo, él solo, no pudo hacer campeón a Portugal. Porque el fútbol, por mucho que se empeñen algunos, es un juego de equipo donde el compromiso colectivo es la base de cualquier victoria.

Entre dudas, casi de puntillas como todos los futbolistas del Valencia tras un año para olvidar en el club ché, llegó David Silva a la Eurocopa'08. Sospechas y temores que se multiplacaban por militar en la selección española, un equipo condenado a reservar noches de hotel en cualquier torneo internacional sólo -como mucho- hasta cuartos de final. El centrocampista de Arguineguín (Canarias) había firmado, antes de presentarse en el Tirol austriaco, una campaña irregular maquillada por el título de campeón de Copa del Rey logrado por el conjunto levantino en el Manzanares (3-1 ante el Getafe). Pero de la mano de Luis Aragonés, el jugador grancanario entró en ebullición en la competición continental. Se alineó junto a Xavi Hernández, Iniesta, Senna, Cesc Fábregas o Xabi Alonso para formar un centro del campo, donde se cocina el buen fútbol, que ha hilvanado un juego superior. Tan elevado ha sido ese nivel, que culaquier futbolero de paladar exquisito ha alucinado con España.

Cristiano Ronaldo y David Silva, tan lejos, tan cerca, los dos de la Macaronesia, interpretan el mismo juego con modales dispares.

El portugués eleva el fútbol a un reto individual constante. Un desafío donde sólo resulta válido salir vencedor en cada una de las suertes del extremo: el regate, la carrera, el remate y el gol. De una habilidad superior al resto de jugadores, el futbolista de Funchal es una delicia suelta sobre el césped. Pero inocuo, insuficiente, si nadie del mismo bando se pone a su altura en cualquiera de sus embestidas arrebatadoras. Y en medio de una selección portuguesa plana, donde sólo Deco lució galones y donde la ausencia de un delantero centro de garantías lo hipotecó todo, Cristiano Ronaldo zozobró. Tanto que se quedó sin corona. Sin su blasón.

David Silva, también con una dosis generosa de gracia, tiento y soltura con el balón enganchado a su pie izquierdo, no goza ni de tanta potencia ni de tanto recorrido como Cristiano Ronaldo. Pero lo interpreta todo en más espacio. Su campo de visión es infinitamente más grande que el del extremo de Funchal. Y es más generoso. Y entiende el fútbol como un juego colectivo, donde es la pelota la que debe devorar, en kilómetros de movimiento, al césped y no la hierba la que se abra bajo los pies de los futbolistas.

Por tipos como Silva, como Xavi, como Iniesta, como Cesc. Por gente como ellos que no encuentra la pelota como un elemento extraño, por gente como ellos que no esconden tras la mediocridad de un frío resultado, por gente que suma sus fuerzas por un bien común, España ha ganado la Eurocopa. Pero más allá de la victoria, lo ha logrado con el buen juego como bandera. Lo ha hecho fiel a un estilo. Porque así se ganan los títulos. Porque así se juega al fútbol, aunque igual de otra manera se ganan algunos partidos y se venden más camisetas.

Así que nadie pierda la persepectiva porque, después de todo, fútbol es fútbol. Lo demás son fuegos de artificio. Y si no, elijan para su equipo a once tipos como Silva entregados a la causa o a once figuras en busca de la gloria personal como Cristiano Ronaldo.

PD- La Macaronesia es la región que forman, en el Atlántico Norte, los archipiélagos de las Azores, Madeira (de donde es Cristiano Ronaldo), Islas Salvajes, Canarias (de donde es natural David Silva) y Cabo Verde.
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bylY, gracias por el artículo, grande Martín Alonso. :plas: :plas:
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Las notas
ELVIRA LINDO


No entiendo muy bien qué quiere decir la ministra Cabrera cuando afirma que tenemos el mejor sistema educativo de la historia de España. ¿Es que no podemos aspirar a más viniendo de donde venimos? Porque si en vez de establecer la comparación con el pasado la establecemos con otros países europeos salimos mal parados. Tampoco entiendo eso de que el sistema educativo ha contribuido al progreso de los últimos años. Parece que no es un secreto que el auge español ha sido consecuencia, fundamentalmente, del disparatado negocio inmobiliario que, en estos momentos de desplome, deja al aire lo que muchos predecían: que nuestro país necesitaba menos ladrillo y más incentivos a la investigación, al desarrollo tecnológico, a esa economía sofisticada que guarda una relación estrechísima con el sistema educativo. Entiendo que los catastrofismos son estériles pero también lo es el maquillaje de la realidad, una realidad de la que tampoco es responsable la ministra actual. La cosa viene de largo. Llevamos años más atentos a los procedimientos que al aprendizaje. No sé qué valor formativo tiene, por ejemplo, que como planea hacerse en alguna comunidad autónoma, los padres se conviertan en supervisores permanentes de los exámenes de sus hijos. Una especie de vigilancia al vigilante que viene a sumar dolores de cabeza y burocracia a ese maestro que deberá acompañar las notas con comentarios explicativos. Tener que justificar cada calificación, en vez de hacerlo sólo cuando surge algún problema, es entender que el profesor debe estar bajo sospecha. Esta medida permitirá también, dicen, que los padres puedan mostrar el examen a docentes de otros centros, a fin de que entre todos podamos encontrar la nota justa. En realidad, lo ideal sería que las notas las pusieran los padres. Quién sino ellos saben mejor que nadie lo listo que es el niño.
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La lengua, señores...
AGUSTÍN GARCÍA CALVO


Señores: la lengua no es de nadie; esa máquina de maravillosa complejidad que ustedes mismos usan, "con la cual suele el pueblo fablar a su vezino", no es de nadie; no ya la lengua común, que no aparece en la realidad más que como lenguas de Babel, pero ni siquiera una de esas lenguas o idiomas es de nadie, y no hay académico ni emperador que pueda mandar en su maquinaria, ni cambiar por decreto ni la más menuda regla, por ejemplo, de oposiciones entre fonemas y neutralización combinatoria de oposiciones que en ella rijan.

La escritura, la cultura, la organización gubernativa, la escolar, las leyes, las opiniones, ésas sí que tienen dueño; y el dueño es el de siempre: el jefe, sus secretarios, sus sacerdotes, la persona que se cree que sabe lo que dice.

Y ésos ya se sabe lo que quieren o necesitan: quieren ordenar el mundo, el mapa, las poblaciones; es el juego terrible de niños grandes, malcriados y simplones, que ha venido arrasando tierras y torturando gentes desde el comienzo de la Historia, en nombre del Ideal; y así siguen queriendo, por ejemplo, que España sea una, que los Estados Unidos sean uno, que Cataluña sea una, que Euskal Herria o Galicia sean una cada una... Da lo mismo: el caso es someter al ideal a todos, dentro de las fronteras que les toquen: que todos sean uno.

Por medio de la escritura y de la escuela, el Poder ha utilizado una y otra vez las lenguas o idiomas para ese fin: tomando en bloque una variedad simplificada del idioma correspondiente, y sin entrar para nada a la maquinaria de la lengua, ha logrado por ley (pero siempre a través de la escuela y la escritura) imponer hasta cierto punto un idioma uniforme dentro de las lindes que los avatares de la Historia le hayan repartido a esa forma de Poder; así impuso Roma en el vasto territorio del Imperio la unidad lingüística, para apenas un par de siglos, mientras los pueblos volvían a hacer de las suyas y deshacían el latín en dialectos innumerables; y hazañas parecidas se han dado luego, en territorios más o menos amplios, como, por ejemplo, la conversión del hebreo, una lengua muerta, en idioma, relativamente uniforme, del Estado de Israel.

En aquello que iba siendo Europa hace unos ocho siglos, los hombres cultos, que hablaban diferentes idiomas o dialectos como lengua cotidiana, trataron de mantener, y mantuvieron durante unos cinco siglos, una lengua común, el latín resucitado por escrito, no sólo para las disputas escolares y científicas, sino también para los tratos internacionales. Pero ya, entre tanto, los Estados modernos, el Español, el Francés, el Inglés, se habían establecido, y preferían volver a repetir, cada cual en su ámbito propio, la empresa del Imperio: la unificación de los varios idiomas y dialectos bajo el mismo ideal; una lengua una para el Estado uno; y en la misma idea les han seguido todas las naciones de cuño estatal, chiquitas o mayores, que tratan de dividirse el mapamundi.

Cierto que el que una lengua, relativamente uniforme, ocupe vastos espacios, tiene sus ventajas, no sólo para los trámites comerciales y administrativos, sino para que, por ejemplo, esta andanada contra los tratantes de lenguas le llegue a más gente que si la escribiera en sayagués; pero la cuenta de lo que con eso gana la denuncia de la mentira en contra de lo que gana la difusión de la mentira, ¿quién, señores, me ayudará a echar esa cuenta?

En fin, lo que el Poder, nacional, autonómico, universal, quiere hacer con las lenguas y la gente, eso cualquiera, si se deja sentir, lo sabe. Algo de vergüenza da que hombres doctos y esclarecidos confundan en un trance como éste los manejos unificatorios de una u otra administración con la máquina, desconocida y libre, de la lengua. Pero tampoco eso debe extrañarnos demasiado, sabiendo y sufriendo, como sufrimos, lo que es la condición de la Cultura y la de la Persona.
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No tenemos remedio
JUAN JOSÉ MILLÁS


Piensa uno a veces que el fracaso del marxismo se debió a que pretendía una conquista ya realizada: que fuéramos iguales. Estos primeros días del verano se asoma uno a las autopistas, a las playas, a las piscinas, a los chiringuitos de moda con música de actualidad, y comprende que todos estamos cortados por el mismo patrón. Somos iguales, en fin, incluso demasiado iguales. Menuda conquista. Lo difícil, digámoslo de una vez, es erigirse en diferente. De hecho, no se sabe de nadie que haya pasado a la historia por ser semejante a los otros, sino por ser distinto a todos. Einstein, Sócrates, Napoleón, Freud y el propio Marx tenían poco que ver con sus congéneres, de ahí las pasiones que despertaban. Hitler y Franco, también, aunque son amores distintos.
Me pasa un coche grande, incluso muy grande, por la izquierda y en los breves segundos que permanecemos a la misma altura el otro me mira con desprecio. Aunque no nos conocemos, trata de constatar la diferencia entre él y yo, y la encuentra en que su automóvil corre más. Enhorabuena. Por mi parte, me siento distinto a él en que no tengo prisa por llegar a ningún sitio. Enhorabuena también. Los dos hemos adquirido en un momento la porción de diferencia que nos permite ir tirando. A lo mejor mañana nos cruzamos dando un paseo por la misma playa y comparamos con idéntico gesto nuestros cuerpos o la intensidad de nuestras miradas. Y los lunes, por decirlo todo, son idénticos a los martes y a los miércoles y a los jueves... De hecho, el domingo es el resultado de la lucha por construir un día diferente al resto de la semana. Lo que pasa es que nos ha salido mal, porque es peor y porque no hay nada más parecido a un domingo que el anterior, sobre todo en verano y con el flotador a cuestas.
Así las cosas, cualquier filosofía que pregone la semejanza está condenada al fracaso: lo que nos gusta es la diferencia. La única igualdad en la que estamos todos de acuerdo, la de oportunidades, sólo tiene sentido si sirve para que nuestros hijos sean desiguales el día de mañana. Qué pesadilla. Sin duda, es cosa del calor. Y de las vacaciones, tan parecidas a las del año pasado, y las del otro. Muchos se van al Caribe para ser distintos y en ese mismo instante se vuelven idénticos. No tenemos remedio.


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