Arcadi Espada
Yoani Sánchez, escritora de blogs y uno de las cien personas importantes de su tiempo (Time, dixit), no ha podido recoger el Premio Ortega y Gasset de Periodismo. Me alegró mucho que lo recogiera en su lugar Ernesto Hernández-Busto, que escribe y administra (con las penalidades propias del exilio, a veces cruelmente poco vistosas) el blog más atento a los asuntos cubanos, que son, desde hace mucho tiempo, los de la lucha entre la tiranía y la libertad. La escritora Sánchez no ha obtenido el permiso de la dictadura para viajar. Aunque algunos periódicos han dado cuenta del hecho se corre el riesgo de surfearlo y no ver el repugnante animalito que vive debajo: hay países donde los ciudadanos que quieren viajar han de pedir permiso a sus gobiernos; permisos que, por lo demás, suelen negarse. No hay razones por las que la escritora Sánchez no pueda abandonar Cuba: no tiene cuentas pendientes con la Justicia ni parece que vaya a ser un peligro para los países que la acojan. Yoani Sánchez no viaja porque el gobierno de Cuba está compuesto por miserables que se han arrogado el derecho de decidir sobre los movimientos de las personas. Y resulta un grave caso de complicidad que uno de los otros premiados con el Ortega haya criticado “el error táctico” que se ha cometido con la escritora Sánchez: alguien que quiere adquirir la respetabilidad democrática no puede hacer estas cosas, vino a decir el premiado. Pero con independencia del juicio moral que merezca la adjetivación del error (una indulgencia), sobresale el error de fondo.
El régimen cubano no encierra a la gente por motivos coyunturales o decisiones tácticas. El encierro forma parte de su naturaleza, que rebasa lo puramente dictatorial. Algunas dictaduras, como la española, la portuguesa o la chilena, nunca limitaron hasta los extremos comunistas los movimientos. Sí lo hizo el nazismo en su deriva final, aunque no con las personas, sino con los judíos; el motivo era de índole práctica: el nazismo quería exterminarlos y el agrupamiento facilitaba la tarea. Los motivos por losr que el comunismo encierra a la gente son algo más complejos y cuesta plantarles cara. No me estoy refiriendo, desde luego, a la cínica respuesta de los dirigentes de la República Democrática Alemana, cuando arguyeron que levantaban el muro para proteger a la república de los inminentes ataques imperialistas. Me refiero al motivo verdadero, que es el amor y el deseo de protección de sus súbditos: se impide la salida al exterior como se impediría la entrada en una zona de radioactividad. En el último pliegue del pensamiento comunista, milímetros antes de que se haga burocracia y delincuencia, está la altiva superioridad moral, nuestra vieja y olorosa conocida: dónde iban a estar mejor que aquí.
Así con la escritora Sánchez: ¿qué post iba a escribir fuera de esta obstinada muerte que le ha dado el premio y el ser?
EL POST DE COLUMNISTAS, ARTÍCULOS DE OPINIÓN
- Pato WRC
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Una más del maestro Millás....

La conciencia
JUAN JOSÉ MILLÁS
En la antigüedad teníamos más metros cuadrados que cosas. Ahora, en cambio, tenemos más cosas que metros cuadrados. Hace años, podías recorrer un pasillo de 15 metros sin tropezar con un solo mueble. Ahora no puedes dar dos pasos sin estrellarte contra una bicicleta estática, una vajilla de Chillida o la armadura de una tienda de campaña. Mucha gente cambiaría los objetos por metros cuadrados; el problema es que la mayoría de esos trastos sólo tienen un valor romántico, que no cotiza ni en los mercadillos de pueblo. Ya me dirán para que sirve la maleta de madera con la que papá se fue a Alemania, el televisor en blanco y negro que conservamos absurdamente debajo de una cama o la impresora portátil que compramos hace 15 años por si acaso (¿por si acaso qué?).
Lo bueno, ahora lo comprendemos, eran los metros cuadrados. No hay cosa mejor que cien o doscientos metros cuadrados, todos juntos, sin más objetos que la foto del abuelo en la pared del pasillo y una alacena en el comedor. Construir viviendas pequeñas por sistema es como escribir frases cortas por obligación. La frase corta funciona bien como desván, como cuarto trastero, como altillo en el que introducir una o dos ideas pequeñas (las que caben en una columna, por ejemplo). Pero para vivir, para respirar, para estar a gusto, nada como un piso de seis o siete habitaciones, cuatro exteriores y tres interiores, además de la cocina, el baño y los aseos. Ahora, dada la escasez de metros cuadrados y la abundancia de cosas, ha aparecido un negocio nuevo, el de los trasteros que guardan toda esa basura doméstica. Hemos vendido el alma (o los metros cuadrados) a cambio de cosas que brillaban, de espejuelos con los que no sabemos qué hacer. Deberíamos regresar a la frase larga, a la oración compuesta, al pasillo de 15 metros de largo. A la conciencia
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Transparencia informativa y democracia
JUAN LUIS MANFREDI
El buen periodismo no entiende de papel, web, radio o televisión. El medio no determina el mensaje, sino que son las fuentes y los contenidos los que determinan el nivel de calidad y de interés público de la información. Por eso, el ejercicio del periodismo consiste básicamente en hacer preguntas. Habitualmente, quien tiene las respuestas no quiere responder porque en su control radica su poder.
El problema aparece cuando las respuestas son custodiadas por la Administración pública, únicamente porque su función y gestión así lo presupone. ¿Qué países compran tecnología de doble uso a España y cuánto dinero representa en la balanza comercial? ¿Qué diputados asistieron (no qué votaron) a la última reunión de la comisión de control de los créditos destinados a gastos reservados? Estas y otras preguntas cuya respuesta tutela el Estado son inaccesibles para la mayoría de los ciudadanos, que encuentran innumerables trabas y excusas por parte de los funcionarios, que desatienden estas peticiones sin otro argumento que la confidencialidad, la seguridad o, básicamente, "a usted qué le importa". La experiencia de cualquier periodista se confirma con los informes presentados por asociaciones y ONG. El funcionario desconoce sus obligaciones, teme las represalias y deriva las preguntas hacia el gabinete de prensa de turno, que se encarga de modelar la información, saturar con datos o cortocircuitar el acceso a las fuentes.
La concepción cerrada de la Administración está lejos de las demandas de una sociedad abierta y transparente, que reclama a los Gobiernos que expliquen sus actuaciones y el gasto que suponen. La democracia está basada en la información, porque es el ciudadano quien tiene derecho a conocer, a expresarse y a estar en desacuerdo. El ciudadano que conoce tiene capacidad de juicio sobre los asuntos de la esfera pública y forma una opinión pública responsable. La transparencia informativa facilita este proceso en tanto que asegura el desarrollo del Estado de derecho, engrasa el sistema político, incrementa la competencia efectiva entre partidos y fomenta la función de perro guardián de los medios de comunicación.
La prensa es sólo la correa de transmisión entre públicos y Gobiernos. No tiene más derechos, si bien actúa como referente y creadora de espacios públicos para la opinión y el intercambio de ideas. La prensa libre impulsa el buen gobierno de las administraciones públicas y es un factor determinante para la reducción de la corrupción. Por esa razón, cuenta con un marco legal que les permita ejercer el derecho fundamental a la información en sus tres vertientes, que son la de investigar, informar y difundir. Suecia fue la pionera al incluir estas obligaciones en la ley de prensa de 1766. Ya en la segunda mitad del siglo XX le siguieron Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y más de 70 países en todo el mundo que han desarrollado los derechos de los ciudadanos para reclamar información. El caso más conocido de la Freedom of Information Act estadounidense es la publicación de los papeles del Pentágono, que en 1971 demostraron el alcance de los bombardeos en el norte de Vietnam, si bien hay centenares de ejemplos: la divulgación de los encuentros con insurgentes colombianos en 1998, detalles sobre la intervención en Irak o la paz de Dayton, archivos sobre el 11-S, etcétera.
En cambio, y como norma, en España, toda la información se considera reservada... por si acaso. Si no, hay que demostrar el interés legítimo, que carga la prueba sobre el ciudadano y no sobre la Administración. Exactamente al revés que en todos los países de nuestro entorno político. Durante la reciente campaña, el PSOE ha prometido una ley de información pública que cubra este vacío legal. Ha llegado la hora de tomar el derecho al acceso como una prioridad en el Congreso, porque la especulación urbanística, la financiación de los partidos, la información sobre las corporaciones municipales y la transparencia en la contratación de servicios y obras públicas son cuestiones urgentes y directamente relacionadas con la transparencia y el buen gobierno y, en particular, de los ayuntamientos.
Sin estas herramientas, la democracia está incompleta. Las actuales normas de acceso están descoordinadas o no se ajustan a los patrones mínimos internacionales y, además, los funcionarios no están educados en la tarea de informador público. La doctrina de "no corresponde a mi departamento" mina las posibilidades de mejorar la calidad de nuestro sistema cuando el ciudadano está indefenso ante el "no" de la Administración.
La transparencia es sinónimo de sociedad abierta y fuerte. La clase política tendría que estar más interesada en transmitir la información a los ciudadanos y no temer a la opinión pública. Aquello que no es secreto oficial, que no atenta contra la seguridad y la lucha antiterrorista, que no perjudica la averiguación de delitos y la protección de datos personales, tiene que ser por definición público y de libre acceso. No debe ser un privilegio de los periodistas, sino de todos, porque alimenta la condición ciudadana y sustenta la democracia contemporánea. Ha llegado el momento de dejar de ser la excepción. Nosotros, los periodistas, lo agradeceremos en nuestro trabajo diario, y los ciudadanos, aún más.
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Leer en clase
Aurora Gil Bohórquez
Cuenta Unamuno en Recuerdos de niñez y mocedad la emoción que sentían en clase cuando leían un pasaje del Juanito, aquel en el que moría la madre, y todos sus compañeros, el maestro, y él mismo, tenían que enjugarse las lágrimas, rejuntándose todos, conmovidos, en los sentimientos de pena. No parece que fuera una lectura primera; da a entender que todos la conocían de otras veces y que esperaban el trágico momento con ansiedad contenida. Al lector se le apagaba la voz, y la claridad de la lectura se ahogaba en los sollozos. Nadie se reía de aquellas lágrimas tan colectivas que provocaba la ficción literaria, más abundantes aun en los revoltosos y peleones. Imagino que la clase entera esperaba la hora de la lectura con ganas, los más aplicados y los menos, a pesar de conocer en muchos casos el final de la historia. Entonces los libros eran escasos, ir al cine era todo un lujo y no existía la televisión para llorar a gusto en los reality show.
Han pasado los años; el péndulo se fue al otro extremo: hoy apenas se lee en clase; ni siquiera en las de Lengua y Literatura, y mucho menos, claro está, en las clases de otras materias. Leer un cuento en matemáticas, qué disparate, ni que estuviéramos locos. Y no crean que me estoy refiriendo sólo a los centros de Secundaria, donde el alumno ya viste pantalón largo -es un decir-; tampoco en los centros de Primaria se lee sistemáticamente en clase, ni es frecuente aquello de todos los alumnos atentos a la palabra, con la emoción y la intriga en sus caras, sin pestañear, sin moverse de las sillas, sin querer que pase el tiempo para dejar avanzar la historia. Hoy, en cuanto los niños aprenden el mecanismo de la m con la a ma, se acaba con la práctica de la lectura en voz alta y desaparece la hora de leer del panorama lectivo habitual.
Y es que hay profesores -y alumnos- que consideran lo de leer en voz alta como pérdida de tiempo, como algo fuera de los contenidos curriculares. No hay tiempo que perder, piensan, con tanta gramática, y tanta sintaxis, y tantos ejercicios de análisis de todo tipo; los contenidos gramaticales lo invaden todo, y hay que saber distinguir los morfemas de los lexemas desde la más tierna infancia, y no hay que confundir los determinantes con los pronombres, ni los atributos con los complementos directos. Y frente a todo este galimatías en el que están enredados los niños desde los ocho años, la lectura colectiva en voz alta ha dejado de considerarse como una actividad prioritaria y esencial en la formación académica de los jóvenes. Sin embargo, está demostrado que la lectura en voz alta tiene no sólo considerables beneficios neuronales, ya que se ponen en acción numerosos y complejos circuitos cerebrales, mucho más ricos que los que se activan en la lectura silenciosa; también mejora las capacidades de atención y de expresión, se enriquece el vocabulario, se ejercita la imaginación, enaltece los sentimientos , sin olvidar que además incrementa la autoestima y la confianza. La lectura en voz alta puede detectar problemas graves, como las dislexias, y puede corregir otros, como la tartamudez. Y sin embargo, van pasando alumnos por las aulas que nunca han oído una lectura como Dios manda, que les sirva de modelo, que les conmueva. ¿Qué tristeza da oír leer de manera mecánica y neutra, sin entonaciones adecuadas, sin detenerse en las pausas, sin recalcar la intención, confundiendo palabras! ¿Y qué pena, lo mal qué mal leen en voz alta nuestros alumnos! Es para echarse a llorar No hay tiempo para explicarles las técnicas de lectura, y mucho menos, para ponerlas en práctica. ¿Cómo pasar una hora de clase a la semana leyendo, con tanto contenido gramatical y tanta teoría literaria que aprender? Pero lo peor es que tampoco se lee correctamente en silencio: trastocan palabras, se las saltan, tienen dificultades para captar la idea principal, no retienen datos Y si a todo esto unimos la pobreza de vocabulario tenemos los resultados tan poco gratificantes de los famosos informes Pisa.
Recuerdo ahora como algo mágico aquellas clases de la Universidad del profesor D. Mariano Baquero Goyanes, aquellas en las que se limitaba a leer en voz alta. Ni más ni menos. Eran las mejores. Se hacía un silencio expectante - como en las clases de Unamuno- y nos invadía toda la fuerza de la literatura a través de su palabra sosegada. Éramos ya alumnos universitarios, y nos seguía conmoviendo oír un cuento, un poema, un fragmento de cualquier libro. La magia estaba en su buena lectura, que lograba llenar el texto de emoción y sentimientos.
Leamos en voz alta en clase y cambiemos la idea equivocada que oí decir no hace mucho a un alumno mío: qué bien; hoy no hemos hecho nada: sólo hemos leído.
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Artículo de Julián Ruiz acerca de La Voz y el décimo aniversario de su muerte.
EL SINATRA QUE YO CONOCÍ
por JULIÁN RUIZ
En unos improvisados camerinos del estadio Das Antas de Oporto, Barbara Sinatra trata de ser amable con el cortejo de su casa discográfica EMI, en el que me encuentro camuflado como un ejecutivo más, ante la posibilidad de que se me descubra y me condenen como periodista, espécimen considerado como enemigo público del clan Sinatra.
La comitiva pasa por una de las bocas que dan el acceso a una de las gradas del estadio. Frank Sinatra va del brazo de su mujer todo el tiempo. Cuando tienen una perspectiva buena del estadio, Barbara le pregunta:
— ¿Qué te parece, Frank? Es francamente impresionante.
Frank deja la mirada en el vacío y contesta:
— Sí, esta Praga me gusta mucho.
Barbara se queda perpleja, gesticula como pidiendo perdón a la comitiva y le replica:
— No, no, Frank. Esto es Porto; el otro día estábamos en Praga. Esto es diferente.
Frank se enfada.
— Pero qué coño, si es lo mismo, Barbara. No me jodas.
Algunos reímos la contestación. La visita a las gradas vacías del Das Antas termina precipitadamente.
De vuelta a los camerinos, casi todos podemos entrar en el suyo particular por unos momentos. En un rápido vistazo, me fijo que hay fruta -típica en estos casos-, botellas de agua mineral, de naranjada, de limón; algo de comer y un par de botellas de whisky de Kentucky, su favorito, el Jack Daniel's reserva. Es decir, que camino de cumplir 80 años no había dejado su pasión favorita. Bueno, sus gustos tradicionales.
Pasa el tiempo y es hora de que aparezca en el escenario el más grande cantante de todos los tiempos. Penetramos otra vez en el camerino. Es un rito, una costumbre desearle suerte al artista. Barbara da las gracias encarecidamente. Pero me fijo en una de las botellas de Jack Daniel's. Está prácticamente vacía. Barbara ayuda a su marido a levantarse de una especie de sofá. Lo consigue a duras penas. Todos pensamos lo mismo. Frank está borracho o poco le falta. Pero terriblemente despierto a la vez.
Situado en uno de los costados del escenario, descubro que delante de la orquesta y colocado un poco más bajo de la altura del micrófono se encuentra un 'telepronter'. Todas las letras del impecable concierto que dio aquella noche pasaron por esa pequeña ayuda para que Sinatra se acordara de las frases de las canciones. Incluida 'My way', que es la que más detestaba cantar.
Como se hace siempre, acabado el concierto nos dirigimos hacia el camerino para felicitarle y mostrarle nuestro orgullo personal por la actuación. Pero Barbara y Frank se encuentran enfrascados en una discusión:
— Frank, por favor, tienes que ser amable. Está esperando para saludarte. Lo ha pedido y es una gran estrella.
— No, no, Barbara, no tengo ganas de ver a nadie. Vamos al hotel.
— Frank, ya está bien. Se trata de de alguien muy grande en este país. Conoces los fados. Has dicho que te gustan. Ella es la gran Amalia Rodrigues.
— No, he dicho que no, coño. Yo no quiero saludar a esa puta vieja. Déjame en paz.
Ante el pequeño tumulto del camerino y la deliciosa 'bronca' matrimonial, optamos por salir. Pero fue algo que jamás olvidaré.
Naturalmente, fue la última vez que vi al gran Frank Sinatra, mi querido ídolo desde que con cuatro años escuchaba en el 'pick-up' de mi padre —un encendido y entusiasta fan— aquellos Extended Plays, discos de vinilo de cuatro canciones. A los diez años sabía de memoria 'Summer Wind', 'The Lady is a Tramp' , 'All My Way', 'Night and Day', 'Wichcraft'. Muchas, muchas canciones en el sello Capitol. Bueno, Odeon-La Voz de su Amo, que era quien los distribuían en nuestro país en los años cincuenta.
La primera vez que conocí a Sinatra fue en otro estadio de fútbol. Nada menos que el Santiago Bernabéu. ¿La fecha? La recuerdo muy bien. Entre otras cosas, porque guardo como recuerdo una entrada de silla de pista. ¿El precio? 15.000 pesetas. ¿La fecha? Jueves, 25 de septiembre de 1986.
En plena atomización y fiebre democrática, la llegada a Madrid de Sinatra había sido una constante y cruenta guerra contra lo que representaba Sinatra para los españoles de la década de los años ochenta. Simbolizaba el eje del mal del capitalismo. Un mafioso vulgar, asesino y mal educado.
En orden con esa bronca farisea, es casualidad que le estrechase la mano justo en el 'santo santorum' de los ultras del Real Madrid. En el famoso Fondo Sur del Santiago Bernabéu -ahora no sé cómo lo denominan-, con mi amigo Rafael Revert, que también estaba allí, rindiendo digno tributo al primer cantante de la historia de la música que tuvo fans. Antes que Elvis. Antes que los Beatles. Barbara, cómo no, también estaba presente.
Recuerdo que nos preguntó cuál era nuestro cometido y nos dijo:
— Quiero mucho a toda la gente de la radio. Ha sido siempre la gente más honesta con la música. Los disc-jockeys siempre han dado a conocer la buena música a toda la gente.
Con cariño y entusiasmo. Bueno, ya sabéis que yo empecé en la radio. Así que es imposible que me olvide de ella. Siempre estará presente en mi vida.
También me preguntó por el Real Madrid de fútbol. Y reconoció:
— No tengo ni puta día de 'soccer'. Sí, pero me gusta el fútbol americano.
La nociva propaganda 'anti sinatra' había logrado que las gradas y hasta las sillas de pista del Bernabéu presentaran un estado de soledad y vaciedad patéticas. El empresario se había equivocado gravemente con los precios excesivos para el concierto. Sólo se vendieron unas 11.000 entradas de las 60.000 previstas. Fue un fracaso.
Los afortunados que teníamos sillas de pista -las más caras- pudimos sentarnos en la fila que quisiéramos. Me aposté en la fila ocho. Vi todo el concierto con mi querido Miguel Ríos. Nos lo pasamos bomba. Sinatra hablaba poco entre canción y canción, pero siempre nombraba a su gran arreglista Nelson Riddle, que curiosamente tenía ancestros españoles.
Siempre que me preguntan cuál es mi concierto favorito de todos los tiempos, siempre contesto que el de Frank Sinatra en el Santiago Bernabéu. Mucha gente se queda perpleja. No entiende nada, preparados para que les diga uno de los Stones, o de Pink Floyd, o de David Bowie. Siempre contesto que el del Bernabéu de Sinatra. Y confieso que incluso lloré de alegría en algunas de las canciones. Sinatra tenía 71 años cuando cantó en Madrid, pero su voz sonó como un ángel, un ángel del 'swing'.
Es más: todo el que quiera el maravilloso concierto del Santiago Bernabéu puede comprarlo a un tío de Valencia que logró una copia de VHS, resultado de las ocho cámaras que sirvieron para visualizar el concierto en las dos pantallas gigantes. El DVD lo vende a 450 euros. Una vez más, como aquel empresario que trajo a Sinatra a Madrid, el precio está equivocado.
Me queda el hueco en mi nostalgia de no haber visto jamás a Sinatra en Las Vegas, en estado natural de 'rat pack'. Pero como decía John Lennon al final de la 'Antología de los Beatles': «Bueno, no es tan trágico, a todos los que nos quieran volver a disfrutar, ahí están nuestros discos, nuestras canciones grabadas». John tenía razón.
http://www.elmundo.es/especiales/2008/0 ... natra.html
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Guillermo Caamaño
Lo importante no es ganar; lo importante es que pierda el otro
Es parte de nuestra cultura, de la cultura occidental. El razonamiento crítico tiene unas raíces muy profundas, demasiado. Es el tipo de razonamiento que analiza y evalúa la estructura y consistencia de los razonamientos, particularmente opiniones o afirmaciones que la gente acepta como verdaderas en el contexto de la vida cotidiana. Pero hay una diferencia entre esto y pensar siempre en negativo, con predisposición a encontrar fallos o defectos en los razonamientos u opiniones del otro. Y, ahora que lo pienso, ¿no define esta actitud a la que desde siempre han adoptado los partidos de uno y otro signo en la oposición (lamentable el término en sí mismo) en nuestra democracia?
Y no es que este tipo de razonamiento y de actitud no tenga valor; sí que la tiene. Pero su valor es relativo y va ligado a la coexistencia con otros tipos de razonamiento y de actitudes. Una actitud crítica en un entorno de innovación, de creatividad y con un espíritu constructivo es necesaria para poder analizar y evaluar alternativas con la intención de elegir las más adecuada. Y, en el ámbito político, las alternativas, las políticas, las decisiones más adecuadas debieran siempre de ser las más beneficiosas para el conjunto de los ciudadanos. ¿O no?
Para más inri, los argumentos basados en el pensamiento crítico no son necesariamente siempre los más persuasivos. Quizás con mayor frecuencia los argumentos más persuasivos sean destinados a recurrir a nuestras más básicas emociones (el miedo, el placer y la necesidad) más que a los hechos objetivos. Por esta razón es tan común en nuestro país encontrar en los argumentos más persuasivos una intencionada falta total de objetividad y de razonamiento real y legítimamente crítico.
En medio de una situación así, debe de haber una forma diferente de hacer política; de trabajar en pos de la resolución de los problemas que nos afectan a todos los ciudadanos y no limitarse únicamente a atacar a los otros, a los oponentes; de demostrar las dosis necesarias de creatividad para aportar soluciones reales y no limitarnos esperar a que haya alguien a quien se le ocurra una alternativa (desafiando quizás el status quo – ¡Dios nos libre!) para que el establishment le caiga encima; de llamar a las cosas por su nombre y de trabajar por el bien común. Porque si lo único importante es que pierda el otro, no ganamos todos. En realidad, perdemos todos.
Lo importante no es ganar; lo importante es que pierda el otro
Es parte de nuestra cultura, de la cultura occidental. El razonamiento crítico tiene unas raíces muy profundas, demasiado. Es el tipo de razonamiento que analiza y evalúa la estructura y consistencia de los razonamientos, particularmente opiniones o afirmaciones que la gente acepta como verdaderas en el contexto de la vida cotidiana. Pero hay una diferencia entre esto y pensar siempre en negativo, con predisposición a encontrar fallos o defectos en los razonamientos u opiniones del otro. Y, ahora que lo pienso, ¿no define esta actitud a la que desde siempre han adoptado los partidos de uno y otro signo en la oposición (lamentable el término en sí mismo) en nuestra democracia?
Y no es que este tipo de razonamiento y de actitud no tenga valor; sí que la tiene. Pero su valor es relativo y va ligado a la coexistencia con otros tipos de razonamiento y de actitudes. Una actitud crítica en un entorno de innovación, de creatividad y con un espíritu constructivo es necesaria para poder analizar y evaluar alternativas con la intención de elegir las más adecuada. Y, en el ámbito político, las alternativas, las políticas, las decisiones más adecuadas debieran siempre de ser las más beneficiosas para el conjunto de los ciudadanos. ¿O no?
Para más inri, los argumentos basados en el pensamiento crítico no son necesariamente siempre los más persuasivos. Quizás con mayor frecuencia los argumentos más persuasivos sean destinados a recurrir a nuestras más básicas emociones (el miedo, el placer y la necesidad) más que a los hechos objetivos. Por esta razón es tan común en nuestro país encontrar en los argumentos más persuasivos una intencionada falta total de objetividad y de razonamiento real y legítimamente crítico.
En medio de una situación así, debe de haber una forma diferente de hacer política; de trabajar en pos de la resolución de los problemas que nos afectan a todos los ciudadanos y no limitarse únicamente a atacar a los otros, a los oponentes; de demostrar las dosis necesarias de creatividad para aportar soluciones reales y no limitarnos esperar a que haya alguien a quien se le ocurra una alternativa (desafiando quizás el status quo – ¡Dios nos libre!) para que el establishment le caiga encima; de llamar a las cosas por su nombre y de trabajar por el bien común. Porque si lo único importante es que pierda el otro, no ganamos todos. En realidad, perdemos todos.
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Del juego mediático al game over político.
Rafael Hierro Rivero
Podremos estar de acuerdo en que Canarias no es un buen ejemplo de cohabitación. Tampoco en eso se diferencia mucho de otros lugares con preeminencia del sistema trabajo-consumo. El espacio común de coexistencia nos viene determinado, de un lado por lo mercantil y del otro por el exceso de protagonismo del juego político y/o mediático. No nos basta, nunca ha sido así, con asomarnos a nuestras orillas para descansar el espíritu y la vista, aún siempre y cuando nuestras miradas se concentren en el horizonte y no se distraigan con la catástrofe urbanística y otras desgracias no sobrevenidas que asfixian literalmente nuestras costas.
Las calculadas campañas de imagen, provenientes tanto del ámbito político como del siempre incipiente y voraz mercadeo, azoran nuestras esperanzas de progreso social y cultural. El estilo de vida que nos quieren vender, de acuerdo a sus planes de expansión, no es más que un tupido mallazo que constriñe y deseca nuestro tiempo de vida, nuestro momento creativo.
Podremos estar de acuerdo en que Canarias no es un buen ejemplo de cohabitación. Tampoco en eso se diferencia mucho de otros lugares con preeminencia del sistema trabajo-consumo. El espacio común de coexistencia nos viene determinado, de un lado por lo mercantil y del otro por el exceso de protagonismo del juego político y/o mediático. No nos basta, nunca ha sido así, con asomarnos a nuestras orillas para descansar el espíritu y la vista, aún siempre y cuando nuestras miradas se concentren en el horizonte y no se distraigan con la catástrofe urbanística y otras desgracias no sobrevenidas que asfixian literalmente nuestras costas.
Es cierto que algunos hemos tratado de mantener la ilusión de progreso lejos de los metros cuadrados de administración pública, de la melaza burocrática, del desierto de cemento y de la revolución de las hipotecas. Pero ¿por qué somos tan receptivos a las propuestas seudo liberadoras provenientes de un precario más allá de promesas publicitarias? Un mañana construido por el poder que nos abandona, muy a propósito en la cartografía urbana, y nos olvida como agentes sociales capaces de generar la restitución vital de los objetos de arte, especialmente de aquellos que no significan ornato, como es el caso de la escultura Emersión Atlántica del artista dominicano Marcos Lora-Read, patrimonio contemporáneo abandonado por la corporación cabildicia, que yace hace más de un año pudriéndose junto al mar en un solar propiedad del Cabildo de Gran Canaria. Como es el caso de los Encuentros Internacionales de Arte Contemporáneo de Osorio, inexplicablemente barridos por la escoba neoliberal del ex presidente Soria y su consejero Rosales. Como es el no menos triste suceso del Centro Insular de Cultura, convertido hoy en aparcamiento para funcionarios. Como es el cierre del Teatro Guiniguada, injustamente hurtado a la sociedad canaria desde la voracidad e incompetencia políticas, como son las múltiples componendas que conforma la, tantas veces mencionada, relatio delictorum de una falsa reconciliación con el mundo artístico y la propia ciudadanía.
Siempre desde esa cada vez más extraña otra cara de la sociedad canaria, comienzan a entrar en el juego político las bienales, que aún no sabemos si serán de la decoración urbana, si del desarrollismo a ultranza o de temáticas naturalistas y líricas de fin del mundo. Haciéndonos sentir como inadaptados personajes de nuestro propio tiempo vital, se nos ubica como meros espectadores de una especie de vídeo juego, del que únicamente podremos esperar el oportuno game over.
Rafael Hierro Rivero
Podremos estar de acuerdo en que Canarias no es un buen ejemplo de cohabitación. Tampoco en eso se diferencia mucho de otros lugares con preeminencia del sistema trabajo-consumo. El espacio común de coexistencia nos viene determinado, de un lado por lo mercantil y del otro por el exceso de protagonismo del juego político y/o mediático. No nos basta, nunca ha sido así, con asomarnos a nuestras orillas para descansar el espíritu y la vista, aún siempre y cuando nuestras miradas se concentren en el horizonte y no se distraigan con la catástrofe urbanística y otras desgracias no sobrevenidas que asfixian literalmente nuestras costas.
Las calculadas campañas de imagen, provenientes tanto del ámbito político como del siempre incipiente y voraz mercadeo, azoran nuestras esperanzas de progreso social y cultural. El estilo de vida que nos quieren vender, de acuerdo a sus planes de expansión, no es más que un tupido mallazo que constriñe y deseca nuestro tiempo de vida, nuestro momento creativo.
Podremos estar de acuerdo en que Canarias no es un buen ejemplo de cohabitación. Tampoco en eso se diferencia mucho de otros lugares con preeminencia del sistema trabajo-consumo. El espacio común de coexistencia nos viene determinado, de un lado por lo mercantil y del otro por el exceso de protagonismo del juego político y/o mediático. No nos basta, nunca ha sido así, con asomarnos a nuestras orillas para descansar el espíritu y la vista, aún siempre y cuando nuestras miradas se concentren en el horizonte y no se distraigan con la catástrofe urbanística y otras desgracias no sobrevenidas que asfixian literalmente nuestras costas.
Es cierto que algunos hemos tratado de mantener la ilusión de progreso lejos de los metros cuadrados de administración pública, de la melaza burocrática, del desierto de cemento y de la revolución de las hipotecas. Pero ¿por qué somos tan receptivos a las propuestas seudo liberadoras provenientes de un precario más allá de promesas publicitarias? Un mañana construido por el poder que nos abandona, muy a propósito en la cartografía urbana, y nos olvida como agentes sociales capaces de generar la restitución vital de los objetos de arte, especialmente de aquellos que no significan ornato, como es el caso de la escultura Emersión Atlántica del artista dominicano Marcos Lora-Read, patrimonio contemporáneo abandonado por la corporación cabildicia, que yace hace más de un año pudriéndose junto al mar en un solar propiedad del Cabildo de Gran Canaria. Como es el caso de los Encuentros Internacionales de Arte Contemporáneo de Osorio, inexplicablemente barridos por la escoba neoliberal del ex presidente Soria y su consejero Rosales. Como es el no menos triste suceso del Centro Insular de Cultura, convertido hoy en aparcamiento para funcionarios. Como es el cierre del Teatro Guiniguada, injustamente hurtado a la sociedad canaria desde la voracidad e incompetencia políticas, como son las múltiples componendas que conforma la, tantas veces mencionada, relatio delictorum de una falsa reconciliación con el mundo artístico y la propia ciudadanía.
Siempre desde esa cada vez más extraña otra cara de la sociedad canaria, comienzan a entrar en el juego político las bienales, que aún no sabemos si serán de la decoración urbana, si del desarrollismo a ultranza o de temáticas naturalistas y líricas de fin del mundo. Haciéndonos sentir como inadaptados personajes de nuestro propio tiempo vital, se nos ubica como meros espectadores de una especie de vídeo juego, del que únicamente podremos esperar el oportuno game over.
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Juan Carlos Avilés
Cada alma en su 'almario'
El maestro Hitchcock lo describió admirablemente en esa joyita que es La ventana indiscreta. Me refiero a eso de quedarse observando detenidamente la de cualquier edificio y preguntarse qué se estará cociendo dentro. Tal vez sea la curiosidad del periodista que alguna vez fuí, pero me sucede a menudo. Y, al final, siempre me quedo con las ganas. Lo malo es que no es muy diferente con las personas que te cruzas habitualmente por la calle; o con las que te relacionas; o con las que convives; o, incluso, con las que amas. Estamos tan acostumbrados a movernos por la superficie, a quedarnos con las primeras impresiones de las cosas y de las personas, que no alcanzamos a ver más allá de nuestras narices. El roce hace el cariño, dicen, y facilita la percepción sensible. Pero nos rozamos poco. Cada persona es un mundo acorazado e inflanqueable, y cuesta asomarse al interior. Como dijo Santa Teresa, "cada alma, en su almario".
Cada alma en su 'almario'
El maestro Hitchcock lo describió admirablemente en esa joyita que es La ventana indiscreta. Me refiero a eso de quedarse observando detenidamente la de cualquier edificio y preguntarse qué se estará cociendo dentro. Tal vez sea la curiosidad del periodista que alguna vez fuí, pero me sucede a menudo. Y, al final, siempre me quedo con las ganas. Lo malo es que no es muy diferente con las personas que te cruzas habitualmente por la calle; o con las que te relacionas; o con las que convives; o, incluso, con las que amas. Estamos tan acostumbrados a movernos por la superficie, a quedarnos con las primeras impresiones de las cosas y de las personas, que no alcanzamos a ver más allá de nuestras narices. El roce hace el cariño, dicen, y facilita la percepción sensible. Pero nos rozamos poco. Cada persona es un mundo acorazado e inflanqueable, y cuesta asomarse al interior. Como dijo Santa Teresa, "cada alma, en su almario".
- Amarilla
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La educación canaria, sin gobierno
Marino Alduán
Las Palmas de Gran Canaria
"Muchos no nos resignamos a este horizonte, por eso reclamamos por enésima vez que se sienten a negociar hasta el amanecer. Nuestros chiquillos y chiquillas lo demandan y lo merecen"
La inmensa mayoría de canarias y canarios necesitamos que la educación pública funcione. Ocho de cada diez chicas y chicos están escolarizados en centros públicos en nuestra Comunidad. Más de cuatrocientas mil personas somos usuarios directos del sistema educativo, como estudiantes, profesorado, personal de administración y servicios o técnicos.
La educación es la primera empresa de Canarias, en empleados, en instalaciones, en repercusión social. Lo que pase en esta institución, es decisivo para la cohesión social y el desarrollo de nuestro pueblo. Es causa de progreso, motivo de estancamiento en su caso y expresión de la madurez y de las expectativas de nuestra sociedad.
Por todo eso, resulta inconcebible que el gobierno de Coalición Canaria y el Partido Popular lleve más de quince meses con un conflicto abierto en la educación canaria que está perjudicando gravemente a la sociedad en su conjunto y a la educación en particular. Ustedes pueden preguntar por qué responsabilizo principalmente al gobierno y no por igual a las dos partes en litigio. Pues muy claro, a quien pagamos por dirigir, encauzar, escuchar, negociar, coordinar y en definitiva resolver los problemas comunes de la educación es a los señores Paulino Rivero, José M. Soria y Milagros Luis. Y nada de eso está ocurriendo. Mas bien al contrario, el comentario generalizado es que estamos ante un auténtico desgobierno de la realidad educativa canaria.
Pero lo más grave no es que no se está encauzando, sino que se agrava y complica por semanas. A los que seguimos la actualidad educativa nos llevan al asombro, las reacciones y decisiones de la consejera y de su equipo en situaciones como las vividas en el Instituto de La Guancha, o en el colegio Ruiz de Padrón de San Sebastián de La Gomera o en el instituto Domingo Rivero de Arucas. No entiendo cómo pretenden estas autoridades, mantener una relación constructiva con el conjunto de la comunidad educativa, después que acabe el conflicto, con las heridas y desconfianzas que se están generando. O es que piensan que esta situación va a durar lo que dura la legislatura. Los políticos pasan, los profesionales quedan.
La Consejería actúa desprestigiando y enfrentando al profesorado con la sociedad. Tremendo error. El profesorado puede tener muchas, pocas o regulares razones en su reivindicación. Pero un profesorado desmoralizado, desconsiderado, desprestigiado, no es el que necesita la escuela canaria. Se puede discrepar, pero nunca perjudicar el prestigio social que el profesorado necesita para realizar con éxito su labor. La educación que funciona es aquella en la que profesorado y familias son cómplices en el gran objetivo del éxito escolar. Como la sociedad imitara a la Consejería y tratara al profesorado de la misma manera, iríamos a la ruina.
No entiendo al Gobierno canario. Si piensa que la dureza le dará votos, ni sabe de educación, ni sabe de política. Dejará la escuela como un solar, con unas relaciones imposibles y unas expectativas nulas. Las familias cuando comprueben el desastre, volverán su mirada a los peores gobernantes que han llevado a la escuela canaria a este desgobierno.
Muchos no nos resignamos a este horizonte, por eso reclamamos por enésima vez que se sienten a negociar hasta el amanecer. Nuestros chiquillos y chiquillas lo demandan y lo merecen.
- Amarilla
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Juan José Millás
Diario (I)
Cuando mi marido dijo en el desayuno que volvería tarde porque tenía una reunión de presupuestos, yo ya sabía que iba a encontrarse con su amante, como todos los viernes, pero esta vez no me importó, casi fue un alivio. Me hace gracia la frase ésa, "reunión de presupuestos". Se reúnen para presuponer, cuando la mayoría de ellos ni siquiera ha aprendido a suponer. Cómo son. Al salir, se llevó al niño, que había perdido el autobús del colegio, y yo me quedé sola, como siempre, escuchando el ruido de la lluvia (de un tiempo a esta parte, siempre llueve al otro lado de mi cabeza, aunque en la calle haga sol). Luego, al entrar en la habitación de mi hijo para hacer la cama, observé que se había dejado un cuaderno abierto sobre la mesa, con una suma (7+1=?) sin resolver. Instintivamente, puse un 8 al otro lado, y en seguida empecé a sentir un agobio enorme por aquel 1 que acababa de perder su individualidad al realizar yo la operación matemática.
Imaginaba al pobre número dentro del 8, buscando la salida desesperadamente, como un claustrofóbico dentro de un laberinto, y me identifiqué con él. Una vez me perdí en el interior de unos grandes almacenes y fue tal el miedo a no dar con la salida que sufrí un desmayo en la sección de deportes. Por otra parte, también yo, como el 1, había perdido la identidad en las profundidades de una familia asfixiante, y no sabía cómo escapar de ella. Sentí que me faltaba el aire y corrí al balcón para respirar. Un sol excesivo me cegó los ojos, pero dentro de mí continuaba escuchándose el ruido de la lluvia. Quizás en el interior del número 8 también lloviera con aquella violencia, pensé. Escuché el teléfono, pero no lo cogí pues supe por el modo de sonar que era mi madre.
Más tranquila, regresé a la habitación para liberar al número inocente y puse sobre la hoja 8?7=1. Sin embargo, me pareció que el 1 resultante era distinto al que yo había atrapado y me atacó un desaliento enorme. A mí misma, cuando pienso en abandonarlo todo y recuperar mi verdadero ser, siempre me retiene el miedo de que la que lograra escapar fuera una de las que están encerradas conmigo y que no son exactamente yo, aunque sean idénticas a mí.
- juanjap
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" Seducción " Juan José Millás
—Vigilaba la casa de la piscina –añadió–, porque había en ella una mujer que me gustaba mucho. Todo empezó porque mis hijos me regalaron unos prismáticos para el campo. Como nunca me ha gustado el campo, me pareció un regalo absurdo que acabó en un cajón de la mesa del despacho. Un día, a la hora de comer, con la oficina completamente desierta, los cogí y me puse a observar los alrededores. No hay nada que ver en esa zona, pero de repente descubrí entre los edificios un chalé que había resistido milagrosamente el acoso de la especulación. Tenía un jardín trasero muy descuidado, con una piscina de azulejos, y vivían en él, además de la mujer que te digo, su hijo y un matrimonio mayor que parecían los abuelos del crío.
El hombre se llevó la jarra de cerveza a los labios y miró a su alrededor antes de continuar. Yo fingí encontrarme enfrascado en la lectura del periódico. Señaló que estaba hablando del mes de agosto del 90. La ciudad se había quedado vacía, como siempre en esas fechas, y la oficina funcionaba a medio gas.
—Mi familia –dijo– se había ido a la playa. El caso es que me aficioné a espiar la vida de estas personas que los prismáticos acercaban increíblemente a mis ojos. Parecía que podía tocarlas extendiendo la mano. Normalmente, mientras el niño jugaba alrededor de la piscina, la madre leía en una tumbona, lanzando de vez en cuando al hijo una mirada o una advertencia. Me volvía loco la mujer, que llevaba siempre unos bikinis extremadamente pequeños. La veía como por el ojo de una cerradura. De hecho, la situación me recordaba una época de mi infancia en la que veía desnudarse a la hermana de un amigo a través del ojo de la cerradura del cuarto de baño. Antes había cerraduras así.
—¿Cerraduras cómo? –preguntó la chica.
Al hombre no le gustó la interrupción, pero explicó que las cerraduras antiguas abrían en las puertas un agujero lo suficientemente grande como para ver qué ocurría al otro lado.
—Ideales para mirones como tú –añadió la joven.
—Todo el mundo era mirón entonces, resultaba imposible no serlo con aquellas cerraduras –respondió el hombre claramente incómodo.
—Todos no –insistió la chica–; eso es como decir que todos eran espadachines cuando había espadas o tuberculosos cuando había bacilo de Koch.
—¿Qué tiene que ver la tuberculosis con lo que te estoy contando?
—Tiene que ver porque era una enfermedad con mucho morbo, una enfermedad de escritores que por lo visto aumentaba la potencia sexual. Seguramente resultaba tan atractiva como mirar por el ojo de las cerraduras.
El hombre mayor se sumió en un silencio rencoroso y punitivo. Resultaba evidente que estaba castigando a la chica por interrumpir su relato. Supuse que eran un jefe y una secretaria a la que el primero trataba de seducir. La chica comprendió que había forzado demasiado la situación y pidió que continuara.
—¿Que continue el qué? –preguntó él a su vez, fingiendo haberse olvidado del relato.
—Lo de la piscina, lo de la mujer y el niño –respondió la chica en un tono con el que evidentemente intentaba hacerse perdonar.
—Creí que no te interesaba.
—Pues me interesa. El hombre carraspeó y continuó la historia como si hiciera una concesión:
—Aquel día –dijo–, no sé por qué, el niño estaba solo. Corría alrededor de la piscina con una carretilla de plástico. De repente, tropezó, cayó al agua y comenzó a bracear con desesperación delante de mis ojos. Yo esperaba que la madre o la abuela aparecieran de un momento a otro, pero el tiempo pasaba sin que saliera nadie. Lo insoportable era que no podía hacer nada, pues aunque el espectáculo ocurría al alcance de mi vista, yo estaba lejísimos de aquella casa. Sólo podía mirar, lo que me pareció una forma de acompañar al niño en su agonía. Miré hasta que murió, y esa misma tarde me deshice de los prismáticos. Me quedó un sentimiento no de culpa, pero sí de inutilidad, tremendo. No sé por qué te cuento esto. Yo sí lo sabía: estaba intentando seducir a su interlocutora, que, por su expresión, cayó finalmente en la trampa.
Pilar Raola, La Vanguardia
El caso Telma
Perdonen, pero quien menos me interesa del caso Telma es la señora Telma Ortiz. Primero, porque no practico el insano vicio de vivir la vida de los otros, y mi interés por conocer sus cuitas se reduce al puro cotilleo de bolsillo. Además, lo de la familia real y adosados no está entre mis preferencias lectoras, ni siquiera en el colorín peluquero. Sin embargo, el intento de Telma de frenar el acoso periodístico que dice sufrir sí que me parece muy interesante, porque suscita un inusitado debate sobre la relación entre prensa rosa y famosos. Más allá, pues, de si esta chica es mona, de si está embarazada o de si su novio es arisco, lo sustancial es su propia naturaleza de personaje público y qué límites marca esa condición en su vida cotidiana. Algunos amigos de mi estirpe republicana dicen que, si su parentesco con Letizia es una pesada carga, también ha sido una solvente ayuda profesional, con lo cual quedan equilibrados los términos. Es decir, ¡que se aguante! No estoy de acuerdo, más allá del debate republicano, que poca cabida tiene en toda esta polémica. Si Telma Ortiz tiene mejor trabajo hoy que ayer, y mejor posición, y ello se debe a ser la hermana de una futura reina, es algo que desconozco, aunque resulta altamente probable, aunque sea por evidente ósmosis.
¿O nos hemos vuelto todos tontos? Pero la cuestión no está en su cambio de vida ni en los ruidosos privilegios de que gozan los encumbrados habitantes del territorio real, sino en el derecho que tiene un famoso a no ser carne de paparazzi día y noche.
A pesar de que la demanda de Telma Ortiz no se aguantaba por ningún lado, y que, ley en mano, era inviable, su queja pública es pertinente y ahonda en los barrizales periodísticos que se han hecho dueños de la añeja crónica social.Es decir, puede que Telma Ortiz no tenga razón legal en su lucha por proteger su intimidad, sobre todo porque España, en esta cuestión, es un cachondeo. Pero, como decía Antxon Urrusolo en el programa 360 grados de Roberto Arce en Antena 3, tiene toda la razón moral.
Hablemos, pues, de ello. Aunque sea legal, ¿es lícita la persecución que sufren muchos personajes públicos, en aras de un pretendido interés informativo? ¿Es periodismo este tipo de periodismo? Es decir, ¿de qué hablan cuando dicen que hablan de información? Por supuesto, ni toda la prensa rosa traspasa los límites de la mínima elegancia, ni toda es maleducada, ni toda lo compra todo, a tanto el kilo de famoso. La significativa anécdota que explicó Julia Otero en El Hormiguero de Cuatro, que recibió un sonoro "hija de p." por parte de un fotógrafo porque se negó a hacerse una foto con su hija recién nacida, no representa a todos los profesionales que se dedican a estos asuntos. Pero, desgraciadamente, empieza a representar a muchos. El caso Telma Ortiz, por tanto, abre el melón de unas prácticas pseudoperiodísticas que, escudándose en la libertad de expresión, esconden auténticas cacerías de carne humana, cuyo único objetivo es hacer negocio con sus vidas. Es probable que para mucha gente sea noticia que Telma Ortiz espere un hijo y que, por tanto, su hermana princesa vaya a ser tía. Hasta aquí acepto, con dificultades, el concepto de información de interés general, y ello tragando mucha saliva. Pero considerar noticia que suba a una moto, que se corte el pelo o que salga a pasear al perro lo tiene todo de acoso soez, de mercadeo con la cotidianidad de los demás, y nada de información. Si, además, como se sabe, muchos famosos son pinchados para conseguir un momento de tensión - que siempre vende más en el mercado del morbo-, o incluso son insultados, y sus vidas son juzgadas en una especie de juicio paralelo permanente, repartiendo sus tripas por los platós de televisión, entonces estamos ante el espectáculo del matadero público.
Ni la información, ni el periodismo, ni el bien general, nada de ello tiene que ver con un negocio suculento que ha encontrado, al amparo de unas leyes demasiado permisivas con la intimidad, el mejor producto de todos: el de la vida ajena. No son periodistas, son cazadores. El problema es que en este país siempre está levantada la veda de caza.
- bylY
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Fran Pomares, 20 Minutos
Del rentable mal ajeno
De nuevo –y sorprendiendo cada vez menos– las teles con pantalla de bilis utilizan la enfermedad para crear un espectáculo insultante y zafio; un show de esos que remueven rencores.
Los problemas de salud mental del genial cómico Andrés Pajares han puesto en negro las cuentas de sus hijos Andresito el azafato y Maricielo la... (¿con qué se gana ésta la vida?). Yello con la complicidad, una vez más, de programas del corazón y de muchos de los actores (porque el periodismo es otra cosa) que trabajan en ellos.
Es una lástima que las teles sigan esperando alguna desgracia para remontar sus índices de audiencia; es una pena que la explotación morbosa del mal ajeno siga teniendo hueco en las parrillas de muchas teles. Todos deberíamos apostar por que los niños tengan el menor acceso posible a este tipo de espectáculos para evitar que terminen creyendo que las miserias televisadas son la vida misma... y acaben imitando lo que ven.
- Amarilla
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ALMUDENA GRANDES
Mariano Macbeth
Las tres brujas se aparecen ante Macbeth sin que él las haya invocado. Le halagan, le fascinan, le enloquecen con la promesa de un poder ilimitado. Macbeth se lanza, en pos de sus palabras, a una espiral de crímenes horribles y no sospecha que es apenas un títere, el juguete de tres mujeres astutas e impías, que lo utilizan sin escrúpulos para servir a fines muy distintos de los que declararon previamente. No sé si Mariano Rajoy ha leído a Shakespeare. Ignoro si conoce el argumento de este inmortal espejo de la ambición y las traiciones, pero me temo que en la política española se está montando un Macbeth, y que él ya ha sido elegido, desde luego a traición, y a su pesar, como protagonista.
Se me podrá objetar que Ana Botella desentona, y lo admito. Es cierto que se aturulla con algunos conceptos, que no domina el lenguaje profético, pero los números impares siempre son complicados, y en un trío, ya se sabe, es natural que alguien flaquee. Se me podrá objetar también que falta Lady Macbeth, pero en eso no estoy de acuerdo. Aunque su físico no acompañe, Soraya lleva semanas limpiando manchas de sangre simbólica en el Congreso y, que yo sepa, no ha conseguido borrar ninguna. Por otra parte, no me digan que el resto del reparto no está bien escogido.
Aquellos gritos de ¡Viva Mariano!, ¡Tú sí que eres un líder!, se han precipitado abruptamente por un abismo de deslealtad. De Aguirre me esperaba cualquier cosa, pero que María San Gil convocara a los medios en un día de luto, tras un atentado terrorista mortal, no para confortar a las víctimas sino para machacar a su jefe, ha desatado el pestilente aroma del azufre. Mientras tanto, Mariano se prepara para la batalla. Si hubiera leído Macbeth, ya sabría que no va a ser vencido por un hombre nacido de mujer. Ahora que, de las propias mujeres, Shakespeare no dijo nada. Ni mu.