"Espero que Zapatero cumpla su palabra y pueda tener la misma casa de antes", sostiene Thea Polaski Bühler, una alemana que se ha tomado a pecho las palabras del presidente, hasta el punto de que aguarda en las medianías del sur de Gran Canaria a que las administraciones se pongan de acuerdo e inicien la reparación de su vivienda. "Si no me planto en Madrid", añade.
Esta amante de la naturaleza lleva casi 30 años afincada en la Isla, la mitad de ellos viviendo en El Caidero, un minúsculo pueblo en lo alto de una ladera que hace de frontera entre San Bartolomé de Tirajana y Mogán, justo antes de enfilar la subida a la presa de Soria. Se fue hasta allí para continuar con la vida contemplativa que la masificación turística le impedía llevar en la zona baja del municipio.
Ahora se ha quedado sin nada, pues sólo permanecen en pie los muros y la cocina de su casona canaria, un inmueble protegido con más de 150 años que fue construido piedra a piedra. Y es que la desgracia la cogió en Alemania. "Me llamó un vecino para decirme que ya no tenía hogar, porque las llamas lo quemaron todo y no se pudo hacer nada", rememora Polaski.
El regreso fue duro, sobre todo cuando comprobó con sus ojos el amasijo de escombros al que fue reducida su existencia. Ardieron álbumes de fotos, cientos de cintas de música clásica, libros, baúles con documentación de su paso por la facultad de Arquitectura? "Fue horrible porque no se pudo salvar nada", explica Thea. Luego pasó el mes de agosto de alquiler en Arguineguín, "sufriendo la humillación de los políticos porque nadie se ha hecho cargo de las facturas", agrega.
Sin embargo, esta esquiadora en sus tiempos mozos no alberga ningún tipo de resentimiento. Simplemente se cansó y volvió a su propiedad con los gatos que sobrevivieron. Ahora sólo piensa en que alguien retire los escombres y comience las obras. "No quiero dinero ni nada, sólo una casa como estaba para vivir los últimos años de mi vida", remacha.
Mientras, ha instalado la caseta detrás de una barrera de arbustos y tuneras quemadas. Ahí duerme y en su atiborrada cocina pasa los días. En ella tiene agua, luz y teléfono, aunque carece de baño y casi vive sin intimidad. Dice que por el momento se conforma con que un albañil le solucionara ese problema, "porque eso no cuesta mucho y ya le he dicho al Ayuntamiento que no voy a irme".
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A la intemperie tras el fuego...
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