Culpan a los españoles de un genocidio, que no existió, lo que les reporta una cantidad ingente de populismo basado en la ignorancia de ciertos sectores de la población americana.
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La moda en estos tiempos suele ser la alabanza del indigenismo más o menos de diseño y la crítica a la sociedad occidental. Así, desde Venezuela, Ecuador o Bolivia presidentes mestizos glosan el indigenismo y reniegan de España y su labor en América.
Sus fuentes no pueden encontrarse en la América actual, sobre todo en comparación del gran vecino norteño donde los pocos indígenas supervivientes del exterminio que padecieron de manos de la civilización anglosajona vegetan en reservas y no se les ocurre aspirar a gobernar nada, sino que se remontan a la controvertida obra de un personaje pintoresco muy alabado por los enemigos históricos de España como era Las Casas.
Y no por sus inexistentes méritos científicos, ni como pensador, tan abundante en irracionales contradicciones, sino por que ofrecía una oportunidad de desestabilizarnos políticamente quienes, como los británicos, anhelaban llevar su comercio y navegación por las rutas ultramarinas españolas.
La verdad, aunque no sea rentable y políticamente correcto sostenerlo en estos tiempos en que se quiere hacer almoneda de España, es que son impropias tanto la leyenda blanca como la negra, alentada ésta por nuestro sevillano: un clérigo mezcla de padre Arzallus y obispo Sistach de Chiapas, criatura del imaginario zapateresco o cervantino monopodiesco, personaje medieval, contra renacentista, terrateniente, aventurero, y egotista, que padecía de paranoia según describe el gran Menéndez Pidal en su documentada biografía sobre el personaje.
Paranoia que le mantenía en la rígida idea de que todo lo que se hacía estaba mal. Totalmente mal sin mezcla de bien alguna. Y que le llevaba a exagerar los indudables abusos que, en una aventura tan extraordinaria y gigantesca como la de España en América, debieron inevitablemente de producirse.
ALIANZA DE CIVILIZACIONES
Fray Bartolomé parece que pretendía una alianza de civilizaciones con los caníbales para ver si los convertía en vegetarianos y podía hacerlos trabajar para él en su encomienda. Todo un precursor del zapaterismo. La actitud mental medieval de Las Casas que no ve en la aventura española en América sino robo y violencia, contrasta curiosamente con la del premio Nobel 1907, Rudyard Kipling, ilustre masón cantor del imperialismo inglés en la India.
Gustavo Le Bon en su famoso libro sobre la civilización india teoriza acerca de las diferencias entre los principios fundamentales de la colonización latina y la inglesa. Según él, los latinos aplicamos el principio de asimilación de modo que hemos tratado de introducir nuestras instituciones en las colonias, mientras que los ingleses rechazan la idea de asimilación y dejan cuidadosamente a los pueblos conquistados sus instituciones, sus usos y costumbres. No se mezclan con ellos e intervienen lo menos posible en sus negocios y en los detalles de su administración.
La conquista comercial debe preceder a la militar, hecha con el dinero y los soldados del invadido, salvo un reducido Estado mayor para su control. La colonia se explota procurando no atentar contra sus instituciones autóctonas para evitar revueltas, manteniendo barreras infranqueables de separación entre las poblaciones.
Pero España pretende trasladar su idea de la civilización y crea Universidades y Hospitales en América.
Para Las Casas la conquista supone un genocidio premeditado. Con cierta exageración sevillana, sus datos de mortandad varían desde los doce a quince, incluso a veinticuatro millones, si se suman los diferentes agregados durante cuarenta años. No tiene en cuenta que la gran mayoría se producen por causas naturales como la viruela o el sarampión o la falta de adaptación de hombres en estado de naturaleza a la vida ordenada y social.
En efecto, aún si "sólo" fueran quince millones, nuestros antepasados habrían de haber matado más de mil indios diarios, incluso domingos y festivos, incluidos bisiestos, cosa que parece asaz difícil, cuando aún no se habían inventado las armas destrucción masiva ni las cámaras de gas.
PREJUICIOS MEDIEVALES
Frente al verdadero inventor del derecho de gentes, el padre Francisco de Vitoria de la escuela de Salamanca, e instaurador del principio de la libertad e igualdad jurídica de todos los pueblos, que define hasta ocho títulos de justo dominio en las Indias, Las Casas mantiene sus prejuicios medievales, según los cuales el único título de España para entrar en las Indias era el de la evangelización.
Como político aventurero, el clérigo también hizo sus pinitos utópicos arbitristas, como la aventura de Cumaná, que pretendía explotar la pesca de perlas y que terminó en un desastre probatorio de la fantasía de las ideas lacasinas y con la muerte de muchos de sus compañeros.
No se puede negar que uno de los motores de la aventura española en América fuera, como decía el arcipreste de Hita, el "aver mantenencia", y por tanto la búsqueda de riquezas materiales. Pero tampoco hay que olvidar el renacentista deseo de fama y gloria como uno de los móviles psicológicos de la empresa española.
Honra a España el que se haya podido plantear siquiera el debate moral sobre la conquista incluso contra la razón de Estado. Como honra también el que se intentaran frenar los abusos con leyes como las de Burgos o Valladolid en el mismo siglo XVI.
El hecho de que dos siglos después de la independencia los congresos indigenistas americanos preocupados por sus reivindicaciones políticas y económicas sigan debatiendo casi lo mismo que en Valladolid ya discutían Las Casas y Sepúlveda en el siglo XVI, parece prueba irrefutable de que la postergación del indio americano no es cosa tanto de la crueldad del conquistador español, cuanto de la propia naturaleza del indígena, y en general del hombre, de modo que para levantarlo de su abatimiento tradicional sea preciso invertir más en educación e integración social.
En todo caso, si la América Hispana existe aún como unidad histórica y no ha sido desmembrada por los intereses de otras potencias como en África, se debe a la lengua española, como un admirable símbolo de independencia política que ha permitido a nuestra América ingresar en la civilización occidental. En palabras del tan poco sospechoso Neruda:
De los yelmos de los feroces conquistadores salían piedras preciosas, las hermosas palabras de la vieja lengua de España.