El sinsabor de lo efervescente

Las ocasiones marradas ante Yoel lastraron a los amarillos. En la imagen, Sergio Suárez, que tuvo un mano a mano, en una acción del encuentro / Samuel Sánchez (udlaspalmas.net)

Fue imposible no abandonar ayer el Estadio de Gran Canaria con el gesto torcido. Como si la varita mágica se hubiese atrofiado por un hechizo desgraciado, esas impresiones cautivadoras que habíamos recibido con los brazos abiertos tras el primer partido y medio de la competición se difuminaron y dejaron entrever rasgos del pasado más cercano que ya pocos creíamos que volverían. Un fútbol ramplón, sin ideas. Puede que producto de que en el mes de agosto la teoría del nuevo esquema todavía pese más en la balanza de las reamubladas mentes de los jugadores que la práctica. O puede que, simplemente, sea fruto de la fatiga que hace acto de presencia con mayor celeridad en este mes de transición entre lo ficticio y lo efectivo.

Las Palmas volvió a ser efervescente. Las burbujas de exquisitez emergieron en una primera parte en la que todo parecía presagiar tintes idílicos: Murillo mostraba alma de KaiserDeivid era una escoba cargada de criterio, Vitolo y Sergio alternaban el toque con la llegada y el rival estaba siendo anulado por una versión mejorada de su estilo semejante. Bueno, casi todo era perfecto. La inercia ofensiva no se veía recompensada por culpa de una falta de efectividad en la definición que debe enmendarse cuanto antes para mantener intacta la ambición. Sobre todo cuando buena parte de los tantos llevarán la firma de los llegadores por sorpresa de segunda línea que ayer gozaron de oportunidades francas para añadir a su hoja de servicios una notable cifra goleadora.

Pero ni cuando por fin se llegó a materializar una gran acción engendrada por dos de los futbolistas más relucientes de esta Liga, ni siquiera cuando tres minutos más tarde el Lugo empató por accidente (y, de nuevo, por un fallo de Barbosa a balón parado), parecía que el guión cambiaría. El sosiego estaba inamovible entre los aficionados del recinto, convencidos de que si se mantenía el ritmo, llegarían los goles y la tranquilidad. Pero entonces pasó lo que nadie deseaba. La deflagración. Lo chispeante dio paso a lo inerte y se perdió todo aquello que dejó un gusto dulce en los paladares de los más de diez mil aficionados que sustituyeron por obligación los aplausos de admiración por los del ánimo y empuje viendo que su equipo los necesitaba a falta de ideas. Al final peligró la victoria. Aunque también pudo llegar con otra ocasión marrada por el ‘7’. Y ya es la segunda vez que sucede. Aumentar los minutos de efervescencia futbolística se presume obligatorio para que el vaso siga estando medio lleno durante todo el curso.

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