Aquellos maravillosos años

OPINIÓN | Recuerdo el viejo Insular como aquel aroma de hierbas que crecía a medida que subía la escalera de la Grada Sur. Dicen que cuando uno envejece y la memoria envilece, los primeros recuerdos de la infancia son los últimos en desaparecer. Si esto es así, ya sé qué par de ideas quedarán asociadas en mi cabeza hasta mi último suspiro.

Hoy llegaban al aeropuerto de Gran Canaria los exjugadores de la Unión Deportiva Las Palmas Enrique Ernesto Wolff, Carlos Morete y Miguel Ángel Brindisi, jugadores argentinos que venían a unirse a Daniel Carnevalli y Teodoro Fernández, residentes en nuestras islas, para recibir estos días la insignia de oro y brillantes del club. Hubo otros jugadores argentinos (muchos más en las décadas posteriores, intentando reeditar aciertos), pero posiblemente estos sean los que por méritos o nivel profesional permanezcan en la historia amarilla para siempre.

Intentar explicar la influencia de estos jugadores en nuestro equipo no es sencillo, máxime cuando hablamos de un equipo que se movía en un contexto completamente distinto al que ha vivido en las últimas décadas. Cuando Teodoro Fernández, el primero y el más modesto de todos ellos, llega a la Unión Deportiva en 1972, la entidad se recomponía del fallecimiento de Guedes el año anterior, e intentaba reeditar éxitos como el subcampeonato de liga conseguido en el 69.

Su incorporación y adaptación fue muy buena, acompañando al paraguayo Soto en el ataque, y con el maestro Germán escoltando. El gol que consigue ese año en Bratislava en la victoria amarilla ante el prestigioso Slovan, remontando un marcador muy complicado, se antoja como el resultado más importante que consigue en el club amarillo. Permaneció cinco temporadas más y su rendimiento se fue atenuando con los años, hasta acabar recalando en el Cádiz en 1978.

Pero no todo surge porque sí. Tras la retirada de Betancor en 1973, éste ocupa el puesto de ojeador y se convierte en el visionario que, junto a García Panasco desde la secretaría técnica del club, habría de traer a las grandes estrellas que marcaría el devenir de nuestro club a partir de entonces. No se puede decir que se arriesgara mucho. Carnevalli, en 1973, era uno de los mejores porteros del mundo y su llegada ya marcó un antes y un después; Wolff tras jugar el mundial del 74 de falso lateral y todoterreno en el medio del campo en la selección argentina, y aquí no sólo cumplió sobradamente en ese puesto sino que después del fallecimiento de Tonono, en 1975, ocupó la demarcación de libre hasta que se lo llevó el Real Madrid. En 1976 viene el Puma Carlos Manuel Morete, máximo artillero de la liga argentina y delantero centro de River Plate, delantero de gran zancada y una facilidad pasmosa para el remate. Se hinchó a meter goles de todos los colores; para poner la guinda, al año siguiente viene Miguel Ángel Brindisi, el ingeniero imprescindible, aquel que iba a surtir de goles al Puma e iba a cambiar la fisionomía del juego en los últimos años del mejor jugador de la historia de la UD, Germán Dévora.

Es a partir de ahí cuando se descubre una nueva manera de llevar la manija del club y una manera diferente que bien se podría aplicar hoy. Los jugadores canarios eran la base de la entidad, y los extranjeros, los que marcaban diferencias. Así, no es difícil decir que jugadores como Félix, Jorge, Páez, Noly, Roque, Juani, y los internacionales Germán, Castellano y Tonono, formaban esa base que serviría para que estos jugadores a los que estos días se homenajea marcaran la diferencia.

Muchísimos detalles, como los 22 goles del Puma en su segunda temporada; la elasticidad y los paradones de Carnevalli; la elegancia y versatilidad de Wolff; la contundencia y efectividad de Brindisi, en su juego técnico, que no sólo le valía para surtir de goles a Morete sino también para ser denominado mejor jugador de la liga uno de esos años; eliminatorias en la UEFA, la final de la Copa del Rey en 1978. Esa mezcla de argentinos y canarios ha quedado marcada en la memoria colectiva del club por varias razones. Estos añadían un instinto asesino competitivo que se combinaba al juego canario de toque y equilibrio que nos llevó a ser una de las grandes referencias del fútbol español.

Estos días recibirán los agasajos de aquellos que los vimos jugar y el reconocimiento de los más jóvenes, los que siempre escucharon sus nombres envueltos en la leyenda; escucharemos a aquellos que narrarán anécdotas y partidos de cuando éramos casi los mejores, disputábamos campeonatos y, sobre todo, dejaban el orgullo amarillo en un lugar que, durante varias décadas, intentamos encontrar. En cada uno de ellos y sus actos, como el gol que Morete marcó con el Sevilla a la UD y no celebró, pidiendo al mismo tiempo perdón a la afición que lo había venerado, encontramos un ejemplo de amor e identidad a unos colores como el amarillo.

Una ley que controlaba el número de extranjeros en el club sirvió de excusa, y en dos años nos quedamos sin ellos; tres años más tarde, perdimos la categoría y desde entonces seguimos en esa estela de búsqueda de nuestra propia sombra, aquel “sky line” amarillo donde se dibuja la estela de estos magníficos jugadores que hoy nos visitan. En nombre de los que ya no están y de los que no lo pudieron disfrutar, gracias por habernos hecho disfrutar de esos años tan maravillosos.

Francisco Mayor











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