Desacostumbrados

Artículo de opinión de Néstor Cebrián.

OPINIÓN | Las 22 jornadas en el liderato, las dudas después de perderlo, era la pretemporada. Tenía que ser en la promoción. Debía haber un gol agónico que remontara el resultado y aguantar los últimos minutos e incluso resistir a una falta en el último instante. Era necesario todo eso. Los jugadores debían que exorcizarnos de los demonios, enfrentándonos a ellos. Aunque ellos llevan jugando desde Tunte aquellos 40 segundos que faltaron por jugarse. No hay club en España que haya purgado más sus excesos y errores que Las Palmas, salvo quizás el Oviedo (con algún pero). De ahí la alegría de una afición que durante un tiempo solo celebraba los goles que venían de Granadera Canaria.

Durante ese tiempo los amarillos nos reconocíamos, éramos esos emos a los que no le desencajaba la mandíbula mundiales y eurocopas, los que llamaban a la policía porque los de arriba estaban celebrando Copas de Europa y Ligas. Nos presentaban con un este-también-es-de-Las-Palmas seguido de un silencio que parecía decir la ciencia antropológica le hizo un estudio, como a tí. Y nos daban la bienvenida, con una media sonrisa y un que-le-pasó-a-Las-Palmas-el-sábado y un silencio que solo significaba ¿ya terminaron el estudio?

Pero poco a poco fueron los llegando goles de verdad. Culminando una apuesta que empezó una nefasta tarde de 2010 en Murcia cuando la UD se quedó un centímetro de volver a caer. Aquel partido. Aquel maldito partido fue la segunda chispa de la vida tras la del gol de Nauzet. La puerta que se abrió, por convicción o necesidad, daba a un valle perdido y ahora recuperado. Por el barranco bajaba un viento distinto, se pasó del miedo a los descensos y desapariciones al de los no ascensos. Ahora impulsaba el hambre. Estar el año que siguiente en el mismo lugar era un fracaso. Volvió la ambición a la tierra de la Virgencita quemequede como estoy. Al final del camino de la cantera había un chino con acento argentino y corazón canario que culminaría un lustro de prueba, falla. Vuelve a probar, falla mejor.

Y se falló tan bien que se subió. Y nadie se quería ir del estadio, estaban en casa. El Gran Canaria era Times Square después de la II Guerra Mundial. En las gradas lloraba Manuel, Miguel a su lado lo seguía abrazando para que no se escapara ese momento y que los inmundos no nos quitaran el ascenso de nuevo. Carmen se bebía las lágrimas mirando al cielo y Antonio consolaba a su hijo Rafa. Al lado de ellos, el pequeño Alejandro no paraba quieto y su abuelo estaba hartándose, este jodío chiquillo, no podía ni saludar a sus vecinos de pulgas y piojos, de sequía y frío. Porque los habituales se saludaban, compañeros de desierto y de resistencia, tuaregs del underground balompédico que vivirán ahora en el mainstream. Moisés tardó siete años en llegar a Israel, nosotros trece. Rezamos en el templo de la periódica fascinación de la amargura, del túnel convertido en pozo. Nuestro cemento es la derrota, aquí, como Santiago Bello, nadie está acostumbrado a la felicidad. Disfrutemos del agua caliente y las sábanas.

nrobaina_200por Néstor Cebrián
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