Un equipo con luz propia, por Diego Félix

En el fútbol manda el dinero. Una verdad tan absoluta que da miedo y por eso es difícil digerirla sin más. Cuesta asumirla porque, entre otras cosas, cada temporada se producen gestas de equipos que escapan a esa lógica monetaria, la cual se empeña en reiterar, una y otra vez, que quien más capacidad económica tiene mejores resultados consigue. Sobre todo, porque el dinero permite comprar las mejores piezas. Pero no está todo perdido: los sueños y la ilusión hacen que el motor siga funcionando, irrefutablemente.

William Kankwamba daría una buena conferencia sobre cómo realizar esta tarea casi heroica. Este joven africano, desconocido en buena parte del globo terráqueo, es un buen ejemplo de ello, pues cambió el destino de su poblado, en Malawi, sin casi medios y con apenas 19 años. Gracias a su perseverancia y a su ilusión por tornar la situación de los suyos, el joven William reutilizó los elementos de los que disponía a su alrededor para convertirlos en un artilugio impensable hasta la fecha en aquel inhóspito lugar. Nada más y nada menos que un molino de viento con el que alumbrar las casas en las oscuras noches de su poblado natal y, luego, acabar con los años de tinieblas vividos hasta entonces en gran parte del país. Para ello, usó como motor partes de una radio; la torre la hizo de bambú y las aspas, con una rueda que su padre guardaba para completar, algún día, una bicicleta. Tras varios años de intentos fallidos, lo terminó de construir. Un amigo le preguntó cuál era el siguiente paso, a lo que él respondió que ahora debían tener paciencia y esperar a que soplara el viento.

Al igual que William, la Unión Deportiva se ha construido en los últimos años con pedazos de aquí y de allá. Poniendo y quitando. Transformando y reciclando. Rompiendo y arreglando. A fin de cuentas, con la idea de crear un bloque que sólo el tiempo dirá si es capaz de mejorar los resultados logrados en la última década. La apuesta no es segura: nunca lo es. Lo que sí es necesario es que debe generar expectativas reales que vayan más allá de la mediocridad. Para conseguirlo, dispone de las piezas desde hace ya algún tiempo. La base del equipo está ya formada: el uso inevitable de la cantera y las siempre necesarias altas y, por supuesto, bajas. Sergio Lobera ya tiene casi todas ordenadas sobre su mesa. No son las mejores ni las peores, sino las que hay. Con el temple de un cirujano debe elegir las adecuadas para alcanzar el objetivo. El técnico aragonés es el encargado de que todos estos elementos estén engranados, compactos, recompuestos y reciclados para construir su particular molino de viento. En menos de dos semanas comienza la competición liguera y, con paciencia, veremos si al soplar el viento su construcción genera luz o es otro intento fallido. Al fin y al cabo, si ésta no es la definitiva, siempre quedará la excusa de que el dinero manda en el fútbol.

por Diego Félix

redactor del Diario As











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