OPINIÓN | Los hay que juegan finales y celebran Champions. Los hay que festejan ligas y copas, año sí, año también y les cierran el tráfico de las ciudades. Los hay con campeones del mundo y de Europa, con balones de oro, pichichis, con zamoras, con Príncipes de Asturias, con Dolce Gabbanas y Armanis. Los hay que esperan golear casi todas las jornadas mientras suenan sus nuevos himnos entonados por grandes tenores o magníficos cantautores o regulares cantantes pop. Los hay con palcos llenos de realeza, ministros, empresarios y que hacen giras por Estados Unidos, China y Nueva Burundi del Sur.
Pero también existen algunos que nada eso no les da envidia, que no les importa que su jugador estrella no meta 40 goles, ni que vayan a ganar una Liga en su vida (o no le hayan dejado). Los hay que temen que su época dorada quedó atrás y que ahora apenas les alcanza para ver un techo lleno de telarañas. Miran atrás y saben que esto les da más tristezas que alegrías, pero vuelven otra vez a la casilla de salida cada nueva temporada creyendo que este es el año, en una continua huida hacia adelante. Estas personas pueden incluso maldecir a su padre y a su abuelo por haberles infectado. Pero a pesar de todo eso saben que siempre les quedará su ilusión, su camiseta amarilla, su bufanda, su derbi y cuidarán con esmero la mejor herencia que uno pueda recibir pues durará para siempre.
Estos aficionados recuerdan dónde estaban cuando Edu García marcaba aquel penalti y dónde vieron al mejor Tenerife de todos los tiempos desplomarse ante sus pies. Ellos no olvidan el primer partido de Liga de la temporada de Kresic y cómo se revolcaron por el suelo cuando Sequeiros remontó. Son esos que sonríen al revivir el gol de Nacho González o cuando ponen en youtube ‘Nos han robado’. Pero ellos, son los mismos que también tienen marcado a fuego el tanto de Marioni y el partido de hace una vuelta.
Ellos, a fin de cuentas, son la UD, su memoria, su futuro, sus guardianes custodios. Ellos son el regate de un pibe de Schamann que hace dos meses jugaba en el Pepe Gonçalves, la carrera de una pelota que se va fuera, el pase al hueco, la parada en el último minuto, el gol de jugada y el aplauso de ánimo tras encajar uno. Ellos son las cábalas después de una victoria, las maldiciones después de una derrota. Son suyos los ojos brillosos de alegría, y suyas las caras largas por el aparcamiento de tierra. A ellos les pertenece el derbi y esta plantilla está en deuda, a tiempo están de entrar en el recuerdo que pervive.
[box size=»large»]por Néstor Cebrián
@NestorCebrian
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