OPINIÓN | Tengo que confesarlo, no vi el partido. Tenía que dar una clase, pero es cierto que podía haberla suspendido, o incluso cambiado de día; no lo hice. Y no lo hice porque temía que pasase lo que luego en realidad pasó; también porque la semana anterior había hecho lo mismo y el resultado no fue del todo malo. Tiempo después, cuando supe del desenlace, comencé a leer en los foros de los periódicos y aquí mismo los previsibles mensajes de la inmediata decepción. Más tarde, vi el resumen del partido, y por deformación más familiar que profesional, pensé en el portero Raúl Lizoain y su malhadada tarde, y también pensé en una frase que siempre me repetía mi padre no sin cierta sorna: “Los porteros son esas personas que se ponen bajo los palos para echarles la culpa de todo lo que pasa en un partido”. Es cierto que falló, pero si es inteligente esta aciaga tarde le hará más grande, pues el fracaso es siempre el necesario y sin embargo incómodo enemigo del éxito.
Unas horas más tarde, estoy aquí desvelado ante el ordenador intentando vislumbrar qué es lo puede suceder el domingo.
Debo admitir que soy de naturaleza escéptica cuando se trata de la Unión Deportiva; los que ya peinamos algunas canas hemos pasado en los últimos veinticinco años de todo con este equipo. Por eso, ahora me acuerdo de la que quizá es la mayor alegría futbolística en la historia “moderna” de los amarillos. Sí, los cuarentones, ya saben que me refiero al 4-3 contra el Real Madrid del 29 de marzo de 1986. Perdíamos 1-3, y en apenas cinco minutos la Unión Deportiva le dio la vuelta al marcador con un penalty tirado por Koke Contreras que a la postre nos daría la salvación; lo que allí sucedió es lo más cercano que he estado de la felicidad colectiva, ni antes ni después nada me ha hecho disfrutar tanto de un sentimiento compartido. Vi ancianos llorando a lágrima viva, gente desconocida desesperadamente abrazada como si fuesen a despedirse por última vez, incluso yo y otros más como yo acabamos juvenilmente revolcados Grada Curva abajo hasta dar casi con las vallas.
Es cierto que aquella algarabía desatada duro apenas unos minutos de nuestras vidas, pero su intensidad fue de tal calibre que siempre que pienso en la Unión Deportiva recuerdo aquel instante, ni siquiera todo el partido, sólo aquellos segundos de gloria. Por eso, el domingo me gustaría volver a vivir otra vez ese sentimiento, y aunque es cierto que ya no tengo edad para piruetas adolescentes en la grada puede que se me escape una lágrima adulta acordándome de alguien que ya no está y que se puso muchas veces bajo los palos para defender con orgullo los colores amarillo y azul e intentar que le echaran la culpa de todo lo que pasa en un partido el menor número de veces.
¡Arriba d’ellos!
por Salvador Betancort
Resumen de la remontada al Real Madrid (85-86)