Nos hemos pasado casi un año defendiendo el juego de seda, debatiendo sobre la posesión, la verticalidad, la cantera y el fútbol bonito. La verdad es que tras la era Setién vino el infierno, un equipo débil arrancaba la temporada, después un conductor inadecuado empezó a sumar derrota tras derrota, pero el dolor no se acababa, y vino un soldado con su pantalón de camuflaje pero sin pizarra, dispuesto a convertir el vestuario en un cuartel.
Pero el supuesto telón de acero no hacía más que recibir goles de dos en dos y de tres en tres. Ya no sangrábamos por la herida. Caímos al pozo. Hablamos de poesía, que si Jiménez la traería… y desmanteló la cocina, el vestuario y empezó de cero. Unos hablan de juego largo, otros de pase corto, de filigranas y de regate, de los chicos de la cantera, pero yo digo que en fútbol la poesía es ganar.
Como decía el poeta Gabriel Celaya, fuera florituras y ornamentos “poesía para el pobre, poesía necesaria, como el pan de cada día, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno, maldigo la poesía que no toma partido, partido hasta mancharse”. Son gritos en el cielo y en el campo son actos. Y Manolo Jiménez nos ha enseñado con su profesionalidad, con sus gritos desde la guagua, que la belleza es la victoria, es sumar puntos, no posesión, trepar por la clasificación. Y la alegría en los rostros del Gran Canaria también es poesía, y los aplausos en la Bañeza, en Zaragoza o en México de quienes seguimos a Las Palmas con el corazón, eso es poesía. Y rima con alegría.
por Javier Fernández de Angulo
Editor de la revista Gentleman en México
Ex director de GQ, y subdirector de ELLE y VOGUE en España