Pepe Mel, un seguro de vida, por Rafa León



Llegó en la recta final del curso pasado, justo cuando todos empezábamos a tener un miedo atroz a un posible descenso a Segunda División B en una campaña donde las ilusiones y expectativas eran altas después de la confección de una plantilla a golpe de talonario y que invitaba a pensar en un regreso inmediato a la élite.

Aunque empezó con victoria, las cosas no se le pusieron fáciles con las constantes lesiones, demostrando entonces su valentía al tirar de canteranos desconocidos para el gran público como Toni Segura y Cedrés, o no temblándole el pulso al cambiar de portero y apostar por un prometedor Josep, que se asentó y respondió a la confianza depositada.

Le tocó bailar con la más fea y respondió logrando con solvencia una permanencia que meses atrás no estaba tan clara. Y aunque sus números no fueran para enamorar, para seguir confiando en él, para tenerlo como referente en un proyecto de largo recorrido, se notaba que era un hombre de club con el que se puede continuar un camino de años. Y así fue, el club hizo lo más difícil, darle continuidad a la idea de tener un entrenador contrastado que confiara en la cantera y que supiera manejar a jugadores contrastados y con peso en la Liga.


Confirmada su continuidad el pasado verano, le tocó lidiar con la confección de una plantilla donde se tuvo que quedar con jugadores con los que no contaba y no pudiendo reforzarse como era debido por las estrecheces económicas. Era más de lo mismo, pero, a pesar de todo ello, logró, en algunos casos, sacarle un rendimiento nunca antes visto a algunos jugadores hasta la fecha. Se tuvo que volver a reinventar y con la valentía de darle la alternativa a una joven perla como Pedri, todo un descubrimiento, fue capeando el temporal de aquella manera, hasta que la magistral gestión de la entidad le regaló una joya como Jonathan Viera, que lo sobredimensionó todo. Con él en el campo todo fluyó, todos mejoraron y se rozó la excelencia. Se tocó el cielo, por futbol y resultados, pero su marcha nos devolvió a la tierra y a la cruda realidad.

Desde que Viera emigró de nuevo a China la caída fue constante, no conociendo la victoria. Mel lo probó todo, se inventó laterales al quedarse sin ellos, lo mismo que tuvo que hacer en la delantera cuando Araujo y Pekhart salieron cedidos y Rubén Castro seguía lesionado. Al equipo le faltaba gol, magia, pero no era una murga atrás, aunque puntito a puntito no nos daba para seguir con los de arriba y nos acercaba peligrosamente a los puestos de descenso.

A todo esto, llegó el parón obligado por culpa de la odiosa pandemia que a todos nos encerró y perturbó, pero el regreso del equipo a la competición no ha podido ser más prometedor, con siete puntos de nueve posibles, los mejores de la etapa post Covid junto a la Ponferradina. El equipo está ordenado, no le castigan tanto atrás y está teniendo la suerte de aprovechar las pocas que tiene. Mucho mejor de lo esperado en cuanto a resultados, porque la realidad antes de este parón era muy desalentadora.

Ahora no es cuestión de soñar con metas mayores, porque hasta el otro día todo teníamos el miedo metido en el cuerpo; ahora es cuestión de disfrutar del pedazo de entrenador que tenemos, un seguro de vida, que ha saco mucho a pesar de no haber donde tirar. Espero que la próxima temporada Mel siga con nosotros, porque es la clave para poder soñar con un futuro exitoso. Yo confío en él y espero que los que mandan lo sigan haciendo, porque es mérito de ellos haberlo traído y renovado la confianza cuando sus números no eran para ello.

por Rafa León