Cuando falleció Johan Cruyff hace escasas fechas, Quique Setién expresó algo tan mundano como relevante. Hasta que el técnico holandés no llegó al banquillo del Barcelona no encontró una confirmación real a su idea. Querer jugar bien con el balón, grosso modo, era prácticamente una quimera en unos años setenta y ochenta donde la vistosidad brillaba por su ausencia, donde se aplaudía a rabiar cada pelotazo y entrada agresiva en todo el territorio nacional.
En Canarias, más concretamente en Gran Canaria, las ideas, la vistosidad y el talento estaban allí, pero yo tampoco terminaba de entender muy bien el asunto. A los de mi generación –ampliaría a los que están cerca de la cuarentena– nos ha faltado un referente en el banquillo de la UD para tratar de confirmar una idea que se repetía cada tarde en la arena de la playa de Las Canteras. ¿Puede el talento, nuestro talento, ser también efectivo y triunfar en la élite?
Con Jémez se trató de dar continuidad a una idea parecida, pero en muchas ocasiones el desorden era el triste protagonista, hasta llegar a puntos irresponsables. Esa etapa quedó con un sabor amargo. Se podía jugar bonito, pero no salía a cuenta con resultados desastrosos semana tras semana. Faltaba equilibrio.
Setién, ajedrecista avezado, un metodista, colocó las piezas en el tablero, les dijo qué hacer y sobre todo qué no hacer. A su vera han crecido jugadores sin experiencia en Primera como Roque, Tana o Vicente a los cuáles ha marcado de por vida. Si estos jugadores necesitaban un referente espiritual, varias generaciones de amarillos también. Con Setién la identidad de la UD ha regresado. Se ha reforzado. Muchos le agradecemos que haya confirmado nuestras sospechas: que aquí jugamos al fútbol del carajo. Gracias, Quique.

Twitter: @mhernandez
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