
EL POST DE COLUMNISTAS, ARTÍCULOS DE OPINIÓN
- bylY
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Un artículo que se toca muy de puntillas en este foro, ETA.
La serpiente, otra vez descabezada
La detención en Burdeos del que, según el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, es la persona con "más peso político y militar en ETA" es una excelente noticia porque descabeza a la banda terrorista en un momento en el que sus comandos despliegan una fuerte ofensiva. Javier López Peña, el pez gordo atrapado en las redes policiales en esta operación, fue, según las informaciones oficiales, el hombre que dinamitó desde la cúpula de la banda la tregua declarada en marzo del 2006 al ordenar el salvaje atentado de la T4, perpetrado el 30 de diciembre de ese mismo año. Junto a él han sido detenidos otros tres activistas etarras, entre ellos Jon Salaberria, exdiputado del Parlamento vasco por Sozialista Abertzaleak (una marca de Batasuna) y fugado desde el 2005.
Pero el éxito de esta operación combinada de la Guardia Civil y las fuerzas de seguridad francesas no debe ocultar dos tristes realidades. La primera es que, descabezada o no, ETA sigue teniendo capacidad de matar y seguramente lo volverá a hacer. Y la segunda, que, como la historia se ha encargado de demostrar, la banda terrorista tiene una enorme capacidad de regenerarse después de grandes golpes como el que ha recibido ahora. Así ocurrió después de redadas como la de Bidart, en 1992, o la de Salis-de-Béarn, del 2004, en la que fue detenido Mikel Antza. Pero también es cierto que las sucesivas direcciones de ETA tardan cada vez menos tiempo en ser desbaratadas, prueba irrefutable de que el acoso policial funciona y de que los terroristas tienen cada vez más dificultades.
Las detenciones de Burdeos, a las que siguió ayer la de un exalcalde de Andoain, militante de Batasuna, vuelven a poner de manifiesto una intolerable permeabilidad entre el mundo político hasta hace poco legal y la actividad armada. Cada vez hay más demostraciones de que políticos de Batasuna juegan en algún momento papeles relevantes en la organización terrorista. Y eso invalida muchas consideraciones sobre la ilegalización de las organizaciones de la izquierda aberzale.
Por lo demás, este nuevo golpe policial devuelve en parte el optimismo a una sociedad que asistía impotente a una nueva escalada de barbarie --asesinato del exconcejal socialista Isaías Carrasco, del guardia civil Juan Manuel Piñuel y furgoneta bomba en Getxo-- tras el espejismo de la tregua. El acoso policial funciona y hay síntomas de que el frente común de los partidos democráticos puede restablecerse. Malos tiempos para ETA.
MARUJA TORRES
'Centrocop'
"Mal me está presumir, pero cómo es mi Jose. De no ser por él, los nuestros siguen perdiendo los centros y el partido se va a freír Sonsoles, que es la palabrota más gorda que se me ocurre. Lo que te decía -cuidado con el tinte, el negro cuervo me endurece las facturas-, llegó a la FAES, mi Jose, y ordenó que le conectaran inmediatamente con María. Y los otros: que si vas a disuadirla, que cómo se está pasando. Y él: pero estáis locos, si se me ocurrió todo a mí. Y le llama y le felicita, muy bien, María, tú sigue gritando, sigue defendiendo los principios, hablando con la prensa, que yo te apoyo, sí, Mari Raji es un cagueta. Tienes mi más completa admiración, de héroe a heroína. Y dile a Jaime que siga aullando por las esencias, que no pare. ¡Ay, qué pellizco! Más cuidado, mona, que puedes acabar haciendo las uñas en el Valle de los Caídos. Entonces va mi Jose y, tras una breve consulta con el padre Ángel y con Lady Aguirre, cuyos comportamientos también le parecen ideales, exige la línea directa con, ja, ja, ja, mi jefe. Y éste, ya te he contado su estilo, antes de que mi Jose medie palabra le ofrece dos concejalías más para mí y nombrarme Miss Litrona en las próximas verbenas. No es eso, no es eso, le responde mi Jose: te va a proponer algo Mariano, y tú, a su disposición, como de costumbre. El otro se cuadra, como es natural, y le pide que le ponga a mis pies. Esa noche, cuando nos quedamos a solas -no, sólo el bigote, la depilación completa la dejamos para otro día, que hoy no tengo más que dos horas libres-, mi Jose me hace uno de sus resúmenes magistrales. Mira tú, me dice, que mientras la prensa enemiga y los rivales en general creían que nos hundíamos, nos estaban construyendo el centro y los centristas. A la izquierda siempre se la daremos con queso. Qué listo es mi Jose, ya lo dice Silvio".
- Amarilla
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Maravilloso relato de Rosa Montero. El juego de los espejos...me persigue!!Amor Ciego
Rosa Montero
Tengo cuarenta años, soy muy fea y estoy casada con un ciego.
Supongo que algunos se reirán al leer esto: no sé por qué, pero la fealdad en la mujer suele despertar gran chirigota. A otros la frase les parecerá incluso romántica: talvez les traiga memorias de la infancia, de cuando los cuentos nos hablaban de la hermosura oculta de las almas. Y así, los sapos se convertían en príncipes al calor de nuestros besos, la Bella se enamoraba de la Bestia, el Patito Feo guardaba en su interior un deslumbrante cisne y hasta el monstruo del doctor Frankenstein era apreciado en toda su dulce humanidad por el invidente que no se asustaba de su aspecto. La ceguera, en fin, podía ser la llave hacia la auténtica belleza: sin ver, Homero veía más que los demás mortales.
Y yo, fea de solemnidad, horrorosa del todo, podría haber encontrado en mi marido ciego al hombre sustancial capaz de adorar mis virtudes profundas.
Pues bien, todo eso es pura filfa. En primer lugar, si eres tan fea como yo lo soy, fea hasta el frenesí, hasta lo admirable, hasta el punto de interrumpir las conversaciones de los bares cuando entro (tengo dos ojitos como dos botones a ambos lados de una vasta cabezota; el pelo color rata, tan escaso que deja entrever la línea gris del cráneo; la boca sin labios, diminuta, con unos dientecillos afilados de tiburón pequeño, y la nariz aplastada, como el púgil), nadie deposita nunca en ti, eso puedo jurarlo, el deseo y la voluntad de creer que tu interior es bello. De modo que en realidad nadie te ama nunca, porque el amor es justamente eso: un espasmo de nuestra imaginación por el cual creemos reconocer en el otro al príncipe azul o la princesa rosa.
Escogemos al prójimo como quien escoge una percha, y sobre ella colgamos el invento de nuestros sueños. Y da la maldita casualidad de que la gente siempre tiende a buscar perchas bonitas. Da la cochina casualidad de que a las niñas lindas, por muy necias que sean, siempre se les intuye un interior emocionante. Mientras que nadie se molesta en suponer un alma hermosa en una mujer canija y cabezota con los ojos demasiado separados.
A veces esta certidumbre que acompaña mi fealdad escuece como una herida abierta: no es que no me vean, es que no me imaginan.
En cuanto a mi marido, sin duda se casó conmigo porque es ciego. Pero no porque su defecto le hubiera enriquecido con una mayor sintonía espiritual, con una sensibilidad superior para amarme y entenderme, sino porque su incapacidad le colocaba en desventaja en el competitivo mercado conyugal. El siempre supo que soy horrorosa, y eso siempre le resultó mortificante.
Al principio no nos llevábamos tan mal: es listo, es capaz (trabaja como directivo de la ONCE) y cuando nos casamos, hace ya siete años, incluso fue dulce en ocasiones. Pero estaba convencido de haber tenido que cargar con una fea notoria por el simple hecho de ser invidente, y ese pensamiento se le pudrió dentro y le llenó de furia y de rencor.
Yo también sabía que había cargado con un ciego porque soy medio monstrua, pero la situación nunca me sacó de quicio como a él, no sé bien por qué. Talvez sea cosa de mi sexo, del tradicional masoquismo femenino que nos hace aguantar lo inaguantable bajo el espejismo de un final feliz; o tal vez sea que él, en la opacidad de su mirada, dejó desbocar su imaginación y me creyó aún más horrenda de lo que en realidad soy, la Fealdad Suprema, la Fealdad Absoluta e Insufrible retumbando de una manera ensordecedora en la oscuridad de su cerebro.
A decir verdad, con el tiempo yo me había ido acostumbrando o quizá resignando a lo que soy. Me tengo por una mujer inteligente, culta, profesionalmente competente. Soy abogada y miembro asociado en una compañía de seguros. Sé lo que mis compañeros dicen de mí a mis espaldas, las burlas, las bromas, los apodos: señora Quitahipos, la Ogra Mayor... Pero he tenido una carrera meteórica: que se fastidien.
Empecé en el mundo de las pólizas desde abajo, como vendedora a domicilio. Con mi cara, nadie se atrevía a cerrarme la puerta en las narices: unos por conmiseración, como quien se reprime de maltratar al jorobado o al paralítico; y otros por fascinación, atrapados en la morbosa contemplación de un rostro tan difícil. Estos últimos eran mis mejores clientes; yo hablaba y hablaba mientras ellos me escrutaban mesmerizados, absortos en mis ojos pitarrosos (produzco más lagañas que el ciudadano medio), y al final siempre firmaban el contrato sin discutir: la pura culpa que los corroía, culpa de mirarme y de disfrutarlo. Como si se hubiera permitido un placer prohibido, como si la fealdad fuera algo obsceno. O sea que el ser así me ayudó de algún modo en mi carrera.
Además de las virtudes ya mencionadas, tengo una comprensible mala leche que, bien manejada, pasa por ser un sentido del humor agudo y negro. De manera que suelo caer bien a la gente y tengo amigos. Siempre los tuve. Buenos amigos que me contaban, con los ojos en blanco, cuánto amaban a la tonta de turno sólo porque era mona. Pero este comportamiento lamentable es consustancial a los humanos: a decir verdad, incluso yo misma lo he practicado.
Yo también he sentido temblar mi corazón ante un rostro hermoso, unas espaldas anchas, unas breves caderas. Y lo que más me fastidia no es que los hombres guapos me parezcan físicamente atractivos (esto sería una simple constatación objetiva), sino que al instante creo intuir en ellos los más delicados valores morales y psíquicos. El que un abdomen musculoso o unos labios sensuales te hagan deducir inmediatamente que su propietario es un ser delicado, caballeroso, generoso, tierno, valiente e inteligente, me resulta uno de lo más grandes y estúpidos enigmas de la creación.
Mi marido tiene un abdomen de atleta, unos buenos labios. Pero me besó con ellos y no me convertí en princesa, no dejé de ser sapo. Y él, en quien imaginé todo tipo de virtudes, se fue revelando como un ser violento y amargado.
No tengo espejos en mi casa. Mi marido no los necesita y yo los odio. Sí hay espejos, claro, en los servicios del despacho; y normalmente me lavo las manos con la cabeza gacha. He aprendido a mirarme sin verme en los cristales de las ventanas, en los escaparates de las tiendas, en los retrovisores de los coches, en los ojos de los demás. Vivimos en una sociedad llena de reflejos: a poco que te descuidas, en cualquier esquina te asalta tu propia imagen. En estas circunstancias, yo hice lo posible por olvidarme de mí. No me las apañaba del todo mal. Tenía un buen trabajo, buenos amigos, libros que leer, películas que ver. En cuanto a mi marido, nos odiábamos tranquilamente.
La vida transcurría así, fría, lenta y tenaz como un río de mercurio. Sólo a veces, en algún atardecer particularmente hermoso, se me llenaba la garganta de una congoja insoportable, del dolor de todas las palabras nunca dichas, de toda la belleza nunca compartida, de todo el deseo de amor nunca puesto en práctica. Entonces mi mente se decía: jamás, jamás, jamás.
Y en cada jamás me quería morir. Pero luego esas turbaciones agudas se pasaban, de la misma manera que se pasa un ataque de tos, uno de esos ataques furiosos que te ponen al borde de la asfixia, para desaparecer instantes después sin dejar más recuerdo que una carraspera y una furtiva lágrima. Además, sé bien que incluso a los guapos les entran ganas de morirse algunas veces.
Hace unos cuantos meses, sin embargo, empecé a sentir una rara inquietud. Era como si me encontrara en la antesala del dentista, y me hubiera llegado el turno, y estuviera esperando a que en cualquier momento se abriera la fatídica puerta y apareciera la enfermera diciendo: "Pase usted" (el símil viene al caso porque me sangran las encías y mis dientecillos de tiburón pequeño siempre me han planteado muchos problemas). Le hablé un día a Tomás de esta tribulación y esta congoja, y él dictaminó: "Esa es la crisis de los cuarenta". Talvez fuera eso, tal vez no. El caso es que a menudo me ponía a llorar por las noches sin ton ni son, y empecé a pensar que tenía que separarme de mi marido. No sólo me sentía fea, sino enferma.
Tomás era el auditor. Venía de Barcelona, tenía treinta y seis años, era bajito y atractivo y, para colmo, se acababa de divorciar. Su llegada revolucionó la oficina: era el más joven, el más guapo. Mi linda secretaria (que se llama Linda) perdió enseguida las entendederas por él. Empezó a quedarse en blanco durante horas, contemplando la esquina de la habitación con fijeza de autista. Se le caían los papeles, traspapelaba los contratos y dejaba las frases a medio musitar.
Cuando Tomás aparecía por mi despacho, sus mejillas enrojecían violentamente y no atinaba a decir ni una palabra. Pero se ponía en pie y recorría atolondradamente la habitación de acá para allá, mostrando su palmito y meneando las bonitas caderas, la muy perra (toda bella, por muy tonta o tímida que sea, posee una formidable intuición de su belleza, una habilidad innata para lucirse).
Yo asistía al espectáculo con curiosidad y cierto inevitable desagrado. No había dejado de advertir que Tomás venía mucho a vernos; primero con excusas relativas a su trabajo, después ya abiertamente, como si tan sólo quisiera charlar un ratito conmigo. A mí no me engañaba, por supuesto: estaba convencida de que Linda y él acabarían enroscados, desplomados el uno en el otro por la inevitable fuerza de gravedad de la guapeza.
Y eso me fastidiaba un poco, he de reconocerlo. Lo cual era un sentimiento absurdo, porque nunca aspiré a nada con Tomás. Sí, era sensible a sus dientes blancos y a sus ojos azules maliciosos y a los cortos rizos que se le amontonaban sobre el recio cogote y a sus manos esbeltas de dedos largos y al lunar en la comisura izquierda de su boca y a los dos pelillos que asomaban por la borda de la camisa cuando se aflojaba la corbata y a sus sólidas nalgas y al antebrazo musculoso que un día toqué inadvertidamente y a su olor de hombre y a sus ojeras y a sus orejas y a la anchura de sus muñecas e incluso a la ternura de su calva incipiente (como verán, me fijaba en él); era sensible a sus encantos, digo, pero nunca se me ocurrió la desmesura de creerle a mi alcance.
Los feos feísimos somos como aquellos pobres que pueden admirar la belleza de un Rolls Royce aun a sabiendas de que nunca se van a subir a un automóvil semejante. Los feos feísimos somos como los mendigos de Dickens, que aplastaban las narices en las ventanas de las casas felices para atisbar el fulgor de la vida ajena. Ya sé que me estoy poniendo melodramática: antes no me permitía jamás la autoconmiseración y ahora desbordo. Debo de haberme perdonado. O quizá sea lo de la crisis de los cuarenta.
El caso es que un día Linda me pidió por favor por favor por favor que la ayudara. Quería que yo le diera mi opinión sobre el señor Vidaurra (o sea, sobre Tomás); porque como yo era tan buena psicóloga y tan sabia, y como Vidaurra venía tan a menudo a mi despacho... No necesité pedirle que se explicara: me bastó con poner una discreta cara de atención para que Linda volcase su corazón sobre la plaza pública. Ah, estaba muy enamoriscada de Tomás, y pensaba que a él le sucedía algo parecido; pero el hombre debía de ser muy indeciso o muy tímido y no había manera de que la cosa funcionara. Y que cómo veía yo la situación y qué le aconsejaba...
Talvez piensen ustedes que ésta es una conversación insólita entre una secretaria y su jefa (recuerden que yo tengo que ganarme amigos de otro modo: y un método muy eficaz de saber escuchar), pero aún les va a parecer más rara mi respuesta. Porque le dije que sí, que estaba claro que a Tomás le gustaba; que lo que tenía que hacer era escribirle una carta de amor, una carta bonita; y que, como sabía que ella no se las apañaba bien con lo literario, estaba dispuesta a redactarle la carta yo misma. ¿Que cómo se me ocurrió tal barbaridad? Pues no sé, ya he dicho que soy leída y culta e incluso sensible bajo mi cabezota. Y pensé en el Cyrano y en probar a enamorar a un hombre con mis palabras. Quién sabe, quizá después de todo pudiera paladear siquiera un bocado de la gloria romántica. Quizá al cabo de los años Linda le dijera que fui yo. Así que me pasé dos días escribiendo tres folios hermosos; y luego Linda los copió con su letra y se los dio.
Eso fue un jueves. El viernes Tomás no vino, y el sábado por la tarde me llamó a mi casa: perdona que te moleste en fin de semana, ayer estuve enfermo, tengo que hacerte una consulta urgente de trabajo, me gustaría ir a verte. Era a principios de verano y mi marido estaba escuchando música sentado en la terraza. Ese día no nos hablábamos, no recuerdo ya por qué; le fui a decir que venía un compañero de trabajo y no se dignó contestarme. Yo tengo una voz bonita; tengo una voz rica y redonda, digna de otra garganta y otro cuello. Pero cuando me enfadaba con mi marido, cuando nos esforzábamos en odiarnos todo el día, el tono se me ponía pitudo y desagradable. Hasta eso me arrebataba por entonces el ciego: me robaba mi voz, mi único tesoro.
Así que cuando llegó Tomás yo no hacía más que carraspear. Nos sentamos en el sofá de la sala, saqué café y pastas, hablamos de un par de naderías. Al cabo me dijo que Linda le había mandado una carta muy especial y que no sabía qué hacer, que me pedía consejo. Yo me esponjé de orgullo, descrucé las piernas, tosí un poco, me limpié una lagaña disimuladamente con la punta de la servilleta. ¿Una carta muy especial?, repetí con rico paladeo.
Sí, dijo él, una carta de amor, algo muy embarazoso, una niñería, si vieras la pobre qué cosas decía, tan adolescentes, tan cursis, tan idiotas; pero es que la pobre Linda tiene la mentalidad de una cría, es una inocente, una panoli, no toda una mujer, como tú eres.
Me quedé sin aliento: ¿mi carta una niñería? Enrojecí: cómo no me había imaginado que esto iba a pasar, cómo no me había dado cuenta antes, medio monstrua de mí, tan poco vivida en ese registro, tan poco amante, tan poco amada, virginal aún de corazón.
La carta me había delatado, había desvelado mi inmadurez y mi ridícula tragedia: porque el dolor de amor suele resultar ridículo ante los ojos de los demás.
Pero no. Tomás no sabía que fui yo, Tomás no me creía capaz de una puerilidad de tal calibre, Tomás me había puesto una mano sobre el muslo y sonreía.
Repito: Tomás me había puesto una mano sobre el muslo.
Y sonreía, mirándome a los ojos como nunca soñé con ser mirada. Su mano era seca, tibia, suave. La mantenía abierta, con la palma hacia abajo, su carne sobre mi carne toda quieta. O más bien su carne sobre mis medias de farmacia contra las varices (aunque eran medias bastante bonitas, pese a todo).
Entonces Tomás lanzó una ojeada al balcón: allí, al otro lado del cristal, pero apenas a cuatro metros de distancia, estaba mi marido de frente hacia nosotros, contemplándonos fijamente con sus ojos vacíos. Sin dejar de mirarle, Tomás arrastró suavemente su mano hacia arriba: la punta de sus dedos se metió por debajo del ruedo de mi falda.
Yo era una tierra inexplorada de carne sensible. Me sorprendió descubrir el ignorado protagonismo de mis ingles, la furia de mi abdomen, la extrema voracidad de mi cintura. Por no hablar de esas suaves cavernas en donde todas las mujeres somos iguales (allí yo no era fea).
Hicimos el amor en el sofá, en silencio, sorbiendo los jadeos entre dientes. Sé bien que gran parte de su excitación residía en la presencia de mi marido, en sus ojos que nos veían sin ver, en el peligro y la perversidad de la situación. Todas las demás veces, porque hubo muchas otras, Tomás siempre buscó que cayera sobre nosotros esa mirada ciega; y cuando me ensartaba se volvía hacia él, hacia mi marido, y le contemplaba con cara de loco (el placer es así, te pone una expresión exorbitada). De modo que en sus brazos yo pasé en un santiamén de ser casi una virgen a ser considerablemente depravada. A gozar de la morbosa paradoja de un mirón que no mira.
Pero a decir verdad lo que a mí más me encendía no era la presencia de mi marido, sino la de mi amante. La palabra amante viene de amar, es el sujeto de la acción, aquel que ama y que desea; y lo asombroso, lo soberbio, lo inconcebible, es que al fin era yo el objeto de ese verbo extranjero, de esa palabra ajena en mi existencia.
Yo era la amada y la deseada, yo la reina de esos instantes de obcecación y gloria, yo la dueña, durante la eternidad de unos minutos, de los dientes blancos de Tomás y de sus ojos azules maliciosos y de los cortos rizos que se le amontonaban sobre el recio cogote y de sus manos esbeltas de dedos largos y del lunar en la comisura izquierda de su boca y de los dos pelillos que asomaban por la borda de la camisa cuando se aflojaba la corbata (cuando yo se la arrancaba) y de sus sólidas nalgas y del antebrazo musculoso y de su olor de hombre y de sus ojeras y sus orejas y la anchura de sus muñecas e incluso de la ternura de su calva incipiente. Todo mío.
Pasaron las semanas y nosotros nos seguimos amando día tras día mientras mi marido escuchaba su concierto vespertino en la terraza. Al fin Tomás terminó su auditoría y tuvo que regresar a Barcelona. Nos despedimos una tarde con una intensidad carnal rayana en lo feroz, y luego, ya en la puerta, Tomás acarició mis insípidas mejillas y dijo que me echaría de menos. Y yo sé que es verdad.
Así que derramé unas cuantas lágrimas y alguna que otra lagaña mientras le veía bajar las escaleras, más por entusiasmo melodramático ante la escena que por un dolor auténtico ante su pérdida. Porque sé bien que la belleza es forzosamente efímera, y que teníamos que acabar antes o después con nuestra relación para que se mantuviera siempre hermosa. Aparte de que se acercaba el otoño y después vendría el invierno y mi marido ya no podía seguir saliendo a la terraza: y siempre sospeché que, sin su mirada, Tomás no me vería.
Talvez piensen que soy una criatura patética, lo cual no me importa lo más mínimo: es un prejuicio de ignorantes al que ya estoy acostumbrada. Tal vez crean que mi historia de amor con Tomás no fue hermosa, sino sórdida y siniestra. Pero yo no veo ninguna diferencia entre nuestra pasión y la de los demás. ¿Que Tomás necesitaba para amarme la presencia fantasmal de mi marido? Desde luego; pero ¿no acarrean también los demás sus propios y secretos fantasmas a la cama? ¿Con quién nos acostamos todos nosotros cuando nos acostamos con nuestra pareja? Admito, por lo tanto, que Tomás me imaginó; pero lo mismo hizo Romeo al imaginar a su Julieta. Nunca podré agradecerle lo bastante a Tomás que se tomara el trabajo de inventarme.
Desde esta historia clandestina, mi vida conyugal marcha mucho mejor. Supongo que mi marido intuyó algo: mientras vino Tomás siguió saliendo cada tarde a la terraza, aunque el verano avanzaba y en el balcón hacía un calor achicharrante; y allí permanecía, congestionado y sudoroso, mientras mi amante y yo nos devorábamos. Ahora mi marido está moreno y guapo de ese sol implacable del balcón; y me trata con deferencia, con interés, con coquetería, como si el deseo del otro (seguro que lo sabe, seguro que lo supo) hubiera encendido su propio deseo y el convencimiento de que yo valgo algo, y de que, por lo tanto, también lo vale él.
Y como él se siente valioso y piensa que vale la pena quererme, yo he empezado a apreciar mi propia valía y por lo tanto a valorarlo a él. No sé si me siguen: es un juego de espejos. Pero me parece que he desatado un viejo nudo.
Ahora sigo siendo igual de medio monstruosa, pero tengo recuerdos, memorias de la belleza que me amansan. Además, ya no se me crispa el tono casi nunca, de modo que puedo alardear de mi buena voz: el mejor atributo para que mi ciego me disfrute. ¿Quién habló de perversión? Cuando me encontraba reflejadaÊen los ojos de Tomás, cuando me veía construida en su deseo, yo era por completo inocente. Porque uno siempre es inocente cuando ama, siempre regresa a la misma edad emocional, al umbral de la eterna adolescencia. Pura y hermosa fui porque deseé y me desearon. El amor es una mentira, pero funciona.
- Amarilla
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Shakespeare
JUAN JOSÉ MILLÁS
Los responsables de Izquierda Unida acaban de declarar que no conocen bien nuestro país, tal como suena. Sin embargo, no hay entre ellos ningún sueco, ningún australiano, ningún luxemburgués, ningún keniata. Son todos, como el que dice, de aquí al lado: de Asturias, de León, de Cuenca, de Guadalajara, de Alpedrete, de Córdoba, de Vigo, de Valencia... ¿Cómo que no conocen bien nuestro país? ¿Pues dónde viven? ¿Qué leen? ¿Cómo se ganan la vida? ¿Dónde estudian sus hijos? ¿Qué periódico compran? ¿Qué comen? ¿Qué beben? ¿Qué tamaño tiene su hipoteca? ¿A qué dedican el tiempo libre? "Conocemos mal nuestra sociedad y sus demandas", han añadido en un manifiesto de cuya lectura se deduce que llevan décadas trabajando para un país inexistente. ¿Pero es que somos los votantes unos extraterrestres? ¿No padecemos sus mismos problemas? ¿Acaso no tenemos ojos? ¿No tenemos manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No somos alimentados por la misma comida y heridos por las mismas armas, víctimas de las mismas enfermedades y curados por los mismos medios? ¿No tenemos calor en verano y frío en invierno? ¿Si nos pinchan no sangramos? ¿No nos reímos si nos hacen cosquillas? ¿Si nos envenenan no morimos? ¿Si nos hacen daño no nos vengaremos?
El documento, que pone los pelos de punta, habla también de emprender acciones para reencontrarse con su electorado, cuyo paradero ignoran. ¿Dónde se encuentra esa base social extraviada? ¿En qué cree? ¿A quién vota? ¿Qué hace los domingos por la tarde? De súbito, el impulso irónico con el que me senté a escribir estas líneas desaparece por un sumidero, dentro de mí. Ahora me hago cargo del desconcierto de Izquierda Unida frente a un país que evidentemente no es el suyo. Quizá tampoco el mío. Por Dios, no se refunden. Continúen escribiendo comunicados perplejos.
- Amarilla
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Cosas de la privatización
Juan José Millás
Los hospitales con problemas de espacio han comenzado a deshacerse de los historiales clínicos de sus pacientes. Ya hay empresas privadas que se dedican a gestionar toda esa documentación donde están anotadas las faringitis de usted o los cálculos de riñón de su cuñada. Hace poco, en un baratillo de Palma de Mallorca aparecieron miles de historias clínicas que se vendían por dos duros. No es el primer caso, ni el último. Yo colecciono historiales clínicos porque estoy muy interesado en las propiedades sinestésicas de este género literario. Los tengo en la mesa de trabajo y leo uno o dos antes de ponerme a escribir. De este modo, un día escribo con los síntomas de la escarlatina y otro con los de la fiebre del heno. Se trata de una argucia muy útil para ser otro durante algunas horas sin correr grandes riesgos físicos (de los psíquicos mejor no hablar).
Una vez al mes, para descansar, leo historiales que terminan con el fallecimiento del paciente, y ese día me dedico a recorrer la casa con la nariz afilada y las facciones cerúleas, como un difunto, apareciéndome a la asistenta y al cartero.
-¿Por qué no escribes hoy? -me pregunta indefectiblemente mi mujer.
-Es que estoy haciéndome el muerto -le digo yo.
-Pues te podías hacer el muerto en el sofá. No dejas de moverte y me pones nerviosa.
No comprende que mis muertos favoritos son los que se aparecen. Ella prefiere los muertos que desaparecen. Cada uno tiene sus gustos, por eso nos queremos. O sea, que de la pérdida de los historiales clínicos pueden obtenerse algunos beneficios, siquiera sean de orden literario. Lo malo es que comience a suceder algo parecido con los pacientes. De hecho, hay hospitales que ya no saben qué hacer con los enfermos, que son una lata, y darían cualquier cosa por subcontratarlos a una empresa privada. Quizá dentro de poco, en los baratillos, junto al hospital correspondiente, nos vendan al agonizante. La privatización tiene sus cosas.
- Amarilla
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Lucía Etxebarria
La escisión es bella
Recuerdan ustedes que el PP evolucionó desde AP, una escisión de UCD y que Aznar fue diputado de UCD en el 79? Eso demuestra que las escisiones son posibles, y el tripartidismo también, por más que algunos se empeñen en hacernos creer lo contrario. Sería posible, incluso, que del PP surgiera una nueva UCD. O que los fugados del PP crearan un nuevo partido que se llamara algo así como Libertad y Democracia, que son dos palabras que les encanta usar a los ultraconservadores, aunque luego nieguen, por ejemplo, la libertad de cada cual de casarse con quien le dé la gana o el derecho democrático a la sanidad pública.
Yo soy feminista, y no me avergüenzo. Soy rellenita, y no me avergüenzo. Soy madre soltera, y no me avergüenzo. Pero hay a quien le avergüenza decir "soy de derechas y franquista de toda la vida" y prefiere afirmar "soy liberal" o "soy demócrata". Como el concepto de la derecha es instrumentalista, clientelista y autoritario y nada tiene que ver con el concepto democrático del servicio a un pueblo, entiendo que quede mal decir "soy franquista" siendo político, pero es que los votantes se confunden, oiga.
Por eso creo que las fugas están bien, para que los votantes del PP puedan tener un partido político digno al que apoyar (con menos teorías conspiratorias y micrófonos bendecidos y más contacto con la realidad), y no esta especie de sucedáneo de partido de derechas que se niega a asumirlo y a salir por fin del armario.
- bylY
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`Thierry´, etarra con pinta de `Solitario´
M.Cerdán
El director de la `La mirada crítica´, Vicente Vallés, me comentaba el otro día: “Te das cuenta de que en esas imágenes ‘Thierry’ se parece a ‘el Solitario’”. Y no le falta razón al periodista de Tele 5. La escena del terrorista de ETA conducido por la policía francesa al minipiso donde se escondía en Burdeos y gritando “gora ETA” se asemeja mucho a la de el Solitario saliendo de la comisaría portuguesa marcando con sus dedos la uve de la victoria. Ustedes se preguntarán: ¿y qué tiene que ver un etarra con un delincuente común? Aparentemente, nada. Pero si sobreimpresionamos las imágenes, ambos tienen el mismo perfil y forman un mismo daguerrotipo: el de dos descerebrados que, a sus 50 años, están dispuestos a acabar con vidas humanas por un fanatismo delirante. El Solitario se muestra como un desharrapado con ínfulas de un Clyde Barrow, sin Bonnie, y Thierry, como un terrorista trasnochado con la mente puesta más en el Hanói de Ho Chi Minh o en la Cuba del Che Guevara que en la Europa del siglo XXI. Lo peor de todo es que un simple psicópata, catalogado por las fuerzas antiterroristas como “la ortodoxia ideológica” de ETA, sea un referente para los duros de la kale borroka pro etarra. ¡Vaya tropa! Y cuando digo lo de tropa sólo pretendo darle un significado despectivo. Nada tiene que ver con la milicia. A mi amigo Julio Lozano, y con razón, le sale urticaria en la piel cada vez que escucha a un periodista o a un político colocar a ETA el apellido militar. Se queja –y uno toma nota– de que los periodistas empleemos el término banda asesina. Y lo peor de lo peor es que este pájaro, que aprovechó un descuido durante las calendas negociadoras de Aznar con ETA para regresar de su exilio en el Caribe a Francia, ha sido uno de los interlocutores de la banda terrorista en sus posteriores conversaciones con los emisarios de Rodríguez Zapatero. interviú ya adelantó hace meses que en los últimos encuentros del Gobierno con la banda hizo acto de presencia un personaje cuya misión consistía en vigilar de cerca a Josu Ternera para que no se apartara de la línea dura. Después el clon de el Solitario llegó a sustituirlo antes de que ordenara el atentado de la T4. Una ex abogada de ETA me comentaba que ser terrorista en la Europa del siglo XX ya de por sí era algo extemporáneo, pero, además, ser terrorista con 50 años era todo un despropósito. El arresto de Thierry me trae a la memoria las detenciones de otros terroristas internacionales: Ilich Ramírez, Chacal (59 años); el líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán (74), y el dirigente del PKK turco, Ocalan (60). Todos habían superado los 50 y resultaba grotesco que, a esa edad, no hubieran alcanzado una madurez suficiente para dejar de seguir jugando con coches bomba. Algo debía fallarles en su psique.
Y algo parece ofuscarle al lendakari Ibarretxe cuando sigue enrocado en su plan soberanista al mismo tiempo que ETA mantiene su ofensiva de terror. El presidente Ibarretxe y el PNV son libres de esgrimir los argumentos independentistas que les plazcan y de aplicar la estrategia política que más les convenga de cara a las próximas elecciones autonómicas en el País Vasco, pero no es de recibo que impriman una mayor velocidad a sus reivindicaciones mientras la banda terrorista sigue con su pulso al Estado cuando Euskadi también es Estado. De la propuesta de cinco folios que Ibarretxe entregó a Zapatero en La Moncloa lo que más me fastidia es el condicionamiento del “final definitivo de la violencia” a la celebración de un referéndum que ratifique un “compromiso ético” de la sociedad vasca. O cuando manifiesta su comunión “con un final dialogado de la violencia, si se producen las condiciones adecuadas, fundamentadas en una clara voluntad por parte de ETA de poner fin a la misma”, el mismo día en que la banda terrorista coloca un coche bomba en un cuartel de la Guardia Civil, provocando la muerte de un agente, numerosos heridos y la destrucción del edificio. Está bien que Thierry quiera parecerse a el Solitario, pero los demás debemos aspirar a ser un Gary Cooper, que está en los cielos (Pilar Miró, copyright).
M.Cerdán
El director de la `La mirada crítica´, Vicente Vallés, me comentaba el otro día: “Te das cuenta de que en esas imágenes ‘Thierry’ se parece a ‘el Solitario’”. Y no le falta razón al periodista de Tele 5. La escena del terrorista de ETA conducido por la policía francesa al minipiso donde se escondía en Burdeos y gritando “gora ETA” se asemeja mucho a la de el Solitario saliendo de la comisaría portuguesa marcando con sus dedos la uve de la victoria. Ustedes se preguntarán: ¿y qué tiene que ver un etarra con un delincuente común? Aparentemente, nada. Pero si sobreimpresionamos las imágenes, ambos tienen el mismo perfil y forman un mismo daguerrotipo: el de dos descerebrados que, a sus 50 años, están dispuestos a acabar con vidas humanas por un fanatismo delirante. El Solitario se muestra como un desharrapado con ínfulas de un Clyde Barrow, sin Bonnie, y Thierry, como un terrorista trasnochado con la mente puesta más en el Hanói de Ho Chi Minh o en la Cuba del Che Guevara que en la Europa del siglo XXI. Lo peor de todo es que un simple psicópata, catalogado por las fuerzas antiterroristas como “la ortodoxia ideológica” de ETA, sea un referente para los duros de la kale borroka pro etarra. ¡Vaya tropa! Y cuando digo lo de tropa sólo pretendo darle un significado despectivo. Nada tiene que ver con la milicia. A mi amigo Julio Lozano, y con razón, le sale urticaria en la piel cada vez que escucha a un periodista o a un político colocar a ETA el apellido militar. Se queja –y uno toma nota– de que los periodistas empleemos el término banda asesina. Y lo peor de lo peor es que este pájaro, que aprovechó un descuido durante las calendas negociadoras de Aznar con ETA para regresar de su exilio en el Caribe a Francia, ha sido uno de los interlocutores de la banda terrorista en sus posteriores conversaciones con los emisarios de Rodríguez Zapatero. interviú ya adelantó hace meses que en los últimos encuentros del Gobierno con la banda hizo acto de presencia un personaje cuya misión consistía en vigilar de cerca a Josu Ternera para que no se apartara de la línea dura. Después el clon de el Solitario llegó a sustituirlo antes de que ordenara el atentado de la T4. Una ex abogada de ETA me comentaba que ser terrorista en la Europa del siglo XX ya de por sí era algo extemporáneo, pero, además, ser terrorista con 50 años era todo un despropósito. El arresto de Thierry me trae a la memoria las detenciones de otros terroristas internacionales: Ilich Ramírez, Chacal (59 años); el líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán (74), y el dirigente del PKK turco, Ocalan (60). Todos habían superado los 50 y resultaba grotesco que, a esa edad, no hubieran alcanzado una madurez suficiente para dejar de seguir jugando con coches bomba. Algo debía fallarles en su psique.
Y algo parece ofuscarle al lendakari Ibarretxe cuando sigue enrocado en su plan soberanista al mismo tiempo que ETA mantiene su ofensiva de terror. El presidente Ibarretxe y el PNV son libres de esgrimir los argumentos independentistas que les plazcan y de aplicar la estrategia política que más les convenga de cara a las próximas elecciones autonómicas en el País Vasco, pero no es de recibo que impriman una mayor velocidad a sus reivindicaciones mientras la banda terrorista sigue con su pulso al Estado cuando Euskadi también es Estado. De la propuesta de cinco folios que Ibarretxe entregó a Zapatero en La Moncloa lo que más me fastidia es el condicionamiento del “final definitivo de la violencia” a la celebración de un referéndum que ratifique un “compromiso ético” de la sociedad vasca. O cuando manifiesta su comunión “con un final dialogado de la violencia, si se producen las condiciones adecuadas, fundamentadas en una clara voluntad por parte de ETA de poner fin a la misma”, el mismo día en que la banda terrorista coloca un coche bomba en un cuartel de la Guardia Civil, provocando la muerte de un agente, numerosos heridos y la destrucción del edificio. Está bien que Thierry quiera parecerse a el Solitario, pero los demás debemos aspirar a ser un Gary Cooper, que está en los cielos (Pilar Miró, copyright).
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Si tu marido quiere, accede humildemente
Chapi Escarlata, Diario de una periodista cuarentañera
Nunca te quejes si llega tarde o si sale sin ti. Intenta comprender su mundo de tensión y estrés, y sus necesidades. Haz que se sienta a gusto... Recuerda que es el amo de la casa...
Cuando estéis casadas, pondréis en la tarjeta vuestro nombre propio, vuestro primer apellido y después la partícula de, seguida del apellido de vuestro marido. Por ejemplo, Carmen García de Marín. Es la fórmula más agradable, puesto que no perdemos nuestra personalidad, sino que sigue siendo Carmen García, que pertenece al señor Marín...
Las mujeres nunca descubren nada; les falta desde luego el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles. Nosotras no podemos hacer nada más que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho...
La mujer sensual tiene los ojos hundidos, las mejillas descoloridas, transparentes las orejas, apuntada la barbilla, seca la boca, sudorosas las manos, quebrado el talle, inseguro el paso, triste todo su ser...
En cuanto a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él siente la necesidad de dormir, que sea así. Si sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu marido te pidiera prácticas inusuales, sé obediente y no te quejes...
Tela. Son estractos de libros de la Sección Femenina de Falange Española de las JONS, que tenían que aprender las niñas en el colegio. Ayer me lo mandó una amiga, alucinada y perpleja por los contenidos.
Y no es para menos. ¡Cuánto daño han hecho a las mujeres y a los hombres durante los cuarenta años de absoluta oscuridad!
Chapi Escarlata, Diario de una periodista cuarentañera
Nunca te quejes si llega tarde o si sale sin ti. Intenta comprender su mundo de tensión y estrés, y sus necesidades. Haz que se sienta a gusto... Recuerda que es el amo de la casa...
Cuando estéis casadas, pondréis en la tarjeta vuestro nombre propio, vuestro primer apellido y después la partícula de, seguida del apellido de vuestro marido. Por ejemplo, Carmen García de Marín. Es la fórmula más agradable, puesto que no perdemos nuestra personalidad, sino que sigue siendo Carmen García, que pertenece al señor Marín...
Las mujeres nunca descubren nada; les falta desde luego el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles. Nosotras no podemos hacer nada más que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho...
La mujer sensual tiene los ojos hundidos, las mejillas descoloridas, transparentes las orejas, apuntada la barbilla, seca la boca, sudorosas las manos, quebrado el talle, inseguro el paso, triste todo su ser...
En cuanto a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él siente la necesidad de dormir, que sea así. Si sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu marido te pidiera prácticas inusuales, sé obediente y no te quejes...
Tela. Son estractos de libros de la Sección Femenina de Falange Española de las JONS, que tenían que aprender las niñas en el colegio. Ayer me lo mandó una amiga, alucinada y perpleja por los contenidos.
Y no es para menos. ¡Cuánto daño han hecho a las mujeres y a los hombres durante los cuarenta años de absoluta oscuridad!
- Amarilla
- Presidente del Club
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- Registrado: Sab Ene 01, 2005 10:32 pm
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ROSA MONTERO
Las gafas
Veo las fotos de la captura del etarra Francisco Javier López Peña, alias Thierry, vociferando proclamas terroristas con su careto atrabiliario y desabrido, y me quedo absorta en la contemplación de sus gafas. Son unas gafas modernas, de cristales al aire, con el puente y las patillas de plástico transparente, muy parecidas a las que yo llevo; es un modelo típico de persona coqueta que no quiere que la montura tenga protagonismo y altere las líneas de su rostro. Unas gafas nada casuales de alguien que se preocupa por su aspecto, pese a que la apariencia desmesurada de Thierry, con su corpachón tipo barril, la barba crecida y el enredo de pelambre en la pechera, hagan difícil de creer que ese hombre se cuida.
Pero sí debe de hacerlo. Esas gafas se me clavan en la retina con su primorosa incongruencia en mitad de tanta violencia y tanto dolor. Imagino a ese tipo entrando en una óptica y probándose modelos de anteojos durante largo rato. Mirándose de refilón en los espejos y preguntando, ¿éstas me quedan bien? ¿Con cuál de estas dos estoy más atractivo? Desazona pensar que también los asesinos pueden ser presumidos. Que también quieren gustar y ser queridos. Que acarician perros y juegan con niños. Preferiríamos pensar que los criminales son personas raras, que la crueldad es una anomalía en el ser humano, que los tipos atroces están locos. Pero no, la enfermedad mental no tiene nada que ver con la maldad. Los terroristas son totalmente normales, y eso es lo que más angustia, lo que más repugna. Imagino a Thierry probándose las gafas con sus ensangrentadas manos de matón, invirtiendo tiempo y energías en encontrar una montura a la moda mientras parte de su cerebro sigue pergeñando modos de asesinar, y me estremezco. Tanta ligereza, tanta frivolidad frente al horror. Qué inhóspito lugar ese cerebro.
- Amarilla
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Aseo de jefes
JUAN JOSÉ MILLÁS
Las relaciones interpersonales son muy complicadas. Vean, si no, esa curiosa noticia según la cual la policía se tiñó el pelo de verde para presionar a sus jefes. ¿Qué más dará a los mandos que lleven el cabello de uno u otro color? En fin, cada uno protesta como puede. Yo tuve un jefe al que le sentaba fatal que me hiciera el cojo, de modo que cuando teníamos conflictos laborales me pasaba la mañana renqueando.
-¡Deja de cojear! -gritaba como un energúmeno.
Yo le decía que me dolía el pie y nunca encontró la manera de demostrar lo contrario. Era un jefe psicosomático. Le llamábamos así, El Psicosomático, porque se apropiaba de cualquier síntoma que pasara cerca de él. De hecho, los días que yo cojeaba para quejarme de esto o de lo otro, él regresaba a casa cojeando también. En cierta ocasión empecé a quejarme del estómago y a las dos horas hubo que llevarle a urgencias con un ataque de apendicitis. Un día hice como que me había quedado ciego de repente y al salir de la oficina le pilló un coche por cruzar la calle sin mirar. Eso dijeron, pero yo creo que fue por cruzar la calle sin ver. Era muy fácil hacerle la vida imposible.
Tuve otro jefe que clausuró una zona de los servicios y colocó un cartel en el que ponía: "Aseo de jefes". Todos los días, a las diez de la mañana, le pedía la llave a la secretaria y se retiraba a meditar. No recuerdo cómo, conseguimos hacer una copia de la llave y le dejábamos anónimos absurdos pegados al espejo: "Aquí hizo pis un empleado normal y corriente en febrero del 79". Incomprensiblemente, estas notas le daban rabia en lugar de darle risa¼
-¿Quién ha escrito esto? -gritaba hecho una furia, agitando el papelito en el aire.
-Pero si sólo tiene llave usted -respondíamos con expresión ingenua, como si se tratara de un fenómeno paranormal. Cambió la cerradura siete veces, pero siempre lográbamos sacar una copia. Al final le hicimos creer que el autor de las notas era él mismo y que las escribía con una parte de sí mismo de la que no era consciente.
-Como el estrangulador de Boston -añadíamos, insinuando que podía acabar matando ancianitas si no se controlaba un poco.
Al final renunció a tener un aseo para él solo, aunque era lo que más ilusión le hacía de ser jefe, y quitó el cartel, que logré llevarme a casa, de recuerdo. Todavía anda dando vueltas por ahí.
Mi jefe, en cambio, ya no da vueltas, ni siquiera camina en línea recta: falleció de la próstata y en el velatorio fue muy comentada, entre risas, esta manía suya tan territorial.
Al que le sustituyó le molestaba mucho que oyéramos la radio, aunque ello no afectara a nuestro trabajo, que consistía en poner a la derecha los papeles que otro había puesto a la izquierda. Como le gustaban los trámites, llevó a cabo la prohibición a través de una circular difícil de entender donde se argumentaba que la empresa nos pagaba por disponer de nuestro cuerpo y de nuestra mente durante toda la jornada laboral. Según él, la radio nos arrebataba la mente, que por otra parte jamás llegamos a utilizar para cambiar de sitio los papeles ni para comunicarnos con él.
Un día se me ocurrió ponerme unos cascos en las orejas escondiendo en el cajón el extremo de los cables. Cuando se acercó con expresión de triunfo para echarme la bronca y vio que no había radio, se quedó helado. Sufrió lo indecible el pobre, pues yo de vez en cuando a veces sonreía ensimismado, como si estuviera oyendo un programa muy gracioso. Al poco, todo el mundo llevaba cascos y todo el mundo sonreía ensimismado.
El hombre hizo varios borradores de circular intentando prohibir los cascos, pero los rompió todos por temor al ridículo. Más tarde, uno de los compañeros nos confesó que oía voces a través de los cascos y aquello sirvió de tema de conversación durante varios meses. No hay nada como un jefe prohibidor para estimular la imaginación de la gente.
El caso es que los policías de Madrid se tiñeron de verde para molestar a Cotino. No conozco personalmente a Cotino, pero parece muy susceptible. Lo más probable es que tenga un servicio para él solo en el que pone "Aseo de jefes".
Si no da resultado lo del pelo, yo recomendaría a los policías que se hicieran los cojos. Seguro que es una de las cosas que más le molestan. La cojera, al mismo tiempo, humanizaría mucho a los policías de proximidad. O sea, que ganamos todos. Ánimo.