EL POST DE COLUMNISTAS, ARTÍCULOS DE OPINIÓN

Todo lo que no tenga que ver con la Unión Deportiva Las Palmas en esta sección. Recordamos que existe una sección de OFF-TOPIC de Deportes para hablar de cualquier modalidad deportiva; y un OFF-TOPIC de Política
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PIOBCN
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Mensaje por PIOBCN »

Amarilla escribió:
Aseo de jefes
JUAN JOSÉ MILLÁS

Qué despolle yo solo en el trabajo!! Menos mal que no está mi jefe jijiji :lol: :lol: :lol:
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Amarilla
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Mensaje por Amarilla »

PIOBCN escribió:
Amarilla escribió:
Aseo de jefes
JUAN JOSÉ MILLÁS

Qué despolle yo solo en el trabajo!! Menos mal que no está mi jefe jijiji :lol: :lol: :lol:
Yo sólo te digo, ¡¡¡ten cuidao donde meas!!! Jijijijiji.
Menos mal que "mi jefe" me deja usar su baño. Me tiene mimada. :lol: :lol:
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bylY
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Mensaje por bylY »

Vengo con dos copas y me duele la caja der pecho al leer el último artículo!
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Pato WRC
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Mensaje por Pato WRC »

El perdedor

Elvira Lindo
Rajoy tiene un problema. Uno fundamental, que ensombrece los otros que padece. El problema de Rajoy es que no ganó las elecciones. Si hubiera ganado su falta de carácter sería interpretada como mesura; su indefinición, síntoma de prudencia; su carisma deficiente, una demostración de que a veces los votantes saben distinguir entre envoltorio y fondo. Si las hubiera ganado, sus colegas celebrarían sus silencios como la actitud del hombre sabio; sus frases enigmáticas irían de boca en boca hasta que llegara ese intelectual, siempre hay uno, que las pasara a limpio. Si hubiera ganado, los que hoy enseñan los dientes serían ministros, secretarios de Estado, directores generales; eso les tendría definitivamente más calmados y pensarían que el debate sobre la capacidad de un solo partido para albergar a todos los sectores de la derecha puede esperar. También estarían aquellos cuyo nombre sonó para entrar en el Olimpo, pero que, tristemente, se quedaron sin nada. Ésos serían, sin duda, los más entusiastas defensores del jefe, porque no hay fidelidad más grande que la de aquel que está en la cola de los que quieren ser algo. Ay, el poder, qué brillo tiene. Genera tantas ilusiones que son contados los casos en que los ministros se rebelan. Los hombres que ostentan el poder, decía Montaigne, siempre parecen inteligentes. Lo penoso, añade, es que cuando el líder lo pierde, sus acólitos no tardan más de tres días en preguntarse: "¿Cómo tendríamos la cabeza para apoyar a este individuo?". Rajoy tiene muchos problemas, apuntados a diario por los analistas de este melodrama, pero el mayor es que perdió. De Zapatero, el ganador, Felipe González destacó la suerte como una de sus mayores virtudes. Habrá que empezar a creerle, dado que la legislatura ideal para cualquier gobernante es aquella en la que no se habla más que de la oposición.
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bylY
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Una cuestión de dones
Juan José Millás

Ahora que Don Piso cierra no sé cuántas oficinas, reparo en el curioso nombre de esa empresa inmobiliaria: Don Piso.

Tuve de pequeño un profesor de matemáticas que se llamaba don Tiburcio. Si se hubiera llamado Tiburcio a secas, habría sido un personaje de tebeo, pero el don le añadía un no sé qué, un qué sé yo, un respeto. Para alcanzar el don en aquella época tenías que tener cuarto de bachillerato y la reválida, creo. Eso decían al menos nuestros padres, aunque no se sabe que detuvieran a alguien por usar el tratamiento en primaria. De hecho, don Felipe de Borbón fue don Felipe desde la guardería. Hay muchas cosas relacionadas con el don que son mera leyenda urbana.

A mí me desconcertaba mucho que el término don pudiera ser utilizado simultáneamente como tratamiento de respeto y para expresar la idea de regalo. Cuando los curas afirmaban que la fe era un “don” de Dios, yo me preguntaba qué rayos había en común entre don Tiburcio y el regalo de Dios (al que para mis adentros llamaba don Dios, porque era el autor de nuestros días). El asunto se complicó cuando escuché decir de un vecino que tenía “don de gentes”.

Don Tiburcio, don de Dios, don de gentes… No me cabía en la cabeza tanta polivalencia. Todavía no acabo de entenderla, aunque hago como que sí. Don Piso, decíamos. Si la agencia inmobiliaria se hubiera llamado Piso a secas, no habría tenido tanto éxito (lo que habría aminorado también su fracaso). Pero tú vas por la calle, ves un cartel con ese nombre y entras. A lo mejor hasta compras. Un piso con ese tratamiento de respeto no es un piso cualquiera, es un pisazo. Por otro lado, el don transmite también una idea de fiabilidad, de buena conducta, de garantía plena. De hecho, Don Piso vendía pisos como rosquillas, todos ellos sobrevalorados en un 30 por ciento, según el Banco de España. Y no es que no se diera cuenta el vendedor, es que tampoco se percataba el comprador, ni el banco que te concedía la hipoteca, ni el notario que redactaba la escritura.

Pero Don Piso se ha venido abajo, vaya por Dios. No es la única inmobiliaria que cierra o reduce su tamaño, pero es la que más pena da, por el contraste entre el don y su situación financiera. En mi barrio, se hablaba también mucho de la familias “venidas a menos”. Venir a menos era una de las peores cosas que te podían pasar en la vida. Conservabas el don, desde luego, pero había en ese don un componente sarcástico, de lástima. Parecía un jirón, un roto, un siete mal zurcido. En mi calle había un pobre procedente de una familia venida a menos.

—Ahí va don Emilio –decíamos al verlo pasar con sus zapatos rotos. El don sonaba mal, pero era lo único que le quedaba de su pasada grandeza. Ahora, cada vez que sale Don Piso en los periódicos, me acuerdo de don Emilio, el pobre. Pero don Emilio era muy orgulloso. No pedía ayuda a nadie y aceptaba con dignidad la que se le ofrecía de forma voluntaria. Las inmobiliarias venidas a menos, en cambio, no dejan de mendigar una ayuda al Gobierno. Hombre, hombre, un poco de dignidad, señores, que hace dos días competían ustedes por ver quién tenía el yate más largo. Un 30 por ciento de ese yate era pura especulación, puro espejismo, pura quimera. Si su yate de usted tenía 100 metros de largo (es un decir), 30 de ellos estaban hecho de humo, de sueños, eran 30 metros de fantasía, 30 metros inexistentes. Lo raro es que el barco no se hundiera con esa alucinación colocada a popa o a proa (o quizá a estribor, me oriento muy mal en los barcos de recreo).

De ahí que nos parezca tan buena la respuesta de Solbes, según la cual es preciso dejar que las cosas vuelvan a su ser: los yates, a sus 70 metros reales, y el precio de la vivienda, al que era antes de que entráramos en el delirio colectivo del que la recesión nos comienza a sacar. Que las cosas vuelvan a su ser, aunque eso signifique el advenimiento de una crisis a la que podríamos llamar doña Crisis, para atenuar el impacto. Y es que si yo voy por la calle y veo un establecimiento del que cuelga un cartel con ese nombre, Doña Crisis, entro para averiguar qué venden, porque me gusta el nombre, porque el término doña reviste a la palabra crisis de dignidad, de decencia, de sobriedad. Entro, digo, para ver qué venden y compro lo que sea, lo que me den, con tal de que cueste un 30 por ciento más barato que el año pasado, o el anterior, cuando creíamos que éramos más altos, más ricos y más guapos de lo que en realidad somos.

Don Piso ha muerto. Viva Doña Crisis.
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bylY
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Mensaje por bylY »

Y unas viñetas por aquí que he estado recopilando.....

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juanjap
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Mensaje por juanjap »

bylY, muchas gracias compañero
hoy me ha dado usted mucha salud.

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Amarilla
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La acera de enfrente
JUAN JOSÉ MILLÁS



Las vías de circunvalación tienen la propiedad de acercar las cosas que se encuentran lejos y de alejar las cosas que se encuentran cerca. Gracias a la M-40 llegas en un santiamén a Boadilla del Monte, pero tardas horas en alcanzar el edificio que ves frente a tu casa, aunque al otro lado de la vía. Si pudieras cruzarla a pie no te llevaría más de dos minutos.

Pero atravesar la M-40 es más peligroso, mucho más, que cruzar un río infestado de tiburones. En la M-40 no hay tiburones, pero está llena de Seats y Renaults y de Citroëns, aunque tampoco faltan los Jaguars, los Mercedes ni los Hondas. En un río del Amazonas, si llevas cuidado y sólo pisas por las piedras, tienes la posibilidad de no despertar a ningún anfibio. Pero los automóviles permanecen despiertos las 24 horas, y no hay piedras por las que vadear el peligro.

Una anciana de 74 años fue devorada el otro día por un Twingo al atravesar a pie la M-40 a la altura de la carretera de Colmenar Viejo. Por lo visto, iba a una romería que se celebraba en la ermita de Nuestra Señora de Valverde. La ermita podía verse desde el otro lado de la carretera: estaba ahí mismo, como el que dice, y, sin embargo, resultó inalcanzable. Las cosas que se encuentran al otro lado de las vías de circunvalación son un puro espejismo, una ilusión óptica. No digo que no se pueda acceder a ellas a pie, pero se tarda horas, o días, y es necesario cruzar puentes imposibles o túneles laberínticos. De ahí que mucha gente prefiera jugarse la vida y tirar por la calle de en medio, que en lugar de conducir a la acera de enfrente conduce al más allá.

No es raro que lo que más deseamos esté al lado mismo de nosotros y, sin embargo, no sepamos cómo acceder a ello. Personas que duermen juntas viven a miles de kilómetros y personas separadas por océanos se encuentran la una al lado de la otra. No sabemos qué cosas unen y qué cosas separan. Las vías de circunvalación, que tan cerca nos ponen lo lejano, nos alejan de nuestros vecinos de enfrente, a veces también de nosotros mismos. Cerca/lejos, como dentro/fuera o arriba/abajo son conceptos variables, relativos, engañosos. Hay una dimensión subjetiva de la distancia como hay una dimensión interior del tiempo. Hay segundos que duran una vida y milímetros cuyo recorrido cuesta una existencia.

Las ciudades están prescindiendo de las calles a marchas forzadas. La calle parece una cosa del pasado. En Miami, que para muchos es un modelo a seguir, no hay calles en el sentido tradicional de la palabra.
Un día salíamos Rosa Regás y yo de la Feria del Libro de Miami, y al ver la torre de nuestro hotel allí mismo, apenas a unos metros, decidimos ir dando un paseo. Los de la editorial intentaron desanimarnos con el argumento de que la zona era insegura; pero, como eso no nos dio miedo, tuvieron que confesarnos finalmente que era imposible llegar al hotel a pie, pues no había una sola acera en el trayecto.

Y era verdad, no había aceras, luego no había calles. Si nadie nos hubiera advertido de esa carencia singular, habríamos caminado como dos locos por una especie de M-40 infinita en la que quizá habríamos perecido arrollados por un Renault o por un Honda, no me fijé en la variedad automovilística del lugar, pero devoraban tanto o más que los nuestros.

En otras palabras, teníamos el hotel a dos pasos, pero era inalcanzable, como un espejismo. La M-40 y su antecesora espiritual, la M-30, están produciendo en Madrid espejismos de ese tipo. "Voy allí", te dices, porque estás viendo el edificio frente a tus narices, pero no encuentras el modo de llegar sin jugarte la vida. Ésta es precisamente una de las características de los espejismos: que darías la vida por ellos. A veces la das, como esa anciana que se empeñó en cruzar la M-40 para buscar refugio en la ermita de Nuestra Señora de Valverde. Tan cerca, tan lejos.

Las vías de circunvalación son buenas para llegar a Boadilla o a Pozuelo, pero no sirven para llegar a uno mismo, que es hacia donde se dirigía esa mujer de 74 años cuando corría en dirección a la romería.

La desaparición de las calles, de las aceras, es la consecuencia lógica de la supresión de los pasillos en las casas. En los dos casos se trata de eliminar la sensación de tránsito, que no es económicamente rentable.

Los arquitectos y urbanistas deberían leer, o releer, el Viaje a Ítaca. Sin duda, es importante llegar a Boadilla, no lo niego. ¿Pero qué tienen en contra de que uno llegue a la acera de enfrente?
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Amarilla
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Conservadores de ideas
JULIA NAVARRO


No hay nada más conservador que negarse a revisar las propias ideas. Por eso no me sorprende que no tenga la más mínima posibilidad de salir adelante la iniciativa del padre de Mari Luz, la niña asesinada en Huelva que cayó en manos de un maldito pederasta. Juan José Cortés e Irene Suárez, los padres de Mari Luz, han recogido más de medio millón de firmas para solicitar al Congreso que debata la conveniencia de que los pederastas cumplan cadena perpetua revisable. Pero alguien debería haberles dicho que tanto esfuerzo es inútil puesto que la Constitución deja bien claro que la iniciativa popular nunca puede ser para modificar leyes orgánicas.

De manera que estos padres, desgarrados por el dolor y que han dado muestras de un enorme valor y dignidad, que creen en la justicia y por ello piden justicia y no venganza, han hecho un recorrido cuasi inútil por varias capitales de provincias recogiendo unas firmas que nadie tendrá en cuenta. Ésta es la realidad, la dura realidad, aunque nadie se lo diga. Eso sí, el presidente de Gobierno les ha recibido y anunciado que va a modificar el Código Penal para que se revisen las penas de los pederastas, y que con la nueva ley cuando un pederasta cumpla su pena y salga a la calle se procurará su alejamiento de colegios y centros de menores. Claro que yo me pregunto qué pasará con los menores que puedan vivir en el mismo bloque o escalera del pederasta, o los que jueguen tranquilamente en un parque, o jueguen en la calle con sus amigos.

Evitar que un pederasta se acerque a un niño es casi imposible salvo que esté encerrado, ésa es la realidad que muchos no quieren verbalizar por temor a ser políticamente incorrectos. Los expertos aseguran que los pederastas no se curan nunca, que por más que entren y salgan de la cárcel al final terminan buscando una nueva víctima, y ésa es la cuestión que hay que analizar, que hay que valorar sin prejuicios y, sobre todo, sin miedo a no ser políticamente correcto. Pero ahí entra ese sentido conservador que padece la izquierda tanto como la derecha. Y si se ha dicho que nadie puede cumplir para siempre pena de prisión, cambiar de opinión es un sacrilegio. Yo no sé cuál es la mejor fórmula para lograr que los niños estén a salvo de los pederastas, pero sí sé que, al menos, el esfuerzo de los padres de Mari Luz debería servir para que en el Parlamento se constituyera una comisión por la que pasaran médicos, sicólogos, siquiatras, jueces, trabajadores sociales e incluso víctimas, y que sus señorías les escucharan, y después debatieran qué hacer. Lo que no parece de recibo es cerrar los ojos a la realidad, y la realidad no es otra que a los pederastas y a los pedófilos les sale casi gratis su maldad.

Es hora de dejar de ser conservador y abordar la realidad. Se trata de que ningún niño vuelva a estar en situación de peligro como Mari Luz, simplemente porque el sistema no funciona y los resortes de la sociedad no sirven para impedir que éstos desalmados que son los pederastas continúen machacando inocentes. En cuanto a lo que permite o no la Constitución, está claro que si no se reforma en algunos aspectos es porque no se quiere, porque para otros casos ni siquiera se reforma, simplemente se retuerce.
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Ir o esperar
Ángela Becerra


La vida no nos espera; somos nosotros quienes tenemos que ir a buscarla.

Y el momento siempre llega: es cuando necesitamos pensar que algo muy deseado nos saldrá bien, que hoy es la nublada vigilia de un largo mañana de sol. Nos alimentamos con bocaditos de confianza, sopitas de autoestima y helados de ansia. Pero lo que queremos que ocurra allí sigue, detenido en el híbrido tiempo de las esperas sin eco, luz ni reloj.

Y entonces reflexionamos, que es ese flexionar-nos sobre nosotros mismos para mirarnos de frente, mientras buscamos murmullos de respuesta en nuestro torrente de dudas. Penetramos en la esencia del ser, cuando las raíces se alzan buscando luz y los sueños descienden buscando pistas en que aterrizar.

Son momentos trascendentes en la vida, porque quien la está decidiendo es el único que la vive de principio a fin, segundo a segundo y con todas sus consecuencias: somos nosotros dentro de nosotros.

A lo que queremos que sea nunca hay que huirle, porque si lo hacemos difícilmente será. Unas veces habrá que esperar y otras actuar; habrá que decidir entre la presión y la sutileza, la razón, la emoción, la conmoción, la pasión... porque cada roce requiere su tacto.

Y al final, vibrando por el sí, estar mentalizados para un no. Porque en lo que para nosotros puede llegar a ser la cumbre, el no luchado nos construye mucho más que la indiferencia sin historia ni orgullo.
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juanjap
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Una cuestión de dones
JUAN JOSÉ MILLÁS


Ahora que Don Piso cierra no sé cuántas oficinas, reparo en el curioso nombre de esa empresa inmobiliaria: Don Piso.

Tuve de pequeño un profesor de matemáticas que se llamaba don Tiburcio. Si se hubiera llamado Tiburcio a secas, habría sido un personaje de tebeo, pero el don le añadía un no sé qué, un qué sé yo, un respeto. Para alcanzar el don en aquella época tenías que tener cuarto de bachillerato y la reválida, creo. Eso decían al menos nuestros padres, aunque no se sabe que detuvieran a alguien por usar el tratamiento en primaria. De hecho, don Felipe de Borbón fue don Felipe desde la guardería. Hay muchas cosas relacionadas con el don que son mera leyenda urbana.

A mí me desconcertaba mucho que el término don pudiera ser utilizado simultáneamente como tratamiento de respeto y para expresar la idea de regalo. Cuando los curas afirmaban que la fe era un “don” de Dios, yo me preguntaba qué rayos había en común entre don Tiburcio y el regalo de Dios (al que para mis adentros llamaba don Dios, porque era el autor de nuestros días). El asunto se complicó cuando escuché decir de un vecino que tenía “don de gentes”.

Don Tiburcio, don de Dios, don de gentes… No me cabía en la cabeza tanta polivalencia. Todavía no acabo de entenderla, aunque hago como que sí. Don Piso, decíamos. Si la agencia inmobiliaria se hubiera llamado Piso a secas, no habría tenido tanto éxito (lo que habría aminorado también su fracaso). Pero tú vas por la calle, ves un cartel con ese nombre y entras. A lo mejor hasta compras. Un piso con ese tratamiento de respeto no es un piso cualquiera, es un pisazo. Por otro lado, el don transmite también una idea de fiabilidad, de buena conducta, de garantía plena. De hecho, Don Piso vendía pisos como rosquillas, todos ellos sobrevalorados en un 30 por ciento, según el Banco de España. Y no es que no se diera cuenta el vendedor, es que tampoco se percataba el comprador, ni el banco que te concedía la hipoteca, ni el notario que redactaba la escritura.

Pero Don Piso se ha venido abajo, vaya por Dios. No es la única inmobiliaria que cierra o reduce su tamaño, pero es la que más pena da, por el contraste entre el don y su situación financiera. En mi barrio, se hablaba también mucho de la familias “venidas a menos”. Venir a menos era una de las peores cosas que te podían pasar en la vida. Conservabas el don, desde luego, pero había en ese don un componente sarcástico, de lástima. Parecía un jirón, un roto, un siete mal zurcido. En mi calle había un pobre procedente de una familia venida a menos.

—Ahí va don Emilio –decíamos al verlo pasar con sus zapatos rotos. El don sonaba mal, pero era lo único que le quedaba de su pasada grandeza. Ahora, cada vez que sale Don Piso en los periódicos, me acuerdo de don Emilio, el pobre. Pero don Emilio era muy orgulloso. No pedía ayuda a nadie y aceptaba con dignidad la que se le ofrecía de forma voluntaria. Las inmobiliarias venidas a menos, en cambio, no dejan de mendigar una ayuda al Gobierno. Hombre, hombre, un poco de dignidad, señores, que hace dos días competían ustedes por ver quién tenía el yate más largo. Un 30 por ciento de ese yate era pura especulación, puro espejismo, pura quimera. Si su yate de usted tenía 100 metros de largo (es un decir), 30 de ellos estaban hecho de humo, de sueños, eran 30 metros de fantasía, 30 metros inexistentes. Lo raro es que el barco no se hundiera con esa alucinación colocada a popa o a proa (o quizá a estribor, me oriento muy mal en los barcos de recreo).

De ahí que nos parezca tan buena la respuesta de Solbes, según la cual es preciso dejar que las cosas vuelvan a su ser: los yates, a sus 70 metros reales, y el precio de la vivienda, al que era antes de que entráramos en el delirio colectivo del que la recesión nos comienza a sacar. Que las cosas vuelvan a su ser, aunque eso signifique el advenimiento de una crisis a la que podríamos llamar doña Crisis, para atenuar el impacto. Y es que si yo voy por la calle y veo un establecimiento del que cuelga un cartel con ese nombre, Doña Crisis, entro para averiguar qué venden, porque me gusta el nombre, porque el término doña reviste a la palabra crisis de dignidad, de decencia, de sobriedad. Entro, digo, para ver qué venden y compro lo que sea, lo que me den, con tal de que cueste un 30 por ciento más barato que el año pasado, o el anterior, cuando creíamos que éramos más altos, más ricos y más guapos de lo que en realidad somos.

Don Piso ha muerto. Viva Doña Crisis.
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Progreso
MARUJA TORRES


Como para lanzar cohetes, pero a nuestros pies, en plan fustigue. El último informe anual de Amnistía Internacional hace temer que sea cierta la teoría de un amigo mío que insiste en que el Cromañón no sobrevivió al Neandertal sólo porque éste fuera menos hábil para adaptarse a las circunstancias ambientales, sino porque también el pobre era más bondadoso y pacífico. Características que extinguen cantidad, como sabemos, aparte de resultar poco rentables.

Desarrolladas hasta la filigrana y mejoradas a lo largo de milenios, las cualidades del abuelo Croma -a quien alguien pasado de ego rebautizó Homo sapiens- en este brioso comienzo del siglo XXI han coronado una meta digna de nosotros. La refinada consecuencia de ese saber adecuarse al medio, ese poseerlo, ese explotarlo, junto a otra condición no menor, la de tener estómago para infligir cualquier daño a los demás que resulte en nuestro provecho, arroja el más lamentable balance en derechos humanos de los últimos tiempos. Éste es un mundo en el que, según la presidenta de AI, Irene Khan, "la injusticia, la desigualdad y la impunidad son hoy las marcas distintivas". En su libro La fuerza de los pocos, Andrés Ortega recuerda un juicio de Foucault sobre el Occidente capitalista, "la sociedad más dura, más salvaje, más egoísta, más deshonesta y opresiva que quepa imaginar". Notemos que, como Ortega añade, "hoy, salvo excepciones, el mundo entero es capitalista". Pero capitalista de ahora. Sin complejos ni escrúpulos. La especie humana, que logró ponerse en pie habiendo salido de una charca, ha conseguido lo que parecía imposible: convertir el planeta en una ciénaga, un lodazal que apesta a enfermedad moral, a sangre y a pasta gansa.

Sí, es para echarnos cohetes. Y filmarnos con el móvil y colgar el vídeo en la Red, en la sección dedicada al Progreso.
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bylY
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Morir para contar: Martin Adler y los crímenes de EEUU en Irak

Hernán Zin, http://blogs.20minutos.es/enguerra/

Desde sus albores, la invasión de EEUU demostró ser fatal para la población civil iraquí. Como señala un exhaustivo informe de Human Rigths Watch, la mayoría de los muertos durante los primeros ataques aéreos de 2003 fueron ancianos, mujeres y niños.

Eran los tiempos en que aún se usaban absurdos eufemismos como "bombas inteligentes" o "daños colaterales", mientras Dick Chenney y Donald Rumsfeld esperaban con ansias el titular que en alguna ocasión se adelantaron erróneamente a dar a la prensa: que Sadam Hussein había muerto bajo los escombros.

Menores en prisión

Después vino otra clase de abuso, aún más perverso, y que salió a la luz en abril de 2004: las torturas y vejaciones en la prisión de Abu Ghraib. Si bien se depuraron responsabilidades, una nueva denuncia de Human Rights Watch acaba de poner en tela de juicio al sistema penitenciario montado por las fuerzas de ocupación en Irak.

Según este informe, medio millar de niños, algunos de hasta 10 años de edad, permanecen detenidos por los militares. Además de ser sujetos a prolongados interrogatorios, se les priva del derecho a defensa y asesoría jurídica.



Aunque EEUU no ha firmado la Convención de los Derechos del Niño, lo cierto es que sí ha suscrito un protocolo adicional sobre la situación de los menores en conflictos armados.

Más de lo mismo

Después Abu Ghraib, a finales de 2005 y principios de 2006, se dio una perturbadora sucesión de crímenes de guerra. Parecía como si las fuerzas de EEUU, a medida que acusaba mayores bajas y fracasaba en su intento por contener a la insurgencia, cometía más y más atropellos contra los inocentes.
Casos como las matanzas de Haditha o Hamdania. O, quizás el más brutal de todos, la violación y asesinato de la joven de 14 años Abeer Qasim Hamza.

En anteriores entradas del blog analizábamos las razones de estos atropellos de las tropas estadounidenses, de esta ristra de abusos continuados, esta propagación de la cultura del llamado “gatillo fácil” que se ha perpetuado hasta las últimas ofensivas en ciudad Sadr, que dejaron cientos de civiles muertos.

Razones que van desde la frustración, la rabia, el estrés postraumático, propias de un ambiente hostil, hasta el racismo, el odio, el desdén por la población local, pasando por laxo reclutamiento de los soldados, hasta los mensajes contradictorios tanto de la dirigencia castrense como de esos políticos, carentes de moral, que pusieron en marcha una guerra en base a mentiras.



La otra pregunta que nos hacíamos es si se trata de incidentes aislados o si responden a un patrón. Las declaraciones realizadas recientemente por veteranos de guerra en Washington, y que casi no tuvo repercusión en la prensa, permite concluir que son mucho más habituales de lo que se podría imaginar.

Un anuncio de lo que vendría

Ayer repasamos la vida del extraordinario reportero Martin Adler, asesinado en Somalia. De las decenas de reportajes realizados por este cámara en zonas en conflicto, el más destacado es sin dudas En patrulla con la compañía Charlie.

Vistas en retrospectiva, las imágenes que grabó durante diez días junto a esta unidad, por las que recibió el premio Rory Peck, constituyen sin dudas una suerte de premonición de lo que sucedería en Irak.

Desde los soldados que golpean a los detenidos en las calles, que se sacan fotos con prisioneros encapuchados en medio de risas, antes de que saltase a la luz el escándalo de Abu Ghraib, hasta la actitud del jefe de la unidad, que se comporta como un vaquero, como un personaje de película, mostrando desprecio hacia los iraquíes.

Podéis ver aquí el corto documental, que nos lleva a lamentar y comprender mejor el horror que aún padecen los niños, hombres, mujeres y ancianos de la nación del Tigris y el Éufrates, así como la ausencia de ese magnífico reportero que intentó darles voz.
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PIOBCN
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Progreso

MARUJA TORRES

Como para lanzar cohetes, pero a nuestros pies, en plan fustigue. El último informe anual de Amnistía Internacional hace temer que sea cierta la teoría de un amigo mío que insiste en que el Cromañón no sobrevivió al Neandertal sólo porque éste fuera menos hábil para adaptarse a las circunstancias ambientales, sino porque también el pobre era más bondadoso y pacífico. Características que extinguen cantidad, como sabemos, aparte de resultar poco rentables.

Desarrolladas hasta la filigrana y mejoradas a lo largo de milenios, las cualidades del abuelo Croma -a quien alguien pasado de ego rebautizó Homo sapiens- en este brioso comienzo del siglo XXI han coronado una meta digna de nosotros. La refinada consecuencia de ese saber adecuarse al medio, ese poseerlo, ese explotarlo, junto a otra condición no menor, la de tener estómago para infligir cualquier daño a los demás que resulte en nuestro provecho, arroja el más lamentable balance en derechos humanos de los últimos tiempos. Éste es un mundo en el que, según la presidenta de AI, Irene Khan, "la injusticia, la desigualdad y la impunidad son hoy las marcas distintivas". En su libro La fuerza de los pocos, Andrés Ortega recuerda un juicio de Foucault sobre el Occidente capitalista, "la sociedad más dura, más salvaje, más egoísta, más deshonesta y opresiva que quepa imaginar". Notemos que, como Ortega añade, "hoy, salvo excepciones, el mundo entero es capitalista". Pero capitalista de ahora. Sin complejos ni escrúpulos. La especie humana, que logró ponerse en pie habiendo salido de una charca, ha conseguido lo que parecía imposible: convertir el planeta en una ciénaga, un lodazal que apesta a enfermedad moral, a sangre y a pasta gansa.

Sí, es para echarnos cohetes. Y filmarnos con el móvil y colgar el vídeo en la Red, en la sección dedicada al Progreso.
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