Sin receta
JUAN JOSÉ MILLÁS
Últimamente veo a mucha gente con perros portátiles o de bolsillo. Son animales encuadernados en piel, pero de un tamaño tan manejable que puedes llevarlos a cualquier parte sin llamar la atención. Y calman la ansiedad tanto como un pastor alemán o un san bernardo. Todo el mundo necesita compañía, en eso estamos de acuerdo, pero no todo el mundo tiene un piso de doscientos metros o un jardín en el que recluirla cuando te cansas de ella. Por eso están muy bien estas compañías pequeñas, tipo yorkshire, que llegado el caso pueden hacer sus necesidades en el bidé y dormir en una caja de zapatos. Cada día aumenta más el prestigio de lo pequeño: acuérdense de los primeros teléfonos móviles y compárenlos con los de ahora, que tienen el tamaño de un paquete de tabaco, incluso de un paquete de tabaco light, sin que las conversaciones hayan perdido por eso su grado de toxicidad.
Históricamente hablando, fue la industria farmacéutica la primera en darse cuenta de la importancia de lo pequeño. De hecho, las píldoras, que podrían tener el tamaño de un bocadillo, suelen ser diminutas. Y cuanto más pequeñas, mayor es su eficacia. Los ansiolíticos apenas tienen el tamaño de un guisante, pero hacen compañía, le relajan a uno, le ayudan a evacuar las preocupaciones como un diurético de la obsesión, que es de lo que se trata.
El otro día me encontraba sentado a la barra de una cafetería y le oí decir a la señora de al lado que tenía jaqueca. Al poco metió la mano en el bolso y en lugar de sacar una pastilla, extrajo un caniche venido a menos, un yorkshire quizá. Pensé que se lo iba a tragar con un vaso de agua (sin masticar, rogué mentalmente), pero dejó que correteara un poco por la barra y en seguida lo volvió a guardar más aliviada. Y los dan sin receta. El mundo es un prodigio.
EL POST DE COLUMNISTAS, ARTÍCULOS DE OPINIÓN
- Amarilla
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Pan y libertad
ALMUDENA GRANDES
Lo siento mucho, señorita, pero las matemáticas no son una opinión. La brillantez de uno de los mejores profesores que he conocido, se estrella cada día con la perversidad léxica de los economistas metidos a políticos. Entre la crisis y los malos datos coyunturales, caben la recesión, la desaceleración, el crecimiento moderado y la evolución inversa. ¿Qué hacer? Ir al Retiro, por ejemplo, y respirar.
Como muchas otras cosas muy antiguas, la Feria del Libro tiene dos aniversarios. Yo escojo el primero, no sólo para celebrar que, como casi todo lo bueno que tenemos, fue una institución republicana, sino porque me emociona pensar que la guerra no pudo con ella. En 1937 y en 1938, oficialmente no se celebró, pero hay fotos de puestos en las calles rotas, fotos de gente que sonríe entre los escombros con un libro sobre el pecho. Era otro Madrid, desde luego, y otros madrileños, que reivindicaban el 2 de mayo de 1808, el pueblo en armas contra el invasor, desde una posición muy distinta al empacho de nacionalismo barato que padecemos este año. Lo demás es como el comienzo de un álbum de Astérix. De aquel Madrid no queda nada. ¿Nada? ¡No! En el parque del Retiro, una aldea inexpugnable resiste todavía... Tenemos Rivas todo el año, y en primavera, la Feria, donde libreros y editores sonríen porque, por una vez, los reyes de los coches y los emperadores del ladrillo padecen una crisis que ellos no conocen. Al menos, no todavía.
Un libro es una vida entera, un telar donde los hilos de la vida tejen por la mañana lo que destejerán cuando caiga el sol. Los libros son pan y libertad, el veneno dulce del conocimiento, la alegría temblorosa de las emociones, esperanza donde no la hay, futuro para un presente enfermo. En junio, además, los libros son Madrid. Y Madrid, un lugar donde sólo se podrá vivir mientras siga habiendo libros
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El efecto cadera
JUAN JOSÉ MILLÁS
Nuestra abuela se rompió una cadera al caerse, eso es lo que creíamos nosotros, pero llegó el médico y dijo que había sucedido justamente lo contrario: se había caído al rompérsele una cadera. Las relaciones causa?efecto son engañosas. Basta cambiar el orden de los hechos para que la realidad se ponga patas arriba. Mi abuela estaba de pie, frente a su tocador. Entonces, el peso de su cuerpo quebró un hueso y la pobre fue a parar al suelo. Ahora bien, si uno se encuentra a su abuela en el suelo, con la cadera rota, lo único que piensa es que la caída ha sido la causante de la rotura y no al revés.
Seguramente, la vida diaria está llena de pequeños acontecimientos cuyos efectos se confunden con sus causas. El médico nos explicó que los ancianos tienen la cadera de cristal, de modo que no es raro que se les rompa por el simple hecho de permanecer de pie. Lo de la cadera de cristal me llamó la atención. Mi abuela se había ido convirtiendo en una anciana translúcida. Yo la había comparado muchas veces con un conjunto de varillas de vidrio. Daba miedo trasladarla de la cama al sofá, por si se "rompía". Nunca pensé que lo de "romperse" fuera algo más que una imagen.
Y se murió a causa de la rotura, si el médico no dice lo contrario. Cuando volvíamos de enterrarla, pensé que me había dado la mejor lección de filosofía de mi vida. A partir de la cadera de mi abuela me acostumbré a ponerlo todo en cuestión. ¿Estaba triste porque me había abandonado mi mujer o mi mujer me había abandonado porque estaba triste? El "efecto cadera" guarda alguna relación con el "círculo vicioso", pero son cosas diferentes. Lo importante del efecto cadera es que comporta un error de percepción: una ilusión óptica. Las cosas suceden en el orden contrario al que tú las aprecias.
Los seres humanos estamos acostumbrados a que las cosas ocurran unas después de otras. Toda nuestra cultura está montada sobre esa idea que se va al carajo cuando a tu abuela se le rompe una cadera y va a dar al suelo con sus huesos. Ese día, como si dijéramos, pierdes la inocencia. Empiezas a dudar de todo. ¿Y si las cosas no sucedieran unas detrás de otras o no al menos en el orden que nos dicen? Un día, en el colegio, me preguntaron el alfabeto y lo recité al revés porque tenía una suerte de dislexia que me obligaba a estudiar de atrás hacia delante. No me comí una sola letra, pero el profesor me puso un cero por introducir en la clase una cantidad de desorden que él consideró excesiva. La educación no sólo consiste en aprender cosas, sino en colocarlas en fila. Primero las más altas y después las más bajas, o al revés. Yo, pese a mi dislexia incipiente, habría sido un tipo normal de no ser por la cadera de mi abuela, que me convirtió en un individuo desconfiado. Que en paz descanse.
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Los peligros del coche oficial
ANTONI SERRA RAMONEDA
Los médicos no cesan de alertar sobre los peligros que el sedentarismo entraña para la salud. Insisten en la necesidad de caminar unos cuantos kilómetros diarios, el mejor ejercicio existente para favorecer la longevidad. Bueno sería que los políticos, que pasan el día sentados en una poltrona y con continuos ágapes que no por calificarlos de trabajo significan pocas calorías, escucharan sus consejos. Por otro lado, los politólogos consideran que, para evitar perder de vista los auténticos problemas de los administrados, quienes tienen en sus manos la gestión de los asuntos públicos deberían, cuando menos esporádicamente, vivir experiencias similares a las de los ciudadanos de a pie. Harún al Raschid, el califa que se paseaba de incógnito por las calles de Bagdad para conocer de primera mano las opiniones y sensaciones de sus súbditos, sería el ejemplo a seguir. Dicen sus hagiógrafos que gracias a este sabio proceder consiguió ser un gobernante muy respetado.
Somos legión quienes nos sentimos preocupados por la noticia sobre el número de coches oficiales, con sus correspondientes conductores, a disposición de los altos cargos de la Generalitat. Doscientos vehículos parecen muchos frente a los 16 miembros que integran el Consell de Govern más unos cuantos altos cargos del Parlament y otras instituciones de ella dependientes. La preocupación no es tanto por la carga presupuestaria que el mantenimiento de la flota supone, sino, sobre todo, por los dos peligros antes mencionados que el uso, y quizá abuso, del coche oficial genera. Los ciudadanos quieren y se merecen tener dirigentes sanos físicamente y con una imagen fidedigna de sus problemas y prioridades. Bueno sería pues que se alentara a los políticos para un mayor uso de la suela de zapato, con el consiguiente efecto benéfico sobre las coronarias, y también del transporte público, ese que comporta un contacto, incluso demasiado estrecho en las horas punta, con sus usuarios. De paso, a los políticos afectados se les evitaría el daño moral que les provoca la pérdida del coche oficial cuando pintan bastos.
ANTONI SERRA RAMONEDA
Los médicos no cesan de alertar sobre los peligros que el sedentarismo entraña para la salud. Insisten en la necesidad de caminar unos cuantos kilómetros diarios, el mejor ejercicio existente para favorecer la longevidad. Bueno sería que los políticos, que pasan el día sentados en una poltrona y con continuos ágapes que no por calificarlos de trabajo significan pocas calorías, escucharan sus consejos. Por otro lado, los politólogos consideran que, para evitar perder de vista los auténticos problemas de los administrados, quienes tienen en sus manos la gestión de los asuntos públicos deberían, cuando menos esporádicamente, vivir experiencias similares a las de los ciudadanos de a pie. Harún al Raschid, el califa que se paseaba de incógnito por las calles de Bagdad para conocer de primera mano las opiniones y sensaciones de sus súbditos, sería el ejemplo a seguir. Dicen sus hagiógrafos que gracias a este sabio proceder consiguió ser un gobernante muy respetado.
Somos legión quienes nos sentimos preocupados por la noticia sobre el número de coches oficiales, con sus correspondientes conductores, a disposición de los altos cargos de la Generalitat. Doscientos vehículos parecen muchos frente a los 16 miembros que integran el Consell de Govern más unos cuantos altos cargos del Parlament y otras instituciones de ella dependientes. La preocupación no es tanto por la carga presupuestaria que el mantenimiento de la flota supone, sino, sobre todo, por los dos peligros antes mencionados que el uso, y quizá abuso, del coche oficial genera. Los ciudadanos quieren y se merecen tener dirigentes sanos físicamente y con una imagen fidedigna de sus problemas y prioridades. Bueno sería pues que se alentara a los políticos para un mayor uso de la suela de zapato, con el consiguiente efecto benéfico sobre las coronarias, y también del transporte público, ese que comporta un contacto, incluso demasiado estrecho en las horas punta, con sus usuarios. De paso, a los políticos afectados se les evitaría el daño moral que les provoca la pérdida del coche oficial cuando pintan bastos.
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Algo de consuelo
Gonzalo H. Martel
Como son gente silenciosa, la Administración abusa de ellos. No protestan porque se pasan el día poniendo pañales, limpiando babas, cambiando sábanas, levantando los cuerpos deteriorados de sus familiares más débiles con un enorme esfuerzo. Se les va la vida en tener a punto la comida, las pastillas en orden, las visitas del médico, los orinales. En muchas familias incluso aún se sacrifica a alguno de sus miembros a esa suerte de cautiverio, con toda la atención puesta en alimentar los hilos desordenados de la existencia. Nunca terminan la faena, porque la atención a los seres queridos no ofrece alternativas de ocio, ni un minuto de respiro. Más allá de las ventanas de la casa existe un mundo cuyo horizonte alcanza a duras penas al supermercado del pueblo o de la esquina. Todo ello a costa de su propia salud, de su futuro. Sorprenden en su alegría, porque del infierno que habitan sacan energía para reírse de las paradojas de la vida, de sus propios límites, de sus ilusiones. No están acostumbrados a lamentarse, y por eso abren cuando tocan en la puerta los baremos oficiales.
Para conseguir que les inscriban como solicitantes, por la casa de las personas que más ayuda necesitan pasan por lo menos tres visitas, una por cada administración pública implicada en el caso. La desconfianza como castigo añadido. Aún así, pese al obvio exceso de burocracia impertinente, no se conoce caso alguno en que se haya increpado al técnico de turno. Son los que tienen suerte; miles de familias esperan aún por el filtro que da derecho a las prestaciones previstas en esa ley que algunos llaman «de autonomía personal» y otro, como ley «de dependencia»; la elección no será gratuita. Hace un año y medio que está vigente, aunque se aprobó desde casi un año antes. El Gobierno canario va diciendo por ahí que, sólo el año pasado, se gastó 107,6 millones de euros en beneficio de los afectados. Pero a estas alturas, miles de familias siguen si ver algo de consuelo, monedas en migajas. No es sólo ineficacia simulada, manifiesta imbecilidad política; se nota que nunca le han limpiado el culo a su padre ni a su madre.
Gonzalo H. Martel
Como son gente silenciosa, la Administración abusa de ellos. No protestan porque se pasan el día poniendo pañales, limpiando babas, cambiando sábanas, levantando los cuerpos deteriorados de sus familiares más débiles con un enorme esfuerzo. Se les va la vida en tener a punto la comida, las pastillas en orden, las visitas del médico, los orinales. En muchas familias incluso aún se sacrifica a alguno de sus miembros a esa suerte de cautiverio, con toda la atención puesta en alimentar los hilos desordenados de la existencia. Nunca terminan la faena, porque la atención a los seres queridos no ofrece alternativas de ocio, ni un minuto de respiro. Más allá de las ventanas de la casa existe un mundo cuyo horizonte alcanza a duras penas al supermercado del pueblo o de la esquina. Todo ello a costa de su propia salud, de su futuro. Sorprenden en su alegría, porque del infierno que habitan sacan energía para reírse de las paradojas de la vida, de sus propios límites, de sus ilusiones. No están acostumbrados a lamentarse, y por eso abren cuando tocan en la puerta los baremos oficiales.
Para conseguir que les inscriban como solicitantes, por la casa de las personas que más ayuda necesitan pasan por lo menos tres visitas, una por cada administración pública implicada en el caso. La desconfianza como castigo añadido. Aún así, pese al obvio exceso de burocracia impertinente, no se conoce caso alguno en que se haya increpado al técnico de turno. Son los que tienen suerte; miles de familias esperan aún por el filtro que da derecho a las prestaciones previstas en esa ley que algunos llaman «de autonomía personal» y otro, como ley «de dependencia»; la elección no será gratuita. Hace un año y medio que está vigente, aunque se aprobó desde casi un año antes. El Gobierno canario va diciendo por ahí que, sólo el año pasado, se gastó 107,6 millones de euros en beneficio de los afectados. Pero a estas alturas, miles de familias siguen si ver algo de consuelo, monedas en migajas. No es sólo ineficacia simulada, manifiesta imbecilidad política; se nota que nunca le han limpiado el culo a su padre ni a su madre.
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Las grietas del IES José Saramago
Juan García Luján
“A las cuatro de la tarde, la chiquillería de la escuela pública de la plazuela del Limón salió atropelladamente de clase, con algazara de mil demonios. Ningún himno a la libertad, entro los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando.“ Esta hermosa descripción de la salida de los estudiantes de clase la realizó Benito Pérez Galdós en su novela “Miau”.
El pasado viernes los 416 alumnos del instituto del barrio del Atlántico tuvieron que salir de clase a media mañana, pero no lo hicieron dando los gritos de alegría que proferían los alumnos de la escuela de la plazuela del Limón que contó Galdós hace 120 años. La chiquillería del I.E.S. José Saramago no salía piando y saltando, sino llorando porque se les obligaba a abandonar el instituto a media mañana, algunos tuvieron que dejar a medias un examen, por eso sus caras no expresaban precisamente un himno a la alegría, más bien era un himno a la indignación. Según la versión oficial de los hechos “sobre las 20.50” de la noche del jueves llegó a la consejería de Educación un informe técnico que recomendaba “el desalojo inmediato” del centro educativo. El viernes, después de dos horas de clase con aparente normalidad, apareció en el instituto el viceconsejero de Educación Gonzalo Marrero, y dio cuenta del informe técnico. Los padres que pudieron acercarse al instituto mostraron su indignación. En medio de las cámaras un padre fue rotundo: “ Nosotros tenemos que estar aquí para luchar por unos derechos que los golfos de los políticos deben resolver, que nosotros les pagamos grandes sueldos para resolver los problemas y no hacen nada ni por la Educación, ni la Sanidad…Da vergüenza de los políticos que tenemos.” Alumnos y padres aplaudieron al espontáneo.
Después de varios años de denunciar ante la Consejería de Educación la existencia de grietas en algunas paredes del instituto José Saramago, en septiembre del año pasado se cayó parte de un falso techo y desde la administración autonómica se decidieron a mandar unos técnicos. La última semana de mayo se cerraron ocho aulas debido a las grietas. Desde algunos medios llamamos al instituto para hablar con la dirección del centro, pero la respuesta fue el silencio. No querían meterse en líos con la consejería de Educación. En los últimos quince días las grietas de las paredes del edificio se han extendido a la comunidad educativa. Los profesores se miran con desconfianza. Los que quieren obedecer la ley del silencio impuesta por el departamento que ¿dirige? Milagros Luis Brito miran con recelo a otros docentes que han hablado con periodistas. “Este es el topo de la consejería de Educación” . “Este es el topo del periódico”. En el José Saramago también ha aparecido una grieta histórica entre la comunidad educativa, están regresando discursos más propios de las escuelas nacionales que estaban presididas por el retrato del Caudillo por la gracia de Dios.
Resulta que la misma consejera que pagó a los periódicos con presupuesto público la publicación de una carta para contar su versión de los hechos en el conflicto laboral por la homologación, no quería que los periódicos se enteraran “gratis” de lo que estaba pasando en el I.E.S. José Saramago. Cuando algunos padres llamaron indignados a los periódicos y las televisiones, la consejería de Educación reaccionó mandando un comunicado de prensa donde anunciaba el cierre del centro “por problemas estructurales que presenta el inmueble”. Lo ocurrido en el José Saramago es una prueba más de cómo está funcionando el gobierno de nuestra gente ante los problemas que preocupan a nuestra gente: tarde y mal. Este lunes los padres se concentrarán frente a las puertas del instituto, no cantarán el himno a la libertad que entonaban los chiquillos de la escuela pública del Limón que nos contó Pérez Galdós en su excelente novela “Miau”, quizá canten el himno a la ineptitud de Milagros. Es una pena que la consejera de Educación no se acerque por el centro para escucharlos.
Juan García Luján
“A las cuatro de la tarde, la chiquillería de la escuela pública de la plazuela del Limón salió atropelladamente de clase, con algazara de mil demonios. Ningún himno a la libertad, entro los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando.“ Esta hermosa descripción de la salida de los estudiantes de clase la realizó Benito Pérez Galdós en su novela “Miau”.
El pasado viernes los 416 alumnos del instituto del barrio del Atlántico tuvieron que salir de clase a media mañana, pero no lo hicieron dando los gritos de alegría que proferían los alumnos de la escuela de la plazuela del Limón que contó Galdós hace 120 años. La chiquillería del I.E.S. José Saramago no salía piando y saltando, sino llorando porque se les obligaba a abandonar el instituto a media mañana, algunos tuvieron que dejar a medias un examen, por eso sus caras no expresaban precisamente un himno a la alegría, más bien era un himno a la indignación. Según la versión oficial de los hechos “sobre las 20.50” de la noche del jueves llegó a la consejería de Educación un informe técnico que recomendaba “el desalojo inmediato” del centro educativo. El viernes, después de dos horas de clase con aparente normalidad, apareció en el instituto el viceconsejero de Educación Gonzalo Marrero, y dio cuenta del informe técnico. Los padres que pudieron acercarse al instituto mostraron su indignación. En medio de las cámaras un padre fue rotundo: “ Nosotros tenemos que estar aquí para luchar por unos derechos que los golfos de los políticos deben resolver, que nosotros les pagamos grandes sueldos para resolver los problemas y no hacen nada ni por la Educación, ni la Sanidad…Da vergüenza de los políticos que tenemos.” Alumnos y padres aplaudieron al espontáneo.
Después de varios años de denunciar ante la Consejería de Educación la existencia de grietas en algunas paredes del instituto José Saramago, en septiembre del año pasado se cayó parte de un falso techo y desde la administración autonómica se decidieron a mandar unos técnicos. La última semana de mayo se cerraron ocho aulas debido a las grietas. Desde algunos medios llamamos al instituto para hablar con la dirección del centro, pero la respuesta fue el silencio. No querían meterse en líos con la consejería de Educación. En los últimos quince días las grietas de las paredes del edificio se han extendido a la comunidad educativa. Los profesores se miran con desconfianza. Los que quieren obedecer la ley del silencio impuesta por el departamento que ¿dirige? Milagros Luis Brito miran con recelo a otros docentes que han hablado con periodistas. “Este es el topo de la consejería de Educación” . “Este es el topo del periódico”. En el José Saramago también ha aparecido una grieta histórica entre la comunidad educativa, están regresando discursos más propios de las escuelas nacionales que estaban presididas por el retrato del Caudillo por la gracia de Dios.
Resulta que la misma consejera que pagó a los periódicos con presupuesto público la publicación de una carta para contar su versión de los hechos en el conflicto laboral por la homologación, no quería que los periódicos se enteraran “gratis” de lo que estaba pasando en el I.E.S. José Saramago. Cuando algunos padres llamaron indignados a los periódicos y las televisiones, la consejería de Educación reaccionó mandando un comunicado de prensa donde anunciaba el cierre del centro “por problemas estructurales que presenta el inmueble”. Lo ocurrido en el José Saramago es una prueba más de cómo está funcionando el gobierno de nuestra gente ante los problemas que preocupan a nuestra gente: tarde y mal. Este lunes los padres se concentrarán frente a las puertas del instituto, no cantarán el himno a la libertad que entonaban los chiquillos de la escuela pública del Limón que nos contó Pérez Galdós en su excelente novela “Miau”, quizá canten el himno a la ineptitud de Milagros. Es una pena que la consejera de Educación no se acerque por el centro para escucharlos.
Pan y libertad
ALMUDENA GRANDES
Lo siento mucho, señorita, pero las matemáticas no son una opinión. La brillantez de uno de los mejores profesores que he conocido, se estrella cada día con la perversidad léxica de los economistas metidos a políticos.
Entre la crisis y los malos datos coyunturales, caben la recesión, la desaceleración, el crecimiento moderado y la evolución inversa. ¿Qué hacer? Ir al Retiro, por ejemplo, y respirar.
Como muchas otras cosas muy antiguas, la Feria del Libro tiene dos aniversarios. Yo escojo el primero, no sólo para celebrar que, como casi todo lo bueno que tenemos, fue una institución republicana, sino porque me emociona pensar que la guerra no pudo con ella. En 1937 y en 1938, oficialmente no se celebró, pero hay fotos de puestos en las calles rotas, fotos de gente que sonríe entre los escombros con un libro sobre el pecho. Era otro Madrid, desde luego, y otros madrileños, que reivindicaban el 2 de mayo de 1808, el pueblo en armas contra el invasor, desde una posición muy distinta al empacho de nacionalismo barato que padecemos este año. Lo demás es como el comienzo de un álbum de Astérix. De aquel Madrid no queda nada. ¿Nada? ¡No! En el parque del Retiro, una aldea inexpugnable resiste todavía... Tenemos Rivas todo el año, y en primavera, la Feria, donde libreros y editores sonríen porque, por una vez, los reyes de los coches y los emperadores del ladrillo padecen una crisis que ellos no conocen. Al menos, no todavía.
Un libro es una vida entera, un telar donde los hilos de la vida tejen por la mañana lo que destejerán cuando caiga el sol. Los libros son pan y libertad, el veneno dulce del conocimiento, la alegría temblorosa de las emociones, esperanza donde no la hay, futuro para un presente enfermo. En junio, además, los libros son Madrid. Y Madrid, un lugar donde sólo se podrá vivir mientras siga habiendo libros
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Lo peor
ROSA MONTERO
Lo peor es la crueldad. Sin duda hay otros males en el mundo, como la ambición desenfrenada, capaces de provocar suficientes desgracias. Pero lo peor es la crueldad, sobre todo cuando se ejerce contra seres indefensos: contra niños, contra animales. Contra esas víctimas tan plenas que ni siquiera pueden entender lo que está sucediendo, de modo que el tormento que sufren se convierte en su única realidad, en su único universo. En un infierno incomprensible y eterno.
No creo que el ser humano sea forzosamente malo. Al contrario, con el tiempo he ido confiando cada vez más en la cuota de bondad de las personas, por más que a algunos la mera mención de la palabra bondad les parezca ñoño y poco moderno, porque está de moda el cinismo barato e ir de tipo duro, aunque luego se posea el más insustancial corazón blandiblup. Pero es cierto que, cuando asoma su rostro repugnante la crueldad, resulta muy difícil mantener la esperanza. Cuando emergen monstruos abisales como el verdugo austriaco. Cuando se atisba la vastedad de las redes de pederastia. Cuando aparecen bebés quemados con cigarrillos por sus padres.
O cuando suceden atrocidades como la de la protectora de animales de Carcaixent, Valencia: unos salvajes asaltaron las instalaciones y, tras atar con alambre a Regina, una mastina, abusaron sexualmente de ella, le metieron frutas por el ano y la torturaron hasta matarla. La protectora teme que el ataque se repita. Quieren desalojar a los perros y necesitan ayuda de todo tipo (www.protectoradecarcaixent.com, número de cuenta Ribercan 0182 0552 29 0201540080). ¿Qué se puede hacer cuando la crueldad se abate sobre nosotros y convierte este mundo en un planeta negro, en una realidad enloquecedora e inhabitable? Tal vez respirar hondo y perseguir a los crueles, ayudar a las víctimas, intentar hacer el bien, maldita sea.
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El huevo y la gallina
Juan José Millás
Hay un aforismo célebre según el cual la gallina no es más que el instrumento que utiliza el huevo para reproducirse. Cuando lo escuchas por primera vez, te hace gracia, porque consigue romper la lógica desde la que contemplamos el proceso reproductor de las gallinas, pero en una segunda lectura resulta más inquietante que gracioso. Además, podría ser -¿por qué no?- que la gallina estuviese al servicio del huevo y no al revés: la historia ha venido demostrando minuciosamente que la experiencia y la realidad pocas veces coinciden; la experiencia dice, por ejemplo, que el sol gira alrededor de la Tierra, pero sabemos desde hace ya algunos siglos que se trataba de una percepción errónea, de un efecto óptico, en fin. No nos podemos fiar, pues, de la experiencia, al menos de la experiencia ocular.
Lo curioso es que la mirada devaluadora que el aforismo citado lanza sobre las gallinas podría aplicarse a casi todas las cosas de este mundo. Por ejemplo, podríamos decir que el cuerpo no es más que el instrumento que utilizan las bacterias, los virus, y los microorganismos en general para reproducirse. Ya sé que la idea no es muy halagadora, qué le vamos a hacer, pero quizá sea falsa: sólo pretendía ejercitarme en el dominio de la mirada aforística, que es muy útil para escribir novelas de misterio, pero también para alcanzar a comprender algunos movimientos extraños de la realidad.
Hace poco, mientras guardaba cola frente a una ventanilla estatal, llegué a la conclusión de que el contribuyente no es más que el instrumento que utiliza la burocracia para reproducirse sin cesar. Quizá todo sea así después de todo; a veces pienso que el escritor no es más que la excusa que utiliza la escritura para propagarse: no sería raro; de hecho, generalmente escribimos lo que el lenguaje quiere. Cuando logramos decir lo que queremos nosotros, lo pagamos caro, porque la satisfacción de acertar se ve menguada por algún descubrimiento desgraciado: que la gallina es un instrumento del huevo, pongo por caso.
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El peinado
David Trueba
Tuve un amigo científico que se pasó cuatro años de su vida investigando algo asombroso: la relación entre el pelo y el cerebro. Como era becario mal pagado del centro de investigaciones, terminó aceptando la oferta de un laboratorio farmacéutico y ahora gana una pasta, pero los demás nos hemos quedado sin saber los resultados de su apasionante investigación. Yo creo que el pelo tiene mucho que ver con el fútbol. Y que la preocupación de los futbolistas por su peinado es inversamente proporcional a su grado de entrega visceral al juego. A mí me llaman la atención los peinados de los jugadores de la selección española. Da la sensación de que algunos se preocupan demasiado por su pelo. Es más, creo que, de seguir por este camino, pronto será más práctico que contraten a Llongueras de seleccionador nacional.
l domingo pasado vimos triunfar a Rafa Nadal y Dani Pedrosa. Y casi volver a triunfar a Fernando Alonso. Y, por supuesto, a Pau Gasol en la final de la NBA. Todos ellos son ejemplo de que el español puede ser competitivo siempre y cuando no tenga a alguien al lado tocándole el bombo. Pero lo que más me llamó la atención es que ninguno de ellos parece tremendamente obsesionado por su peinado. Le han concedido a su pelo una especie de libre albedrío. Y, sinceramente, da mucho gusto verlos así, en un mundo tan dominado por los asesores de imagen, que cuentan entre sus méritos haber convertido los debates electorales en una sarta de topicazos. Por eso quizá me gusta tanto Luis Aragonés. Es la bestia negra de los asesores de imagen. Algo así como Aznar para los profesores de inglés. Pero a los chicos del fútbol alguien los ha engañado. Se calcula que entre todos han llevado a Austria 700 litros de gomina envasada. El vestuario debe de parecerse mucho a una peluquería. Les falta salir a calentar con los rulos. Yo creo que piensan que, si la competición les va mal, al menos les queda el negocio de la publicidad de champú y crecepelos, fijadores y lacas.
Los futbolistas italianos son los únicos que han conseguido estar obsesionados por la estética y ganar. Pero esto es un mérito de su país. Los españoles y los portugueses no deberían caer en el error, nunca serán italianos. Ya lo decía el maestro Azcona citando a un amigo suyo: "Ser italiano no es una nacionalidad, es una profesión". En cuanto al fútbol, mi jugador europeo favorito es el alemán Ballack. Con un peinado absolutamente respetable, toca la pelota como los ángeles. Lástima que el fútbol haya que verlo por la tele y la tele sólo sepa retransmitir los partidos siguiendo a la pelota, porque así es imposible ver cómo los grandes jugadores como él se colocan, crean el espacio y se ofrecen. Ése es el problema del deporte retransmitido, que acaba por convertir en más importante el corte de pelo que la inteligencia. Y, aunque mi amigo no pudiera culminar su investigación, parece obvio que en nuestra era el peinado está mucho más valorado que el cerebro.
David Trueba
Tuve un amigo científico que se pasó cuatro años de su vida investigando algo asombroso: la relación entre el pelo y el cerebro. Como era becario mal pagado del centro de investigaciones, terminó aceptando la oferta de un laboratorio farmacéutico y ahora gana una pasta, pero los demás nos hemos quedado sin saber los resultados de su apasionante investigación. Yo creo que el pelo tiene mucho que ver con el fútbol. Y que la preocupación de los futbolistas por su peinado es inversamente proporcional a su grado de entrega visceral al juego. A mí me llaman la atención los peinados de los jugadores de la selección española. Da la sensación de que algunos se preocupan demasiado por su pelo. Es más, creo que, de seguir por este camino, pronto será más práctico que contraten a Llongueras de seleccionador nacional.
l domingo pasado vimos triunfar a Rafa Nadal y Dani Pedrosa. Y casi volver a triunfar a Fernando Alonso. Y, por supuesto, a Pau Gasol en la final de la NBA. Todos ellos son ejemplo de que el español puede ser competitivo siempre y cuando no tenga a alguien al lado tocándole el bombo. Pero lo que más me llamó la atención es que ninguno de ellos parece tremendamente obsesionado por su peinado. Le han concedido a su pelo una especie de libre albedrío. Y, sinceramente, da mucho gusto verlos así, en un mundo tan dominado por los asesores de imagen, que cuentan entre sus méritos haber convertido los debates electorales en una sarta de topicazos. Por eso quizá me gusta tanto Luis Aragonés. Es la bestia negra de los asesores de imagen. Algo así como Aznar para los profesores de inglés. Pero a los chicos del fútbol alguien los ha engañado. Se calcula que entre todos han llevado a Austria 700 litros de gomina envasada. El vestuario debe de parecerse mucho a una peluquería. Les falta salir a calentar con los rulos. Yo creo que piensan que, si la competición les va mal, al menos les queda el negocio de la publicidad de champú y crecepelos, fijadores y lacas.
Los futbolistas italianos son los únicos que han conseguido estar obsesionados por la estética y ganar. Pero esto es un mérito de su país. Los españoles y los portugueses no deberían caer en el error, nunca serán italianos. Ya lo decía el maestro Azcona citando a un amigo suyo: "Ser italiano no es una nacionalidad, es una profesión". En cuanto al fútbol, mi jugador europeo favorito es el alemán Ballack. Con un peinado absolutamente respetable, toca la pelota como los ángeles. Lástima que el fútbol haya que verlo por la tele y la tele sólo sepa retransmitir los partidos siguiendo a la pelota, porque así es imposible ver cómo los grandes jugadores como él se colocan, crean el espacio y se ofrecen. Ése es el problema del deporte retransmitido, que acaba por convertir en más importante el corte de pelo que la inteligencia. Y, aunque mi amigo no pudiera culminar su investigación, parece obvio que en nuestra era el peinado está mucho más valorado que el cerebro.
- Amarilla
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Cosa de hombres
Montserrat Domínguez
El deporte como espectáculo es cosa de hombres. Las mujeres sufrimos, gritamos, gozamos o aplaudimos como espectadoras, pero pocas veces como protagonistas. El domingo estuvimos pendientes de Rafael Nadal y de Fernando Alonso; antes, de Alberto Contador; qué les voy a contar de Pau Gasol. Hoy seguiremos con el corazón en un puño cada zancada de nuestros 11 aguerridos seleccionados, frente a sus 11 contrarios rusos.
Tenemos magníficas atletas y deportistas, muchas de las cuales llevan años preparándose para ir este verano a los Juegos Olímpicos de China. Serán sus minutos de gloria: luego, otros cuatro años de indiferencia. Ellas saben, mejor que nadie, lo difícil que es encontrar patrocinadores, una televisión que retransmita sus competiciones, ese reconocimiento popular que a ellas les parece vetado. Tenis, ciclismo, motociclismo, fútbol, baloncesto: ¿qué nombres femeninos destacarían en estos deportes?
Tanto mi hijo como mi hija juegan al fútbol: les encanta. No sé en qué momento ella se dará cuenta de que los sueños de su hermano valen más que los suyos, porque él sí tiene una posibilidad de hacerlos realidad. Aunque ella se convirtiera en la mejor jugadora del planeta, nunca conseguiría entrar en el Olimpo que está reservado a los mejores...de entre ellos. Ah, sí,me olvidaba. El domingo, Nadal y Alonso fueron batidos en audiencia porYo soy Bea, el patito feo que se convirtió en cisne y, al hacerse guapa, pudo casarse con su príncipe azul. Ya ven cómo hay sueños, y sueños.
- juanjap
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El tendón flexor
Juan José Millás
¿Se han preguntado ustedes, dice el locutor de radio, por qué los pájaros duermen de pie? Son las ocho de la mañana y me acabo de levantar. Estoy pelando una naranja mientras en el microondas da vueltas una taza de agua, para el té. Me he despertado algo confuso, sin ganas de sacar adelante el día. La pregunta del locutor me distrae de problemas existenciales más duros. ¿Por qué los pájaros duermen de pie? ¿Por qué no duermen acostaditos, boca arriba, tapándose con una hoja? Ya puestos, ¿por qué no van a la oficina?, ¿por qué los pájaros no tienen yernos o nueras?, ¿por qué no domicilian sus recibos en el banco?, ¿por qué no solicitan una hipoteca para hacer el nido?
La bandeja del microondas ha parado de girar. Saco la taza e introduzco en ella un sobrecito de té verde. Tomo té verde porque el médico me ha dicho que es antioxidante y anticancerígeno, al menos, tomado en cantidades industriales, o sea, ingiriendo 200 infusiones al día. Como resulta imposible meterse 200 tazas diarias de cualquier líquido en un cuerpo tan limitado como el nuestro, en las farmacias venden unas cápsulas de té muy concentrado. Pero se me olvida comprarlas. ¿Por qué, insiste el locutor, los pájaros duermen de pie?
Para resolver la cuestión, llega a la radio un catedrático que explica a la audiencia que las aves tienen en las patas un tendón flexor que funciona al modo del freno de mano en los automóviles. La sujeción de este tendón flexor es de tal naturaleza que se ha dado el caso de muchos pájaros que, habiendo muerto mientras dormían, continuaban al día siguiente perfectamente cogidos a la rama. La imagen del pájaro muerto sujeto a la rama me perseguirá durante las horas siguientes, quizá durante el resto de mi vida. Veo el cadáver del animal sujeto al cable del teléfono, como si no pasara nada. El viento despeina de vez en cuando sus plumas. Alguna, al haberse extinguido las funciones vitales, se cae y vuela hasta el suelo. Quizá se cuela por la ventana de una casa abierta. Tal vez un niño la coge y juega con ella sin saber que es la pluma de un difunto...
Pasan los días y el pájaro continúa perdiendo plumas hasta quedarse calvo. Pero ahí sigue, cogido al cable del tendido eléctrico (¿o se trataba del tendido telefónico?). La naranja que acabo de pelar sabe mal. A medicina. Me viene a la cabeza una imagen de infancia, en la cocina de mi casa. Mi madre se está comiendo una naranja de la que dice que sabe a medicina. Lo mismo que digo yo ahora. ¿Qué edad tendría entonces mi madre? ¿Qué edad tendría yo? El pájaro muerto es una metáfora de los hombres muertos que continúan yendo de acá para allá con sus maletines negros. El otro día, mientras estaba trabajando, llamaron a la puerta. Bajé a abrir (escribo en la buhardilla) y era un señor con un maletín negro. Preguntó por una persona que no era yo y se quedó desconcertado. Luego se fue y yo regresé a la buhardilla, pero ya no pude trabajar. La imagen del hombre del maletín me había turbado. Me recordaba al personaje de un cuento de Phil K. Dick. El cuento se titulaba Servicio técnico. Un tipo con maletín negro se presentaba en casa de alguien para arreglar un aparato que aún no había sido inventado. Venía del futuro y se había extraviado de algún modo. El hombre del maletín negro que llamó a mi puerta no venía del futuro, pero quizá estaba muerto y se mantenía en pie gracias a una especie de tendón flexor que tenemos los seres humanos en la cabeza.
El té es tá muy caliente y me quema la punta de la lengua. Sabía que iba a ocurrir esto, quizá lo busqué. Ahora no me sabrán a nada la fruta ni los cereales ni la rebanada de pan tostado con aceite de oliva. Un desayuno, por cierto, que implica un grado de sumisión sorprendente a la dieta mediterránea. Por un momento, imagino que tiro el té por la pila y me preparo un café cargado, de los de hace unos años. Y me lo subo a la buhardilla. Ni frutas ni cereales ni aceite de oliva. Se acabaron los anticancerígenos y los antioxidantes y las melatoninas. El ejercicio de rebelión imaginario me hace bien, me levanta el ánimo, que está por los suelos.
Ahora estoy sentado frente al ordenador. Lo suyo sería escribir sobre la actualidad, una actualidad que casi no cabe en sus costuras, una actualidad que revienta por los tipos de interés, por la inflación, por el precio del crudo. Pero la imagen del pájaro muerto y calvo sujeto a la rama (¿o era al tendido eléctrico?) gracias al tendón flexor continúa persiguiéndome. Escribe sobre él, me digo, escribe sobre él porque será el modo más eficaz de escribir sobre ti, que es lo que estás deseando.
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ALGUIEN EN MI VIDA
TERESA VIEJO
Toda vez que arranca el coche por la mañana, lo nota caliente: el cemento bajo sus pies. El vehículo pasa la noche en el parquin, mas el suelo quema como si acabara de apagar el motor tras largo rato al ralentí. Un calor pesado atraviesa la suela de sus zapatos, inunda sus calcetines y trepa por la pantorrilla al resto de su dormida anatomía. Sin embargo, toca la carrocería del utilitario y permanece helada.
Seguro que debajo de su plaza discurre una de las tuberías del agua caliente que con esta primavera tan otoñal ha tenido más trabajo que nunca, intenta explicarse para aplacar la inquietud. El resto del día lo olvida, porque se le llena la cabeza de preocupaciones, aunque a la mañana siguiente le ataca la misma duda. ¿Podría alguien utilizar su vehículo sin que él lo supiera?
También le mosquea el ordenador. “Lo apagué, seguro. Estoy obsesionado con el ahorro de energía, de modo que es imposible que lo dejara flotando en el limbo azul del salvapantallas”. Trata de revisar las últimas páginas visitadas para ratificarse cuando descubre un navegador en inglés que no frecuenta. Para acceder, la página le pide una clave e introduce su código personal. Inválido. Han utilizado su terminal mientras él estaba en casa.
Se le ha despertado el bicho que le muerde las tripas a cada rato y abre un cajón de su mesa para buscar el antiácido. Enseguida lo nota. Es el orden que le escupe como las verdades no toleradas. Los papeles se ofrecen organizados por tamaños y tonos, de forma que todo el batiburrillo que era antes su escritorio ha mudado en un catálogo de papelería de lujo.
Las certezas nacen en el estómago, por eso se le revuelve, y se instalan detrás de la frente, en ese punto impreciso que la ciencia llama hipotálamo, donde se convierten en obsesiones. La de ahora le asegura que hay alguien más viviendo su vida.
—¿Alguno se ha sentado en mi mesa esta noche?
—¿Tú qué te piensas, que regalamos horas a la empresa? Quien más y quien menos gusta de dormir caliente y con la parienta al lado.
Decide salir a fumar un cigarrillo para despejar los malos pensamientos y toma la gabardina porque está diluviando. No se da cuenta hasta que llega al ascensor. En él, aprisionado por el carrito del repartidor –“Buenos días, don Fernando, tiene usted hoy muy mala cara. ¿Se encuentra bien?”– y con las manos en los bolsillos, sus dedos se topan con él. Es un paquete de chicles, pero él los abomina. No ha mascado uno desde que tenía 15 años y vomitó el bocadillo de margarina con salami, del asco que le daba. Son de menta ácida, un sabor unisex.
Alguien ha usado la prenda sin que él diera permiso. Hace memoria y se asegura de que la tomó del guardarropa de la entrada, donde la dejó hace un par de días. Juega con la caja de chicles y entonces lo ve. En el reverso de la tapa hay apuntado un número de teléfono sin nombre; es un móvil y su combinación numérica no resulta nada familiar. Con las sorpresas se le han espantado las ganas de fumar, así que pulsa el botón de su planta y retorna a ella. Está decidido a marcar el número.
Son dos, tres, cuatro tonos sin respuesta que suenan al unísono de sus palpitaciones. Antes de colgar, sucede. Escucha la voz del intruso.
Otra historia insólita. En Japón un hombre solitario de 57 años comenzó a obsesionarse con su frigorífico; sistemáticamente faltaba comida. Su vida era tan monótona, tan organizada, tan lineal, que un simple yogur tenía fecha de entrada y salida en ella. No había lugar a la improvisación. Resolvió poner una cámara en su domicilio para seguir la pista del yogur que no podía escaparse de su prisión helada así porque sí. Fue como la descubrió. Reptando entre las sombras de un apartamento que hacía suyo a tiempo parcial. Una mujer solitaria de 58 años con hambre.
Tatsuko Horikawa era su sombra sin conocerlo. Su inquilina silenciosa, una huésped invisible que no necesitaba invitación alguna para residir en el altillo de su armario, donde la okupa había trasladado un colchón y unos cuantos víveres que robaba de la nevera. Un año compartiendo una vida a ciegas.
Pero no hace falta irse tan lejos para comprobar que siempre hay alguien que se cuela en nuestro mundo, incluso sin darle permiso.