Caparrós y el vendaval azulgrana
Juan F. Cía · 14 Mayo 2009
El Barcelona demostró anoche, bajo la luna de Valencia, que es un equipo imponente. No es una novedad, lleva casi toda la temporada en un estado de forma envidiable, sorprendente por su intensidad y continuidad, por su dominio absoluto del balón, por su capacidad para tejer juego en el espacio de una baldosa a una velocidad demoledora… Después de conocer cuál sería la final, casi todos esperábamos que los leones de San Mamés dieran mucha guerra al once de Pep Guardiola, pero la realidad se impuso con toda crudeza (resultado final: 1-4).
Pero, aunque la superioridad blaugrana fue evidente, es necesario llevar el análisis un poco más lejos. El Barcelona estuvo brillante durante tres cuartas partes del choque y, ciertamente, hubiera sido realmente complicado derrotar a un equipo de ese nivel para cualquier entidad del mundo. De todas formas, el Athletic Club de Bilbao no supo, casi en ningún momento, qué necesitaba el partido y cómo llevarlo a cabo para sufrir menos. Ni siquiera tras el primer gol de Gaizka Toquero, que le colocaba en el escenario deseado. Sólo al inicio ‘mordió’ al Barcelona.
Tras el primer tanto, los rojiblancos se acularon atrás, a la espera del zarpazo culé. En ese momento, hubiera sido vital mantener algo más la posesión del balón, hacerle daño al Barcelona, adelantar las líneas para que el juego directo planteado sobre Fernando Llorente fuera eficaz y no pillara al delantero a más de 40 metros de José Manuel Pinto. Joaquín Caparrós pidió una y otra vez a sus hombres que tocaran algo más el balón, que buscaran una mayor profundidad en banda, pero no obtuvo respuesta. Pero tampoco lo hicieron tras el descanso.
A veces los partidos se tuercen, empiezan bien pero continúan peor. De ahí la importancia del intermedio. Los jugadores van a la caseta y descansan, respiran, se dan ánimos y escuchan a su entrenador. Él es el encargado de transmitir a sus futbolistas una radiografía completa de lo que ha sido el primer tiempo e incidir en cuáles son los detalles a mejorar. Evidentemente, la charla técnica no fue revitalizadora. Los futbolistas del Athletic saltaron al campo en el reinicio con las mismas carencias y los mismos vicios de la primera parte.
¿Es imputable a Caparrós esta ausencia de reacción? Posiblemente sí. Lo más lógico es que el Barcelona hubiera terminado con la copa en su poder, aunque el Athletic se hubiera presentado con algo más de intensidad en el segunda tiempo. Pero ni siquiera hubo el más mínimo amago de enmienda, de predisposición para la batalla, de una nueva actitud para contrarrestar el abuso al que le sometió el once barcelonista. Caparrós no pudo activar un plan B, ni recuperar el estado anímico de sus chicos, ni cambiar la dinámica del partido. Sólo compareció a medias a la cita.
Sí funcionó el plan A durante los primeros veinte minutos del encuentro. La líneas del Athletic estaban juntas, Llorente y Toquero se encontraban todavía cerca de la puerta de su rival, Francisco Javier Yeste tenía influencia en el juego con algunos pases en diagonal de mucho peligro y el mediocampo y la línea de cuatro rojiblancos tenían perfectamente cegados los pasillos interiores que tan bien aprovechan Samuel Eto’o, Lionel Messi y Xavi Hernández. Además, el Athletic tenía controlado, relativamente, al extremo argentino y su intensidad no se había transformado en una agresividad excesiva. Pero el partido se torció y Caparrós no supo enmendarlo.
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