Año tras año, allá por los meses estivales, las asperezas de desengaños pasados ceden la voz a ese sentimiento que adquiere el papel protagonista de todo prólogo de una nueva batalla por la grandeza: la ilusión.
La misma ilusión que lanzó a la hinchada a las trincheras con el “a cara de perro” de Kresic o que incluso invitó a contradecir la idea reservada y cauta de Juan Manuel Rodríguez, alzando las esperanzas al vuelo por encima de lo marcado. Ese anhelo que se extiende ya a lo largo del tiempo y que pone a prueba tras cada agosto la irrompible fidelidad de un sentimiento en el que siempre tiene cabida a la esperanza, unas veces ciega y otras palpable.
En medio de esta transición, un discurso meditado y sobrio dio justo en el centro de la diana. Se presentó en sociedad el nuevo arquitecto amarillo, bajo la promesa de fundir los éxitos que dan los resultados con el espectáculo que regala el buen juego. Sin miedo a fracasar en terrenos malditos ya escrutados por caídos, impasible ante la presión que promete una multitud escasa de paciencia.
Lobera trae consigo una idea romántica, mágica. Perfecta para las características de los encomendados a materializarla en el verde y también para esos a los que se deben todos y cada uno de los que están detrás del nombre Unión Deportiva Las Palmas.
La voz entendida de Jorge Valdano mantuvo en varias ocasiones que el respeto al aficionado pasaba por el respeto al balón. Pocos se han atrevido a rebatir al argentino. Y lo que se aleja irremediablemente de toda duda es que los incondicionales amarillos merecen todo lo que el equipo de sus amores pueda darle. Los ‘10.000 fieles’ que hacen las delicias de la cabeza directiva han estado, están y estarán sentados en las gradas del coliseo amarillo. Una cifra que siempre amenazara con duplicarse a poco que los resultados y la nombrada ilusión acompañe.
Sin embargo, esta fidelidad tan remarcable suele ir de la mano de una exigencia a la altura, que incluso suele disfrazarse de impaciencia. La misma facilidad para volar que para romper la baraja, una delgada línea entre el optimismo más incondicional y la desesperanza más visceral.
“Ni somos tan buenos cuando perdemos, ni tan malos cuando perdemos”. Esta frase, puesta en boca de la gran mayoría de los nobles amarillos, viene a expresar la opinión de la plantilla a esta impaciencia manifiesta. La misma de la que ha pecado una directiva que ha negado la continuidad a tantos proyectos fracasados, enterrados en el olvido.
No hay jugador al que haya entrevistado que no resaltase la enorme dificultad de asimilación que comprende el sistema de juego de Lobera, más aún viniendo de la idea casi antagónica que se implantó desde Las Alcaravaneras. Un cúmulo de matices que precisan ser interiorizados con paciencia, aunque sin pausa. Con urgencia, aunque sin prisa. Una idea de juego que hasta el club instigador de la misma, con recursos más que abundantes y una estructura centrada en su desarrollo y aplicación, ha tildado de dificultosa.
Las imperfecciones que la Unión Deportiva presenta transcurrida la jornada 3 de Liga son evidentes. Aspectos inacabados que producen vértigo al más crédulo, pero tiene solución dentro de un plazo aceptable para no perder de vista una meta ya innegociable después del salto a la piscina de las altas cabezas del club. Y aunque el órdago de la directiva se quede a las puertas del éxito el próximo 9 de junio, la víctima nunca debería ser esta mágica idea, enemiga de la impaciencia. Despacio, con calma. La buena letra ya la ponen ellos.
por Naré Sánchez
periodista de Marca y Canarias Ahora