Hablemos de otra cosa, por Jesús IZQUIERDO

OPINIÓN | Me apetecería escribir de fútbol. Del partidazo de Nauzet, de la entrega de Momo, de la clase de Valerón, de la contundencia de Aythami, de la colocación de Deivid, de la concentración de Ángel, de lo buen futbolista que es Apoño, de los balones que ha robado Javi Castellano, del buen momento de Aranda, de las paradas de Barbosa o de las subidas por la banda de Xabi Castillo.

No hablaré tampoco de los mal llamados aficionados de la UD Las Palmas (coyotes, lajas, poligoneros, chandaleros… lo que mejor te suene) que invadieron el terreno de juego a falta de un minuto y medio del final del partido. Permítanme la licencia, por favor. Soy consciente de que lo que le sale a uno en estos momentos es dolor e indignación y que, como a mí, solo te apetece llorar en soledad y enfadarte con todo lo que tienes alrededor. No puedo, tampoco me sale.

En lugar de eso, escribiré sobre el daño que han hecho estos descerebrados. Me apetece hablar de alguien como tú, que mañana te levantas a las 7 de la mañana para trabajar o buscar empleo. Tu que pagas tus facturas, tu cuota de autónomo, tu IGIC, tus proveedores y, encima, haces números para ponerle gasolina al coche o comprarle un balón al benjamín de la casa. Tu que vas al instituto o a la universidad con la ilusión de labrarte un futuro.

Efectivamente, vamos a hablar de gente normal, de sueños y de futuro. El sueño del dueño del bar de la esquina, que esperaba ver la calle Fondos de Segura lleno cada quince días porque venía el Madrid, el Barça o el Valencia. De la alegría del dueño del puesto de pipas y refrescos que vería pasar 30 mil personas cada jornada delante de su puesto. Del sueño de un desempleado que, a falta de un minuto y medio, se veía trabajando debido a la inyección de empleo que supone tener un equipo en Primera. De los turistas, motor económico de la isla, que nunca vendrán a Gran Canaria por la imagen que, por un grupo minoritario, hemos dado en todos los televisores del mundo. De los padres que no volverán a llevar a sus hijos al estadio porque hoy les vieron asustados y llorando o de los que nunca federarán a los suyos porque ven en el fútbol un deporte ruin y violento. Hablemos de los empresarios que verían reflotar sus negocios. De los empleados que verán desahogado a su jefe y podrán cobrar esos meses que tiene pendientes de pago. Hablemos de los medios de comunicación que se verán obligados a cerrar, o esos medios que despedirán periodistas el próximo curso. Hablemos de la ilusión de los miembros de Naciente, que tienen la etiqueta por cantar y pintarse la cara, pero que hoy, con su ejemplar comportamiento, han dado una bofetada a los ‘etiquetadores’. Hablemos de Don Santiaguito, que a pesar de todo, volverá a Barranco Seco a las 9 de la mañana de un frío día de Febrero para ver el entrenamiento de un equipo que seguirá en Segunda.

Cien indocumentados, que solo son valientes cuando están regados en alcohol, han destrozado nuestros sueños. Sueños grandes. Sueños pequeños. Son los tuyos, los míos y los de tu vecino. ¿Tienen ese derecho? De esto es lo que a las tres de la mañana – y sin pinta de que el sueño vaya a pasar por mi cama – de este negro domingo me apetece escribir. Y al final he acabado escribiendo de lo que prometí no escribir. Hoy no solo ha perdido la UD Las Palmas. Hoy hemos perdido todos los grancanarios, incluso los que nunca hablaron de fútbol. Dicen que para olvidar, lo primero es perdonar. Dios, perdona a estos inconscientes porque, aunque suene triste, no saben lo que nos han robado.

[box size=»large»]nrobaina_200por Jesús Izquierdo
twiter_25 @jesus_izdo
Más artículos de Jesús Izquierdo
[/box]











Artículo anteriorLa Fiscalía abre investigación y la Policía culpa a la UD
Artículo posteriorJuanito y Milovanovic se marchan; llega Nicolás Rodríguez