OPINIÓN | No voy a ahondar en el fracaso de una Unión Deportiva que se permite, a cinco jornadas del final, la indigna situación de estar rascándose el ombligo hasta que llegue la hora de la verdad. El propio papel de Herrera y sus pupilos en esta segunda vuelta habla por sí solo. Esto, unido al hartazgo de una temporada más en la que no se da la talla en el tramo final, hace que en el ambiente, más que pesimismo, exista cierta indiferencia. Más de uno lo esperaba por la tendencia. Pónganse la película de 2014 o 2013: no verán muchas diferencias a la hora de afrontar lo que más de uno, con cierta sorna, ha calificado como ‘las finales simuladas’ en una alegoría a los contratos que hace meses explicaba Cospedal.
En este maremágnum de despropósitos de la segunda parte de la competición destaca uno realmente preocupante. Lo que crea desafección más allá de fracasos deportivos es un ejemplo que viene contradiciendo el lema de la campaña de abonados de este curso. El famoso «Somos más», un grito, más que un lema, que unió e hizo relucir el orgullo herido de una masa social que decidió apoyar a la Unión Deportiva tras el varapalo del 22J. Viene a colación de una actitud injustificable por parte de los que portan la camiseta en el césped. Trescientos aficionados amarillos se dejaron la garganta y las ilusiones en Butarque. No esperen el perdón de los jugadores que a lo lejos saludaron y se marcharon a vestuarios. Únicamente se acercó Vicente Gómez, en un gesto de gallardía y de reconocimiento a los que realmente sufren este drama repetido año tras año. Era lo mínimo. Cuando pidan unión en los próximos días que recapaciten por este asunto.
A esto hay que sumarle el aumento de precios de forma significativa para acceder al Estadio de Gran Canaria, y la separación interesada de buenos y malos aficionados por parte de algún actor en el Club. Parece que analizar o cuestionar actitudes es ser el enemigo. En esta línea se puede explicar gran parte del fracaso que supone no ascender de forma directa. Ha faltado autocrítica —espíritu fundamental para avanzar—, desprenderse del magnetismo de un liderato que encubría muchos de los males argumentando que el fin justificaba los medios, y un exceso, una vez más, de privilegios de los que juegan auspiciados por sus superiores. Desapareció la meritocracia, desapareció el equipo.
El fútbol es un deporte en el que coexisten numerosos factores. Muchos de ellos incontrolables al trabajo diario o a la creencia fundamentalista de que las cosas funcionan por el simple hecho de soñarlas con fuerza —no se rían, esto es lo más ridículo y peligroso—. Que quede claro que ni los aficionados, ni los medios, ni el entorno juegan ni tienen un papel determinante en el juego. Lo que suceda fuera del terreno de juego es una relación causa-efecto provocada por los propios futbolistas y su entrenador. Son los mismos que llevan 3 puntos de los últimos 24 posibles fuera de casa, por aclarar.
Herrera y los jugadores son los que deberían bajar la cabeza, pedir disculpas a los aficionados —los únicos que han cumplido sobradamente hasta el momento— y comprometerse con el objetivo final. Todavía es posible. Pero no se consigue con actitudes escapistas y negando la propia incompetencia que les ha hecho fracasar. Eso ya se hizo en las dos promociones anteriores con los resultados sabidos. Sólo es posible ascender con hechos y con mejoras reales. Quedan cuatro semanas para cambiar. Y el que no crea que se deba cambiar, que amplíe la huelga hasta agosto. No son necesarios más mediocres en un barco que tiene que ser reflotado tras un nuevo naufragio.
Miguel Hernández |
Director de udlaspalmas.net
@mhernandez
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