PERFIL | Seis han sido las temporadas que Quique Setién ocupó el banquillo del CD Lugo. A lo largo de ese tiempo, muchas caras distintas vistieron la camiseta rojiblanca y defendieron el escudo con mayor o menor ahínco, pero a pesar de lo turbulento que se presentaba cada verano, en lo que a altas y bajas se refiere, siempre hubo una cosa que desde el primer momento se respetó: el estilo de juego.
Setién tomó las riendas del Lugo cuando el club militaba en Segunda División B. Desde el principio impuso su fútbol de toque, ataque y posesión. El control del esférico hacía que el equipo se sintiese cómodo. Con el paso del tiempo, los jugadores absorbían los automatismos y acababan por jugar “de memoria”, con todo lo bueno y lo malo que eso conllevaba.
La primera temporada fue dura pero la directiva, a pesar de los resultados iniciales, confió en el cántabro y el club pudo finalizarla en las posiciones altas de la tabla. Manteniendo el estilo, su segunda campaña en la ciudad amurallada acabó como campeón de grupo, pero no fue capaz de conseguir el ascenso. Tuvo que ser un año más tarde cuando el Lugo tocó el cielo en Cádiz ascendiendo a la Segunda División (a pesar de no realizar una fase regular tan buena como la anterior).
Desde entonces y hasta la fecha, la entidad rojiblanca lucha por asentarse en la categoría de plata del fútbol español. Hasta ahora, con Setién como entrenador, ha sido capaz de mantenerla con mayor o menor trabajo, pero profesando tozudamente ese fútbol de posesión que tanto caracteriza al cántabro, llevado a cabo con un sistema 4-2-3-1.
Los distintos jugadores con los que ha contado siempre han hecho lo mismo: un portero con la obligación de ser un jugador de campo más, dos laterales muy físicos con mucho recorrido y llegada al lado de dos centrales expeditivos y con toque. Por delante suya, también un par de mediocentros, uno de ellos de corte defensivo, encargado de destruir juego contrario y otro con visión y calidad. En las alas unos extremos que debían de tener siempre presente las ayudas en defensa, importantísimo. Un mediapunta que más que gol, tuviera pase y un último hombre en punta, solo. Habitualmente alto, corpulento. El clásico killer.
Las variantes tácticas apenas existían, lo que acabó por convertir al Lugo en un rival previsible que sufría mucho especialmente con equipos físicos, ya que presionaban constantemente la salida de balón trabando el juego. Sí es cierto que, ocasionalmente, se tiene recurrido a un 4-3-3 con trivote defensivo, pero los resultados cosechados con ese sistema resultaron paupérrimos.
Estas últimas temporadas el Lugo se hacía fuerte en el Anxo Carro, en donde se obtenían la mayor parte de los puntos. Fuera, el camino se hacía demasiado difícil y al equipo le costaba mucho competir sumando rachas sin ganar excesivamente largas. La posesión era inversamente proporcional a la efectividad a pesar de contar siempre con puntas bastante efectivos.
Los entrenamientos no eran demasiado intensos, en los que primaban los rondos y el toque y el bajón físico a final de temporada resultaba, junto con el relax motivado por tener el trabajo casi hecho, demasiado protagonista. Aún así en los últimos partidos se tiraba de oficio y la empresa se llevaba a cabo.
Quique Setién dotó de carácter a un equipo que aún no hace mucho deambulaba por la tercera división y le imprimió una identidad futbolística que hasta entonces no tenía. En la ciudad se sintió uno más y siempre dio la cara tanto por el club como por la ciudad. Profesional hasta el último día, serio, implicado. Para aquel que no lo sepa, Quique Setién es historia viva rojiblanca.
por Borja García
Lugoslavia