Una despedida de las que duelen

Foto: UD Las Palmas


Vicente Gómez dijo ayer adiós a la UD Las Palmas y con su salida no sólo se pone casi fin al ciclo más brillante de los amarillos en el siglo XXI, sino que también se despide una figura que escasea en el mundo del fútbol moderno.

Capitán con o sin brazalete. Estandarte de un sentimiento que necesita recobrar ilusión. La marcha de Vicente Gómez de la UD Las Palmas sigue dejando patente que el club va camino de una reconstrucción evidente en la que se busca reverdecer unos laureles que el pasado curso acabaron marchitándose, pero también es la muestra de un cambio en la política de cantera que, por unas razones u otras, no parece preparada para tomar el relevo a ojos de una directiva que apuesta por ganar sin importar la identidad canaria.

Esta circunstancia puede ser comprensible a ojos de mucha gente que lo que busca es que su equipo gane y que, sea de donde sean los jugadores, lo den todo por la camiseta. A pesar de ello, esta transformación que vive la entidad insular no tiene porqué dejar de lado lo que significa el adiós del ya ex ‘4’ sea cual sea su trasfondo, básicamente porque una figura como la suya merece todo el respeto que se ha ido ganando cada vez que ha tenido que luchar por una escuadra a la que llevó en el corazón desde su grada.


Aficionado antes que futbolista, hombre de club antes que personaje público, Vicente cimentó su carrera arraigado a una personalidad inquebrantable y a un fútbol que fue buscando su lugar. Aupado al primer equipo por Jémez en 2010 y apuesta de la propia entidad, no fue hasta la llegada de Quique Setién hasta que se pudo ver a la mejor versión del futbolista de Schamann, pero antes de su eclosión dio todo lo que tenía y lo que le pedían para el bien de un escudo por el que lloró tanto de tristeza como de alegría.

Pasó por momentos duros, como el ‘Cordobazo’ o como el último descenso a Segunda, pero también vivió el éxtasis del ascenso y el asentamiento de una generación de jugadores que encontró en el cobijo de un estilo de juego determinado. Y así volaron 239 choques en los vistió la camiseta que siempre soñó vestir desde su sitio en Naciente.

Aun así, el último año no fue el mejor para un Vicente que tuvo que pelear con una lesión que no le dejó empezar de cero con el resto de sus compañeros. Las cosas no salieron como quería, pero eso no puede empañar la caballerosidad y lo que ha representado a lo largo de estas 8 temporadas. Un jugador distinto, atípico, alejado de los focos y que podía estar fuera de la polémica porque siempre dio la cara con una sinceridad que dejaba patente que no le hacía falta esconderse ni torear preguntas.

Quizás por esa razón su despedida es de las que duelen, de las que escuecen y de las que, aunque pueda ser perceptible que puede que le tocara despedirse, no son fáciles de digerir. No obstante, cuando uno de los tuyos tiene que hacer la maleta sólo puedes desearle suerte y que no tarde mucho en regresar porque, al fin y al cabo, Vicente Gómez será un amarillo más por siempre, vaya donde vaya.

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