Pan y circo. El fútbol sigue siendo el divertimento de las masas como cuando, en época de los romanos, la arena del Coliseo suponía el entretenimiento del pueblo. A diferencia de aquellas carreras de cuadrigas o las batallas de gladiadores, el deporte rey tiene una pizca más de pasión cuyo último bastión en pie que son fieles al dogma del sentimiento son todas las aficiones que se enfadan, lloran, ríen y comentan cada movimiento de su equipo.
Dentro de su naturaleza, cada hinchada tiene una forma de entender y comprender el juego siempre con la coincidencia de mantener que los jugadores que visten sus colores deben sudar la camiseta. Por esa razón, hay públicos más exigentes que otros y el que sigue a la UD Las Palmas es uno de ellos con toda la razón.
Los seguidores amarillos vienen de saborear un estilo de fútbol único que tiene en el balón su razón de ser y son muchos los que han convertido esa filosofía en piedra angular de su paladar futbolístico. Quique Setién enseñó un camino que, a día de hoy, en pleno apogeo del jugador físico y del contragolpe, parece haber quedado en un segundo escalón cuando hace unos años todos querían tener la pelota en su pies. Eso quedó grabado a fuego en las gradas del Estadio Gran Canaria y por ello la llegada de Jiménez a la isla no fue del agrado de muchos a simple vista.
Entendiendo que mantener el jugar bonito es complicado y que para gustos existen los colores, lo cierto es que la forma de entender el fútbol del técnico sevillano es tan válida como otra cualquiera. La cúpula de la UD entendió que los amarillos necesitaban un cambio y buscaron un giro de tuerca con un solo objetivo: ganar. Por eso se contrató a Jiménez, porque es un ganador y es un entrenador que promete resultados. La categoría lo exigía y el reto de regresar a Primera en apenas un año también, por lo que la idea de ser un equipo fuerte sin balón se comprende.
El problema llega cuando los resultados no acompañan. En ese punto el fin no justifica los medios y es normal que la duda aparezca. Manolo Jiménez no está dando con la tecla y la gente empieza a estar un poco cansada, siendo un escenario totalmente lógico. Ya dijo Cala que había que estar bien resguardados atrás y que esa era la mejor manera de, porqué no decirlo así, sobrevivir en Segunda. No obstante, los pobres números de Las Palmas no le dan valor a ese plan A.
Se puede comprar el discurso de ganar por encima de cualquier cosa. Puede llegar a aceptarse que al club le urge salir del pozo ya en una competición de trincheras, pero si los resultados no acompañan no existe discurso que pueda mantenerse.
Si Manolo Jiménez estuviese consiguiendo que su equipo ganase partidos y estuviese bien posicionado en la tabla, no existiría demasiado debate. Ahí sería el técnico el que tendría la sartén por el mango y el que justificaría su manera de jugar. Pero como sus jugadores están desarrollando un juego que aburre y que abusa de los balones largos en una racha en la que sólo han sumado 7 de los últimos 21 puntos, es normal que se le critique y que se dude de su filosofía.
Las victorias y los puntos lo sostienen todo hoy en día. Por eso, como en el Circo Romano, si no le das triunfos al respetable te abstienes a que no crean en ti. Quizás, ese está siendo el principal error de Jiménez en la isla, que todavía sigue sin conectar con la grada porque lo que vende no se corresponde con la realidad al menos por ahora. Urgen cambios en esta UD y, aunque el fin justifica los medios en muchos casos, si los medios no funcionan, hay que buscar un rumbo diferente.
Artículo escrito por: Cristian Gil (@CristianGil_7)