#CONTRACRÓNICA | Ese recibimiento. Ese colorido. Esas coñas durante toda la semana. Esa afición esperando la mínima declaración o titular que se salga de la norma para sacarle punta a la rivalidad. Pero, sobre todo, esa pizca extra de motivación que hace que veas sobre el césped a un equipo con el que te identificas desde el primer minuto. Aunque el resultado luego acompañe o no o aunque el árbitro vuelva a jugar en tu contra. Ojalá todos los partidos fueran derbis.
Habría que ponerle a la UD Las Palmas todos los días una camiseta blanquiazul en frente. Ya arrancó como una moto en el partido de ida contagiado por el rugir de la parroquia. Hoy, en Tenerife, el equipo chicharrero pareció un títere por momentos de una UD que tenía sangre en los ojos. En el once contra once, e, incluso, en inferioridad, cuando se celebró el tanto de Cedrés con una rabia merecida.
Lo dicho. Ojalá todos los partidos fueran derbis. Pero de los que son en igualdad. Porque hoy, una vez más, el árbitro quiso tener el protagonismo que no merece en un duelo en el que estaba reinando la cordura. Contra doce, poco se puede pedir. Pero, incluso ante esta adversidad, se siguió creciendo la UD que podría haber caído en la trampa de la efervescencia, pero que mantuvo todo el tiempo que le dejaron un nivel de intensidad digno de elogio. Pese a los errores en el gol. Hoy sí, se luchó hasta el final y ante los elementos.
Y, lo mejor de todo. Ojalá todos los partidos fueran derbis para que cunda el ejemplo de las aficiones canarias. Dos clubes con una masa social tremenda que midieron los tiempos del partido a la perfección. Animaron, se burlaron del rival con sorna cuando tocaba, y al final, mientras unos estaban felices y otros consternados, llegaron las pitadas. Ante Concepción y ante Ramírez, bien altas y bien claras.