Era sábado. Lo recuerdo bien porque había organizado un día perfecto de deporte para disfrutar junto a mi padre. Desayunaríamos e iríamos a Siete Palmas a empezar una jornada maratoniana que comenzaba con un derbi chico en el Anexo entre Las Palmas C y Tenerife B. Después de eso, había que reponer fuerzas comer algo porque la tarde se presentaba intensa: jugaba la Unión Deportiva Las Palmas un partido trascendental frente al Girona a media tarde y, por último, cruzar unos pocos metros para ver el partido del Granca. Planazo. Diazo. Súper sábado. Nada podía salir mal.
El plato fuerte lógicamente era el partido de Las Palmas. Era el último tren para engancharse a los puestos de playoffs porque recibíamos al Girona, que estaba a cinco puntos y podíamos reducir la distancia a solo dos. Era un todo o nada. Y acabo siendo nada – o casi nada, si lo vemos ahora con la perspectiva del tiempo-. Derrota por 1 a 3 en el peor partido del proyecto García Pimienta en un encuentro marcado por la expulsión de Rafa Mujica y, posteriormente de Raúl Navas.
Decimocuartos en la tabla a ocho puntos de diferencia respecto al sexto. Adiós a la temporada. Otro año más deseando que pasasen cuanto antes las jornadas para llegar a verano y volver a ilusionarnos como tontos. Otro “no quieren subir, no les interesa” emanando de la boca de mi padre mientras íbamos al partido de basket. Quedaban once jornadas, hacía falta un milagro pero “¿y si sí?”, pensaba yo. “No, es imposible, es muy complicado”. Pero ocurrió.
Una racha como pocas veces se recuerda de once encuentros consecutivos sin perder: nueve victorias y dos empates. Sadiku apareciendo por primera vez en la temporada. Valles haciéndose gigante y poniendo un candado a su titularidad. Curbelo liderando una muralla desconocida. Kirian bailando sobre su nuevo jardín. Viera con la capa de superhéroe demostrando que es el mejor jugador de la liga. Y el premio del playoffs al final del túnel con la guinda del pastel: derbi canario, el derbi del siglo.
Si me hubiesen dicho aquel 12 de marzo que a día de hoy dependeríamos de jugar en casa la vuelta de las semifinales de playoffs de ascenso ante el CD Tenerife con una desventaja de 1-0, lo habría firmado con sangre. Pasar del puesto decimocuarto al cuarto, adelantar por la izquierda y romper el retrovisor, vivir de nuevo una bajada por Fondos de Segura, ver cientos de aficionados esperando al equipo en el aeropuerto tras una derrota, rememorar las palabras de Paco Herrera en boca de Jonathan Viera y tener la posibilidad de vivir una noche histórica. Sí, lo hubiese firmado con sangre sin saber cuál será el resultado final.
Lo que era una temporada a la deriva se ha convertido en la mayor conjura entre equipo y afición que se recuerda desde aquellos días posteriores al Cordobazo y aquel maravilloso ascenso de 2015. Tras muchos años de decepciones y desapego, se ha recuperado la ilusión, las ganas de ver al equipo, de acompañarlo y animarlo hasta el final. Hasta mi padre cree ahora que sí, que quieren subir, que lo merecen.
Otra vez será en sábado y también será una jornada maratoniana que empezará bien temprano, junto a mi padre, pero con otro tipo de ruta. Ojalá el resultado final sea también distinto y podamos seguir soñando.
Nauzet Robaina
@NauzetRo