Una de las numerosísimas aristas de la consabida e irremediable esquizofrenia futbolística no deja de ser la doble y antagónica vertiente esgrimida por los protagonistas sobre que un derbi es un partido lleno de emociones donde hay que poner todo el corazón y… mantener la cabeza fría. ¿Es eso posible?
Despojado de algarabías, sentimentalismos, fobias, filias e intereses generales, el compromiso se presenta para la UD Las Palmas como una inmejorable oportunidad de enderezar el rumbo. Cuando le cuesta un mundo sumar tres puntos de una tacada, visita al colista. A un rival con los nervios a flor de piel, con la inseguridad por las nubes, con el miedo y el bloqueo como habituales compañeros de viaje.
El Tenerife, más allá del comprensible deseo canarión de verlo hundido, incluso de las lógicas ansias de revancha tras la imborrable voltereta de Marioni, honradamente rememoradas en esta misma web por Ramiro Aldunate, resulta ahora mismo una ocasión de oro para respirar, para cambiar la tendencia, para dar un golpe de timón.
Aunque la rabia y el orgullo pueden ayudar normalmente a despertar al que peor lo tiene, durante el choque, si todo va por cauces mínimamente normales, saldrán a relucir las virtudes y las debilidades de cada cual. En el Rodríguez López el Tenerife ha jugado 9 partidos y en ninguno ha metido más de un gol, además de perder con rivales directos como Salamanca, Nástic o Albacete.
En la mente del aficionado amarillo que sigue pensando que la Segunda División es un hábitat al que su equipo no pertenece, pasar apuros para quedarse en ella resulta una afrenta. Ganar al Tenerife, y a domicilio, representa una golosina a la que nadie hace ascos, además de casi adjudicar una plaza de descenso, pero para continuar soñando con un porvenir desahogado, la Unión Deportiva debe aprovechar la coyuntura y sacar tres puntos revitalizadores en la cancha del colista.
Por Julio Cruz, periodista de Nueve TV, y presentador de Nueve Deportes
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